Luisa Fernanda Ovalle, la porrista de Millonarios que fue asesinada hace un año en un parque del sector de Castilla, sin que a la fecha se conozcan pistas del homicida. Foto: Pulzo.com |
¿Dónde estará el asesino? ¿Cuántos muertos llevará a cuestas en la ciudad del miedo? ¿Cómo será su morada, el hogar que habita? ¿Qué contestará a su mamá en el comedor , a la hora de la cena, cuando ésta le pregunta sobre los quehaceres del día? ¿Tendrá un hermano menor que le enseña un dibujo a colores para saber su concepto? O, ¿una hermana mayor que se alista a esa hora, la del final de la tarde, para atravesar la urbe y cumplir a su compromiso de operadora en un call center?
¿Cómo serán los sueños del homicida cuando él es en realidad el protagonista de sus más tenebrosas pesadillas? ¿Podrá dormir en paz o se sobresaltará a menudo con las réplicas amenazantes de una conciencia que no lo deja tranquilo? ¿Acaso oirá entre penumbras el clamor angustiante de sus víctimas, el grito herido del ultraje y las cuchilladas? ¿Sentirá el horror ante el horror de lo cometido, cuando se sabe que aquel que comete un crimen es la primera víctima?
Ha pasado ya un año del homicidio de Luisa Fernanda Ovalle Chávez, la bella porrista de Millonarios, muerta a manos de un salvaje quien inexplicablemente le cercenó su existencia con arma blanca, a escasos metros de su residencia, en el sector de El Rincón de Los Ángeles, localidad de Kennedy.
Un año sin que se conozca un sólo dato de la identidad o del paradero del victimario y los móviles que lo condujeron a cometer tan repudiable delito. Uno más en la cantidad que permanecen impunes y que derivan de la cada vez más alarmante inseguridad que azota la ciudad en sus cuatro puntos cardinales: el robo de celulares y otros dispositivos tecnológicos, el atraco silvestre en calles y avenidas, en los semáforos, en los supermercados, a la salida de la discoteca, al frente de los colegios, en los taxis, en los caños o en los parques, uno de ellos, cercano al domicilio donde yacía agonizante el esbelto cuerpo de la porrista azul.
Después de un año, con el corazón aún comprimido por el dolor, doña Tatiana Chávez, madre de Luisa Fernanda, sostiene que no ha recibido ningún pronunciamiento de las autoridades sobre las pistas del asesino, que el borroso vídeo de Transmilenio ha imposibilitado su identificación, y que a partir de ese episodio funesto su vida cambió radicalmente:
"Luisa Fernanda era el sol de mi vida, mi princesa, y me la arrebató la delincuencia", dice constreñida la dama al abrigo de los dos hijos que le quedan, sin más respaldo que el de los medios de comunicación que la han llamado de nuevo para solidarizarse con su drama. "Donde se encuentre el asesino, lo único que le puedo decir es el daño tan grande que le ha causado a mi familia y a mí. Acabó con la felicidad de mi hogar. Porque eso era mi niña, un derroche de optimismo y alegría".
¿En qué parque, en qué calle, en qué esquina oscura se agazapará ahora el criminal con su resplandor de cuchillo a la espera de una nueva víctima? ¿Vivirá el asesino o habrá sido víctima de su propio karma? Sí, porque de esa ley inexorable, la del que 'al que hierro mata, a hierro muere', no se salva nadie.
Así registramos hace un año la tragedia de Luisa Fernanda
Todo lo triste cabe ahora en este árbol reverdecido por el invierno. Allí, en este sitio, desde que se conoció la
fatídica noticia del crimen de Luisa Fernanda Ovalle Chávez, ocurrida el pasado
sábado 30 de noviembre, hacia las 6:30 p.m., no ha cesado la romería de vecinos
y curiosos para dejar un ramo de flores, una corona, una veladora o un responso por el alma de la joven y bella
porrista de Millonarios, de 18 años, asesinada de manera brutal a manos de un
desquiciado, por quien ofrecen veinte
millones de pesos a quien de pistas para dar con su paradero.
¿Cómo serán los sueños del homicida cuando él es en realidad el protagonista de sus más tenebrosas pesadillas? ¿Podrá dormir en paz o se sobresaltará a menudo con las réplicas amenazantes de una conciencia que no lo deja tranquilo? ¿Acaso oirá entre penumbras el clamor angustiante de sus víctimas, el grito herido del ultraje y las cuchilladas? ¿Sentirá el horror ante el horror de lo cometido, cuando se sabe que aquel que comete un crimen es la primera víctima?
Ha pasado ya un año del homicidio de Luisa Fernanda Ovalle Chávez, la bella porrista de Millonarios, muerta a manos de un salvaje quien inexplicablemente le cercenó su existencia con arma blanca, a escasos metros de su residencia, en el sector de El Rincón de Los Ángeles, localidad de Kennedy.
Un año sin que se conozca un sólo dato de la identidad o del paradero del victimario y los móviles que lo condujeron a cometer tan repudiable delito. Uno más en la cantidad que permanecen impunes y que derivan de la cada vez más alarmante inseguridad que azota la ciudad en sus cuatro puntos cardinales: el robo de celulares y otros dispositivos tecnológicos, el atraco silvestre en calles y avenidas, en los semáforos, en los supermercados, a la salida de la discoteca, al frente de los colegios, en los taxis, en los caños o en los parques, uno de ellos, cercano al domicilio donde yacía agonizante el esbelto cuerpo de la porrista azul.
Después de un año, con el corazón aún comprimido por el dolor, doña Tatiana Chávez, madre de Luisa Fernanda, sostiene que no ha recibido ningún pronunciamiento de las autoridades sobre las pistas del asesino, que el borroso vídeo de Transmilenio ha imposibilitado su identificación, y que a partir de ese episodio funesto su vida cambió radicalmente:
"Luisa Fernanda era el sol de mi vida, mi princesa, y me la arrebató la delincuencia", dice constreñida la dama al abrigo de los dos hijos que le quedan, sin más respaldo que el de los medios de comunicación que la han llamado de nuevo para solidarizarse con su drama. "Donde se encuentre el asesino, lo único que le puedo decir es el daño tan grande que le ha causado a mi familia y a mí. Acabó con la felicidad de mi hogar. Porque eso era mi niña, un derroche de optimismo y alegría".
¿En qué parque, en qué calle, en qué esquina oscura se agazapará ahora el criminal con su resplandor de cuchillo a la espera de una nueva víctima? ¿Vivirá el asesino o habrá sido víctima de su propio karma? Sí, porque de esa ley inexorable, la del que 'al que hierro mata, a hierro muere', no se salva nadie.
Así registramos hace un año la tragedia de Luisa Fernanda
Hace un año se puso esta ofrenda floral en el árbol donde un criminal le quitó la vida a la joven y bella Luisa Fernanda Ovalle, estudiante de Ciencia Política. Foto: La Pluma & La Herida |
Luisa Fernanda, quien
cursaba sexto semestre de Ciencia Política en la Universidad de San
Buenaventura, carrera que alternaba con su pasión por el equipo azul desde su
calidad de animadora en todos los partidos que se realizaban en Bogotá, murió a
escasos cincuenta pasos de su residencia, según relato desgarrador de su señora
madre, en las preliminares de las exequias efectuadas el pasado martes 3 de
diciembre.
Uno no se imagina la agonía de esta jovencita, después de
haber sido atacada en seis ocasiones por el homicida, con arma blanca, en la región
torácica, con una sevicia que pone en duda que se haya tratado de un atraco,
como suponen los investigadores, toda vez que después del siniestro ella
conservaba su celular de alta gama, dos microimpresoras y doscientos mil pesos.
Extraño sí que esa tarde la víctima no haya tomado el bus
alimentador, como era su costumbre, cuando regresaba de sus compromisos a la
estación Banderas de Transmilenio, y más cuando aquel sábado estuvo azotado
por un inclemente aguacero.
Era obligado entonces pasar por ese parque que circunda El Rincón de Los Ángeles, sector de Castilla, al noroccidente de Bogotá, donde sus residentes, de tiempo atrás, se vienen quejando de una serie de hurtos a mano armada, incluso de violaciones, sin que haya intervenido en ninguno de estos episodios la acción de la fuerza pública o la emergente instalación de un CAI.
Era obligado entonces pasar por ese parque que circunda El Rincón de Los Ángeles, sector de Castilla, al noroccidente de Bogotá, donde sus residentes, de tiempo atrás, se vienen quejando de una serie de hurtos a mano armada, incluso de violaciones, sin que haya intervenido en ninguno de estos episodios la acción de la fuerza pública o la emergente instalación de un CAI.
Como quiera que sea, atraco, intento de violación o
cualquier otro remitente criminal, y si la porrista puso resistencia, su
asesinato vil, su lamentable pérdida, el inmenso dolor y vacío que ha dejado en
sus familiares, amigos, compañeras de universidad y de equipo, ha cundido en lo
más profundo de la opinión pública, en una ciudad cada vez más desprotegida,
donde el hampa silvestre no respeta edades, condiciones ni estratos.
En la cantidad de fotos que circulan por las redes sociales,
se observa en Luisa Fernanda Ovalle a una joven de una hermosura prístina, con
unos ojos habladores y pletóricos de vida. Gozaba de una energía desbordante en
sus actividades. Becaria por alto puntaje de la Universidad San Buenaventura,
donde cursaba quinto semestre de Ciencia Política, se destacaba por su interés y
colaboración. En el equipo de Millonarios era la más dinámica y comprometida,
según versión de su entrenadora Jineth Castañeda.
Su mejor amiga, Daniela Suárez, con quien Luisa Fernanda
tuvo contacto por última vez el sábado, a través del chat, la recuerda por su ternura, su
hiperactividad como porrista, pero también por su capacidad de liderazgo. Igual que Alejandra Tovar, otra de las animadoras de Millonarios: “era la que
prendía la chispa del equipo y la que celebraba como ninguna de nosotras sus
goles”.
Pero la herida más profunda en el corazón la padece su
señora madre, Tatiana Chávez, a quien se refiere de su hija como “mi princesa”. Esa trágica tarde de sábado la estaba
esperando para asistir con ella a una fiesta programada en inmediaciones de la
Universidad Javeriana. Luisa Fernanda venía del barrio 20 de Julio de cumplir a una
cita en un almacén para promocionar unas microimpresoras, en aras de recaudar
dineros propios para sus gastos. Las últimas palabras que escuchó doña Tatiana
de su hija a través del celular fueron: “Sí, mamita, vamos a la fiesta. Yo
estoy llegando por ahí a las seis de la tarde…”.
Probablemente ella, ante la congestión que a esa hora, por
el aguacero, se presentaba en la estación de Banderas, vio que era dispendioso
tomar un alimentador y decidió avanzar a pie. A la porrista le faltaron escasos
cincuenta pasos para alcanzar el umbral de su morada. Entre las tinieblas y con un invierno feroz surgió
la sombra del asesino que la atacó sin
piedad. Tito Bedoya, vecino de El Rincón de Los Ángeles, argumenta que él
alcanzó a ver de lejos el forcejeo que ocurría junto al árbol, pero que en
segundos todo se disipó. Aún así, sostiene el testigo, que el agresor era un
hombre de aproximadamente 20 años, alto y delgado.
A Luisa Fernanda, empapada en agua y sangre, con los dedos
crispados por la agonía y con los estertores de la muerte, la alcanzaron a
llevar a la Clínica de Occidente, pero ya era demasiado tarde. Tatiana Chávez
no ha parado de llorar y de atender llamadas: de su familia, de los reporteros
judiciales, de los forenses, de la policía. Lo único que clama es por la pronta captura del criminal: “Me
apagaron mi vida, se llevaron lo más preciado de mi existencia, mi princesa, la
luz de mis ojos”, musita la señora con voz entrecortada.
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