Laura Esquivel, autora de 'A Lupita le gustaba planchar', retrato descarnado del México actual. Foto: Archivo particular |
Ricardo Rondón Ch.
Había que buscar algo para que la vida no fuera tan pusilánime,
como había sido con ella desde que empezó a tener uso de razón y en solitario
se preguntaba a qué diablos la habían invitado a semejante baile, con esos
rostros horribles de borrachos hediondos, como el de su padrastro, que le hizo
perder la virginidad a la fuerza, como la suelen perder las niñas pobres y
acosadas que residen en los cordones de miseria de las capitales tercermundistas,
donde no todos los perros se ponen felices por nada, y la gente termina
hipotecando lo poco que le queda de dignidad por una bolsa de leche o media
libra de arroz.
Por eso a Lupita le gustaba planchar, oficio que aprendió de
su madre, doña Trini, lavadora y planchadora de ropa ajena. “Planchar le
aquietaba el pensamiento, le devolvía el sano juicio, como si el quitar arrugas
fuera su manera de arreglar el mundo, de ejercer su autoridad”.
Pero además de planchar, a Lupita le gustaba chupar, porque
sólo así se daba valor, y el hábito lo cogió de niña, cuando se encerraba en el
baño hasta desocupar a tragos largos botellas de tequila, como lo hizo para su
fiesta de 15 años, sumida en ese complejo de su figura regordeta, de su escasa
estatura, de haber sido estrujada y accedida por un degenerado que minutos
después, en medio del jolgorio, ceñiría su talle para bailar el vals de las que
se estrenan señoritas.
Planchar, chupar, chingar, encerrarse en su desconcertante
soledad y silencio, lavar, tejer, bordar, deducir y preguntar, tener la razón,
proteger, observar el cielo, autocomplacerse, correr, hacer el amor, sembrar,
preguntar, bailar; todo eso le gustaba a Lupita, la antiheroína de la nueva
novela de la escritora mexicana Laura Esquivel (‘Como agua para chocolate’), un
thriller policíaco con oralidad y leyendas prehispánicas, que puede ubicarse
sin dificultad en cualquier ciudad latinoamericana, atribulada por la
corrupción administrativa, la delincuencia doméstica, la violencia de género y
el narcotráfico.
Con el mismo pulso cinematográfico que la hizo célebre hace
ya 25 años en ‘Como agua para chocolate’, Esquivel revela en su nueva novela, ‘A
Lupita le gustaba planchar’ (Suma), un drama tan actual como el que entregan a
diario los tabloides curtidos de sangre y miseria, o los mismos culebrones
mexicanos donde impera la ley del más fuerte, pero también la de la mordaza y
la tapada, el ‘usted no sabe nada, no ha visto nada…’, el soborno y la mordida,
y donde politiqueros y policías corruptos comen del mismo plato.
Justamente el crimen de un funcionario malevo que es asesinado en
extrañas circunstancias, y del que ella como oficial de la policía es testigo, es la piedra de toque de esta novela que clama una película.
De hecho, el entramado de la historia tiene el tono y el ritmo de un guión expedito para el rodaje, con una serie de retratos patéticos de una sociedad que ha perdido su norte, y que cada día se difumina en el miedo, el acecho, la incertidumbre y la desesperanza.
De hecho, el entramado de la historia tiene el tono y el ritmo de un guión expedito para el rodaje, con una serie de retratos patéticos de una sociedad que ha perdido su norte, y que cada día se difumina en el miedo, el acecho, la incertidumbre y la desesperanza.
No obstante, la antiheroína de Esquivel, con un pasado brutal,
quiere resarcir sus dolores y expurgar sus hondas culpas, empezando por la que
le taladra la cabeza y la obliga a vaciar botellas de tequila y esnifar cocaína:
la accidentada muerte de su pequeño hijo, protagonizada por ella misma, en un
estado lamentable de ebriedad.
¿Habrá forma de reconciliarse? ¿Logrará Lupita lavar sus
pecados y reencontrarse con un país diferente, amable y generoso, donde su vida
no esté limitada a derramar lágrimas en copas de mezcal? Si los mexicanos
merecen una nueva oportunidad, el mundo también. Y Colombia no sería la
excepción. El único problema es que esa no redención, como la dejó entrever
Gabriel García Márquez al final de su obra cumbre, ‘Cien años de soledad’, la recapitula a su manera Laura Esquivel en el
colofón de su novela.
Lo único cierto es que la encrucijada de Lupita, en su
delirium tremens, también nos toca a todos al subrayar y releer su perorata desesperada:
“¡Pinche país!, ¡Pinches comentaristas televisivos!, ¡pinches narcos!, ¡pinches
drogadictos gringos! (Si no fuera porque consumen la mayor parte de la droga
que se produce en el mundo, no habría tantos carteles), ¡pinches narcogobiernos!,
¡pinches legisladores culeros! (Si tuvieran los huevos de legalizar la
compraventa de estupefacientes no habría tanto crimen organizado, ni tanta
pinche ambición por el dinero fácil) Y, ¡pinche Dios, por andar tan distraído!”.
A Lupita también le gustaba cantarse la tabla.
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