Daniel Coronell y Salud Hernández-Mora en pleno coloquio en la revista Semana. Foto: La Pluma & La Herida |
Ricardo Rondón Ch.
Recordar es morir, el libro del periodista
Daniel Coronell lleva enredado un
aire de tango en su título. De hecho hay una partitura de arrabal que se llama Amargo recordar, letra de Jacinto Alí y música de León Lipesker.
El rótulo del libro del columnista de los huevos de plomo capaz
de resquebrajar los huevitos del presiente Uribe,
es una metáfora de los riesgos y peligros que significa recapitular en el
siniestro pasado colombiano, en la zozobra de los peores días, y más cuando hay
testigos claves que son borrados del mapa, o en circunstancias extrañas van
desapareciendo, como los del sonado caso del General Rito Alejo del Río, condenado por paramilitarismo.
Justamente el título de esa columna, *Recordar es morir, publicada el 11 de agosto de 2007 en su espacio
habitual de la revista Semana, es el
que le da nombre a su ejemplar, con un subtítulo en la misma portada que lo contextualiza:
Un rompecabezas de la Colombia
contemporánea.
Claro que no habría sido en vano que hubiera sido inspirado en
los duros avatares, las traiciones y desdichas luctuosas que encierra la feroz
tanguedia de antros y lupanares de mala muerte, porque de todo esto, de lo
oscuro y abyecto de la condición humana, en el apartado de los protagonistas de
Coronell, está abonado su libro.
Recordar es morir (Aguilar, 2016) agrupa
las 102 columnas del intrépido periodista, publicadas entre el 19 de mayo de
2007 y el 18 de noviembre de 2015, pero no con el simple pretexto recopilatorio
de otras antologías -más autorizadas por la vanidad que por el criterio-, sino
por los orígenes y los arduos procedimientos investigativos que catapultaron su
escritura.
Resulta que la mayoría de esas historias que detonaron las
columnas son más apasionantes, por no decir escalofriantes, que lo que ha
salido publicado. Daniel ha
corroborado este ejercicio: escapar de las obligaciones coyunturales de una
sala de redacción para hacer un periodismo de opinión basado en hechos, más
allá del análisis y de la crítica tradicional. En otras palabras: rompiendo ese gusto que el lector por lo
general espera, por la sencilla razón de que no encuentra más.
Por esa otra vía, en términos ciclísticos, la del trabajo
coequipero para alcanzar el premio de montaña y divisar desde arriba lo que no
permite el terreno plano, Coronell se
lanzó a esta pedregosa aventura -como en el título de otras de sus columnas-,
con la firme convicción de que la mejor arma contra el ataque es la defensa.
En ese periplo puso a temblar a la Casa de Nariño en los tiempos de Uribe con las chuzadas del Das.
Desenmascaró a varios de los directores de ese tenebroso ente de seguridad,
incluida a la polémica y no menos novelesca María del Pilar Hurtado. Desentrañó los oscuros entuertos de la Yidispolítica, y antes que Daniel Samper Ospina la despojara de
sus vestiduras triple X para la portada de Soho,
Coronell hizo que sacara todos los
trapitos al sol para revelar el libreto, paso a paso, de cómo Uribe, con notarias y prebendas, y a
rodilla limpia en nombre de la salvación
de la patria, le pidió de caridad su voto para la reelección.
La nefasta historia de Colombia, desde la óptica de uno lo de los periodistas más agudos y polémicos. Foto: Aguilar |
Cuando los seguidores de las columnas de Coronell daban por seguro que el del Ubérrimo era su enemigo acérrimo en un tour de force de nunca acabar, el actual presidente del sistema
informativo de la cadena de televisión hispana más importante de los Estados Unidos, Univisión, asegura que
el personaje más siniestro de la política colombiana en los últimos tiempos no
ha sido el mandatario de las carnitas y
los huesitos, sino el procurador
Alejandro Ordoñez, a quien invierte en su libro sesenta páginas y compara
con un figurón del medioevo, digno de una tragicomedia de Shakespeare.
La sangrienta película de las autodefensas, con sus capos,
congresistas y oficiales de alto rango implicados en ella, la Yidispolítica, las chuzadas del Das (de las que Coronell
y sus familia fueron víctimas), los despropósitos nauseabundos de Agro Ingreso Seguro (donde cayó como
inocente oveja en la trampa hasta una reina de belleza), la reconstrucción de
la toma del Palacio de Justicia con
un ilustre difunto que no fue víctima fatal del atentado sino hasta después de su
liberación, el magistrado Carlos Horacio Urán; los desfalcos a Saludcoop,
el poder y las influencias alucinantes de un personaje de talla cinematográfica
como J.J. Rendón, las traiciones y
desafueros del nuevo testamento
releccionista entre Santos y Uribe,
el indestructible magistrado Jorge
Pretelt, atornillado a su curul como a un sofá de simulador, entre otros
episodios del bestiario nacional, navegan por las páginas de Recordar es morir como en una saga de Julio Verne y del mismo Edgar Alan Poe.
El tono y el ritmo de las columnas de Coronell evaden los vericuetos de la retórica y la adjetivación.
Sin embargo, sus noticias, por más escuetas y terribles que parezcan, se hacen
amenas, no sólo por la fina cuota de humor que el autor le imprime, sino por las
fábulas y contrasentidos de sus protagonistas, que remarcan la ya manida cita
garciamarquiana de que la realidad supera a la ficción.
Pero también hay desahogos personales. Columnas de aliento
propio como la que dedica en el cumpleaños a su hija Raquel, fuerte e irreductible en sus convicciones como él, en
su lucha vigorosa contra una leucemia que a la fecha de hoy ya lleva ganada el
noventa por ciento de la batalla.
O, el exilio forzado con su familia por esa terquedad que en
Colombia padecen escasos columnistas como Daniel,
comparada con el dictamen de los médicos honestos, que también pocos, pero
quedan: la de exponer el mal a tiempo para salvar una vida, o muchas vidas, en
lo que concierne al cáncer del poder, antes que los abusos y la corrupción hagan
metástasis.
Hay lapsus entretenidos
en este compilado, como cuando Coronell viaja a Miami a entrevistar a J.J. Rendón en su apartamento. El
ostentoso sibarita primero le enseña sus lujos y excentricidades, como cuando
el diablo tentó a Jesús para
compartirle sus fortunas si se inclinaba y le besaba los pies.
-Mira –le dice al periodista- Este cuadro que ves ahí (de pared
a pared), vale dos millones de dólares.
-¿Y de quién es?-, pregunta Daniel.
-Mío-, responde el controvertido publicista y asesor de imagen.
-Me refiero a quien lo pinto…
-¡Ah!, no lo sé.
Daniel Coronell tiene fama de hombre
tímido. Lo ha dicho su esposa María
Cristina ‘La Tata’ Uribe en algún ping
pong de revista del corazón. Es una timidez que luce, y que lo hace
legítimo, sin poses, como un ciudadano de a pie, sin esa aura de las
celebridades que levitan por los altos índices de rating, o porque tuvieron la exclusiva con el señor presidente en
los suntuosos aposentos desde donde gobierna: El periodismo oficialista que
reina en la mayoría de medios.
Ese es Coronell detrás
del incisivo generador de opinión: un profesional sin aspavientos, discreto,
trabajador de agotadoras jornadas, obsesivo de la investigación con su grupo de
trabajo -a quien destaca a Ignacio Gómez, subdirector de Noticias Uno, compañero de muchas
batallas-, con un coraje a toda prueba para denunciar con pruebas y con los riesgos
que implica esculcar con pinzas las ollas putrefactas del poder, del
institucional, y del crimen organizado.
Coronell ha sentido la sombra
negra de la amenaza no solo sobre sus espaldas sino en las de los seres que más
ama, su mujer y sus dos hijos, Raquel y
Rafael. Cuando la Cadena Univisión
le propuso el cargo de presidir el sistema informativo, él solo puso una
condición: seguir escribiendo su columna en Semana. Los ejecutivos no aceptaron. Él agradeció. Días después lo
volvieron a llamar para replantearle la propuesta, con la cláusula de que podía
escribir lo que quisiera de Colombia,
pero no de los Estados Unidos. Coronell volvió a extender la mano de
gratitud y se afincó en su negativa. Al final se quedó con el puesto.
“El periodista militante termina siendo más militante que
periodista. El periodista debe ser inmune a todo tipo de compromisos, incluso
los que demanda por razones ideológicas y comerciales la empresa para la que
trabaja. Sé que este es un oficio desagradecido, que el que recuerda no será
recordado, y que posiblemente, tarde o temprano, el olvido caerá. Pero por
encima de todos los obstáculos, de más perdidas que resultados que arroja una
investigación, vale la pena intentarlo, porque es un deber que tenemos, no con
quien nos paga, sino con quien nos oye o nos lee. El verdadero jefe es el
público”, dice Coronel.
En tiempos aciagos que nos acontecen, cuando el periodismo sufre
una de las crisis más decepcionantes de su historia, Recordar es morir llega como un aliciente ante tanto desecho
mediático. Es un libro para el joven o el adulto de a pie, que insisten en
saber lo que pasa en el país más allá de lo acomodaticio de los radio-periódicos
y los tele-noticieros que bendice y respalda el establecimiento.
Ese periodismo independiente que, como apunta Daniel Samper Pizano en el prólogo, se
hace sacando la basura que hay debajo de la alfombra, con el instinto por la yugular, sin temores ni
favores, sembrando la duda y confrontando todas las fuentes posibles.
Pero Recordar es morir
también es un libro que hacía falta en las facultades de periodismo. Su estructura,
la selección de las columnas en orden
cronológico, cada una con su respectivo texto introductorio y el por qué del interés reporteril, de rastrear a fondo el
escándalo, el entuerto o la denuncia, lo hace una guía práctica y aleccionadora
para quien aspira seguir en el mañana los derroteros del buen periodismo
investigativo, y de cómo se redacta una columna de hechos.
La idea de la editorial, de que la presentación del libro
estuviera a cargo de Salud
Hernández-Mora, surtió su efecto. De eso se trababa: de compartir una
charla con dos pensamientos diferentes, polémicos, controvertidos, pero con el
respeto y la sindéresis que debe primar en un coloquio así no se esté de
acuerdo con el otro.
Daniel finalizó su
intervención con un reconocimiento plausible a todos los colegas y colaboradores
que lo han acompañado durante todos estos años, en las duras y en las
gratificantes. No se le quedó por fuera ni el saludo honroso para la correctora de estilo
de Semana, María del Rosario Laverde, quien en los capítulos sísmicos de las
amenazas, sumado a la enfermedad de su hija, lo socorría en la corrección como quien ayuda a un enfermo con calditos
de pollo.
Antes de pararse de la silla anunció que su próximo libro en ruta será sobre el ex presidente y actual senador Álvaro Uribe Vélez. Como para que vayan afinando...
Picaporte: el sonido en el
auditorio de la revista Semana,
donde se presentó Recordar es morir,
fue tan calamitoso, que daba la impresión de que estuvieran chuzando la
conversación.Antes de pararse de la silla anunció que su próximo libro en ruta será sobre el ex presidente y actual senador Álvaro Uribe Vélez. Como para que vayan afinando...
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