Leonor González Mina, La Negra Grande de Colombia: orgulloso patrimonio de nuestra historia musical. Foto: La Pluma & La Herida |
Ricardo Rondón Ch.
En detalle, como si de antemano tuviera preparado un libreto,
con cuadros, paisajes y minucias, Leonor González Mina (Jamundí, Valle, junio 16
de 1934), La Negra Grande de Colombia, hace gala en sus recuerdos de una
lucidez admirable, de una memoria borgiana: son 80 años de vida, próximos a celebrar, y 60 de actividad
artística, como una de las intérpretes polifónicas y pluriculturales del concierto musical, que
ha arado por igual en el folclore Pacífico, de la Costa Norte de Colombia, del
interior del país, pasando por bambucos, pasillos, torbellinos, boleros de
todos los tiempos, y hasta música llanera.
Qué más motivos para que Leonor esté de fiesta. Leonor, sí,
como le gusta que la llamen, o ‘Negra’, así a secas, puntual, pues no admite
ese eufemismo de afrodescendiente, que ella dice se inventó el
ex presidente Ernesto Samper durante su campaña a la presidencia de la República,
“para ganar simpatías con las negritudes”. “Qué va, yo no como de ese cuento”,
riposta. “A mí me choca. Yo soy negra, a mucho honor. Y así quiero que se
refieran de mí”.
Leonor, la primera artista negra en salir al exterior,
cuando el exacerbado racismo no le otorgaba licencias a la raza en su propio
país, menos para cruzar fronteras. Pero ella muy jovencita lo logró, con el
respaldo de la folclorista Delia Zapata Olivella, y de Manuel, su hermano, el
escritor e historiador.
Con ellos y el ballet cruzó el océano, cantó en el
emperifollado Teatro Olympia, de París, estuvo en Polonia, llegó a la rusa del Soviet, de
la hoz y el martillo, pasó a la China roja, donde duró un mes, y de regreso, en el
trepidante Transiberiano, compartió asiento con un señor de bigote, callado, que duró todo
el trayecto leyendo un libro, pero que ella no se aguantó y lo interrumpió para
preguntarle si era colombiano. El pasajero resultó ser Gabriel García Márquez,
aún desconocido en el firmamento de las letras, corresponsal para Europa de El
Espectador, y con el manuscrito de La Hojarasca en su valija, pendiente de un
editor.
Leonor hace reminiscencias del primer acetato que grabó con
Sonolux, de los más de cincuenta que hacen parte de su rica y variada
producción: ‘Cantos de mi tierra y de mi raza’, con letras de grandes autores
como José Barros, Eduardo Cabas, y de su manager, esposo y padre de sus dos
hijos (uno fallecido), Esteban Cabezas (q.e.p.d.).
Cantante, de las mejores en nuestro país; actriz, con seis
producciones en televisión y una en cine, bajo la dirección de Bernardo
Bertolucci, La Negra ha sacado tiempo hasta para cometer política, “siempre por
el partido liberal”, como cuando fue elegida Representante a la Cámara por el
departamento del Valle, en 1998.
Ha recorrido el mundo con su voz y su mensaje, y no obstante
la celebridad que la envuelve, conserva la sencillez y la honestidad de las
mujeres que miran a los ojos cuando habla, que habla lo justo, sin retóricas ni
posturas de estrellato; que sonríe y canta; que canta a voz en cuello y a
capela, como lo hizo para el entrevistador en intervalos de sus declaraciones,
conmovida, con los ojos encharcados, porque siente lo que canta en lo más
profundo de su ser y hasta las lágrimas.
La fiesta de celebración de sus 80 años de vida y 60 de actividades
artísticas, tiene como escenario el Teatro Julio Mario Santodomingo (martes 3 de junio,
8:00 p.m.), y como anfitriones, dos de sus más estimados seguidores y
admiradores, quienes se encargarán, con el público presente, de rendirle el merecido homenaje: Carlos Vives y Willy
García. El primero, samario, el segundo, de Buenaventura, ex grupo Niche y en
la actualidad uno de los más relevantes y exitosos exponentes de la salsa en
Colombia.
Un concierto que, a propósito de efemérides, fue preparado
para lanzar su más reciente producción discográfica: ‘La Negra Grande es
Colombia’, como su nombre lo indica, un canto a la geografía creativa y musical
de nuestro país en sus trece títulos, con letras de antología, de hoy y de
siempre, por resaltar algunos: ‘Campesino de ciudad’, ‘La vecina’, ‘Me estás
haciendo falta’, ‘Mi Buenaventura’, ‘Yo
me llamo cumbia’, ‘Mi peregoyo’, ‘Tío guachupecito’, ‘La pollera colorá’, con
arreglos y dirección musical de Camilo Velásquez Vallejo.
Por esto y por todo lo anterior, Leonor tiene más que motivos
para celebrar, y todos quienes la hemos seguido en estos años, para retribuirle
el agradecimiento a su virtud, a su vocación, a su enorme calidad humana, porque
La Negra es todo corazón, derroche de sensibilidad y amor por Colombia y sus
compatriotas. Y eso se refleja en su diáfana sonrisa y en esa mirada limpia que
cautiva y enamora.
La Pluma & La Herida la entrevistó.
¿Cómo se llega a ser un gran ser humano como lo ha sido
usted en sus 80 años de vida?
“Eso es fruto de la crianza. Nosotros fuimos muy bien criados
y educados. Mis padres, Buenaventura y Leonor, nos dejaron lo más importante
que se le pueda heredar a los hijos: principios, dignidad y honestidad”.
Buenaventura y Leonor. ¡Como para un disco! ¿Nadie lo
compuso?
“Nadie, qué lástima, lo quedamos debiendo”.
¿Cuántos hermanos?
“Nueve. Ahora sólo quedamos tres”.
¿Y Leonor es la número qué?
“Yo soy la penúltima”.
¿La única artista de la familia?
“Sí, la única, pero mis ancestros dejaron huellas de
músicos, poetas, de gente dedicada al arte. Por parte de madre hubo buenos artistas,
además que eran evangélicos. A mí me encantaba ir a las reuniones de ellos a oírlos
cantar en coro, en solitario. Yo me quedaba perpleja oyendo esas voces
maravillosas. Había sopranos, barítonos, contraltos. Mi abuelo Simeón, me
parece estarlo viendo, se sentaba debajo de una acacia a cantar y a mí eso me
parecía de ensueño. Tenía voz de bajo, profunda. En ese ambiente me levanté yo”.
¿Cómo se descubre en su talento, en su voz?
“Yo a los tres años cantaba, bailaba, saltaba, gritaba, era un 'terremotico', como decía mi mamá. No me podía quedar quieta”.
¿Y qué oía en la radio?
“Me gustaba mucho Lola Flores, La Faraona. Años después tuve
el placer de conocerla en España. Trataba de imitar su cante jondo y cuando tuve
la oportunidad de compartir con ella, se lo recordé y le canté. Quedó admirada.
Me dijo, ‘pero niña, si es que tú me imitas muy bien’”.
¿O sea que de niña Leonor ya cantaba música de mayores?
“Así es, y también los cantos de mi familia, las romanzas de
los abuelos, y los hermosos cantos para coros de la religión que se profesaba:
mi mamá era evangélica y mi papá ultracatólico. Yo cantaba misas”.
Me hizo recordar de ‘El color púrpura’.
“Que es una película preciosa, y que nos pone a reflexionar
del dolor, la ignominia y la persecución a los de mi raza. La esclavitud, la
segregación, que hoy se manifiesta lamentable a través del racismo a ultranza”.
Pero también del resurgimiento del blues, como plataforma de
esa gran revolución, la única que ha
funcionado en el transcurso de la humanidad, el rock. Usted, Leonor, es una
blusera en castellano del Valle del Cauca.
“Claro que sí. Qué bonita apreciación, me gusta: una blusera
de caña, del almíbar de las frutas, de las negritudes de mi departamento y del
Pacífico, que son de las más numerosas de Latinoamérica”.
"A mí me gusta que me digan Negra. Eso de afrodescendiente no va conmigo". Foto cortesía ADN |
Las comparaciones son odiosas, pero yo siempre he sentido que
Leonor González Mina es como nuestra Omara Portuondo.
“Sí, estoy de acuerdo, y me hace honor esa comparación, porque yo la admiro mucho, además que durante mi carrera he interpretado boleros,
muchos boleros. En este nuevo álbum incluyo unos bellísimos. ¿Te acuerdas de ‘Cartagena’?.
Ese está ahí, con un nuevo arreglo, y también ‘Chocoanita’”.
¿Se refiere a 'Cartagena', la composición de Jaime R.
Echavarría?
“No. Es muy anterior a esa bella página del maestro
Echavarría. Este es de un compositor de la Costa Atlántica. Ese que dice: ‘Cartagena,
brazo de arena, canto de sirena que se hizo ciudad…”.
¿Cómo se dio a conocer a nivel profesional?
“En la Voz del Valle, en Cali, porque en ese entonces el
medio que impulsaba a los artistas era la radio. Había muchos programas de
radio y un desfile permanente de artistas. Algo que desafortunadamente desapareció.
Pero yo me adelanté a los acontecimientos, porque antes de eso ya había hecho
una gira con Delia y Manuel Zapata Olivella: estuvimos en Francia, en Rusia, en
Polonia, en China, parte de Europa, y al regreso, pues contamos en la radio
valluna nuestra memorable experiencia. Así me di a conocer en mi departamento”.
Y ahí en adelante…
“Bueno, mi familia me respaldó con generosidad. Recién
llegada de la gira, mi hermano, el abogado, organizó una reunión en una finca,
donde fueron invitados el gobernador y otras personalidades, dizque para
presentar a la artista en sociedad, a la primera negra que había salido del
país, de modo que yo era la reina de la fiesta. Y llevaron a un señor que era
el director de la orquesta de Cali, un señor italiano de apellido Solari. Entonces
me hicieron cantar. Y me dice el caballero: ‘Yo quiero que cante en mi orquesta’.
Y así fue. Y en esas me conoció Esteban Cabezas, que fue mi marido y el padre
de mis hijos. Me dijo que tenía unas canciones que, según él, yo sólo podía
cantar. Y ahí empezó el trabajo profesional, que con los días desembocó en un
romance, una linda historia de amor”.
¿Qué hacía Esteban Cabezas?
“Él era periodista y compositor, como tú. Trabajó en la revista
Cromos. Era un hombre muy inteligente y creativo Me abrió muchas puertas. Fue
una relación bonita, compaginada y coherente tanto en lo sentimental como en el
arte. El lanzamiento que me hizo en Cali, fue fenomenal, y después en Bogotá, y
en otras ciudades, en las ferias, en la feria de Manizales. Así se fue metiendo
en mi vida, me fue enredando y terminé con dos hijos”.
¿Fue el gran amor de su vida?
“Sí, realmente. Aunque nos separamos, pero continuamos con
una bonita amistad, hasta que Dios se lo llevó. Me quedé con el amor de mis
hijos. Tiempo después falleció mi Candelo, que murió de 34 años en Italia. Y el
otro está aquí trabajando, está muy bien”.
¿Cuántos discos grabados?
“Más de cincuenta. Con Sonolux, fueron cuarenta y siete
discos, y después con Philips se grabaron otros siete. Y, ahora, el nuevo”.
¿Se acuerda del primer acetato?
“Claro, ‘Cantos de mi tierra y de mi raza’, un larga
duración donde estaba ‘A la mina no voy’, ‘Tío guachupecito’, ‘Angelitos negros’,
entre otros clásicos de repertorio: esa fue mi entrada triunfal a la industria
discográfica”.
¿Quién ha sido el compositor de cabecera de La Negra Grande?
“Han sido varios y en diferentes épocas. Además de Esteban,
con esas canciones supremamente hermosas que compuso, el maestro José Barros y
Eduardo Cabas. Ellos han sido firmes referentes de mi música”.
Su primer acetato: entrada triunfal de su brillante y exitosa carrera musical |
Del maestro José Barros, ¿cuál, por ejemplo?
“¡Ay!, qué me dices de esa letra que debemos los colombianos
volver a poner de moda: ‘Violencia’ ‘Violencia…, por qué no permites que reine
la paz, que reine el amor, que puedan los niños dormir en sus cunas sonriendo
de amor… Violencia, por qué no permites que reine la paz…’ Ese tema es
hermosísimo. Y muy actual. Mejor dicho, de hace más de cincuenta años que
venimos debatiéndonos en esta horrorosa guerra”.
Usted, como todos los artistas de bien, apoya la paz, Leonor…
“Yo soy liberal, de las antiguas, de convicción y lealtad, y
a mí duele mucho todo lo que está sucediendo. Ese trato tan decadente que le
están dando a las aspiraciones presidenciales; irrespetuoso para las nuevas
generaciones, para la juventud, los estudiantes. ¡No!, de verdad que da vergüenza.
Eso no se había visto nunca, tanta mentira y ataque. Mira, yo voy a cumplir 80
años y me da tristeza pensar que me voy a morir sin poder ver la paz para
Colombia”.
En este orden de ideas, y como están las cosas. ¿A quién le
cree?
“Yo le creo a Santos. Es real que ha cometido errores y
tiene varias cosas pendientes que prometió y no ha logrado, entre ellas la
salud y la educación. Pero doy mi voto por él porque se ha esforzado y ha
demostrado interés por el proceso de paz. Eso es lo mejor que le puede pasar a
los colombianos. Hay que apoyarlo y en Cali estoy promoviendo su voto entre mis
familiares y mis amigos”.
¿De Eduardo Cabas?
“’Campesino de ciudad’: ‘No le canto al campesino, quedan
pocos campesinos, no le canto a su parcela, ni al río ni a su morena. No le
canto simplemente porque dejó la montaña, porque cambió su vereda por una calle
asfaltada, y su cielo de abril, por un techo de lata, y su burro y su buey, por
un bus de nostalgias’. ¿Cómo te parece? Si es que son canciones que nunca pasan
de moda”.
¿Cómo hace para tener esa memoria intacta, esa lucidez
admirable, y esa voz, fresca, melodiosa, sin fisuras, que se oye tal cual como
en sus primeros acetatos?
“Yo me he cuidado mucho, he sido una mujer sana, respetuosa
con mi público y con mi profesión. Mira, el último disco, el que acabo de
grabar, es el mejor que he hecho en toda mi carrera. Y está dirigido por un
jovencito, Camilo Velásquez, que es hijo de mi manager, María del Socorro
Vallejo. No es por exagerar, pero es un disco de colección, que va a dar mucho
de qué hablar entre mis seguidores y los especialistas en música”.
El título de ese álbum lo dice todo: lo que es usted, lo que
ha hecho, el gran resumen de su vida musical y profesional. Su legado para la
posteridad.
“Es que hasta el nombre es bonito: ‘La Negra Grande es
Colombia’. Y esa de verdad soy yo: una mujer que ama profundamente su país, con
todos los sacrificios y los sufrimientos que hemos pasado los colombianos por
años, pero también con las dichas que nos dan los nuestros, como esas hazañas
que vienen protagonizando los ciclistas, Nairo Quintana, Rigoberto Urán, Julián
Arredondo, todos ellos. Eso me llena de enorme satisfacción para seguir
creyendo en mi país, y amándolo hasta que Dios me lo permita”.
No podía faltar la foto para el recuerdo |
¿Qué significa llegar a los 80 años, Leonor?
“Es tener el agradecimiento total con Dios por este milagro
llamado vida. Ahora pensaba por qué tenía que sentirme extraña porque voy a
cumplir 80, si mi papá llegó a los 107 años y leía sin anteojos, y a esa edad,
el muy sinvergüenza enamoraba a las muchachas. Era un enamorado terrible. ¡Y la
memoria! Además un gran negociante”.
¿Guarda rencores, se arrepiente de algo?
“Para nada, porque uno aprende que a la vida, por más dura
que sea, hay que aplicarle sabiduría. Si con los rencores y las lamentaciones se
arreglara algo…, pero eso es lo que contribuye al deterioro personal, a la
amargura. Eso es nocivo para la salud. ¿Sabes que odiar origina cáncer de
hígado? Esa bilis es peligrosa, demoledora. Hay que aprender a ser feliz. Yo he
sido una mujer alegre en las buenas y en las malas”.
Leonor, un bolero para esos enamorados jóvenes, que aún
desconocen del gustico del romance, de sentirse enamorados de verdad.
“‘Dos gardenias’, para mí es un bolero maestro. Es una letra
enorme y ha tenido cualquier cantidad de versiones, hasta sinfónica. Ese es un
bolerazo. Y yo lo canto: ‘Dos gardenias para ti, con ellas quiero decir, te
quiero, te adoro, mi vida… Pónle toda tu atención, que será tu corazón y el
mío. Dos gardenias para ti, que tendrán todo el calor, de un beso. De esos
besos que te di y que jamás encontrarás en el calor de otro querer…’”.
¿De qué se queja físicamente?
“De nada, gracias a Dios. Hace un tiempo, de la cadera, pero
el doctor Cristancho, el de la propaganda, me la arregló, Por eso lo sigo
adorando. Qué día estuve allá”.
¿Otro doctor?
“El que me cuida la garganta, Héctor Martínez, que es bioenergético
como Cristancho. Ellos son unas almitas de Dios”.
Un consejo para aquellas señoras que sufren envejeciendo.
“¡Ay!, que no sean tonticas, que sean descomplicadas, que se tomen la vida con alegría,
que no lloren cuando les llegue la menopausia. Ese es un proceso normal. Hay que
aprender a aceptar y disfrutar cada ciclo de la vida”.
¿Y que hagan el amor y no la guerra?
“Claro. Bueno, yo ya no hago el amor. Hago el amor con la
música. La guerra no me la nombres que no quiero saber de ella. Por eso hay que
apoyar la paz”.
Leonor González Mina: Creaciones:
Darío Henáo Restrepo, Decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad del Valle, en conversación con La Negra Grande de Colombia:
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