Doña Cecilia Vargas, oriunda de Pitalito (Huila), creadora de las populares chivas, íconos de la cultura ancestral colombiana. Foto: Diario del Huila |
Ricardo Rondón Ch.
Yo nací del barro y el barro es mi material de
expresión.
Cecilia Vargas Muñoz
es una mujer de dichos y diretes, de una franca sabiduría popular y de una
glosa repentista que ella ha regado como semilla en todas sus actividades: en el vínculo familiar, en las faenas
cotidianas, en su taller de artesana hecha a pulso, en solaz camaradería con sus operarios, en
la alegría desparpajada de sus tertulias que aún acostumbra organizar en su
casa o en la vecindad de la comarca de su nacencia, Pitalito (Huila).
Si viviera doña María Juana María Moliner, la bien
mentada filóloga española y enciclopedista del lenguaje, quizás hubiera sacado
buen provecho de esas frases que van brotando en el día a día de doña ‘Ceci’, con una fluidez asombrosa,
como si el Académico Mayor que desde
remotas esferas mandó a redactar la Biblia
a sus letrados de turno, se las estuviera dictando al oído.
La frase que más
la identifica es de su propia cosecha, y es un credo que a lo largo de todos
estos años ha puesto en práctica: "Entre
el vivir y el soñar está lo más importante: despertar".
Bien se puede
decir que esta noble dama, artista de la cerámica, creadora de las chivas, esos vehículos ancestrales que han marcado
la ruta de nuestro patrimonio, de nuestra sensibilidad e idiosincrasia, sueña
despierta.
Para ella, el
trabajo, el don de crear y sus manos, han sido los mejores regalos que le ha
dado la naturaleza.
El oficio de la
cerámica, de los hornos, del moldeado y la pintura, lo aprendió de su señora
madre, doña Aura Muñoz de Vargas,
una de las pioneras de la industria ceramista en Colombia.
Hace cuarenta
años, Cecilia se dedicó en su taller
de Pitalito a rendirle un homenaje a
aquellos vehículos que han servido para
que sociólogos y estudiosos interpretaran el acervo cultural, la
tradición, la alegría y el desarrollo económico de nuestra nación, hoy por
hoy estimados souvenirs en los
aeropuertos del mundo y en las boutiques,
donde extranjeros de distintas latitudes se maravillan con sus colores vivos,
sus personajes típicos, y esos arrumes de mercado, trebejos y animales domésticos que las
caracterizan.
Fueron once
chivas en total, todas ellas en gran formato, que a manera de patrones de
identidad resumen el vivir y el sentir de cada una de nuestras regiones.
De estos
patrones, los mandacallares del comercio agrupados en instituciones con
personería jurídica y todas las de la ley, han hecho miles de réplicas en todos
estos años, que han comercializado no sólo en Colombia sino en todo el mundo, y con abrumadoras ganancias.
No es
extraño encontrar series de artesanías inspiradas en las chivas de Cecilia Vargas en terminales aéreos de Moscú o de Estocolmo, o en anticuarios de Ámsterdam,
París, Londres, Roma o Madrid, o en algunos de los exóticos bazares
subterráneos de Estambul. Lo más
triste del asunto, es que a su creadora no le han reconocido un solo peso.
Pero bueno,
ella, como tantos creadores en nuestro país, ha trabajado por amor al arte.
Porque le gusta, porque su corazón se lo dicta, porque es la mejor terapia para
disipar el tedio y las angustias de la vida. Y como apuntamos al principio,
para vivir siempre despierta.
Las chivas y artesanías de Cecilia Vargas son reconocidas en el mundo. Foto: Archivo particular |
A pulso, con sus
laboriosas manos, sus instrumentos de trabajo, su virtud y paciencia, Cecilia Vargas Muñoz ha escrito la
historia del país con sus chivas,
con sus tótems de bahareque y con
sus reinas de cerámica, estas
últimas inspiradas en su cosmogonía, en sus sueños y revelaciones, y en pasajes de sus libros más amados, como los de Gabriel García Márquez, uno de sus
autores preferidos.
Entre las chivas, las reinas: La Reina de los Funerales de la Mama Grande,
la Reina del Fríjol de la Cabecita negra, la Reina del Mango de hilacha, la Reina
de los 426 sartales de huevos de iguana; la apocalíptica Reina del desbordamiento de los límites de
la conducta humana (ese símbolo de la depredación constante del hombre por
el hombre); o Miss Nada que ver, Miss Asustada, Miss Despiste; Miss
Determinismo (patrocinada por el Fondo
Monetario Internacional); la Reina
del apogeo del crudo (o de la Ley
del embudo), y el custodio de todas ellas, Mister 'Tú reinarás', el eterno y desangrado Corazón de Jesús, entre otras deidades y santurrones que hacen
parte de su excéntrica iconografía.
La materia prima
de sus creaciones, el barro: "Ese
barro con el que nuestros antepasados hicieron sus ranchos, que aún sobreviven
al implacable modernismo de los hormigones de acero y concreto", dice.
Un homenaje de la artista huilense a la cultura rupestre precolombina, a sus
dioses y a sus espíritus; a ese culto religioso y medicinal de nuestros
aborígenes que arrasaron y quemaron los españoles durante su paso por la
conquista.
"La Guaricha y el Tegua",
por ejemplo. "No se vaya usted a
imaginar la guaricha, nombre erróneo con el que se ha denominado a la mujer que
vende su cuerpo -señala la ceramista- La
Guaricha, en la cultura de las tribus que habitaron lo que ayer los
cartógrafos denominaron como Tolima
Grande, era la mujer poseedora de conocimientos, la científica, la que a
través de su sabiduría enseñaba y protegía a su comunidad. Y con ella el Tegua, maestro, sabio y curandero.
De esta manera Cecilia Vargas ha escrito la página de
la historia de los vencidos, que es la misma página de la redención, que es el
mismo tiquete para emprender el viaje al fondo de nosotros mismos, que no es
otra cosa que el justo homenaje a lo que más duele que hayamos perdido: nuestra identidad.
"La historia que enseñan en el colegio no
tiene nada que ver con la historia que de verdad nos pertenece.
Nos negamos a reconocernos. No sabemos valorar ni admirar la gran riqueza que
poseemos. Y lo más desconcertante: nos
empeñamos en destruir la poca riqueza que nos queda". Una aseveración
temeraria, pero muy cierta, y sin lugar a discusiones.
40 años de labores, orgullo de la artesanía colombiana. Foto: Inocencio Castañeda |
Las chivas de Cecilia Vargas
tienen su propio sello. En ellas hay un concienzudo estudio antropológico y
costumbrista, y también muchos desvelos y lecturas. Y la paciencia de esta dama
que no dejó escapar detalle en el momento de armarlas, pintarlas y darles el
nombre imborrable y para la posteridad .
La Chiva Líneas Guatipán,
en honor a la Cacica Gaitana, la
soberana de los Panches, los Pijaos y los Natagaimas; el Expreso del
Café, la Chiva de Don Agapito
con los funerales del líder comunal de la vereda
Chillusa; el Expreso Coayacán,
que es un homenaje a la mexicana Frida
Khalo; el Expreso Macondo,
inspirado en el relato de 'La Cándida
Eréndira y su Abuela Desalmada'; el Expreso
del Alto Yuma (agua de los amigos), nombre propio del río Magdalena; el Expreso
Gastronómico, el Expreso Sibundoy,
el Expreso Putumayo y el Expreso Saboyano, que es un bonito retrato costumbrista
del amor, una apología artesanal al convite del matrimonio de provincia, con su
silvestre coquetería e ingenuidad.
Las Chivas y sus dichos:
la sabiduría popular, el gracejo oportuno, el refrán que se cocina en el
subconsciente y en la malicia de sus pasajeros. El chofer de la chiva como gran depositario de liderazgo y de
confianza. Y el humor. El infaltable humor, inseparable hasta en los momentos
dolorosos de la desgracia.
"Esto dijo la cusumba cuando estaba
embarazada: que Dios me saque con vida, pa'echarme otra cusumbiada".
La arcilla,
el barro, que ha sido el material de expresión de doña ‘Ceci’ en estos 40 años de chivas,
con una memoria y un anecdotario dignos de un libro de colección, gracias a la
sabiduría de esta emprendedora mujer que está en mora que el Ministerio de Cultura le rinda un
merecido homenaje, pero en vida, no en el adiós inexorable, propios de esta patria
amnésica y de olvidos perdurables.
0 comentarios