En la luctuosa tragedia ocurrida el pasado domingo en el municipio de
Fundación, departamento del Magdalena (costa norte de Colombia), que dejó como
saldo la muerte de 32 menores y un adulto, y 17 heridos, la mayoría con graves
quemaduras de segundo y tercer grado, y pronóstico reservado, se refleja el
estado lamentable de ignorancia, amnesia e irresponsabilidad que aqueja al país.
No es uno sólo el culpable, en el caso del conductor del
carromato en desuso, consumido por el fuego, el señor Jaime Gutiérrez,
de 54 años, quien iba al votante y hoy está detenido. También está su ayudante y el pastor de la iglesia que lo contrató, a quienes según las autoridades se les imputará cargos por homicidio culposo, toda vez que ellos estaban enterados del deplorable estado de la buseta, de tiempo atrás, sin que se hayan preocupado por hacerle las reparaciones pertinentes, y más cuando esta era empleada para transportar infantes.
Según lo que han registrado los medios de comunicación alrededor de este pavoroso siniestro, el vehículo iba con sobrecupo: 50 ocupantes llevaba; tenía sellada la puerta trasera, sus ventanas de fibra estaban deterioradas, no presentaba reportes de revisión tecnomecánica, tampoco tenía seguro obligatorio; ni hablar del descuido del conductor Gutiérrez, que no portaba licencia de conducción, y que debía una cifra de más de $400.000 en multas, nada extraño en la mayoría de ‘profesionales del volante’, a quienes se les encarga la vida de seres humanos, en el capítulo que nos atañe, una parvada de inocentes que regresaban alborozados de un culto evangélico en el medio día de un domingo tropical.
Según lo que han registrado los medios de comunicación alrededor de este pavoroso siniestro, el vehículo iba con sobrecupo: 50 ocupantes llevaba; tenía sellada la puerta trasera, sus ventanas de fibra estaban deterioradas, no presentaba reportes de revisión tecnomecánica, tampoco tenía seguro obligatorio; ni hablar del descuido del conductor Gutiérrez, que no portaba licencia de conducción, y que debía una cifra de más de $400.000 en multas, nada extraño en la mayoría de ‘profesionales del volante’, a quienes se les encarga la vida de seres humanos, en el capítulo que nos atañe, una parvada de inocentes que regresaban alborozados de un culto evangélico en el medio día de un domingo tropical.
Peor aún la inaudita irresponsabilidad de Gutiérrez, si se concretan las hipótesis que se cuecen de
este desastre –ese parte lo darán las autoridades-, quien sin mediar
precauciones irrebatibles, depositó gasolina de contrabando en el carburador, dizque para superar la falla, así, a la topa
tolondra, con los 50 pasajeros dentro del bus. Igual inaceptable, como se conoció recién
se produjo la explosión, que el conductor le había dicho a los menores que le
echaran combustible al vehículo mientras él iba a buscar un refresco: ¡¿Será
cierto semejante disparate?!
Cómo será el despropósito de esta flota de la muerte, que
para agregar en descalabros no tenía puertas de emergencia (qué las iba a tener
si era un modelo anticuado), que aún no se ha esclarecido a qué empresa estaba
afiliada. Lo único que se conoce es que era de Barranquilla.
Seguramente, como
es habitual en estos casos, nadie dará razón al respecto, nadie conocerá al
señor Gutiérrez, ni al señor pastor, ni al ayudante, nadie asumirá el error, de la misma forma en que nadie en
Colombia da cuenta de sus actos, empezando por quienes ejercen el poder o aspiran a él: todo se evade con la negación
radical, la euforia agresiva o los servicios expeditos de algún abogado del
diablo.
Como siempre, los paños de agua ante estos acontecimientos de
la irracionalidad, no se hacen esperar. La amañada retórica institucional de “vamos
a tomar medidas al respecto”, “nos vamos a apersonar de este caso para que
situaciones similares no vuelvan a suceder”, “estamos con las familias de las
víctimas y les expresamos nuestro solidaridad y respaldo”, bla, bla, bla.
Si no existen soluciones tangibles, inmediatas, es por la
burocracia y la corrupción reinantes, por la ausencia de medidas estrictas,
inaplazables; por el deterioro administrativo donde pujan más intereses
personales, prevaricatos, chanchullos y fraudes; sin descontar la ignorancia y la imprudencia.
Bien saben quienes transitan por carreteras de la costa norte,
que es lo más próximo al suicidio aventurarse a viajar por esas vías, siempre
en mal estado, donde conductores de todas las estirpes sobrepasan los límites
de velocidad, no se cumple el reglamento de viabilidad, menos los
requerimientos esenciales del estado del vehículo, su mantenimiento y las
precauciones que se deben tener en cuenta para asumir una empresa de tamaña
responsabilidad, como cuando se llevan por pasajeros niños, mujeres o
ancianos.
Las criaturas que murieron en esta chatarra andante provenían de
familias humildes. Después de lo sucedido, quién o qué va a resarcir el dolor y
llenar el gran vacío que las inocentes víctimas han dejado. El reconocimiento y
la identidad de los cuerpos ha sido compleja y dolorosa tanto para forenses
como para familiares, en la morgue de Barranquilla. Al menos en diez días se darán respuestas, después de las pruebas de genética practicadas en el Instituto de Medicina Legal, en Bogotá.
Se habla de brigadas de psicólogos para prestar ayuda a los
dolientes, que son muchos, los mismos que el día de la explosión abordaron sus motocicletas sin rumbo, en una
desesperación colectiva, para dar con el paradero de sus seres queridos. Magola
de la Cruz, una habitante de Fundación que con heroísmo logró rescatar a una
pequeña de 7 años por una de las ventanas, entre las llamas, dice que el
fogonazo se alzó con un estrépito ensordecedor, que ella oía las súplicas y los
gritos de los niños pidiendo ser auxiliados, pero que el incendio, voraz y
vertiginoso, no permitió brindar ayuda oportuna. Además, asegura Magola, el
cuerpo de bomberos tardó en llegar.
O el conmovedor panorama de los familiares con los tabloides del
día, como ‘Ajá y qué’, uno de los de mayor circulación en la Costa, que
publicaron las fotografías de las pequeñas víctimas, de clínica en
clínica, en Fundación, en Santa Marta, en Barranquilla, en pos de un reporte,
una noticia alentadora, un dato del estado de salud de sus protegidos.
Dayana León Carranza, de 8 años, una de las sobrevivientes,
aún no sale del impacto de la conflagración. En medio de la desesperación se
lanzó por una ventana. Al caer se lesionó en las rodillas y en una muñeca, pero
aun así logró correr a un establecimiento donde encontró refugio. Sus padres
dicen que fue un milagro por la dimensión del fogonazo. “Todos corrían
alborotados”, narra un testigo. Incluso se presentaron trifulcas, producto del caos, del pánico, de la impotencia de no poder salvar vidas. A la par del incendio se desplomó un aguacero.
El clamor de los padres de Yiret Carolina Molano (6 años),
de Michael Quintero (8 años) y su hermanita Andrea Carolina (de 6 años), de Yerison
Terraza (5 años) y de Cherlis Dayana, su hermana melliza; de los hermanitos
Torregroza, y en general de las 33 víctimas fatales, y de los pequeños que yacen
con pronóstico reservado en centros hospitalarios de Santa Marta y Barranquilla,
hace eco en los corazones de los colombianos.
Rosas y nardos para perpetuar a los angelitos. AFP |
A escasas horas de la tragedia de Fundación, una buseta que
transitaba en la carretera que de Barranquilla conduce a Cartagena, también se
consumía en llamas. Esta vez, se salvaron 23 pasajeros que la ocupaban. Corrieron
con suerte, la misma que les faltó a los parvulitos que viajaban contentos de
regreso a su hogar, después de cumplir al culto dominical en una iglesia modesta de provincia.
Más que tristeza, da rabia. Las dos al tiempo. “Que se mueran los viejos, pero
no lo niños”, pregonaba el filósofo de Otraparte. Sí, da grima cuando la vida
empieza a florecer y la pisotea sin piedad la parca. No hay derecho.
No hay derecho cuando se les vulnera, se les hostiga, se les maltrata; cuando las cifras de violaciones, intimidación y abuso sexual crecen desmesuradamente; cuando se les pone un fusil y se les entrena en las montañas; cuando se adoctrinan para crímenes como hurto, sicariato y microtráfico.
Ahora nos asomamos a una desgracia descomunal, en medio de las vergonzantes artimañas de hackers, vídeos comprometedores, chuzadas, infiltraciones y cuanta patraña perversa sea necesaria para llegar al poder, por encima del que sea, de la misma dignidad de los ciudadanos, 'dignidad', una palabra cada vez más en desuso en el léxico cotidiano. Ese es el ejemplo que este país les está dejando.
Pongámonos de luto por nuestros niños
No hay derecho cuando se les vulnera, se les hostiga, se les maltrata; cuando las cifras de violaciones, intimidación y abuso sexual crecen desmesuradamente; cuando se les pone un fusil y se les entrena en las montañas; cuando se adoctrinan para crímenes como hurto, sicariato y microtráfico.
Ahora nos asomamos a una desgracia descomunal, en medio de las vergonzantes artimañas de hackers, vídeos comprometedores, chuzadas, infiltraciones y cuanta patraña perversa sea necesaria para llegar al poder, por encima del que sea, de la misma dignidad de los ciudadanos, 'dignidad', una palabra cada vez más en desuso en el léxico cotidiano. Ese es el ejemplo que este país les está dejando.
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