martes, 29 de julio de 2014

Carolina Sanín, autora de Los Niños: un cuento de terror psicológico

Carolina Sanín, escritora y catedrática, autora de Los Niños, un cuento de terror psicológico. Foto: La Pluma & La Herida
Ricardo Rondón Ch.

-Gloria: Un vez te pregunté que si podía ser tu madre. Tú no querías eso.

-Phil: ¿Quieres ser mi madre? ¿Podrías ser mi madre? Ya no tengo madre. Así que podrías ser mi madre. ¿Por qué quieres ser mi madre?

-Gloria: No lo sé. Solo quiero aclarar las cosas.

-Phil: Eres mi madre, eres mi padre, eres toda mi familia. Eres incluso mi amiga, Gloria. Eres mi novia, también.

John Cassavetes, uno de los pilares del cine independiente norteamericano, irrumpe en 1980 con esta película, ‘Gloria’, de un impacto demoledor, que narra el drama de un niño que queda huérfano tras la masacre de su familia, en un tugurio del Bronx, a manos de la mafia.

Phil (John Adames), el pequeño de 6 años, queda a expensas de Gloria (Gena Rowlands, esposa de Cassavetes), vecina de apartamento,  a quien confía un libro (el libro secreto de la mafia) que le entregó su padre antes de morir, y la suerte que le depara después de la masacre.

Gloria, una mujer solitaria, envuelta en una serie de conflictos, desesperanzada y en el umbral del acabóse, de lo menos que quiere saber en su vida es del rol de madre, pero el destino marrullero la empuja de alguna manera a revelar ese espíritu maternal de todas las mujeres, aunque algunas se nieguen a aceptarlo.

Más que la vena protectora, es urdir el tejido de la hospitalidad, de esa necesidad urgente del uno por el otro, para capotear la tragedia: un pacto incondicional en aras de menguar la soledad, el dolor, el desarraigo.

Carolina Sanín, a manera de epígrafe, hace un homenaje a Cassavetes con el diálogo que sintetiza el argumento de ‘Gloria’, en su nueva obra, Los Niños (Laguna libros), un cuento largo de 142 páginas, un relato de terror psicológico -que pide a gritos una película- a partir una cadena de interrogantes de la autora, traductora y catedrática bogotana alrededor de los niños: “¿quiénes son los niños?, ¿cuáles son las relaciones de los niños con los adultos?, cuando todos fuimos niños y existen cualquier cantidad de razones, ontológicas, sociales, literarias, psicológicas, en fin, para asociarlas y explorarlas”.

Este ambicioso análisis se ve reflejado en los múltiples rostros y lecturas que tiene el cuento, en sus “distintas capas”, al decir de ella, con la intención de diseccionar esas preguntas que han estado navegando en su inconsciente durante largo tiempo, y con mayor razón en un país como Colombia, donde la población infantil ha sentido el azote permanente de la indiferencia, el desamparo, el abuso y la violencia.

Fotograma de 'Gloria', película de John Cassavets (1980), protagonizada por Gena Rowlands y John Adames
El escenario donde se debaten los personajes de Los Niños no puede ser más próximo a la cotidianidad donde nos debatimos a diario los adultos: el supermercado, la entrada de los supermercados, con sus habitantes anónimos, suplicantes, alertas a la amenaza: la mujer que ofrece cuidarte el automóvil, el hombre que vende su perro, o la misma guardiana de autos que de repente se cruza en el andén, antes de que abordes a la salida el carro, para replicar entre murmullos: “Le tengo el niño”.

El cuento, a groso modo, es el siguiente: Laura Romero vive con su perro Brus. Un sábado a media noche aparece bajo su balcón un niño de seis años, que no dice de dónde viene ni por qué se encuentra allí, y que parece ignorar los usos del mundo. Mientras se define cuál debe ser el hogar del niño, Laura lo acoge e intenta asignarle significado a su presencia.

La carta de navegación ofrece una rica gama de posibilidades en este viaje por el mundo misterioso de los niños, de los niños de nadie, de aquellos niños que, como fantasmas a la deriva, no están en ninguna parte. O sí: en lo más profundo de los sueños, en escalofriantes pesadillas, en nuestra pesadillas o en las de ellos.

La escritora sostiene su relato en una metáfora enorme, la de una ballena, como una salvedad para que ambos protagonistas, mujer y niño, puedan llegar a esa isla que ellos en su imaginación han creado, o lo contrario, termine llevándolos a ninguna parte. O quizás, esa isla de los náufragos, no sea otra que la misma ballena, “la superficie de su vida misteriosa”. Tributo a Moby Dick, de Herman Melville.

La Pluma & La Herida en conversación con Carolina Sanín.

En primera instancia, existe la paradoja del supermercado a donde siempre va Laura Romero, la protagonista: en el interior, la sociedad de consumo; afuera, la feria de la mendicidad, de la limosna, del ‘le tengo’, ‘le cuido’. Ese supermercado, en tu caso, ¿es real?

“Ese supermercado del cuento -porque es más un cuento que una novela- es el que queda a pocas cuadras de mi antigua casa, en el tiempo en que escribí Los Niños. Todas esas relaciones tan bogotanas entre la limosna, la culpa, el ofrecimiento, me interesaron. Pero hay también una anécdota real que sirve de piedra de toque y es que a mí me pasó lo que le pasa a Laura, la protagonista, que es cuando el niño aparece una noche debajo de su ventana, solo que a mí me sucedió con un perro. Un perro en mal estado, que ladraba desesperado, que llevé a la veterinaria y que terminó adoptando una señora. Un destino trazado. El relato está lleno de referencias autobiográficas”.

Queda demostrado que ahí no se sabe quién está más desamparado: si Fidel, el niño, que aparece una noche en la casa de Laura Romero, o ella, que lleva a cuestas un conflicto existencial, de soledad, de vacío, de frustración con la vida.

“Sí, ella es igual de desamparada que él, y no es que el niño esté buscando una madre ni ella un hijo. Ella también está buscando una madre, todos de alguna madre estamos buscando una madre, nadie busca un hijo. No creo que ningún ser humano tenga la capacidad de la maternidad. Eso es algo que pasa en la reproducción…”.

Perdóname, pero puede suceder con una mujer que nunca ha tenido hijos, que grite en su vientre esa necesidad de protección, ese espíritu maternal por esencia.

“Pues en el mío, no. Lo que quiero decir es que todos buscamos una madre. Y lo que nadie tiene es una madre. La orfandad de todos es esa. Y en parte el amor es la búsqueda de una madre, pero no como la que tú tuviste o la que yo tuve, sino como esa hospitalidad, algo mayor en lo que uno puede refugiarse. Entonces tienes razón en que Laura está igual de desamparada que el pequeño. Lo cual reproduce un encuentro de dos conflictos, de dos orfandades”.

Hospitalidad y maternidad, los dos vaivenes en los que se mueve el cuento.

“Que están ilustrados en la relación entre ellos, pero también en las referencias que hay al nacimiento de Jesús, con el pesebre que ellos arman, el estudio de la anunciación y la natividad. También la hospitalidad se trata a través de eso como inspiración literaria. La inmaculada concepción traducida en la realidad de cualquier concepción, que también se puede ver como la concepción de una obra de arte, el momento en que un autor se hace hospitalario al concebir una obra. Quería dejar presente esa metáfora”.

“Cuando no se viene de ninguna parte, no se llega a ninguna parte”, reflexionas entre líneas. Esa frase me hizo evocar la máxima de Rubén Blades cuando habla de que “no se pude rehabilitar lo que nunca ha sido habilitado”. El desamparo de muchas madres con sus hijos, producto de la ignorancia, la miseria, el deterioro del tejido social, en todas las épocas, y hoy con una evidencia aterradora.

“Si, en Los Niños Fidel no viene de ninguna madre, y la novela no puede tener un final en el que el niño crece o no crece; todo lo contrario, va evolucionando a un ritmo fantasmal porque no viene de ningún sitio. Y yo creo que esa es la condición de la gran mayoría. La relación con la madre, por buena que haya sido, es una relación de pérdida: a todos nos destetaron en un momento dado. La madre siempre es una madre perdida. Peor aun cuando no hay una tenencia responsable con respecto a los hijos. Creo que no es algo particular de nuestra sociedad sino de todas las sociedades. Los niños son las víctimas del mundo, y no sólo los niños pobres,  los niños de la violencia; es que el mundo es cruel con ellos porque nadie entiende qué es un niño”.

Pero bueno, hay niños bien que son perversos...

“Desde luego, pero es que en parte ese es otro elemento que no entendemos del todo y la gente corriente no se preocupa por entender. Yo sí creo que en la sociedad hay un mundo de los niños y un mundo de los adultos. El terror que me da ese tema es que todos fuimos niños y realmente no sabemos quiénes fuimos. Un niño no pude decir quién es porque no tiene el lenguaje, y nadie lo oiría, y sería monstruoso que un niño pudiera articular qué es ser un niño. Los niños son los grandes desconocidos y el gran misterio de donde surge la civilización. Y a mí eso me parece un cuento de terror”.
A la par del contenido, bello trabajo de ilustración 

Un cuento de terror y de aventura que viaja a través de una ballena, esa metáfora de Moby Dick, que incluso hace parte de la bella e inteligente ilustración del libro como tal.

“La constante de la ballena. Con eso quería decir varias cosas: Una, el enigma del animal más grande que existe. Un animal frente al cual se pierde la dimensión: (yo cabría dentro de ese animal, pero mi casa también y toda mi familia). Además que la maternidad de las ballenas es muy interesante, las ballenas están con sus crías un montón de tiempo, es el que más se consagra a la maternidad. Fue importante para mí que esa síntesis entre hospitalidad y maternidad se pudiera representar con la ballena, que por ser tan grande en su volumen, es como una tierra, una isla, y pueden pasar muchas cosas. Como en la historia de un santo medieval que se llama San Brandán, un navegante irlandés, que cuenta como desembarcaron unos viajeros en una ballena creyendo que era una isla y solo se dieron cuenta hasta cuando se empezó a mover, que es una imagen que utilizo en el cuento. Ver ballenas me gusta mucho.  Me parecen bellas y misteriosas”.

Hay un párrafo que rescaté como un poema, el de la página 70: “La tierra está en el fondo de todo,/ incluso el mar./ No sé dónde está el ojo./ ¿Está siempre arriba?/ ¿Es la superficie?/ ¿Está encima y ve desde el aire la caída de su propio cuerpo?/ ¿El ojo es el hijo del cuerpo?”. ¿Fue escrito con esa intención?

“No sé si fue con esa intención, pero salió así. A mí me impresionan los ojos de los animales. Me parece milagroso cuando siento que un animal me mira, porque además no sé qué está viendo o si me está mirando. Pero cuando ves el ojo de una ballena es lo más increíble que puedas ver y yo nunca he visto uno, porque las he visto pero a la distancia y siempre he pensado que en el momento en que me mirara ese ojo, iba a entender algo. Además los ojos de la ballena tienen eso, que viene primero esa bocota y el ojo está por allá atrás, como en el centro del cuerpo. Entonces sí es válida esa contemplación del ojo del animal enorme, bíblico, literario”.

También resuenan citas sobre la fantasmagoría de los niños de nadie, de los niños que deambulan sin rumbo por las calles, en lo que atañe a Fidel: “Él había vuelto atrás para ver quién había esperado su llegada al mundo, y al no encontrar a nadie, había sido hallado por todos los extraños”. Este país, Colombia, es el de los extraños, ¿verdad?

“Pues este y todos. Yo realmente no escribí este cuento pensando en particularidades de Colombia. Y ese párrafo se refiere a tratar de comprender o descifrar el pasado de ese niño, labor bien difícil, cuando no se sabe de dónde viene. Por eso, al perderse de su realidad en una especie de embrujamiento, la pregunta es quién lo había reclamado en esos sueños. Es una pregunta sobre el origen y las distintas voces que lo conforman a uno de gente de su pasado”.

El capítulo XV es el más escalofriante de Los Niños, con una atmósfera que sentí próxima a la de Los Otros, de Alejandro Amenábar. ¿Cómo logras esa alucinación del niño cuando queda con su amigo y su perro, y llega Leonor del supermercado y ya no encuentra al amigo sino a Fidel en un diálogo brutal con el perro?

“A mí me asustó también escribir eso, porque durante el relato se percibe una relación del niño más discursiva, de adultos, o de estar en dos lugares a la vez. Entonces irrumpe la fantasía: la de estar al frente de una situación y reproducirla en otros lugares y en otras circunstancias, como en un juego de espejos”.

La autora con Mauricio Lleras, propietario de la librería Prólogo. Foto: La Pluma & La Herida 
¿Eso es lo que tú enmarcas como “la otra dimensión a través del lenguaje”?

“Digamos que sí. Ahora que estoy hablando contigo tú puedes ser otras personas en mi imaginación. Y esta conversación puede estar teniendo lugar en otra parte. Sólo que en el caso de Fidel asusta porque lo hace un niño, lo hace explícito y descarado. Está hablando con el perro alrededor de unas carretas miedosas, de la verdadera madre del perro y cómo la desollaron, y otros cuentos terroríficos de animales, y de ahí en adelante, lo que pasa es que el niño va a estar en dos lugares, por las noches, cuando se pierde en sus sueños: está hablando con Laura, pero al mismo tiempo en esa sala, o ‘sala’, como la nombra él, la sala de belleza, que es como su infierno”.

Una sala de belleza, lo más parecido a un anexo psiquiátrico.

“Total, pero también a un templo. ¿Quién se puede embellecer? Eso no se puede hacer en una sala de belleza a no ser que uno sea demasiado supersticioso. Y el niño se obsesiona con este sitio entre nefasto y sagrado. Si me preguntas de dónde salió todo esto, pues no sabría responderte, porque yo toda la vida he sufrido mucho de pesadillas, tengo muchos sueños cada noche, desde muy niña. Y he tenido siempre viva esa sensación de vivir en dos sitios al mismo tiempo”.

El sufrimiento compartido entre Laura y el niño llega a un punto emergente en el que ella no encuentra otra alternativa, en el contexto popular, que la de consultar una vidente, Martiza, la tarotista, que de entrada sacude a su clienta con una sentencia rotunda:  “Él tiene que sufrir lo que todos tenemos que sufrir” Una verdad de a puño.

“Sí, es tremendo, porque en el sufrimiento de los niños siempre hay eso. Es la vida de él. Es desconsolador, pero al mismo tiempo ese sufrimiento es la base de la construcción de su vida y de las vidas de todos”.

También sacas a relucir el drama, la negligencia y la burocracia del Instituto de Bienestar Familiar, donde van a parar los niños de nadie, los niños perdidos, no tanto en el sentido territorial, como extraviados en el conflicto familiar. Ese personaje de la asistente mitómana del instituto, es genial. ¿Cómo fue el ejercicio de reportería en esa entidad?

“No hubo un trabajo de campo para ese capítulo. Ese es un episodio muy imaginable”.

No puedo preguntarte qué hacer por los niños, porque sonaría ridículo. Tú no eres la directora de Bienestar Familiar, ni la ministra de educación. Tu eres una escritora y te limitas a cumplir tu oficio, pero no más.

“Pues yo sí tengo una solución y es que la gente empiece a tomar conciencia de la procreación. Que ponga límites en su afán de traer niños al mundo. Esa necesidad de llenarse de hijos, es una realidad que no alcanzo a comprender. Yo no tengo hijos y no ha sido siquiera una decisión, habría podido tener tal vez uno, pero en el mundo existe una obsesión de procrear como si fuera el fin de la vida humana. Eso por un lado, y por el otro, pienso que hay que cuestionar los modelos familiares. No creo que necesariamente las familias nucleares deban educar a los hijos. Visualizo unos sistemas más utópicos en los que la sociedad o el Estado debería educar a los niños y no los padres necesariamente. Es que no se deberían reproducir ni los ricos ni los pobres. Y, aunque suene autoritario, pienso que ya es hora de que el Estado intervenga en el derecho a reproducirse”.

Es innegable que este cuento de terror merece una película. Tiene los elementos, la pulsión, la tensión para reproducirse en pantalla. ¿Lo has pensado?

“De pronto, sería chévere, no se me había ocurrido, pero oyéndote, creo que podría lograrse”.

¿Y a quién visualizas como el director de la película?

“No, sería muy pretencioso adelantarme. En este momento no sé quién podría ser”.

Es de imaginar que después de Los Niños tomarás un tiempo considerable para luego retomar otras naves.

“Es un tiempo largo, porque después de publicar Los Niños no consigo sentarme a hacer lo que en realidad quiero. Está muy prematuro. Hay un libro en el que vengo trabajando de hace un par de años, un libro de ensayos mezclados con narrativa y con autobiografía, son como ensayos literarios, y espero poderlo terminar, pero justo ahora, cuando salió Los Niños, me cuesta mucho pensar en otro libro”.

¿Y un libro de poemas?

“¡Huy!, no sé, me gustaría. Yo escribí poesía en mi juventud. Fue lo primero que escribí, pero no lo hago desde hace como quince años. No volví a escribir un solo poema. Pero cada rato tengo la fantasía de hacerlo, Ojalá pueda”.


Carolina Sanín es licenciada en Filosofía y Letras de la Universidad de los Andes (donde hoy es catedrática), con un doctorado en literatura española y portuguesa de la Universidad de Yale. Fue profesora del Purchase College de la Universidad de Nueva York. Vivió en Barcelona (España) donde se desempeñó como traductora. Ha sido columnista de El Espectador y en la actualidad lo es de la revista Arcadia. Ha escrito los libros: Todo en otra parte (novela, Planeta, 2005), Alfonso X (biografía, Panamericana, 2009), Dalia (cuento, Norma, 2010), Ponqué y otros cuentos (Norma, 2010), Yosoyu (relatos, Destiempo, 2013) y Los Niños (cuento, Laguna libros, 2014).
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