Maestro en artes plásticas, su obra es un acto de fe, resistencia y resiliencia
contra la violencia y las necesidades que padece su pueblo
Ricardo Rondón Chamorro
Fotos: Yeison Riascos
Yeison Riascos Mosquera, maestro de artes plásticas, oriundo de Buenaventura, se mueve entre las luces y sombras de la dura realidad que ha golpeado por años su región, y entre lo sagrado y profano que encuentra en su comunidad. Para él, un santo puede ser el humilde caonero que al despuntar del alba emprende su faena diaria; o una anciana platonera (vendedora de pescado), que resignada ignora los pasos lentos de su santidad.
De su laboratorio y taller de enseñanza, que es el patio de la casa paterna del barrio 12 de abril, comuna 9 del "bello puerto del mar" que inmortalizó Petronio Álvarez, ha germinado gran parte de su obra performática y fotográfica, donde el corpus es la materia prima de sus creaciones, con una mirada retrospectiva a tres referentes en su carrera: Caravaggio, genio por encima del bien y del mal del barroco italiano; de la contestataria artista estadounidense Kara Walker, autora de las impactantes y no menos seductoras siluetas en cartulina negra, lecturas de violencia, racismo, género y sexualidad; y del fotógrafo iconoclasta cubano americano Andrés Serrano.
Egresado de la Universidad del Cauca, Riascos hizo de su tesis de grado una obra monumental, con un guiño a Caravaggio, Descendimiento, se llama, sacra representación de las 12 víctimas de una atroz masacre ocurrida en Buenaventura, en 2005. Así lo explica:
"Doce muchachos humildes del barrio Punta del Este, torturados y asesinados. Fuerzas oscuras los llevaron engañados, dizque a un partido de fútbol. Les prometieron, por participar, mercado y 200.000 pesos para cada uno. Abordaron un vehículo que los llevaría a la supuesta cancha, pero jamás regresaron a sus hogares. Encontraron sus cuerpos baleados, con quemaduras de ácido. Les sacaron los ojos. Les arrancaron las uñas. Nadie se pronunció. De esa fecha, las madres no paran de pedir justicia".
-Cómo fue el proceso creativo de la obra...
Parte del estudio de escritos bíblicos para contar mi propia historia. Convoqué a 12 muchachos afros del barrio 12 de Abril. En mi estudio, guindé cuerdas para representar con cada uno un descendimiento. Para las heridas de bala y las quemaduras utilicé sobre los cuerpos elementos caseros como látex y colorantes. Luego vino el estudio fotográfico de los modelos. El resultado: 12 retratos, fondo negro y en retablo, de un metro de alto por 60 centímetros de ancho. Un relato gráfico de la cristificación de nuestros pueblos olvidados, azotados por la violencia extrema.
Esta obra, que también se conoce como 'Buenaventura: visión sagrada del Pacífico', fue mi tesis de graduación como maestro en artes plásticas, y ha sido expuesta en el Centro Cultural, y en la Universidad Cesi, de Cali, y en la Universidad Libre de Bogotá. Propone una reflexión sobre el corpus como instrumento violentado y desacralizado, y del arte como medio político de donde surge cantidad de preguntas, la más fija, repetitiva y contradictoria, sobre todo en los territorios ignorados: "¿Por qué vivimos matándonos?".
Sus orígenes
El corpus como instrumento de relato en la obra de Riascos
Riascos Mosquera es el menor de una familia de cuatro hermanos, clase media del puerto. Su padre, José Noé, se ha ganado a pundonor el sostenimiento de sus seres queridos como mecánico de motores fuera de borda, y su señora madre, doña Myriam, encargada de la labor más puntual y abnegada, la de la crianza de los hijos y el funcionamiento del hogar.
-Cómo se descubrió artista, maestro.
De niño. Me jalaba más los crayones y los lápices de colores que el fútbol, que en las calles de mi barrio se ve a toda hora. Disfrutaba dibujar sobre mi entorno: el mar, la exuberancia de la naturaleza, pero también la tradición de mi pueblo: su música, sus danzas, el bambuco viejo, el currulao; toda esa arquitectura del Pacífico que es incomparable; sus saberes y sabores; ese vapor contagioso que se desprende del seco de tollo (tiburón pequeño), que prepara mi madre con salsa de coco; y divertimentos tan nuestros como oír la lluvia sobre las tejas de zinc de los ranchos de nato y machimbre, o los sonidos del bombo y la marimba de chonta.
-Y, la Salsa, por supuesto. Buenaventura, por antonomasia, es uno de los primeros asentamientos de la melodía afroantillana.
-Claro, todo el tiempo, empezando por Peregoyo y su Combo Vacana. Buenaventura es el patio trasero de la Salsa en el Pacífico, puesto que también disputa Tumaco por su tradición vinilera. Por mi madre descubrí la magia de Celia Cruz y la Sonora Matancera, y de ahí en adelante Fania, Los Hermanos Lebrón, el Grupo Niche, la salsa de mi tierra.
-¿Cómo llega a la fotografía?
Por una cámara Réflex analógica, regalo de mi hermano mayor para mi cumpleaños 18. Ahí empezó la fiebre, el gran descubrimiento a través del obturador y el lente de esa camarita, que me aproximó más a mi comunidad, a la realidad y las vivencias de mi gente, a las platoneras de la plaza de mercado, desempleados de los parques, rebuscadores mil oficios, mototaxistas, la cultura ancestral de las mujeres y sus exóticos peinados; una cartografía identitaria del entorno raizal. De ese bello ejercicio alquímico de registrar, fijar y revelar surgieron muchos interrogantes y motivaciones alrededor de lo divino y humano, que han nutrido e inspirado los procesos creativos de mi obra.
Sagrado y profano
Corona de Espinas, escultura con huesos de pescado, expuesta en el Museo Nacional
En su tiempo, Michelangelo Merisi da Caravaggio reclutaba como modelos a vagabundos, casquivanas, taberneros, charlatanes y delincuentes para plasmar sus tenebristas pinturas, como en Judith decapitando a Holofernes. Riascos Mosquera, el Caravaggio de la Buenaventura profunda no desciende hasta los bajos fondos en pos de sus arquetipos, pero sí rescata por insumo la heredad de su raza, una simbiosis entre la belleza, la natura silvestre y el realismo en su pureza que narran por sí solas sus creaciones.
En Corona de Espinas, por ejemplo, una escultura que en la actualidad se puede admirar en el Museo Nacional de Colombia, de la carrera Séptima de Bogotá, el artista del barrio 12 de abril optó por recaudar los huesos de pescado que después de una comilona desecharon sus vecinos, y otros que encontró abandonados en la calle.
Mi propuesta, con esta Corona, señala Riascos, es otra manifestación de la cristificación nacional; una metáfora de la unión urgente de los pueblos ante el dolor, la negación y el desarraigo que deriva de una violencia que no cesa, que por el contrario, es cada vez más presente por los estados alterados del odio, la derrota y la polarización; y a la vez, un símbolo de todas las 'resurrecciones' por las que transitamos a lo largo de la vida, que en muchos casos trasmuta en un acto permanente de supervivencia a ultranza. Mi Corona es pasión, dolor y agonía, y a la vez redención y esperanza.
-En Cardenales, otra de sus fotografías, aparece un joven afro, con audífonos, vestido a la usanza de los purpurados, que sostiene con ambos manos una bandeja de plata con un par de zapatillas de marca. ¿Quiere usted explicarnos su mensaje?
Esa foto también tiene su cuota religiosa, es como una ofrenda, porque en mi comunidad, un par de tenis finos remite un valor inalcanzable para un muchacho del común, que si va por el camino torcido puede llegar hasta matar por el solo hecho de lucirlos. Es el objeto del deseo para la población emergente que, incontrolable, incuba el crimen desde distintos flancos. Por unos Jordan o por unos Retros bien chimbas, se dispara la ansiedad que desemboca en el atraco, el jibariato o en el gatillero a sueldo que no distingue pinta. Pero también está el que logra su anhelo con el sudor del trabajo honesto.
De lo malevo y abyecto, el maestro Riascos pasa sin alambres de púas a los terrenos de la divinidad y la ternura. Su obra, Natividad en el Pacífico expone un recién nacido que reposa sobre racimos de plátanos verdes, con el pescado, base de la alimentación del bonaverense de a pie: "Ahí veo a mi niño dios negrito, con su esparadrapo ombliguero y su manillita contra el mal de ojo, que acaba de ser recibido por las comadres parteras. El crío que invita a la alegría de madres y nanas. Es la celebración de la vida.
La bienvenida vida que emerge del Sagrado Corazón de María, que completa la serie, personificada en una joven negra de desnudos pechos opulentos y turgentes, símbolo de amor, fertilidad y protección de su etnia. "Es una revelación y también una reverberación del fuego materno que nos alienta, honra y dignifica, y que solo apaga la muerte. El de la madre negra, luchadora y sacrificada, que solo tiene ojos para sus hijos, y que supera los más increíbles obstáculos para sacarlos adelante".
De carne y hueso
Yeison Riascos Mosquera, maestro en artes plásticas de la Universidad del Cauca
Riascos Mosquera también es docente y tallerista, sin ánimo de lucro, al servicio de su comunidad, a través de Oruga, su laboratorio creativo y didáctico, de puertas abiertas a jóvenes dispuestos a sanar, aprender y comulgar con el arte, que es el mecanismo óptimo de estructuración y reivindicación para los nuevos semilleros de artistas y creadores. Yeison es un convencido de que la legítima revolución se logra con la buena educación, el amor y el compromiso por ser mejores personas. Y que ese tejido social se construye con la sensibilidad, el interés y la vocación por el arte.
Por estas y otras virtudes, que él por pudor se reserva, se hizo acreedor a la beca de la maestría en Gestión y Producción Cultural y Audiovisual, promovida por la Corporación Manos Visibles, en cabeza de Paula Marcela Moreno Zapata, académica, escritora y ex ministra de cultura, en alianza con la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Año y medio de cátedra virtual y presencial, proyectada a abonar conocimiento y experiencia en los ambiciosos derroteros de la creación artística y su aplicación y desarrollo con las comunidades.
-Ya tenemos un perfil del maestro de artes plásticas y de lo que representa su obra. ¿Podría adelantarnos algo del ser de carne y hueso?
Una persona sencilla, con sentido humano, que procura y espera lo mejor para su pueblo. Que se entusiasma más por escuchar al otro, que por ser escuchado. Amante del buen cine, de las comitivas, como llamamos en Buenaventura a las reuniones que pactamos alrededor de los fogones, la buena conversación, la espontaneidad y la música.
-No podrá faltar el viche en esos convites.
Claro que sí, como no puede faltar la música autóctona de nuestra región, pero también la tradicional de Colombia, el merengue, el vallenato, la salsa de Niche y de Gilberto Santa Rosa, con el viche y sus derivados: el vinete, que es el vino del Pacífico; el tomaseca, hecho a base de bejucos, que también se utiliza como limpieza materna; y el curao, que es el ron ancestral de la raza, poderoso para la virilidad y la fertilidad, y el goce del espíritu. En Buenaventura, el curao lo preparan por encargo, personalizado. Cuando vaya por el puerto, lo llevo donde un curador de confianza para que mande a hacer el suyo.
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