miércoles, 22 de marzo de 2017

'Solo el fin del mundo': trepidante y desgarradora

Adaptación de la obra maestra de Jean-Luc Lagarce, 'Solo el fin del mundo', dirigida por Xavier Dolan, se alzó el año anterior con el Gran Premio del Jurado en Cannes. Foto: Babilla Cine  
Ricardo Rondón Ch.

                                  A veces nacemos en familias con las que solo compartimos la sangre.

Si Jean-Luc Lagarce viviera para ver en pantalla lo que un genio precoz de la cinematografía como Xavier Dolan ha hecho de su desgarradora obra.

Diría entonces el dramaturgo y guionista francés, uno de los más prolíficos y destacados de las últimas décadas en Europa, que Dolan le leyó el pensamiento cuando él imaginó llevar al cine Tan solo el fin del mundo, su pieza maestra, escrita en 1990.

A Jean-Luc no le alcanzó la cuerda, porque cinco años después, en Berlín, su última estación, Largarce moría de Sida a los 38 años, mientras ensayaba Lulú, su próxima puesta en escena.

Suponer que Xavier Dolan atinó con lo que hubiera deseado Lagarce para retratar su tragedia en el celuloide, para gritarse a sí mismo frente al espejo roto del acabose, para escapar de su tortuosa soledad de pajarillo enjaulado y retornar al silencio, a esa nada que lo reclamaba noche a noche en el final de sus días, sería un desafuero.

Pero Dolan, que en la mayoría de sus películas, desde Yo maté a mi madre, pasando por Mommy, hasta la más reciente, Solo el fin del mundo, lo ha logrado por encima de las críticas, del alto e innecesario voltaje que le recriminan, fiel a su dictado irreductible de ir de la estridencia al agotamiento.

Y eso es lo que se padece de principio a fin en esta historia autobiográfica de Lagarce, como la mayoría de las más de veinte que escribió y llevó a escena para poner al espectador en aprietos, incomodarlo, moverle el taburete, ponerlo al tanto de su trepidante ritmo, de su juego extremo.

Dolan, sin reparos, lo consiguió: una película minimalista que se desarrolla al interior de una casa, en la que los rostros devoran los primeros planos; al fin y al cabo un plano secuencia de pausas, silencios, miradas perdidas, insultos, opacos que filtran nucas sudorosas como vidrios ahumados.

Un marcado territorio teatral, como si en un principio el joven director canadiense se lo hubiera propuesto para homenajear a su alter ego, muy distante de las cámaras; como si para él tuviera más protagonismo lo que se calla que lo que se dice, con una somera dosis del lenguaje histriónico de Ionesco, y un paneo subrepticio del gran Godard.

Vicent Cassel en el rol de Antoine, hermano mayor de Louis (Gaspar Ullield). Foto: Babilla Cine
He ahí el valor intrínseco de esta película que el año anterior (luego de Mommy, 2015), se alzó con el Gran Premio del Jurado, en Cannes, por encima de los murmullos maledicentes de sus detractores. La envidia y las rivalidades insanas que no faltan.

Para algunos, el argumento podría rayar en lo convencional: una familia disfuncional que espera al hijo pródigo, un escritor homosexual que decide retornar a su casa luego de diez años de ausencia para recobrar un puñado de recuerdos y anunciar su muerte inminente.

No obstante la poderosa dramaturgia de Lagarce en manos de Dolan, agregado a una rutilante nómina de actores: Marion Cotillard , la nuera (Macbeth, Dos días, una noche, Origen), Léa Seydoux, la hija menor drogadicta (Langosta, Spectre, Partisan), Nathalie Baye, la madre (La noche americana, La clienta, Atrápame si puedes, Hotel Budapest, La vida de Adele), Vicent Cassel, el hermano-conflicto mayor (El odio, Irreversible, Cisne negro Una dulce mentira) y Gaspard Ulliel, el escritor (Saint Laurent, El arte de amar, Paris, Je t'aime), desencadena un polvorín a cuenta gotas, mezcla de irritabilidad y estupefacción.

El recién llegado, con la duda y el temor de encontrar el instante adecuado para compartir su fúnebre noticia, se enfrenta en el almuerzo de bienvenida de un domingo con avisos de tormenta a una cadena incomprensible de resentimientos, adulaciones huecas, lugares comunes, y de una absurda incoherencia que termina explotando en la psiquis del hermano mayor, el más atribulado y enfermo de la camada.

El tormentoso almuerzo dominguero de una familia disfuncional. Foto: Babilla Cine
Así, los diálogos trascienden forzosos, de espaldas, como a mansalva, con el desamor, el rencor y las confrontaciones de un entorno familiar que hace mucho tiempo perdió su esencia y su norte; las frases engoladas de una madre exasperante, las irreparables crisis de una hermana farmacodependiente; la mirada desconcertante de una nuera indefensa. Y, el escritor ahí, acorralado, inmerso en su desventurado silencio, como un borrego que siente los pasos próximos de su depredador.

El colofón no puede ser más contundente. Flota en el aire enrarecido la frase patibularia del autor: A veces nacemos en familias con las que solo compartimos la sangre.

De hecho, no pasa desapercibido que Louis, el protagonista, haya decidido regresar y cortar lazos en un tiempo límite para encontrarse con un pucho de vida.

El aporte brillante de Xavier Dolan, es que en Solo el fin del mundo, el director canadiense cumple respetuosamente con el legado de Lagarce, con el laberinto siniestro de sus personajes, con esa estructura dramática que se desdibuja y se deshace en un itinerario proscrito, apenas interrumpido por el cucú de un reloj que intenta ser redentor, y por la inflexible máxima que sintetizó la vida y la obra del recordado dramaturgo francés:

Nacer no es complicado. Morir es muy fácil. Y vivir entre estos dos acontecimientos, no es necesariamente imposible.

(Solo el fin del mundo es distribuida por Babilla Cine y se puede ver en Colombia a partir del 23 de marzo).

Thriller Solo el fin del mundo: http://bit.ly/2nfdLxz 
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