jueves, 30 de octubre de 2014

Reivindicación del piropo

¡Ah!, tiempos aquellos, cuando lo más sexi que exhibían las damas, era la perfecta redondez de sus tobillos.
Ricardo Rondón Ch.

Desconcertante ver como se ha perdido la caballerosidad y el ingenio que en otros tiempos hizo célebres a los bogotanos de gabardina Corayco, sombrero Borsalino y paraguas, a la hora de galantear a una dama. Los piropos capitalinos a flor de labios hicieron historia y la mayoría eran de concurso en una época en que abundaban los cafés y los salones de baile, donde para invitar a una beldad a la pista, había que hacerlo pañuelo en mano.

Qué respeto, elegancia y donaire hacia el mejor adorno, el más delicado y fragante de la creación, decían los poetas de la Gruta Simbólica, cuando de sublimar la presencia de una mujer se trataba. Algunos parroquianos, no tan eruditos como los que frecuentaban El Café Automático, La Bombonier, el San Moritz, el Palatino, el Aster, el Caruso, el Mercantil, o el más antiguo y vigente de todos, el Café Pasaje, en la legendaria Plazoleta del Rosario, se valían de los tomos por entregas del Diccionario de la Real Academia Española, el Pequeño Larousse, o el María Moliner, a la hora de confeccionar un piropo, como si se tratara de una fina pieza de sastrería.

Piropo, del griego pyropus, que traduce ‘rojo fuego’, y que con el tiempo los romanos utilizaron como granate para clasificar sus piedras preciosas de crisol y filigrana, es hoy una palabra lastimosamente en desuso, si uno sintoniza el radar de la rústica y deslenguada manera de referirse al sexo femenino, cada vez más atropellado y vulnerado no sólo por el lenguaje, sino por las arremetidas y los manoseos que a diario ellas denuncian en los desbarajustes del transporte público o en los andares precipitados de calle.

El piropo, en épocas de la Bogotá rancia, era un ejercicio de ingenio, repentismo y verbo exquisito  
Un piropo era una obra de arte en el ejercicio de admirar y sublimar la belleza y la gracia femeninas, y no había que pensarlo mucho, porque los glaxos de entonces gozaban de la virtud del repentismo único, de una capacidad de improvisación que por igual se reflejaba en un introito de seducción y conquista, o en el gracejo certero y oportuno, gran protagonista de amenas y prolongadas tertulias, que historiadores y cronistas etiquetaron como chascarrillo de salón.

Maestros del piropo, contaban padres y abuelos, Nicolás Gómez Dávila, ‘El Cófrade’ Alfonso Palacio Rudas, ‘El Bachiller’ Germán Arciniegas, Eduardo Caballero Calderón, su primo Lucas Caballero ‘Klim’, Plinio Apuleyo Mendoza, Antonio Panesso Robledo, Andrés Holguín, Alberto Dangond Uribe, Roberto Cadavid Misas (‘Argos’), Álvaro Castaño Castillo, Abelardo Forero Benavides, Álvaro Tirado Mejía, Alberto Dangond Uribe, el periodista Alfonso Castellanos (‘Yo sé quién sabe lo que usted no sabe’), y con todos sus estornudos y desafueros flemáticos, el bardo León de Greiff, entre otros de una pléyade de románticos letrados que hicieron del breve elogio verdaderas piezas de orfebrería.

Ilustración del piropo en la época en que los bogotanos profesaban a las damas especial respeto y admiración 
Herederos de esa factura estilística para resaltar los dotes de la feminidad que se remite al Siglo de Oro Español, el piropo bogotano, de afamado verbo y resonancia, llegó a abonar los terrenos fecundos de la poesía, en especial el soneto, como ese primer cuarteto que se conoce del Soneto a Teresa, rúbrica del maestro Eduardo Carranza, que se dice que a la sazón de una glosa improvisada, tuvo su origen como uno de los más bellos y mejor construidos del parnaso colombiano:

Teresa, en cuya/ frente el cielo empieza/ como el aroma/ en la sien de la flor/. Teresa, la del suave desamor/ y el arroyuelo azul/ en la cabeza.

Espléndido, ¿verdad? No en vano, el padre de la recordada María Mercedes Carranza gozó de una fama acreditada de picaflor, cuando las damas vestían de sastre largo con abotonadura y el punto más sexi de su anatomía, objetivo de parroquianos coquetos, era la perfecta redondez del tobillo, enfundado en media velada, prenda imprescindible en el ajuar cotidiano al igual que el corsé, el sutién de varillas, la faja, la enagua, y la mantilla de encajes para los oficios religiosos. ¡Ah!, se me olvidaba, el tacón encharolado de puntilla.

El arte del elogio y la galantería, una práctica citadina que lastimosamente se ha perdido
Piropear era el solaz de los bogotanos en esa pasarela de la Séptima, a la que también se le conocía como Calle Real, y del exquisito lenguaje de su elaboración dependía que la homenajeada, con un leve rubor en las mejillas, correspondiera a la flor con un ‘gracias’, apenas perceptible. El piropo debía ser exacto, para nada edulcorado o sobrepasado en retórica, sopena de rayar en el retruécano cursi o en la chambonería. Palacio Rudas decía que el buen piropo debía tender más al epigrama, pero con una pizca de ironía.

¡Ah!, tiempos memorables. Se hablaba bien en Bogotá, en la calle y en los salones. La radio oficiaba de academia, porque quienes ostentaban la responsabilidad de un micrófono, daban fe de una enriquecida cultura que se transmitía con serenidad, claridad y dicción. No hay sino que evocar las alocuciones -y que me disculpen si no los nombro a todos- de Álvaro Mutis, su tocayo Álvaro Castaño Castillo, su recordada esposa Gloria Valencia, desde los estudios de la HJCK (El Mundo en Bogotá), y en cabinas de la Radio Nacional de Colombia, Víctor Mallarino (padre), Fernando Gutiérrez Riaño, Teresa Gutiérrez, Judith Sarmiento, Jimmy García, Cecilia Fonseca de Ibañez, y la voz cálida, seductora y cómplice de doña Hilda Strauss.

Del buen piropo que dejó huella en la rancia Bogotá de paraguas abiertos,  capuccino y tranvía, sólo queda una vaga nostalgia, rescoldo de una época en que el refinado lenguaje era el santo y seña de sus habitantes, la carta de presentación de una ciudad a la que se le confirió con sobrados méritos el título de Atenas Sudamericana, donde los caballeros cedían el puesto a las damas, estaban prestos a abrirles la puerta del coche, y las trataban con especial respeto y cariño.

Piropos de antología, elaborados como finas piezas de sastrería, quedarán en el recuerdo
Hoy la bazofia lenguaraz se impone como uno más de los tantos virus endémicos que nos aquejan. Como nunca en su historia, los códigos del habla no pueden ser más precarios y ramplones, tanto en la vida cotidiana, como en ciertos, mal llamados, mal hablados, medios de comunicación.

Uno de ellos es Candela Stereo, plataforma de la vulgaridad y el mal gusto, para quien no existe el llamado de atención y la censura de un ente regulador. Pero con toda su procacidad y obscenidad ante micrófonos, lidera los topes de sintonía. Así estamos, queridos amigos, mientras la HJCK, la emisora culta de ‘la inmensa minoría’, hace esfuerzos indecibles para sostenerse en el espectro digital.

Hace falta convocar a un concurso mediático para premiar los diez mejores piropos. Estoy seguro que personas como usted o como yo, nos daríamos a la tarea de desempolvar los tomos por entregas del Diccionario de la RAE, del viejo Larousse y del María Moliner.

Y es que la paz también comienza con las mejores palabras.

Rosario de piropos de antología

- Si mi alma fuera pluma y mi corazón tintero, con la sangre de mis venas escribiría te quiero.

- Cuando te vi tuve miedo de mirarte, cuando te miré tuve miedo de quererte, y ahora que te quiero, tengo miedo de perderte.

- Cuando vayas por los campos y te den los aires fríos, no le eches la culpa al viento, son los suspiros míos.

- Es verdad que se necesita el corazón para vivir, pero más te necesito a ti que lo haces latir.

- Vivo en calle Cariño en la esquina Corazón y a la vuelta del Olvido, mi número, para que no se te olvide, es el Amor.

- Ni aunque el cielo fuera de papel y los océanos de tinta, no habría lugar para escribir todo lo que te quiero.

- Desearía ser una lágrima tuya... Para nacer en tus ojos, navegar por tus mejillas, y morir en tus labios.

- Con esos ojos, quién no quisiera ser luna para cuidar de tu sueño.

- De todas las flores, la más bonita es la rosa y de todas las mujeres, tú eres la más hermosa.

- Quisiera ser palabra de amor para estar en la poesía de tus ojos.

- Si hay ángeles en el mundo y realmente nos observan, sin duda lo hacen a través de tus ojos.

- Te preguntarás por qué te he enviado once rosas en vez de una docena, la respuesta es muy sencilla, esa rosa que falta eres tú.

- No sé si tienes novio, no sé si tienes esposo, sólo quiero que sepas que para mí, Dios hizo en ti lo más hermoso.

- Si el sol pudiera mirarte, nunca sería de noche.

- El error no es amarte hasta la locura sino cometer la locura de no llegar a amarte nunca.

- Si ser hermosa fuera delito, yo ya te hubiera encerrado en mi corazón.

- Los angelitos están celosos porque ahora sueño contigo.

- Puede que no seas perfecta, pero tus defectos son encantadores.

- Si la belleza fuera Beethoven tú serías su Quinta Sinfonía.

- Antes de tocar tus labios, quiero tocar tu corazón, y antes de conquistar tu cuerpo, quiero conquistar tu amor.

- Tantos años de ser jardinero y nunca había visto una flor más hermosa que tú.

- Si la belleza fuese un instante tú serías eterna.

- Si paso por tu lado y no te saludo, no lo tomes como enojo, que los amores que se quieren se saludan con los ojos.
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