martes, 28 de noviembre de 2017

De lo trágico y sagrado de la Señorita María

María Luisa Fuentes en el alto de la montaña de Boavita, Boyacá, la comarca que la vio nacer hace 45 años. Foto: cortesía producción
Ricardo Rondón Ch.

He intentado comprender de dónde vienen las lágrimas y me he detenido en los santos (Emile Ciorán)

El bello retrato que Rubén Mendoza, el laureado director colombiano (boyacense para más señas) hizo de María Luisa Fuentes Burgos, la Señorita María, la falda de la montaña, como titula el documental, obliga a repasar el libro Lágrimas y santos, del filósofo rumano Emile Ciorán, duro y frentero cuestionamiento al catolicismo, que tras su publicación en 1937 fue calificado como blasfemo y no menos hierático, y que el pensador subrayó como la pasión de lo absoluto en un alma escéptica, paradoja existencial entre lo espiritual y lo místico.

Si sufrir es el sendero que conduce al cielo de los escribas bíblicos, la Señorita María ya lo tiene asegurado desde que alumbró hace 45 años como una dicotiledónea, una gramínea, una plantita de maíz como las que ella siembra con esmero en los fértiles surcos de la huerta de su casa campesina con fogón de leña, donde el único vestigio de vanidad es un espejo de cartera que ella utiliza para rasurarse el mentón.

Lo sagrado de este pueblo, Boavita, provincia del Norte Gutiérrez, en Boyacá, de primitivo y rancio conservadurismo, liado a la dictadura clerical que desde los tenebrosos tiempos de la violencia condenó el trapo rojo del liberalismo al fuego eterno, no solo está en las imponentes naves de la parroquia de Nuestra Señora de la Estrella, sino en la vida silvestre de la Señorita María, diáfana y milagrosa como el agua que corre por su vereda Río Arriba; la austera cabaña donde pernocta, y en su soledad monacal, que en noches estivales, bajo el escándalo primoroso de un cielo rutilante, la ha llevado a reflexionar en voz alta y a viva lágrima: Parece como si no existiera yo en este mundo.

Con su jaspeada vaca 'Lucero', el amor más próximo a lo terrenal en la novelesca y ahora cinematográfica vida de la Señorita María. Foto: cortesía producción 
¡Claro que existe Señorita María!, y para envidia de muchos y de muchas, en un entorno privilegiado que cualquier impresionista como Renoir hubiese deseado para plasmarlo en el lienzo, con sumercé, por supuesto, con el sombrero de paja para capotear la canícula picante de medio día en ese valle de verdes imposibles enmarcado por los santuarios naturales del Tabor y el Socahoga, este último que tiene un huerto como el Getsemaní del fresco de Adam Abram, que narra el evangelista Lucas, donde Jesús, sumido en su agonía en la víspera de su crucifixión, sufrió la hematidrosis de los iluminados, que es cuando el sudor se revela sangre.

No en vano, el cineasta Rubén Mendoza presenta a María Luisa en los festivales del mundo donde viene cosechando premios, como un milagro, como una fuerza especial de la naturaleza.

Porque no puede ser de otra manera que en un mundo a punto de extinguirse, donde el mal le va ganando al bien 5-0, y los legítimos demonios apoltronan sus infectas posaderas en los tribunales de justicia, en fiscalías y en contralorías, y en algunas curules del Congreso, exista una mártir como sumercé, Señorita María, inocente pero a la vez incólume como el madero del crucificado, incorruptible y pródiga a las bondades y a la misericordia, no obstante su cadena de sufrimientos, de mucho antes de nacer, de la maledicencia, la discriminación y el rechazo, expurgando culpas incomprensibles y llorándole en su soledad irremediable a un Nazareno y a unas vírgenes de procesión, que en su pueblo desempolvan y visten de raso en la primera semana de enero, para las fiestas patronales.

Cómo no va a ser un milagro, si con todos los padecimientos que le expuso en primerísimo plano a la cámara de Mendoza, sumercé no haya matado una mosca en su vida; si hasta los bichos ponzoñosos que circundan su sementera los respeta y les permite su curso sin hacerles daño, como si se hubiera leído de cabo a rabo El cántico de las criaturas de San Francisco de Asís, el austero y humilde hermano Francisco, ese sí un santo para quitarse el sombrero.

Ciorán, en su profundo ensayo, describe a Dios como un pararrayos, porque según Él es un buen conductor de la tristeza y la desesperación. ¿Y acaso no ha sido la iglesia la que ha capitalizado esos miedos al por mayor, esas oscuridades de la sinrazón y la intriga para atemorizarnos desde niños, inculcándonos que lo que llevamos entre las piernas es pecaminoso, descontadas las caricias de un cura pedófilo?

Preparando la merienda de la tarde en un improvisada estufa de leños, sin más compañía que su vaca y la sinfonía de los grillos. Foto: cortesía producción
No me imagino, Señorita María, sus confusiones de niño, o de niña, sintiendo en su cuerpo de varoncito ese crepitar del aleteo femenino, esa mujer en ciernes tratando de abrir su capullo como la crisálida, sin encontrar respuestas, sin pedir explicaciones; impensable una confesión con el presbítero de turno, escapando de los señalamientos y las habladurías de su propia familia, de la legión de beatas que le achacaban las convulsiones y las torceduras de ojos de la epilepsia a una posesión demoníaca, y sumercé silente, escondida como una borreguita ante las implacables dentelladas del carnicero peludo.

Sola entre las más solas de las criaturas, íngrima en ese mar de dudas y de tribulaciones, de culpas sin justificaciones, de pesadillas de media noche, arañando un desdén, una fatiga temprana, un alfabeto irreconocible, marcando con sigilo cada paso como una cierva extraviada de la manada, pero con la fe inquebrantable ante el Cristo de los Dolores, esa apología del vano sufrimiento que cita en su ensayo el filósofo rumano, como si la humanidad no diera cuenta del suficiente dolor que ha habido por siglos en este desventurado mundo.

“Amo a las santas -dice Ciorán- por su ingenuidad apasionada que otorga a sus figuras esa expresión de entusiasmo infantil y de tormento gratuito”.

Me pregunto, Señorita María, en la soledad de sus calendarios, cuántas veces habrá usted hincado sus trajinadas rodillas frente a la Virgen de la Estrella de la iglesia que lleva su nombre. Allí, mismo, cuentan los que hoy pintan canas y se apoyan en bordones, donde el expresidente Misael Pastrana Borrero llevaba a caciques y líderes de Chulavita (comarca aleñada a Boavita), a concertar sus campañas con el señor cura párroco, para que los domingos, desde el púlpito, arengara a los feligreses sobre las impudicias y los estragos del liberalismo, y elevara plegarias al sagrado partido conservador, el partido de los que están con Dios Todopoderoso.

Como si fueran escasos sus sufrimientos, desde antes de nacer, la Señorita María padece de epilepsia. Foto: cortesía producción 
Cuántas veces Señorita María habrá usted blasfemado y con toda razón (intercede Ciorán: la blasfemia forma parte de la religión popular, prohibirla es envenenar el corazón del pueblo y cercenar su confianza con la divinidad), al darse cuenta que el Altísimo atendía primero las rogativas del político de marras y de sus huestes uniformadas, que las suyas, sencillas y piadosas, regadas con lágrimas de mujer desconcertada, ansiosa del cariño de un varón que la comprendiera, la valorara, la tratara con ternura y le hiciera realidad su ilusión maternal…

Nunca le fue concedido ese favor, pero sumercé le sostiene a la cámara de Rubén Mendoza, su mentor, que no pierde la esperanza; ¡qué la va perder, Señorita María!, si usted está enterita, curtida y fortificada de tanto sufrimiento, y ahora con este, su documental, empieza a recoger lo que ha venido sembrando tanto tiempo en su silencio, en sus oratorios de duermevela, en su fortaleza y paciencia de santa.

Ponga atención, Señorita María, a este párrafo de Ciorán:

“Los santos no son asexuales sino transexuales. Ante los transportes extáticos de los santos, las convulsiones sexuales palidecen. Hay transportes místicos que llegan a durar días anteros. Las lágrimas de los santos no son sólo fruto del dolor y del sufrimiento, sino también de la bondad y el goce”.

Es que Ciorán, Señorita María, tenía como hábito -y valga la redundancia-, desvestir a unos santos para vestir a otros. Sólo él se atrevió a tomar esas licencias, cuando la Iglesia, por su eterna desinformación, o por sus intereses pactados desde mucho ante de la Inquisición, ha pasado por alto nimbos y aureolas  como las de Dostoievski, Pascal, Rilke o Kafka, de tantas santidades no sólo en la literatura sino en misiones de apostolado y de grandes obras inéditas.
 
Ya quisieran los políticos corruptos y descarados de este país tener un ápice del valor y la sinceridad que a usted le luce y le sobra. Porque usted, Señorita María, tiene más carácter y pantalones que ellos, no obstante la falda que lleva de arriba a abajo por la montaña, cruzando a diario ríos y sembrados, sin más compañía en las noches estrelladas que la sinfonía de los grillos, el cacarear de su prole de gallinas, y el mugir de su vaca Lucero, con esa mansedumbre hecha a su justa medida.

Su morada enclavada en la vereda Río Arriba, de Boavita, Boyacá. Foto: cortesía producción 
Señorita María, el Dios de sus cielos y del altar donde se postra, tarde que temprano le está parando bolas a sus rogativas. En los festivales de cine del mundo, como el de Cartagena, en Colombia, o el de Locarno, en Suiza, donde se ha presentado su franco y conmovedor relato, no la bajan de heroína, de heroína de la buena, por supuesto…

La primera vez que la vi en la sala de cine, Señorita María, bajo un cielo estival de Boavita y con un arco iris rotundo que enmarcó su cabeza, sentí inmediatamente los pálpitos de retomar las lecturas del gran Ciorán, y de subrayar sus máximas alrededor de la trágico y sagrado de la vida, que es su caso en particular.

Hoy debe sentir que no está tan sola en el mundo. Y que si insiste en ello, dese por bien servida, porque como dijo el bandoneonista argentino Rodolfo Mederos  en un sentido y memorable concierto, hará un par de meses, en el auditorio León de Greiff, de la Universidad Nacional, pareciera que el mundo se estuviera cayendo a pedazos. Y no es una metáfora. Ahora sí estamos en el ciclo definitivo del sálvese quien pueda.

Porque los verdaderos demonios, señorita María, no son los que pintó Doré para ilustrar la Divina Comedia del poeta Dante Alighieri. Ni tampoco son los cornudos de cola rematada en saeta como los que usted habrá visto en las cajas de fósforos o en los potes de pesticidas y de emulsiones para destapar cañerías. Los verdaderos demonios están regados por el mundo. Y con mucho poder. Cómo serán de perversos que ya es un karma mentarlos por su nombre, y la gente se acostumbró a referenciarlos como los innombrables, porque es una redundancia llamar al diablo como diablo, eso se sabe.

Pero a la par de los engendros también están presentes los ángeles terrenales como la gente que ha creído en usted, como la finada María Isabel Bonilla, su vecina de toda la vida (falleció una vez terminado el rodaje), que intercedió ante el director Rubén Mendoza y la productora Amanda Sarmiento, a su vez ángeles de la creación cinematográfica, para que sumercé diera cara, para que le compartiera al mundo sus vivencias y usted, entre tímida y obstinada, fue estirando, fue estirando, entre el sol y la luna y el canto de los pájaros y el mugir de su Lucero, en un tránsito paciente de seis años para el equipo de rodaje, hasta plasmar ese bello y respetuoso retrato que hoy es arte y parte de la admiración de públicos de diversas lenguas, aquí y en las antípodas.

La Señorita María comienza una nueva vida a partir del documental dirigido por Rubén Mendoza, producción de Amanda Sarmiento. Foto: cortesía producción   
Hay un paisano suyo, Señorita María, que a lo mejor usted conoce. Le envía en estas líneas un cálido saludo de felicitación. Se llama Julián Rodríguez Blanco y también tiene algo de ángel. Es concertino de guitarra (graduado del Conservatorio de la Universidad Nacional) y su virtud no cubre el ego y la cosmética de las páginas esmaltadas de las revistas de farándula. Julián, más que ensimismarse en el espejo de sus intereses personales, hace sin pregonarlo obras de caridad, como el concierto que por estos días tiene agendado con el propósito de recaudar fondos para el ancianato de Boavita. Esto no lo hace un político, Señorita María. Lo hace un artista desde su sensibilidad y entusiasmo. Y quiere aprovechar el guitarrista para componer una melodía en su nombre, de todo lo bueno, sincero y valiente que usted inspira.

Porque Señoritas Marías no se topan todos los días, y sumercé, téngalo por seguro, no está sola en el mundo. En cualquier momento, se dará cuenta, sin likes ni artilugios de redes sociales, va a estar rodeada de su primer millón de amigos, de los de carne y hueso y alma solidaria, de los de verdad, de los que cuentan.

Para rematar, Señorita María, le tengo otra buena nueva: el último reporte de las estadísticas cinematográficas en Colombia revela que desde su estreno (23 de noviembre), su documental se ubica en el top de las cinco películas más vistas, con salas repletas el fin de semana.

¡Aleluya!, Señorita María. Esto pone de presente que Colombia definitivamente cambió el chip frente al cine que se hace en casa, que muchos años atrás dejó de ser el pedigüeño, el del patio trasero, porque se han multiplicado alianzas y patrocinios, y lo más importante, porque hay sobrado talento para aprovechar valiosos argumentos como el suyo, Señorita María, digno de admiración y respeto, por todo lo legítimo y profundo que usted representa.

¡Felicitaciones!

Luminosa como el sol y la luna

(Nota del director)

El cineasta Rubén Mendoza en el emblemático Café Pasaje, de Bogotá. Foto: La Pluma & La Herida
El amor es un animal capaz de adaptarse a las más áridas montañas del odio. Señorita María: la falda de la montaña es fundamentalmente un retrato. El retrato de una fuerza descomunal, femenina y desconocida para mí, para el equipo, hasta que pudimos compartir profundamente con ella.

Como cualquier extranjero llegamos al país que es cada persona, fascinados por las obviedades exteriores, por el camino fácil. Siempre supe que iba a hacer una película de ella, con ella, pero jamás que tendría caminos tan complejos, tan duros, tan reales, materia que hace al arte, arte, finalmente. La película pudo ser en algún momento un dibujo de la fascinación de una campesina que había nacido con un género distinto al que escogió para su vida, pero se volvió el retrato de una fuerza.

Una mujer que es capaz de imponerse a ríos desbordados de odio, sobre ella, sin razón; aún desde antes de nacer, y crear en su corazón una isla de amor y de compasión: por su montaña, por el prójimo de alguna manera, por Dios y por los animales.

Su soledad, dolorosa, cavernícola, la atraviesa en el alma y en el cuerpo, pero como una espiga resiste cualquier terremoto. No se cae como los grandes edificios, no se deja tumbar por su demoledor pasado, el de antes de que naciera, la raíz de su origen.

Se agarra a la falda de la montaña, a los animales, a la esperanza del amor, al sueño de la maternidad, a la calma que le robó el engaño.

Femenina como la montaña, que no es hombre ni mujer, luminosa como el Sol o la Luna, que no son hombre ni mujer, espera sin tiempos, sin fechas, sin desespero, a la Nada.

“Me siento mujer, completamente mujer”

(Entrevista a María Luisa Fuentes)

Con el bello plafondo boavitano y un arco iris que ilustra una postal de lo trágico y sagrado de la vida. Foto: cortesía producción   
¿Dónde conoció a Rubén Mendoza y por qué decidió contarle su historia?

Yo no lo distinguía, yo iba para el pueblo con un canasto de cuajadas por un favor y venía un carro, el carrito paró y el señor que venía manejando me preguntó:

-¿Señorita esta carretera para dónde va?

Yo le respondí:

-Esta carretera va para Soatá-. Y el carro arrancó de nuevo. Hasta ahí no fue más.

Ya después de unos días, como un viernes, bajé con una amiga al pueblo, don Rubén mandó a un amigo para que me dijera que fuera a la casa de la Tía Dulce. Yo no quería ir y le dije: “Amiga por allá sola no voy, sí usted me acompaña, vamos”. Fuimos a la casa, cuando yo lo conocí me dio una brisa desde la cabeza hasta los pies, porque yo lo vi encapuchado, no me gustó la cara del hombre cuando lo vi. Me dijo que era nieto de la finada Empera y del finado Antonio, ahí yo me tranquilicé. En ese momento me contó lo que quería y esa misma tarde, cuando salimos fue a mi casa a hacer eso, pero yo siempre con timidez, porque como no lo conocía me preguntaba: ¿esto será para bien? Él fue a hacerme unas preguntas y de ahí yo arranqué a contarle mi historia, de lo que me pasaba, desde que era pequeña, de mí mamá como me tenía, y ahí arrancó la película.

¿Por qué se ocultó de Rubén y del equipo de la película durante casi dos años después de conocerse?

Pues a mí me parecía que de pronto venían a hacer algo malo y por eso me escondía, una amiga me dijo: no se esconda que eso no es para hacerle nada malo, eso va a ser un bien para usted. Entonces me presenté de nuevo y ahí fue cuando seguimos.

¿Qué fue lo más difícil de hacer la película?

Lo más difícil fue cuando le conté a él, a don Rubén, cómo me tenía mi mamá de humillada, que no podía hablar con nadie, me tenía como se dice encerrada, que yo no le contestara a nadie. Ella me decía que bajara al pueblo a traerle el mercado, pero cuidadito hablaba con alguien o contestarle a la gente. Yo volteaba la cara para no contestar. Ahora gracias a mi Dios mi vida ha cambiado mucho. No todo el mundo ha cambiado conmigo, pero mucha gente ahora me dice que me admira y me dice que soy una mujer muy valiente.

Señorita ¿qué le ha dejado la película?

Todo, todo lo que don Rubén y Amandita están haciendo por mí, si no hubiera sido por ellos, cómo sería mi situación en este momento. Yo le agradezco a mi Dios y a la Santísima Virgen por haberlos conocido, a todos los de la película.

Oculta en la montaña

(Entrevista a Rubén Mendoza)

Rubén Mendoza con el premio a Mejor director del Festival de Locarno, Suiza, acompañado de la productora Amanda Sarmiento. Foto: cortesía
¿Cómo encontró a María Luisa Fuentes?

Me topé con la señorita María después de años de saber de ella, de creerla una leyenda, un mito que yo admiraba, en una de las carreteras de Boavita; paré y le hice una pregunta tonta sobre a dónde se dirigía la carretera por la que iba, solo por decirle algo porque esa carretera tiene solo un destino en cada punta, aterrado de dicha por encontrarla por primera vez. Años después, en una sequía de ideas y de ejercer el cine la recordé, en un avión, volviendo a Colombia del otro lado del charco: como un aguacero se me apareció y de las 10 horas de vuelo, pasé a 10 horas de viaje por tierra a buscarla, y a encontrarla. Ahí empezó realmente la película.

¿Por qué contar la historia de María Luisa Fuentes?

Yo estaba muy intrigado por la Señorita y por la naturaleza de su decisión de género en un lugar tan conservador como Boavita. Empecé a proponerle cosas, escenas, contenido, como un aparecido, como un extranjero, como un turista maravillado. Tuvimos inicialmente seis días de rodaje y ya se nos había escondido un par de veces. Ahí empezamos a conocer su carácter, creo que la aturdí un poco y por eso se escondió por dos años. Durante ese tiempo nos presentamos a varías convocatorias y nos ganamos algunas, pero no sabíamos qué iba a pasar porque no aparecía. Una vez nos hizo viajar con el equipo técnico y no apareció. Nos confesaba que estaba en otro punto de la montaña viendo como golpeábamos en su puerta, como bobos.

Usted ha pasado por diferentes géneros cinematográficos ¿qué es lo especial de esta película?

Yo soy malo para los géneros cinematográficos ya que el cine es uno solo, corto o largo, documental o ficción; también, para pensar en hacer una película de género, para tal comunidad y para cuál no. Lo más sincero es hacer para la comunidad que es uno mismo. Yo quería saciar mi curiosidad y cuando empecé a ver la sensibilidad que tenía la señorita frente a muchas cosas, quería saber más. Empezar a saber sobre su historia familiar, su relación con los oficios, su fuerza para ejercerlos, su feminidad, la visión que tiene de la belleza, todo eso fue ampliando mi noción. El norte era lo que ella nos fuera compartiendo, cuánto abría la puerta y cuánto la abrían ciertos vecinos. Eso es lo que uno debe hacer en cine, y más con el documental, no restringirle el paso a la vida, primero porque eso es imposible, es inorgánico y segundo porque la vida misma va revelando unos caminos mucho más interesantes que los que uno puede planear.

Flores y halagos para la Señorita María, acompañada de la científica Brigitte Baptiste, directora del Instituto Humboldt. Foto: cortesía  
¿Cuál es su relación con la Señorita?

Yo sí creo en ese cliché que son las historias las que lo descubren a uno y lo someten, yo tengo una debilidad por los outsiders y por los marginales, desde que la vi me parecía increíble que aún, entre estas montañas podía haber alguien con su fuerza y con su rebeldía. Me aterraba que en un lugar tan conservador como Boavita, ella hubiera podido hacer su vida y se mantuviera, en su decisión y en su vestimenta. Que no la hubieran matado, que no se hubiera dejado matar. Yo me acerco no por ayudarla, por el contrario, sino para sentir la imaginación seducida e inundada: por hallar tanta belleza y de un matiz tan único. Quería saber todo de su fuerza y poder, heredar algo de eso, y el cine es el vehículo perfecto. Estar seis años en contacto con ella y con su historia me ha llevado a lugares donde no creía que podía ir mi corazón.

Rubén Mendoza -perfil

En su búsqueda por darle voz a quienes no la tienen, Rubén Mendoza, se ha consolidado como uno de los directores colombianos más reconocidos en el mundo. Ha rodado cinco largometrajes (está terminando el sexto), más de ocho cortometrajes y quince videoclips.

En 2010 estrenó su primer largometraje La sociedad del semáforo y cuatro años después estrenó Tierra en la lengua y Memorias del calavero. En 2015 estrenó el documental El valle sin sombras. Sus trabajos han sido Selección Oficial y ha obtenido premios y fondos en más de 40 festivales del mundo, incluidos Cannes, Locarno, San Sebastián, Berlín, Cartagena, Clermont-Ferrand, Toulouse, Huelva, Huesca, Beijing, La Habana, Mar del Plata; FonSud (del Ministerio de Cultura de Francia), Ibermedia, Visions Sudest, Ventana Sur, entre otros.

Tras finalizar el documental Señorita María, la falda de la montaña, se encuentra en la postproducción de su proyecto Niña errante ganador del Estímulo Integral, máximo premio público otorgado en Colombia para la realización de una película.

Encuentros inesperados

(Entrevista con la productora Amanda Sarmiento)

La productora Amanda Sarmiento con la Señorita María, en la premier del Festival Internacional de Cine de Cartagena 2017. Foto: cortesía 
¿Dónde inicia Señorita María, la falda de la montaña?

La Señorita es uno de esos personajes icónicos del pueblo de la familia paterna de Rubén. Desde siempre, él la había visto y naturalmente sentía curiosidad por ella. Un día decidió buscarla para proponerle hacer una película sobre ella. Unos meses después de ese primer encuentro entre ellos, Rubén me contacta. Estaba buscando una productora para esta historia, me mostró imágenes de esos primeros días de rodaje y me compartió sus ideas. Me quedé fascinada. Me emocioné frente a esta posibilidad, pues conocía y admiraba su trabajo. ¡Seis años después, henos acá!

¿Cuándo conoce a María Luisa Fuentes?

¡Casi no la conozco! Me embarqué en este proyecto e iba a defenderlo a mercados, convocatorias, talleres, solo imaginándola. La describía y hablaba de ella haciendo una combinación de las primeras imágenes que Rubén rodó y de mi imaginación: una señorita ideal, que habitaba mi cabeza, que me acompañó como dos años y que también nos ayudó a conseguir la financiación para rodar la película. Luego habíamos ganado el Fondo para el Desarrollo Cinematográfico -FDC- de Documental y se nos perdió por un buen tiempo. Tocó echar a andar todo un dispositivo casi diplomático en Boavita para que nos recibiera, conversáramos sobre lo qué íbamos a hacer. Allí adquirimos unos compromisos mutuos que hasta ahora se han respetado. Cuando la vi, esa primera vez, la abracé como cuando uno abraza a una amiga que no ve hace años.

La Señorita María con la mejor amiga que ha tenido en su vida, su vecina de campo, María Isabel Bonilla (Q.E.P.D.). Foto: cortesía producción
¿Cuánto tiempo les llevo hacer la película?

Alrededor de seis años, la mitad de ese tiempo estuvimos buscando la financiación, que no fue fácil, porque Rubén no tenía una estructura narrativa detallada de la película y muchos fondos y jurados se asustan cuando esa estructura no existe. Pero yo confiaba en la mirada de Rubén y en la sinergia que la señorita y Boavita podían ofrecer para el relato. Y esas intuiciones (ni la de Rubén ni la mía) fueron equívocas. Cuando por fin tuvimos los recursos para emprender la producción, visitamos Boavita en tiempos espaciados durante dos años. Cada visita nos ofrecía una sorpresa, ocurrían cosas alucinantes, descubrimientos que nos dejaban perplejos, que nos recordaban el poco control que sobre la realidad se tiene. La película da fe en términos de su estructura, del proceso que vivimos como cineastas con su historia.

¿Cuántas personas participaron en el rodaje?

Fue un grupo muy pequeño porque era evidente por las características de la historia, no podíamos ser un crew muy grande, por temas de presupuesto tampoco podíamos hacerlo. Éramos un total de seis personas, con sus roles definidos dentro del rodaje y afuera del mismo como grupo de amigos. La señorita entró rápidamente a ser la séptima: la protagonista y la amiga.

¿Qué fue lo más difícil de contar la historia de la Señorita?

Lo más difícil en cualquier película documental, son esas decisiones que te confrontan humana y éticamente, cosas que uno puede estar filmando y que no sabe si estarán o no en la película. Algunas circunstancias de la vida personal de la señorita, que fueron apareciendo, nos llevaban a analizar el cómo debíamos contarlas. En las entrevistas muy profundas y muy íntimas no estaba presente todo el equipo. Se logró generar con el tiempo y la proximidad ese entorno de confianza.

¿Por qué apostarle al documental?

La experiencia cinematográfica si bien, siempre es transformadora, con este género te permite trabajar de frente y con la realidad, que además usualmente no es la tuya, sino la de otro y eso tiene unas implicaciones que te hacen crecer. Ese valor que se desprende de lo profesional y que traspasa a lo personal es muy potente. El relato de una persona que existe, que está ahí, que es real, te confronta constantemente. Cuando logras y eres afortunado de hacer inmersiones, como la que hicimos con esta película, la mirada cambia y uno ya no vuelve a ser el mismo. Por eso creo profundamente en el poder trasformador del documental.

Amanda Sarmiento -perfil

Directora y Productora de Cine y Televisión. Comunicadora Social y Periodista.

Actualmente, es asesora para el Ministerio de Cultura de Colombia. Fue productora ejecutiva para el canal Señal Colombia. De manera independiente ha producido los cortometrajes Las Bromelias, Juancho el pajarero y Montañita de Rubén Mendoza.
Señorita María, la falda de la montaña, es el primer documental y largometraje que produce.

Algunos artistas del equipo

Gustavo Vasco
(Montaje)

Por los senderos de la montaña, avanza a paso firme la Señorita María. Foto: cortesía producción
Se ha desempeñado como montajista de producciones de documental y ficción, que incluyen destacadas producciones de renombre como Todo comenzó por el fin, de Luis Ospina; Pizarro, de Simón Hernández; Buenaventura Mon Amour, de Jorge Navas; Amazona, de Clare Weiskopf, por mencionar algunas. Estudió Antropología en la Universidad de los Andes, luego pasó por La Femis de Paris. Editó junto a Jacques Comets el largometraje Tierra en la lengua, de Rubén Mendoza. A estos trabajos se suman Señorita María, la falda de la montaña, de Rubén Mendoza, el cual hizo parte de la Selección Oficial en la Semana de la Crítica del Festival de Locarno 2017, donde recibió el premio al Mejor Director, que también había obtenido en la Competencia Oficial Colombia del FICCI 2017.

Juan David Soto
(Edición)

Documentalista y editor de películas y videos. Graduado de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (EICTV). Ha realizado los cortometrajes Mujeres de cerca, ¿Cuántas horas tiene un día?, La Gran Cicatriz, El bombillo, 19º sur 65º oeste. Es editor de Cine Corónica. Con el film Parábola del Retorno ganó el premio Númax de Exhibición del Festival de Cine Márgenes, de Madrid. Entre sus más recientes trabajos como editor se encuentra La defensa del dragón, de Natalia Santa, película seleccionada en la Quincena de Realizadores del Festival de Cine de Cannes 2017 y Señorita María, la falda de la montaña, de Rubén Mendoza.

Isabel Torres
(Diseño sonoro)

Comunicadora Social de la Universidad Javeriana de Bogotá y Cineasta con especialización en Sonido de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños en Cuba. Su trabajo como sonidista abarca desde el sonido directo hasta el diseño y edición de sonido para ficciones y documentales de larga y corta duración: entre los que se cuenta los documentales Pasaje y Todo comenzó por el fin, de Luis Ospina; Señorita María, la falda de la montaña, de Rubén Mendoza, Cocaine war y Submarinos de la droga, para National Geographic, Apaporis, de Antonio Dorado, Run or die, de Klych López, y Buscando a Gabo, de Pacho Bottía, entre otros.

Como docente se ha desempeñado en distintas instituciones nacionales e internacionales donde se destaca la Escuela Internacional de Cine y Televisión (Cuba), Universidad del Magdalena, Universidad de la Sabana, Universidad de Nariño, Ministerio de Cultura y la Cinemateca Distrital de Bogotá. 
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