sábado, 26 de julio de 2025

45 años trabajando entre miles de libros y ciertos fantasmas que rondan el edificio de la Academia Colombiana de la Lengua

 


 Calixta Terreros Patiño ha entregado más de la mitad de su vida al servicio de la institución lingüística. Allí vivió cuando era joven

Ricardo Rondón Chamorro 

Fotos: Ricardo Rondón

A Calixta Terreros Patiño se le enciende de gozo la mirada cuando habla de su trabajo en la Academia Colombiana de la Lengua (ACL), a donde llegó de 20 años. A la fecha completa 45 de servicios en esta institución que vela por la defensa y el buen uso del idioma español; la más antigua de las veintitrés academias correspondientes de la Real Academia Española (RAE), fundada en 1871, cuya primera sede en Bogotá fue la casa del filólogo y escritor Miguel Antonio Caro.

Puntualiza Terreros que en todo este tiempo no se ha sentido a gusto en otro lugar que no sea el de su trabajo, al que define como “un recinto de sabiduría, silencio y tranquilidad, con todo y sus fantasmas, porque los hay”, sonríe ella, mientras desliza la brilladora por el piso de parqué de la Biblioteca Antonio Gómez Restrepo, que aún conserva su fichero fundacional.

“Soñaba con ser periodista, porque me gusta la investigación; o azafata, para viajar por el mundo. Los anhelos no se cumplieron, pero agradezco a Dios y a quienes hicieron posible servir y ganarme la vida en un lugar como este, donde sigo trabajando cuatro años después de que me pensioné, gracias a la complacencia del doctor Jaime Posada Díaz cuando fue director”, expresa Terreros.

Desde 1960, cuando se abrieron las puertas del edificio de estilo neoclásico de la Academia Colombiana de la Lengua, obra del arquitecto español Alfredo Rodríguez Orgaz, impulsado por el erudito sacerdote jesuita Félix Restrepo Mejía, han pasado por el frente miles de transeúntes, quizás ajenos a la historia de su arquitectura, su infraestructura interior, de las bibliotecas y reliquias editoriales y de bien patrimonial.  

Montaña de libros 


Calixta Terreros Patiño llegó de 20 años a trabajar a la Academia de la Lengua.

Calixta rememora su primer día de trabajo en la Academia Colombiana de la Lengua, hace 45 años. Una prueba de fuego que se prolongó por cuatro años:

“Me tocó la limpieza de una montaña de libros, un promedio de 20.000. Quedé vacunada de polvo y alimañas, porque los libros venían hasta con telarañas. No solo era limpiarlos sino catalogarlos y organizarlos, con la orientación de don Manuel José Forero, que era el bibliotecario. En esas duré 1460 días”.

Lectora desde niña, el destino ubicó a Calixta en el escenario ideal, sobre todo por su interés en novelas románticas como María, cuyo argumento la dejó tan prendada que en unas vacaciones viajó a El Cerrito, Valle, a conocer la hacienda El Paraíso, donde la pluma de Jorge Isaacs firmó la que es considerada una de las obras más representativas del romanticismo americano.

Entre los 70.000 libros que guarda la Academia Colombia de la Lengua figura una buena parte de la colección Camelia, de España (lecturas para señoritas), con títulos de Corín Tellado y de otras plumas de folletín, que acopia el romanticismo lacrimógeno de época. Calixta, que no ha estado exenta de las fracturas del corazón, sigue creyendo en el amor, y allí se toma el tiempo para desempolvar páginas.

En este recinto, la colección Camelia es apenas el costurero sentimental de la institución porque aquí reposan joyas editoriales de incalculable valía, como incunables que datan de 1545, empastados en cuero de oveja, que compendia La Rítmica Sacra: estudio de la poesía europea, del Instituto Caro y Cuervo; además de los archivos patrimoniales de Rafael Pombo y de Soledad Acosta de Samper, digitalizados por la Biblioteca Nacional de Colombia y de libre consulta, según María Eva Quintana, asistente de biblioteca de la ACL.

Miles de libros que, desde su fundación, han llegado a través de donaciones oficiales y particulares (algunas por canje); del Instituto Caro y Cuervo, y de letrados como Antonio Gómez Restrepo, Mario Germán Romero, Rubén Darío Páez Patiño y Luis Carlos Sáchica, entre otros.

Entre fantasmas 

Con el mural Apoteosis de la Lengua Castellana, del maestro Luis Alberto Acuña

A la Academia Colombiana de la Lengua, ubicada en el corazón de Bogotá (carrera 3 n.° 17-34), Calixta, dama jocosa y perspicaz, dice que llegó de Fómeque, Cundinamarca, su pueblo natal, después de haber sido empacadora en una empresa de comestibles; en las bodegas de Cafam La Floresta, y en una fundación vocacional de jóvenes cristianos de Teusaquillo.

“Llegué a la academia con contrato indefinido y 4.500 pesos iniciales de salario, por recomendación que un cuñado mío le hizo al doctor Horacio Bejarano, jefe de personal, quien le sugirió al padre Félix Restrepo, director general, mi aspiración de trabajar”. 

“Aquí, recién ingresada, viví cinco años, hasta que me casé, porque en el sótano había un apartamento que el padre Félix le asignó a su conductor, mi cuñado, Luis Eduardo Hospital, esposo de Mariela Terreros Patiño, mi hermana. Los dos ya fallecidos”, menciona Terreros.

-¿Cómo fue vivir en el templo sagrado del idioma?

Era muy acogedor. Con vista a los jardines. El apartamento constaba de dos alcobas, sala-comedor, cocina y baño. Se cocinaba con gasolina. Las noticias las oíamos en Radio Santa Fe. Teníamos un televisor en blanco y negro. Los domingos eran de Media Torta o Septimazo. Llegaban los periódicos El Tiempo, El Espectador, El Colombiano y La República. Un privilegio vivir y trabajar en el mismo espacio.

-¿El apartamento sigue siendo habitable?

No señor. Hace tiempo es utilizado como bodega de mantenimiento, materiales y herramientas.

-Cómo es el cuento de los fantasmas, que se riega en la mayoría de casonas y edificios antiguos del centro histórico de Bogotá.

“No es cuento. Soy testigo de esos fenómenos, porque he pasado 45 años aquí. De noche se oía que corrían las sillas, lo mismo que el tecleo de las máquinas de escribir. Don Armando Ríos, uno de los antiguos guardias del edificio, decía que oía trabajar la impresora sin haber un alma dentro; bueno, sería un alma en pena”. 

“Una vez, para una reunión de académicos en la oficina de la Comisión de Lingüística, se volteó un vaso de agua en pleno día sin que nadie moviera una pestaña. Eso ocurrió después del fallecimiento del doctor Carlos Patiño Roselli. Al principio uno se asustaba, pero con el tiempo se volvió costumbre”.

De lo divino y humano 


Calixta en el Paraninfo de la Academia Colombiana de la Lengua

Por pesquisas propias, Calixta Terreros Patiño cita capítulos de la historia de la Academia Colombiana de la Lengua, de mucho antes de instalarse los cimientos del imponente edificio, cuasi réplica de la matriz de la Real Academia Española (RAE), en el exclusivo sector madrileño de El Retiro, vecina del Museo del Prado, con su imponente frontis neoclásico custodiado por cuatro columnas dóricas y rodeado de jardines y de efigies de ilustrados.

“Mucho antes del edificio de la Academia, estos terrenos fueron paradero de arrieros con sus bestias de carga, que bajaban del páramo y cruzaban el puente del río San Francisco. Llegaban a refrescarse con guarapo y chicha”, relata Calixta, mientras avanzamos en un paseo por exteriores, donde, desde su pedestal, don Miguel Antonio Caro mira el Templete al Libertador (eje del Parque de los Periodistas), obra del italiano Pietro Cantini, inspirado en el Templo de Vesta.

Las palmeras de años se alzan impetuosas y el viento recio que baja de los cerros juega con sus ramajes. Hay ullucos, hortensias, novios, dalias y primorosos rosales que bordean la estatua del padre Félix Restrepo Mejía, homenaje a su admirable y valioso legado.

Al regreso nos espera en el vestíbulo el profesor Carlos Varón Castañeda, joven lingüista y becario, quien muy amable, invita a Calixta y al reportero a un recorrido por los solemnes aposentos de la Academia Colombiana de la Lengua.

La ruta inicia en el vestíbulo principal donde está el mural El Castellano Imperial que custodia el bronce de Miguel de Cervantes Saavedra, referente de la lengua española, obsequio del escultor Juan de Ávalos.

El Castellano Imperial representa los dominios de la lengua española -explica nuestro guía-. Es una obra del maestro santandereano Luis Alberto Acuña Tapias. Aquí se observa el recorrido de la lengua española desde su lugar de origen hacia las hoy excolonias españolas”.

“A lado y lado del planisferio, protegido por las columnas de Hércules, se vislumbran los rupos que hablan el idioma: español, filipino, indígena y afrodescendiente. En los extremos flotan las banderas de los países que heredaron la lengua. El mural mide 7 metros de ancho por 2.25 de alto y fue un obsequio de la Compañía Colombiana de Seguros”, indica Varón Castañeda.

Tomamos nota. Calixta sigue atenta. El lingüista prosigue bajo la mirada serena de Cervantes:

“También podemos apreciar los bustos de ilustres miembros de la Academia Colombiana de la Lengua, entre otros Rufino José Cuervo Urisarri, Alberto Lleras Camargo, Germán Arciniegas, el médico y filólogo Ezequiel Uricoechea, Rafael Pombo, Baldomero Sanín Cano, Marco Fidel Suárez (eminente gramático que conserva el récord por ingreso de edad a la academia: 26 años), el poeta Guillermo Valencia y Jaime Posada Díaz, anterior director de la ACL”.

El paraninfo 


Calixta Terreros con el profesor Carlos Varón Castañeda, asesor de la ACL

Por el mismo vestíbulo nos adentramos en el paraninfo Félix Restrepo Mejía, joya arquitectónica y escenario de acontecimientos honoríficos y culturales en la historia de la ACL. El profesor Varón Castañeda retoma su orientación:

“El paraninfo, de estilo neoclásico, tipo hemiciclo (sala semicircular), está adornado por quince hornacinas (cavidades en las paredes) que acogen las estatuas que representan un recorrido cronológico por las letras universales”.

“El Cristo que separa por la mitad las hornacinas interpreta el verbo divino, antes y después de la era cristiana. Antes de Cristo: David, con sus salmos; Homero (máximo exponente de la lírica clásica), Platón, filósofo griego, exponente de la concepción de la academia como espacio de ilustración y aprendizaje; Sófocles, referente de la dramaturgia clásica; Marco Tulio Cicerón, filósofo, escritor y político romano; Horacio, poeta lírico y satírico en lengua latina; y Virgilio, poeta de la antigua Roma, autor de La Eneida, Las Églogas y Las Geórgicas”.

“Después de Cristo: San Agustín (Aurelio Agustín de Hipona), escritor, teólogo y filósofo cristiano, autor de Confesiones; Dante Alighieri, poeta italiano de La Divina Comedia; William Shakespeare, el escritor y dramaturgo más importante en lengua inglesa; Luis de Camoens, poeta mayor en lengua portuguesa, autor de Los Lusíadas; Jean - Baptiste Poquelin (reconocido como Molière), símbolo de la dramaturgia francesa; Johann Wolfang Goethe, novelista, poeta y naturalista alemán; y Fiodor Dostoievski, inagotable pluma de la literatura rusa”.

El profesor Carlos Varón Castañeda fija un intervalo, porque lo que sigue es su explicación del fresco monumental de 10 metros de ancho por 4 de alto titulado Apoteosis de la Lengua Castellana (otro mural del maestro Luis Alberto Acuña Tapias, donado por Ecopetrol) que, desde el estrado, domina el auditorio Le propongo a Calixta que se ubique junto a la magna obra para recordarla en un retrato. 

“Aquí están representadas las grandes figuras que han hecho inmortales la literatura hispanoamericana, desde Rodrigo Díaz de Vivar (El Cid Campeador), hasta Arturo Cova, coprotagonista de La vorágine, de José Eustasio Rivera; pasando por Don Quijote y Sancho Panza, de Cervantes; La Celestina (Fernando de Rojas), El lazarillo de Tormes (autor anónimo), El convidado de piedra (Tirso de Molina), Segismundo, de La vida es sueño (Calderón de la Barca), Don Juan Tenorio (José Zorrilla)”.

“También componen la escena personajes americanos como Caupolicán, coprotagonista de La Araucana (Alonso de Ercilla), Gonzalo de Oyón (poema épico de Julio Arboleda), Martín Fierro (José Hernández), Doña Bárbara (Rómulo Gallegos), El periquillo sarniento (personaje de la primera novela escrita en América por el mexicano Joaquín Fernández de Lizardi), el gran Peralta, de En la diestra de Dios Padre (Tomás Carrasquilla); Efraín y María, de María (Jorge Isaacs), Tabaré (del poema de Zorrilla de San Martín) y Cumandá (del ecuatoriano Juan León Mera), entre otros”, expone Varón.

El mundo de Calixta


 Calixta enseña uno de los ejemplares de la colecci
ón Camelia

Continuamos en un recorrido por las salas y oficinas más importantes de la ACL (que el 10 de mayo de 2025 cumplió 154 años), como la sala José María Vergara y Vergara, en memoria de su fundador y primer director, donde se celebran las reuniones en pleno de los 29 miembros de número (alusión a las letras del alfabeto).

Está la sala Alberto Lleras Camargo, que pertenece al director de la Academia Colombiana de la Lengua, en la actualidad el doctor Eduardo Durán Gómez, abogado, periodista, escritor e historiador; contigua a la oficina de Cristina Mera Fernández, su asistente.

La sala Luis López de Mesa, despacho de la Secretaría General de la Academia Colombiana de la Lengua, que hoy ocupa la académica Cristina Maya, miembro de número. La sala Torres - Díaz Piedrahíta, ocupada por el vicedirector de la corporación, don César Navarrete, y donde becarios de la ACL han trabajado en proyectos lingüísticos y editoriales como la actualización del Diccionario de la lengua española y el mantenimiento del archivo de la Comisión de Vocabulario Técnico.

Y la sala Rafael Maya, Oficina de Información y Divulgación, donde atiende, desde hace 25 años, el profesor Cleóbulo Sabogal Cárdenas. En el tercer piso reposan otros fondos de bibliotecas de varias donaciones, como la de Monseñor Mario Germán Romero, con cerca de 20.000 libros. En el sótano está el teatrino Germán Arciniegas, que conserva las 77 sillas y su cabina de proyección.

El tránsito por aposentos, salas y exteriores de la Academia Colombiana de la Lengua, al hilo del profesor Carlos Varón Castañeda y de Calixta Terreros Patiño, ha sido maravilloso. Se acerca el mediodía. Calixta suspende sus labores de rutina y nos invita a un café que nos sirve Luz Dary Algeciras, su compañera de servicios generales.

Entre sorbos del estimulante tónico, le pregunto a Calixta por su familia, quién le hace compañía.


Con María Eva Quintana, asistente de la biblioteca de la ACL

“Tengo tres hijos: Ísis, José Giovanni y José Luis Benavides Terreros, que me han dado cinco nietos. Vivo con Ísis en el barrio Carimagua. Ella es tecnóloga en sistemas. Luis también vive en Bogotá. Y José Luis está radicado hace 20 años en Estados Unidos. Él es empresario y reside en Carolina del Norte”.

Calixta hace una pausa. Se acentúa un brillo intenso en su mirada. Observa al entrevistador y reanuda:

“Como no fui azafata, mi hijo José Luis me hizo cumplir el sueño de conocer Estados Unidos y Europa. Me llevó a París, Roma, Fátima, Lisboa. De cada ciudad tengo fotos. Se las voy a pasar por WhatsApp”. 

“En París, con la Torre Eiffel; en Madrid, Cibeles, La Puerta del Sol y en otros sitios; en Roma, la Fuente de Trevi, la Plaza de San Pedro, la Capilla Sixtina y la Catedral de Santa María La Mayor. Y, en Portugal, el Santuario de Fátima. Qué belleza la de esos lugares y monumentos”.

“En diciembre, si Dios lo permite, viajo otra vez a Estados Unidos, aprovechando el mes de vacaciones que nos da la Academia cada año. De allá conozco Nueva York, he paseado por Manhattan. También estuve en Atlanta, las dos Carolinas (del Sur y del Norte), y en Washington, por la Casa Blanca”. 

“También le voy a pasar fotos mías con algunos de los académicos: el expresidente Belisario Betancur, el doctor Jaime Posada, Irene Vallejo -tan querida ella-, y otros, de los que me acuerdo cuando veo sus retratos”.

Calixta narra su bella historia de vida con la alegría de las princesas de las películas y los cuentos de hadas. 

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