El actor Sebastián Ospina en el viejo Club Lasker, recitando el monólogo de 'Blacamán', frente a las fichas de su 'ajedrez infinito'. Foto: La Pluma & La Herida |
Ricardo
Rondón Ch.
A sus setenta y un años, con más de cuarenta en el oficio
histriónico, Sebastián Ospina Garcés
todavía tiene arrestos para pararse en la cabeza (practica yoga desde los
diecisiete), memorizar un texto de más de una hora como el de Blacamán -el alucinante relato publicado
por Gabriel García Márquez en 1970-,
y echarse al hombro al adivino de marras para representarlo en la Guajira bajo el sol mercurial de aquellos yermos de
salitre.
De comienzos de este año, el fabuloso vendesuertes macondiano se ha convertido
en una obsesión para el dramaturgo, director y actor caleño, al punto que en la
cotidianidad se viste como él, de smoking,
camisa de cuello pajarita y zapatos bolicheros; recita el monólogo en voz alta
por la carrera Séptima de Bogotá, en
el Parque Nacional, o en cualquier
parque, y con el mago se juega las fichas de su ajedrez infinito en el Club Lasker, el más antiguo y
legendario de este pasatiempo en la capital.
(…)
En sus tiempos de gloria había sido embalsamador de virreyes, y dicen que les
componía una cara de tanta autoridad que durante muchos años seguían gobernando
mejor que cuando estaban vivos, y que nadie se atrevía a enterrarlos mientras
él no volviera a ponerles su semblante de muertos, pero el prestigio se le
descalabró con la invención de un ajedrez de nunca acabar que volvió loco a un
capellán y provocó dos suicidios ilustres. (…),
declama Ospina Garcés mientras acomoda las piezas ajedrecísticas sobre el
tablero, a primera mañana de un martes lluvioso con efluvios de lavanda.
Blacamán
hace
parte de las actividades artísticas programadas del V Encuentro de Literatura al mar, que cada año se celebra en distintas
regiones de La Guajira, incluida su
capital Riohacha, y que en esta
versión rinde homenaje a los compositores guajiros, evento organizado por la
poeta y gestora cultural wuayuú Delia Rosa Bolaños Ipuana, que tendrá
lugar entre 4 y el 8 de julio.
Mundo
de blacamanes
'Blacamán' hace parte de la programación cultural del V Encuentro Literatura al mar, a celebrarse en distintas regiones de La Guajira. Arte: cortesía organización |
Como el cuento de García
Márquez, cuyo título original es Blacamán
el bueno, vendedor de milagros (publicado en el conjunto de relatos breves
de La increíble y triste historia de la
cándida Eréndira y de su abuela desalmada), la representación del monólogo
no tiene escenario fijo, porque el personaje está creado para aventurarse en la
errancia con su perorata embustera de nigromante, o como la de cualquier
político de turno, al decir del veterano actor:
“Gabo era un Nostradamus del Caribe: El mundo actual
está en manos de blacamanes de todas
las pelambres y estirpes: Donald Trump,
Nicolás Maduro, Kim Jong-un, y los que ahora mismo se trenzan entre
manotazos y arengas venenosas en el partidor de las próximas elecciones presidenciales de Colombia.
Con estos blacamanes criollos hay que
tomar justas prevenciones”.
Sebastián
hace una pausa, apunta su mirada al techo alto de la casona de estilo
republicano donde funciona el Lasker
-fundado en 1978 por don Moisés Prada,
su primer propietario- y pronuncia el primer fragmento del texto en su voz
grave con matices de locutor de época:
Desde
el primer domingo que lo vi me pareció una mula de monosabio, con sus tirantes
de terciopelo pespuntados con filamentos de oro, sus sortijas con pedrerías de
colores en todos los dedos y su trenza de cascabeles, trepado sobre una mesa en
el puerto de Santa María del Darién, entre los frascos de específicos y las
yerbas de consuelo que él mismo preparaba y vendía a grito herido por los
pueblos del Caribe, sólo que entonces no estaba tratando de vender nada de
aquella cochambre de indios sino pidiendo que le llevaran una culebra de verdad
para demostrar en carne propia un contraveneno de su invención, el único
infalible, señoras y señores, contra las picaduras de serpientes, tarántulas y
escolopendras, y toda clase de mamíferos ponzoñosos. (…)
Erótica de nigromante de un histrión de múltiples miradas, facetas, métodos y lecturas escénicas. Foto: La Pluma & La Herida |
“La gente todavía come cuento de culebreros -resalta el
histrión-. Mire no más los que abundan por esta carrera Séptima, que son propiedad del espectáculo citadino,
del circo trepidante que es transitar
por el centro de Bogotá, pero con su
diálogo del rebusque son inofensivos en comparación con los blacamanes de cuello blanco y sus
ponzoñas de escorpiones negros”.
Todo estaba confabulado para que Ospina se aventara a meterse en los bolicheros de Blacamán: el capítulo crucial de botafuegos políticos que ha polarizado
al país, su afición moderada de hace veinte años como ajedrecista en el Lasker, aunque no se reconoce el más
ducho, sino por el placer infinito que convoca el juego, que nunca se agota, y
por esa metáfora filosófica que se atribuye a la leyenda de su invención árabe,
de como un simple grano de arroz que se duplica en cada uno de los 64 escaques
(cuadros que componen el tablero), desencadena proporciones incalculables.
Hasta la banda sonora de Blacamán, en el montaje de Ospina,
emergió de la vocinglería de buhoneros, mercachifles, pitonisos y músicos
ambulantes de la Séptima:
“La encontré aquí mismo, al frente del Lasker (Cra. 7°#21-81. 2° piso). Es de un grupo que se hace llamar Familia musical caminante. Estaba en
plena ejecución y una muchacha a la vez promocionaba el disco. Lo compré. Me
gustó. Es una fusión de jazz gitano (como el de Kusturica), fanfarria circense y swing de los años 20. De este
disco utilizo cinco temas”.
Culto
a la memoria
El actor y dramaturgo, con una clara influencia del teatro y la literatura inglesa y norteamericana. Foto: La Pluma & La Herida |
No deja de despertar curiosidad cómo a los setenta y un
años, y con todos los roles asumidos como creador e intérprete de la actuación,
a Ospina Garcés le alcanza memoria
para asumir un relato de las dimensiones de Blacamán:
“Es un texto complicado de aprender -dice-, justamente
por su riqueza y voluptuosidad del lenguaje, que es la impronta en la obra del
novelista. Gabo era un poeta, solo que él por pudor nunca se atrevió a
reconocer. Si la memoria está aún latente a mis años, es por el laboratorio
permanente que sigo ejerciendo tanto con la escritura como con la lectura.
Como tengo una considerable influencia de los
dramaturgos, poetas y escritores ingleses y norteamericanos, sigo recitando a T.S. Elliot, Arthur
Miller, Carson McCullers, Norman Mailer, entre tantos, y a ese monstruo del
teatro que fue Tennessee Williams,
que desde mi juventud he tomado como espejo en el ejercicio narrativo.
Lelo ante el prodigioso lenguaje de Tennessee Williams tuve mis primeras fantasías de ser escritor. Lo
veía como algo muy lejano y remoto. Un privilegio que los dioses sólo conceden
a escasos hombres. La formación de un artista muchas veces está influenciada
por la vida y las concepciones de otros artistas.
Ese bagaje y la práctica constante mantiene el cerebro
activo, actualizado, aunque uno es consciente de que los años no pasan en vano,
y de que la memoria, como el organismo, se va debilitando”.
Tratado
de trashumancia
A los 17 años Ospina inició su periplo trashumante por carreteras de Estados Unidos. Foto: Archivo particular |
Mientras su hermano Luis,
el cineasta, forjaba en los años 60 el emblemático Caliwood con Carlos Mayolo,
Andrés Caicedo, Hernando Guerrero, Patricia Restrepo, Sandro Romero Rey y Ramiro Arbeláez, entre otros, Sebastián, en solitario y con apenas
diecisiete años, eligió la trashumancia como primera escuela de vida, y avalado
por don Eduardo Ospina, su padre
-fabricante pionero de las modernas piscinas en Colombia-, recorrió en autostop un promedio de 3.000 millas por las interminables
carreteras de los Estados Unidos:
una suerte a la criolla de Travis Hender
(Harry Dean Stanton), protagonista de París
Texas, de Wim Wenders.
“Ya en la primaria había cursado por mi cuenta la
geografía que va del Putumayo hasta la
Guajira. Pero decidí graduarme en Boston
con 3.000 millas de highways. Luego
seguí una pasantía en Andalucía y Marruecos. Un máster en teatro
trashumante en Colombia. Curtido por
el sol subterráneo de las galleras de la Costa. Actor-ascensorista en Nueva York. Galán de sortija en la
televisión. Honoris Causa con el
delirio de Bolívar por el Magdalena.
Doctorado en historias para el cine y el teatro. Sigo siendo lo que soy. Un
acontista: Mi profesión es hacer disparos al aire. Para la creatividad sólo hay
que escuchar a los poetas”.
De hecho, su Blacamán
de hoy es un homenaje a sus inicios como actor en el Teatro Libre de Bogotá, y al retorno de su aventura por Norteamérica. Por esa época, mediados
de la década de los 70, se estrenó una versión de Blacamán de Sergio González y Juan Monsalve, líderes del grupo Acto latino, de marcada influencia growtoskiana, tan en boga por esos años.
La afición de Sebastián por el ajedrez data de muchos años, los últimos 20 en el Café Lásker, cuna de legendarios maestros, en el centro capitalino. Foto: La Pluma & La Herida |
“Soy un artista trashumante, de eso me vanaglorio. Eso me
quedó de la gran escuela de la escena que ha sido el Teatro Libre de Bogotá, del que fui actor y fundador. Cuando
viajábamos a las regiones más remotas de Colombia, como fue la cruzada que se
hizo con El sol subterráneo (1977),
de Jairo Aníbal Niño Dirigida por Ricardo Camacho: la obra transcurre en
un salón de colegio de Ciénaga donde
debajo había una fosa común de obreros masacrados en la huelga de las
bananeras.
Varios de estos montajes los presentamos en galleras de
pueblos porque estaban diseños para espacios circulares. Ahí, en la proximidad
con el público, aprendí la esencia de la actuación en el cine, que es la mirada
y el susurro. En el cine el actor pone la escena en los ojos. ‘La fotografía es
la verdad de una persona y el cine son veinticuatro verdades por segundo’,
citaba Jean-Luc Godard.
Otro montaje con el que hicimos un recorrido itinerante fue
con Un pobre gallo de pelea, que
escribí con Felipe Escobar,
compañero de bregas del Libre, hace
ya 40 años, y que puedo referenciar como mi primer trabajo de dramaturgo,
basado en la huelga de Indupalma, en
el Cesar, a raíz del homicidio del
jefe de personal, supuestamente perpetrado por directivos del sindicato”.
Pero su obra más personal, asegura, es Odiseo irredento, otro monólogo, porque
cuenta asuntos propios y de su vida familiar. En Nueva York hizo tres representaciones bilingües de esta obra, que
narra peripecias de su padre y de su abuelo por el río Magdalena; su abuelo, un viejo millonario dueño de infinidad de
tierras, que construyó un ferrocarril con salida al mar que pasaba por el
pueblo de Bitaco, en el Valle del Cauca, entre Buenaventura y Cali.
‘Odiseo
irredento’
'Odiseo irredento' es el monólogo que más se aproxima a la vida personal y artística de Ospina. Foto: La Pluma & La Herida |
Sebastián
Ospina abreva un sorbo del café que le sirvió una joven
venezolana de generosas caderas que atiende las mesas del Lasker. Sigue moviendo deliberadamente las fichas sobre los
escaques del tablero, y de repente hace una nueva pausa:
“Este fragmento que le voy a recitar de Odiseo irredento, y que fue estrenado
hace un año largo en el paraninfo de la Academia
Colombiana de la Lengua, resume lo que ha sido mi vida, mis nostalgias, y
la errancia que aún no termina:
Cuando
mi padre me llevó a conocer el mar viajábamos en un barco de vapor que recorría
por última vez el Río Grande de la Magdalena, porque al regreso se incendió en
el puerto de Magangué.
Ya
hace tiempos los vapores dejaron de navegar el río y en sus orillas desapareció
el sol donde se bañaban caimanes milenarios. Recuerdo que pasé la noche en
vela, aguardando que apareciera en el paisaje el horizonte sin límites del
océano.
Y
apareció, y desde entonces comencé a soñar con todo lo que habría al otro lado
de tanta agua, donde se perdía la vista con los primeros rayos del amanecer.
Ahí nació mi vocación trashumante... de pueblo en pueblo, recitando versos de
otros… y de todos. Buscando las corrientes que lleven al inmenso mar. Ahí donde
habitan los espíritus de todos los hombres y de todos los tiempos. Yo... Odiseo
irredento… he quemado la nave.
La trashumancia para Sebastián
Ospina Garcés no ha terminado, porque el esqueleto bien armado y calcificado
de su altiva figura (cada día se parece más al dramaturgo norteamericano Sam Shepard), según él, aguanta todavía un buen trecho de kilometraje.
“Este aguante tiene que ver con mi formación tanto física
como espiritual. Desde los 17 años practico yoga, con el agregado de técnicas
de actor que he enriquecido con múltiples vivencias, como mi paso por Actor’s Studio, en Nueva York, que es el método Stanislavski
en su pureza: respiración, entrenamiento de voz, mente, cuerpo y actitud”.
Viejo trotamundos
Su nervio aventurero, lo conserva intacto. A principios
de abril de este año fue invitado al Festival
de Cine Colombiano de Nueva York, con la película Morir en Cali, del cineasta Fernando
Galeano Naranjo, guion de Sebastián
Ospina.
Pero la invitación era una formalidad de papel. Debía
correr con los gastos, empezando por los tiquetes. Faltando un mes, Ospina
convocó a una colecta por su cuenta de facebook,
realizó una serie de presentaciones de Bolívar
y de Odiseo irredento en bares,
centros culturales y librerías, y aprovechó para calentar a Blacamán.
El recaudo le alcanzó para comprar un tiquete con un mes
y medio de estadía. Y doscientos dólares para sostenerse. Cargó con los
trebejos de supercherías que son la utilería de Blacamán, pero menos, por espacio, con el féretro donde el adivino
pernocta en la trama.
La dormida la resolvió con amigos colombianos que viven
hace tiempo en Nueva York, pero por
temporadas, de máximo una semana de hospedaje. “Después de una semana, uno sabe
que el asunto se vuelve complicado, tanto para el que lo recibe, como para el
forastero”.
Así se bandeó para asistir al festival de cine, presentar
su Blacamán, y dar tres recitales
bilingües, también en bares, espacios públicos y librerías de T.S. Eliot, Dylan Thomas y E.E. Cummings, el poeta, pintor y
dramaturgo estadounidense, que tenía por costumbre escribir sus obras en
minúsculas. Nunca le faltó público, tratándose de una metrópoli eminentemente
cultural como Nueva York.
Y como si lo anterior fuera poco, se consiguió un espacio
con el fin de dictar un taller para inmigrantes (puertorriqueños, ecuatorianos,
mexicanos y colombianos), a partir de varios fragmentos de Panorama sobre el puente, de Arthur
Miller.
Sobre ese taller, Orlando
Godoy, un afamado documentalista colombiano residente en Nueva York (que ha trabajado con
estrellas de la salsa como Fania, Tito Puente, Celia Cruz y Héctor Lavoe, entre otros), le grabó,
sin cobrarle un solo peso, cinco horas de material en diversos parajes
neoyorkinos, incluido Central Park,
además del cubrimiento del taller con cámara, charlas y entrevistas.
Un trabajo a fondo entre el inmigrante, el trashumante y
el desarraigo, con visita después de muchos años a Actor’s Studio, donde Ospina
estudió en 1979.
“El inmigrante, como el trashumante -relata-, son como
aves migratorias que abren sus alas para dormir sobre el viento bajo El cielo protector, como en la película de
Bertolucci, una adaptación de la
novela del mismo nombre, de Paul Bowles,
escritor norteamericano que vivió en Marruecos.
Regresó a Bogotá con cuatrocientos dólares,
el esqueleto en forma, el rostro siempre altivo y sereno de viejo cowboy a lo Montgomery Clift, de quien rescata una frase que se aplica al arte
de actuar: “Habla en susurros y piensa en gritos”.
“Hoy no me preocupa el dinero -aclara- Fui hijo de
millonario. La gran riqueza se lleva dentro, en hacer lo que a uno le gusta, en
esforzarse por superar los logros. El triunfo consiste en estar siempre en
forma y en no parar de trabajar”.
El
oficio del actor
Metáfora gráfica del laberíntico 'ajedrez infinito' de 'Blacamán', relato de García Márquez publicado en 1970. Foto: Getty Images |
Sanford
Meisner, uno de los fundadores de Actor’s Studio decía: “Ser actor es un llamado espiritual, pues nos
han obsequiado la habilidad y el don de inspirar a la humanidad”.
“El talento no existe”, repara Ospina. “O me preparo bien y mi actuación es buena, o no me preparo
y la actuación es mala. Eso lo sé después de más de 40 años de carrera profesional”.
-Si actuar es no
actuar para Al Pacino, ¿qué es
actuar para Sebastián Ospina?
“Actuar es responder a estímulos imaginarios. En ese
sentido, el actor lo hace sin importar el medio. Lo que varía es el ajuste
expresivo. El cine es el medio donde el actor expresa con mayor plenitud su
intimidad. Es la presencia de una verdad expuesta con la mayor sinceridad. Un
movimiento del pensamiento y del alma concebido en la más íntima soledad.
La televisión es más amiga de la radio que del cine.
Aunque también puede haber televisión cinematográfica, pero no es lo usual. Su
narrativa se apoya fundamentalmente en la información textual. En escenas
reiteradas los personajes repiten la trama para mantener actualizada a la
audiencia episódica.
El teatro es la cuna del actor. Ahí él es el rey. Entra
en contacto vivo con el espectador. Demanda de él una gran técnica y energía
arrolladora. El buen actor se forma en el teatro.
Ahí afila las herramientas. Ahí aprende a vivir lo
imaginario. El rito en cada noche de la representación ante el público, revela
lo más humano de las expresiones actorales.
Todo esto lo comparto con actores y estudiantes en talleres que he dictado aquí y en Nueva York. Antes de viajar a La Guajira con Blacamán terminé uno, Intérpretes del cine, se llama, en Espacio Compartido, la casa de Jaime Ruiz Arte, en Cedritos, con un grupo de doce integrantes, enclaustrado cuatro días entre las 9:00 a.m. y las 10:00 p.m. (dormí en ese recinto), donde histriones de trayectoria como Tania Falquez y Frank Beltrán alternaron con jóvenes de grupos y escuelas de teatro, en ésta oportunidad trabajando con material escénico de la película de Al este del edén, de Elia Kazan, adaptación de la novela de John Steinbeck -una de las obras que más me ha impresionado en la vida-, cuyo protagonista fue el legendario James Dean”.
Todo esto lo comparto con actores y estudiantes en talleres que he dictado aquí y en Nueva York. Antes de viajar a La Guajira con Blacamán terminé uno, Intérpretes del cine, se llama, en Espacio Compartido, la casa de Jaime Ruiz Arte, en Cedritos, con un grupo de doce integrantes, enclaustrado cuatro días entre las 9:00 a.m. y las 10:00 p.m. (dormí en ese recinto), donde histriones de trayectoria como Tania Falquez y Frank Beltrán alternaron con jóvenes de grupos y escuelas de teatro, en ésta oportunidad trabajando con material escénico de la película de Al este del edén, de Elia Kazan, adaptación de la novela de John Steinbeck -una de las obras que más me ha impresionado en la vida-, cuyo protagonista fue el legendario James Dean”.
-¿Y
es por el teatro que no ha vuelto a la televisión?
Ospina, sonríe, toma aliento, y responde:
-Es que la televisión engorda, y el teatro te mantiene
esbelto y joven.
Blacamán
en Bucaramanga: Los días 13, 14 y 15 de julio, Sebastián
Ospina presentará su monólogo Blacamán,
en El Solar Casa Cultural (Calle
34#8-10), a partir de las 7:00 p.m.
Valor entrada: $10.000
'Blacamán el bueno, vendedor de milagros' (GGM): bit.ly/2s9sk5Z
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