Con El abrazo de la serpiente, Ciro Guerra recapitula con creces la historia del cine colombiano. Foto: Andrés Córdoba |
Ricardo
Rondón Ch.
El
agua es la sangre de la selva, así como las piedras son las lágrimas de sus
antepasados. (Wade
Davis)
Esta aventura, camino estelar al Óscar, la de El abrazo de la
serpiente, empezó con una búsqueda, como se gestan los descubrimientos que
remiten curiosidades insondables, las de los alquimistas del medioevo por la piedra filosofal; las de los templarios
de las cruzadas por el Santo Grial;
las de los conquistadores españoles ebrios de poder y codicia por El Dorado, y en el capítulo que atañe a
la película de Ciro Guerra, el
ardoroso rastreo de dos científicos, el alemán Theodor Koch-Grünberg y el estadounidense, Richard Evans Schultes, quienes invirtieron gran parte de su vidas
en la exploración y el descubrimiento de plantas medicinales y alucinógenas en las
selvas sudamericanas, particularmente las de Colombia.
De los diarios de Koch-Grünberg
–interpretado en la cinta por el actor belga Jan Bijvoet- tuvo noticia Guerra
en 2010 (un año después del estreno de Los
viajes del viento) por un amigo antropólogo. La fascinación por este
documento centrado en la manigua amazónica colombiana, fue para el joven
realizador de Río de Oro, Cesar, el
despertar de una empresa riesgosa y titánica, como suelen revelarse las gestas novelescas
o cinematográficas que se producen en la jungla: El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad; La vorágine,
de José Eustasio Rivera; la trilogía
sobre la conquista de la Amazonía: Ursúa, El país de la canela y La serpiente sin ojos, de William Ospina; o plasmadas en pantalla
grande: Fitzcarralado y Aguirre o la ira de Dios, de Werner Herzog.
El actor belga Jan Bijvoet en su interpretación del etno-biólogo alemán Theodor Kock-Grünberg. Foto: Liliana Merizalde |
En el filo de los 34 años, con dos estupendas películas a
sus espaldas, La sombra del caminante
y Los viajes del viento, Ciro Guerra, egresado de la Facultad de Cine y Televisión de la
Universidad Nacional, joven silente, modesto, con la singularidad de los
provincianos en apariencia apendejados que despiertan envidia en el colegio
cuando aventajan por kilómetros a sus condiscípulos sin aspavientos,
se lanzó sin medir obstáculos ni presupuestos a esta aventura, la de El abrazo de la serpiente, de la mano
de su esposa y productora Cristina
Gallego, mujer de arraigada tenacidad y emprendimiento.
Los dos sabían de los riesgos que iban a tomar, de los
peligros a los que se enfrentarían a
partir de dejar impresas sus primeras huellas en los terrenos anegados del Amazonas, el Vaupés y el Guainía.
Pero no fue sino encender la mecha y todo fue fluyendo a favor. Que no quiere
decir que no hayan tenido que librar batallas propias del misterio y del temperamento
feroz de la jungla: torrenciales aguaceros de tres días seguidos, bichos ponzoñosos, tarántulas y
serpientes al acecho, fiebres intestinas, siniestras sombras y chillidos de la noche, y hasta las dentelladas de un perro montañero que atacó a la encargada del vestuario.
Dos ángeles de la guarda con taparrabos de ceremonia: Antonio Bolívar (indígena ocaina) y Nilbio Torres (indígena cubeo), no sólo
fueron protagonistas asignados a esta historia, sino que brindaron sus
servicios de custodios y mentores, e intercedieron ante los jefes de sus
comunidades para obtener el permiso de rodaje, ante la serie de engaños, desacuerdos
y falsas promesas de las que sus hermanos raizales han sido objeto desde tiempos
inmemoriales. Además que oficiaron de intérpretes cuasiadivinos en el babélico
trasegar de la filmación, donde confluyeron media docena de idiomas y
dialectos.
Ciro Guerra y su equipo de rodaje superando las adversidades propias de la exuberante jungla. Foto: Andrés Córdoba |
Hasta el dinero, tan esquivo en Colombia en estos trámites de la creatividad y la imaginación, fue
apareciendo como las enredaderas, gracias al empeño, hasta el fondo y sin
treguas, de Cristina Gallego: A Ciudad Lunar, la productora local, se
unieron NorteSur (Venezuela), MC Producciones y Buffalo Films (Argentina), en asocio con Caracol Televisión y Dago
García Producciones, con el apoyo de Ibermedia,
Hubert Bals, entre otras productoras.
El rodaje estaba salvado, pero como citó Gibran Khalil: Vivir no es suficiente -dijo la mariposa-. Uno también debe tener una
pequeña flor, sol y libertad. Y esos requisitos no podían estar más a
disposición del equipo en eso que el arquitecto y naturalista colombiano Alberto Mendoza Morales bautizó con
acierto como la Catedral Gótica de la
Naturaleza, espléndida metáfora de la selva amazónica, ese pulmón del mundo
que el Estado se ha negado a prestar atención, no obstante la catástrofe
climática y ambiental que ya tenemos encima.
Si las poderosas vibraciones de la jungla en su perpetuo
palpitar se inclinan por El abrazo de la
serpiente en la gala de premiación de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood, en Los Ángeles, el 28 de
febrero; si el Mono de fuego del
calendario chino hace estragos con la
tómbola millonaria de los gringos ávidos de marketing y taquilla; si la
conciencia colectiva a la hora del voto se inclina por lo escaso que queda del
planeta azul; si el espíritu latente de los ancestros de Karamakate (Antonio Bolívar),
el último uitoto, fluye esa noche en el breve espacio sideral del Teatro Dolby, donde se reparte la
gloria de los Óscar, un colombiano
como Ciro Guerra, criado entre mugir
de ganado, cantos de vaquería y estrépito feliz de gallos espuelones, sería el
primero en subir a recibir entre vítores, flashes y aplausos, la soñada
estatuilla.
Orgullo del cine colombiano |
Bien se lo merece Ciro
y Cristina su mujer, y Antonio y Nilbio, y todo el combo de actores y técnicos, auxiliares de
cableo, apuntadores, modistas, maquilladores, vestuaristas, alimentadores, que
le apostaron a esta aventura, tal y como el siglo pasado lo hicieron quienes
inspiraron su historia: Theodor Koch-Grünberg
y Richard Evans Schultes, cuando
arribaron a los territorios sagrados de la Amazonía,
luego de cruzar mares, montañas y cordilleras, pantanos suicidas y no menos
caudalosos ríos, con el propósito de ubicar, entre miles de herbáceas, la “planta mágica del ensoñamiento y la
lucidez, la hoja divina de la inmortalidad”, que tiempo después el hombre
blanco en la desmesura de su poder y riqueza transmutó en cocaína, la más absurda
y depredadora alquimia, nieve falaz de un imperio criminal sediento de oro,
piel y sangre, el del narcotráfico y su arrasadora fuerza destructiva.
Cada cien años se registran hitos que
demuestran que todo lo colombiano no es malo, a medias o torcido. Que cuando se
quiere, se puede, por encima de la desventura, el pudor y la ausencia de
oportunidades. Que en esta aldea macondiana no es difícil romper el conjuro de
la estirpe de Cien años de soledad que no tendrá una nueva oportunidad sobre la tierra. Que más allá de la suerte,
pretexto de los fracasados, está el trabajo a conciencia, el esfuerzo y la
perseverancia. De modo que no se nos haga extraño que el genio y la sensibilidad
de Ciro Guerra ingrese en la lista
de los privilegiados:
Karamakate, el mantra de El abrazo de la serpiente, de cara al Óscar. Foto: Andrés Córdoba |
“Es
difícil ganar”, ha dicho un modesto Guerra desde que se conoció la noticia de la nominación de El abrazo de la serpiente en la
categoría de Mejor película en lengua no
inglesa. Lo dice un profesional placeado en festivales, aquí y allá, que sabe
el tejemaneje del mercado del cine norteamericano, el lobby de rigor con agencias y distribuidoras, y la competencia a ultranza
con películas que críticos y especialistas ya dan por ganadoras, una de ellas, El hijo de Saúl, de Hungría, con un
tema que toda la vida y por razones políticas y culturales ha seducido a la
encopetada academia: el holocausto nazi.
El profesor Richard Evans Schultes, en su exploración por el Amazonas. La foto ilustra la portada del libro El río, escrito por su discípulo, el también biólogo Wade Davis |
Es difícil ganar, Ciro,
pero no imposible. Usted lo ha subrayado. La lectura de su película obliga una
mirada a lo único que puede salvar a la humanidad de la hecatombe prematura.
Una mirada al fondo de ese reino exuberante que es la Amazonía, donde palpita la vida a toda hora más que en cualquier
región del mundo, donde el espíritu del agua embellece las formas y hace traslúcida
la sabiduría. Un territorio sagrado pero vulnerado y mancillado por la alevosía
del hombre mal llamado civilizado. El planeta verde que, de manera irrespetuosa
y desvergonzada, se le ha usurpado al nativo que creció y se formó de sus entrañas.
Si el Óscar no
es para El abrazo de la serpiente, dese
usted por bien servido, estimado Ciro.
Lo cosechado hasta la fecha con su película, es más que suficiente, y con ello
todos los colombianos nos sentimos satisfechos y orgullosos, desde su triunfo
en Cannes en la Quincena de realizadores; los sonoros aplausos que aún hacen eco cuando
la cinta fue nombrada el año anterior como la Mejor película en el Festival
Internacional de Cine de Mar de Plata, en Argentina; igual en Lima
y en San Sebastián. Y lo que le
espera en Sundance y en Montreal en los próximos días.
Usted, Ciro Guerra,
partió la historia del cine colombiano, aunque el cine colombiano aún no haya producido
la “gran película”, solo “buenas películas”, como le oí decir hace unos años en
un seminario de guion al mexicano Guillermo
Arriaga de Amores perros.
Puede ser: “apenas buenas películas…”. La suya puede
escaparse de ese renglón por todo lo logrado, por la preciosa fotografía que evoca
los años dorados del gran Néstor
Almendros, y a releerlo en su memorioso libro Días de una cámara; porque no todas las veces, ésta, la primera,
una película que concursa entre más de ochenta del mundo, con tres
preselecciones, es nombrada por Colombia
en la competencia de Mejor película extranjera.
Usted, Ciro, ya hizo lo suyo. Déjele
el resto a los dioses tutelares de Karamakate.
La preciosa fotografía de El abrazo de la serpiente, uno de los grandes logros de la premiada cinta y ahora nominada al Óscar, escrita y dirigida por Ciro Guerra. Foto: Liliana Merizalde |
Acabo de leer un libro que tiene que ver con todo lo
anterior. Un libro voluptuoso de 639 páginas que aprovecho para recomendar,
antes o después de ver El abrazo de la
serpiente. Se trata de El río
(Fondo de Cultura Económica y El Áncora Editores), de Wade Davis, discípulo aventajado de Richard Evans Schultes, con traducción impecable del poeta Nicolás Suescún.
Se trata de una memoria fascinante por los linderos y afluentes
de la Amazonía, que narra con lujo
de detalles los derroteros del intrépido biólogo norteamericano, su pasión por
la vida y por lo desconocido, su afán desmedido de investigación, de selección
y recolección de plantas exóticas y de inimaginables herbarios, en fiel
complicidad con las costumbres y la sabiduría de docenas de tribus de Ecuador, Perú, Brasil, Bolivia, Venezuela,
pero esencialmente Colombia.
El
río,
que lleva como subtítulo: Exploraciones
y descubrimientos en la selva amazónica, debería ser ahora mismo -ante tanto
bodrio manipulado por el descarado y redondo negocio de la educación- un texto obligado en colegios y facultades de Sociología, Humanidades, Ciencias
Naturales, Botánica, Biología y Geografía.
Evans Schultes, como lo describe su
autor, era un santo, sólo que la iglesia lo ignoró.
Lo era, porque desprendido de todo artificio material,
con un morral de lona a las espaldas, repelente, suero antiofídico y muchas
libretas de apuntes, se dedicó a estudiar el legítimo imperio de la vida, el de
la madre naturaleza que se nutre del agua, que es la sangre de la tierra, y que
surca en su tránsito las enormes piedras, al decir de Davis, las lágrimas de sus antepasados.
Fue de tal vehemencia su amor y arraigo por esta
prodigiosa porción del hemisferio, que en diciembre de 1983, el entonces
presidente Belisario Betancur le impuso
en la solapa la máxima decoración civil que concede la república, la Cruz de Boyacá, por su enorme e
infatigable tarea de revitalizar la investigación del país en el capítulo de
las ciencias naturales.
Hombres
como usted -pronunció el presidente-poeta, refiriéndose al
homenajeado- han exaltado los humildes
productos de la mente humana y de la obra de Dios. Usted ha magnificado el
valor de la humanidad.
Y usted, Ciro
Guerra, con su bella y conmovedora metáfora cinematográfica, El abrazo de la serpiente, también le
ha rendido un hondo y sentido homenaje.
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A propósito de su candidatura al Óscar, El abrazo de la
serpiente fue reprogramada en veintisiete salas de Colombia, de las tres
principales cadenas exhibidoras:
Bogotá:
Andino, Avenida Chile, Calle 100, Santafé, Santa Bárbara, Embajador, Calima,
Salitre, Bima, Palatino, Bulevar, Unicentro, San Martín, Cinema Paraíso y Cine
Tonalá.
Cali:
Unicali, El Limonar, Jardín Plaza, Fontanar y Centenario.
Medellín:
Premium Plaza y Vizcaya.
Barranquilla:
Villa Country y Cinemateca del Caribe.
Bucaramanga:
Cacique.
Ibagué:
Acqua.
Neiva:
San Juan.
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