Martirio y su hijo Raúl Rodríguez, protagonistas de 'De un mundo raro. Cantes por Chavela' |
Ricardo Rondón Ch.
Don José Alfredo Jiménez y doña Chavela Vargas, los dos juntitos
entre escarchas de esferas siderales, deben estar celebrando ahora mismo el desgarrador
eco por cantes de Martirio, acompañada en la guitarra flamenca por su virtuoso
hijo Raúl.
Será un motivo más que suficiente para acompañar con tequila
o con brandy de solera los dejos melancólicos de una de las piezas musicales
más sentidas y reconocidas del cancionero popular mexicano, que para fortuna de
Melopea universal tantas versiones ha arrojado: la de Joan Manuel Serrat en su
memorable disco ‘Tarrés’, por supuesto la de Chavela Vargas en su inagotable
peregrinaje por escenarios de América y España. Y ahora, la de Martirio y su
retoño, en ese pentagrama garboso de los palos flamencos, con esos sostenidos
en Fa mayor que hace que a hurtadillas se recorte la respiración.
Un trabajo, a la par del disco como del espectáculo en vivo,
que la consagrada intérprete de Huelva (España), remite como una fusión entre
la vida, la muerte y la inmortalidad,
que es el homenaje que ella y su vástago le han hecho con el corazón hecho un puño
a La Chamana, como ellos se refieren de Chavela Vargas.
En el apartado digital son diez canciones que han hecho
historia en el sentimiento de quienes han cultivado por generaciones lo más
depurado de la melodía oficial de México. Letras que cualquiera de nosotros
hemos cantado a capela en el remate de una farra o en evocaciones de María
Dolores Pradera, del propio José Alfredo Jiménez y, esta vez, de la homenajeada
Chamana.
Por la garganta recia y a la vez aterciopelada de Martirio,
fluyen letras como ‘Un mundo raro’, que da nombre al CD y al concierto en
tarima, que Colombia, como primer puerto internacional de esta gira, tendrá el
privilegio de disfrutar mañana jueves 5 de diciembre en el teatro ‘Jorge
Eliécer Gaitán’, en Bogotá, y el viernes 6 en el teatro ‘Pablo Tobón Uribe’, de
Medellín.
En ese racimo también suenan clásicos como ‘El andariego’, ‘Luz
de luna’, ‘Quisiera amarte menos’, ‘La
sandunga’, ‘La llorona’, ‘Las simples cosas’ y ‘Sombras’, entre otras, que con
los arpegios de Raúl Rodríguez, antropólogo cultural y guitarrista excepcional,
visten de traje andaluz y enhorabuena a lo más representativo de la ranchera.
Tarea que no ha sido fácil si se tiene en cuenta el encierro
de ambos, el estudio concienzudo a voz y cuerdas, los sabios silencios que deja
la humildad en los intervalos, pero en definitiva, el disfrute, el goce
absoluto de transmitirlo a su público en la rotundidad, el amor profundo que
les inspira estas melodías y el respeto y la admiración por una de sus grandes
intérpretes y cultoras, la siempreviva Chavela Vargas.
Tres cartuchos en el cabello engominado, unos arabescos en ónix que ahora reemplazan su tradicional peineta de carey. Y sus gafas. Las
gafas que, según ella, protegen su desnudez interior y de las que sólo se despoja en ocasiones especiales, seguramente, como lo hará en Bogotá y
Medellín, cuando ante micrófonos dedique estos conciertos a su amiga desde los
cielos, Fanny Mikey y a su máxima obra para fortuna de Colombia y del planeta
histriónico: El Teatro Nacional, que por estas fechas cumple 32 años de
actividades.
Así lo ratificó Martirio esta mañana en su encuentro con la
prensa cultural en el Hotel Cosmos de la capital, con una sencillez que raya en
la más genuina modestia, con el candor de su voz de interlocutora a manera de
susurro y con el aprecio de antología que ella siempre ha sentido por Colombia:
“Es un país que extraño mucho al otro lado del océano, que me ha enseñado tan
cosas y que llevo a donde quiera que voy como parte de mi equipaje”. Se refirió a la grandeza de dos mujeres
nuestras porque quienes ella profesa notable admiración: Totó la Momposina y Petrona Martínez, pero
también hizo énfasis en la fortaleza y alegría que a su estado anímico y como
un bálsamo confiere el vallenato.
Por su parte, Raúl Rodríguez, hizo hincapié en que ‘Un mundo
raro’ “y aunque no fue concebido en un principio como tal, resultó ser una
terapia, un ejercicio medicinal, pero a la vez una cita con el aprendizaje
mutuo, una mezcla de culturas a través del sentimiento, la guitarra, la poesía
y el canto, y el inmenso aporte de ese conjunto en su belleza que transforma
para bien al ser humano”.
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