miércoles, 11 de junio de 2014

Brasil 2014, Dios descansa, llegó la hora

Todas las miradas del mundo se fijan en el satélite hipnótico que gravita en Brasil 2014. Foto cortesía: Primiciadiario.com
Ricardo Rondón Ch.

Cada cuatro años, por estas fechas, Dios se toma unas justas y merecidas vacaciones y encarga la administración del mundo a Onán, con el pasar de los tiempos, transmutado en un consorcio poderoso y luciferino llamado FIFA.

El eco del pogh o borozón, cuerno aerófono de llamado para los ritos y fiestas de  las tribus armenias que poblaron las lindes extremas del Cáucaso, entre el Mar Negro y el Mar Caspio, fue reemplazado por sofisticados instrumentos (cobres, cuerdas, tambores) que interpretan al unísono y con solemnidad de mano en pecho los himnos de las naciones del mundo: el gran invento de los ingleses impone su jerarquía y el planeta gira su mirada al satélite hipnótico que por igual mueve masas y montañas de dólares.

Ayer fue África (2010), y el comercial de un desodorante donde aparecían personajes de la cotidianidad transfigurados en ‘zombies’ tocados por el delirio del fútbol, se ratificó como el testimonio más contundente para expresar la excitación en cadena del oro y la locura que significa este deporte, en lenguas ardorosas de narradores y comentaristas criollos: ‘el mejor espectáculo del mundo’.

Estos mismos ‘zombies’ etiquetados con tarjetas master de platino, ahora inician su trashumancia por las tierras del Mato Grosso, columna vertebral de ese gigante indescifrable y exótico llamado Brasil, que historiadores y  cronistas de época remiten al nombre del bejuco brasil, utilizado por grupos étnicos del Amazonas para extraer de él una tintura roja con la que decoran sus cuerpos.

Brasil: samba, erotismo, carnaval, concupiscencia, vórtice de todos los sentidos, es por segunda vez -desde aquella hecatombe llamada ‘maracanazo'- escenario de este descomunal festín que reúne a 32 equipos del orbe, prestos a disputarse la codiciada custodia de la religión que desplazó a todas las religiones, a la par del rock, el fútbol.

Nadie, que se tenga conocimiento, ha convocado más públicos como lo hizo Rolling Stones en el Estadio Olímpico de Berlín en su concierto Live at the Max, de 1991, ante 77.200 fanáticos; ó, en el Maracaná, aquella tarde fatídica para los brasileños, la del 16 de julio de 1950, en la infartante final Brasil-Uruguay, cuando el equipo de casa perdió 2-1, frente a 173.850 espectadores. El legendario charrúa Alcides Ghiggia, a sus 88 años, sigue siendo el hombre más odiado por los brasileños. 

La maldición flota sigilosa en el tempo sagrado del balompié mundial, y aunque las apuestas millonarias este año juegan a favor de los encopetados auriverdes, ni Dios sabe lo que pueda pasar, porque está en vacaciones. Como dice Juan Villoro en su memorable ensayo de ‘El balón y la cabeza’:  “El fútbol es el único suceso creado por la humanidad que no admite Nostradamus”.

Nadie ha profetizado sobre el apocalipsis de la esférica, que sigue gravitando sobre las testas de nuevos semidioses que llenan vertiginosos sus arcas en pos de la pelota y compiten a su antojo con las alarmantes cifras que se mueven como hormigas robotizadas en los tableros digitales de las financieras suizas. Con apenas el cinco por ciento de las abrumadoras ganancias se podría resolver, si la rectora de FIFA se lo propusiera, la hambruna y la epidemia de VIH del cuerno africano.    

He ahí el misterio que rompe con todos los escepticismos: nadie sabe qué pueda pasar, porque como recalca Villoro, “el hincha, por más que presuma de sabérselas todas, no es más que un idiota con la boca abierta ante un sándwich y una Coca-Cola, y la cabeza repleta de datos inservibles”.

Ese halo impredecible es lo que hace seductor al rey de los deportes y en esta cita brasileña habrá mucho qué contar, debatir y recordar. Porque hay material de sobra, empezando por lo polémico que se presagia el desarrollo del campeonato: los frecuentes mítines de los indignados ante el despilfarro -se dice que sólo en la remodelación del Maracaná se invirtió una suma cercana a los 550 millones de dólares-, la inseguridad rampante en sus principales capitales, Sao Paulo, Brasilia, Río de Janeiro; los estruendosos costos pactados para el turismo (en pesos colombianos, un ‘corrientazo’ de plaza de mercado oscila entre los $10.000 y $15.000, y una gaseosa en vaso desechable en cualquier ventorrillo de playa, no baja de $5.000, ni hablar entonces de las tarifas cinco estrellas); peor aún, la extrema violencia.

En este capítulo y no es por aguarles la fiesta, Paulo Lins (estuvo en mayo en Bogotá), escritor brasileño nacido y criado en la favela que da nombre a su novela, ‘Ciudad de Dios’, después adaptada a la película -clásico del nuevo cine latinoamericano-, resume el dolor, el abandono y la tragedia del país que se apropió del balón y de la prodigiosa gambeta que desemboca en la red: “He sufrido mucho por ser negro, por haber vivido en una favela y porque impotente vi morir a mi madre por falta de atención médica. Hay violencia porque hay hambre y se vive mal, y el sueldo del que trabaja es tan miserable que le daña el corazón a cualquiera”.

Por eso Dios, en esta temporada, se retira a sus cubículos archicelestiales y cierra la puerta con llave, que nadie ose molestarlo, porque todo lo que acontezca en esos templos erigidos a los Messis, Ronaldos, Eto’os,  Balotellis, Rivas, Bales, Neymars o Casillas, no es de su incumbencia, no es el apostolado de la austeridad y la humildad que Él promulga en las Escrituras -salvo el papa gaucho Francisco desde El Vaticano, en caso de emergencia-. Por eso, para este carnaval de músculos, cabezas y oro a manos llenas, delega a su canciller de confianza, FIFA-Onán, la franquicia con licencia de la desmesura y el placer, capaz de poner en el índice el globo terráqueo para girarlo a su merced, hasta que suene el pitazo de la finalísima.

La custodia de la religión que superó en convocatoria a todas las religiones, la del fútbol, en el templo sagrado que le corresponde. Foto cortesía: Primiciadiario.com 
Con todo lo anterior, hay que esperar con paciencia jobiana cuatro años para que se produzca el macrofestín en cualquier rincón del planeta. Esta vez Brasil, O Grande Brasil, el de la vorágine de hormigones y concreto, y la que narró en su lenguaje exuberante Jöao Guimaraes Rosa en su 'Gran Sertón: Veredas'; el país de Jorge Amado y su amada Gabriela, el de Vinicius de Moraes y su eterna ‘Chica de Ipanema’, el de Gilberto Gil y Caetano Veloso, y toda esa exquisita generación del Bossa Nova, con sus sensualidad a flor de piel. ¡Ah!, se me olvidaba, el de Carlinhos Brown, el tribalista, el hijo mimado de Salvador de Bahía.

Así, la humanidad, durante un mes con días extras, olvida sus complejos, fealdades y deudas, para abrir de par en par los ojos ávidos a ese satélite que rueda por la grama en pos de la red y a la saga de ese orgasmo universal llamado ¡Gol!

Una esférica de cuero nutrida en su aire por una vejiga de látex, tiene el mismo poder, en este lapso, que las bolsas de Tokio, Londres, Zurich o Nueva York. Al ritmo de las patadas de esos Apolos cubiertos de gloria, a la par de sus gambetas magistrales y de la transpiración que navega eufórica por los estadios, se multiplican las bóvedas de las multinacionales, de las bebidas energizantes, de los televisores y las telefónicas, del inabarcable rumor babélico de las redes sociales, y el planeta deja su rostro opaco y enfermo para maquillarse con la policromía carnavalesca.

Como sucede con el sexo, a nadie se le niega el privilegio del fútbol, ni al más ruin, desadaptado o criminal. En una covacha de Bombay, en un bazar del Cairo, en una prisión de Estambul o en un tugurio hondureño, siempre habrá una pantalla iluminada con los destellos de la histeria que produce el balón entre los cotizados guayos de los estetas de la agilidad, el músculo y la potencia.

Y no se hablará sino de eso: fútbol, goles, marcadores, hazañas homéricas de Lionel Messi, Samuel Eto’0, Cristiano Ronaldo, Mario Balotelli, ojalá Juan Guillermo Cuadrado, Jackson Martínez o James Rodríguez a falta de Falcao; cábalas de partidos imposibles en el ‘cuadro de la muerte’, apuestas multimillonarias en los recintos donde pernoctan capos, señoritos reales y jeques árabes; todo esto perfectamente sincronizado en el engranaje diabólico de una ruleta que sólo para con el pitazo final del campeonato, que arroja las rúbricas rutilantes de los nuevos semidioses de la pelota.

En algún estudio de fotografía de Hamburgo, Roma, Londres o París, una musa silente posa desnuda para el artista. Su cuerpo dejará de ser suyo para transformarse en el lienzo preferido del pintor que plasmará sobre ella los colores de la fama: Brasil, Alemania, España, Francia, Inglaterra, Camerún, Italia, Argentina: cualquiera que sea la divisa, la mujer quedará estampada con los tonos y las pistas de los equipos mundialistas, y las cámaras de sofisticada tecnología se posarán sobre su piel como abejas al panal.

En algún casino de las Vegas, un Al Capone postmoderno vestido de lino blanco de Amberes, camisa azul celeste, corbata Hermes y zapatos de nutria, desembolsará de su fino maletín un grueso fajo de dólares, todavía calientes de la imprenta oficial de recaudos, para saciar el capricho de su amante, quien se ha propuesto obtener a cualquier precio el primer uniforme que lució David Beckham con el Manchester United.

Entre tanto, el pintor del estudio de fotografía de Hamburgo, presto con un tiquete a un próximo vuelo a Sao Paulo, finiquitara los últimos toques de pincel con la escultural muchacha que luce, pintadas en su cuerpo, la casaca y la pantaloneta de la escuadra holandesa.

Justo este fin semana, después de los actos protocolarios de Brasil 2014, expondrá sus pinturas en pendones de gran formato en un espacio multimedia de  la sede mundialista, entre copas de champán servidas por mozuelos postizos de blasón y cuello pajarita sellados con lazos de terciopelo vino tinto.

Y en una cancha destapada de El Salado, corregimiento de Carmen de Bolívar (Costa norte colombiana), donde hace catorce años se produjo una de las masacres más dolorosas y vergonzantes de la insaciable gula criminal del país, un enjambre de muchachitos humildes de escuela correrá detrás de una pelota de trapo enmascarada con esparadrapo, para simular las acrobacias y los cabezazos olímpicos de Messi, Ronaldo, Neymar, Marcelo, Torres o Di María, tratando de borrar las huellas de aquel episodio macabro, cuando a aquellos bárbaros, en su embriaguez asesina, les dio por jugar un ‘picadito’ con las cabezas de algunas de las víctimas.

No importa que el hambre latige las tripas o que los chagualos manifiesten esa misma gurbia, si existe de por medio ese juguete que redime todas las angustias, dolores y necesidades. El mismo que borra la tragedia de la noche a la mañana y desaparece la linfa sin necesidad de detergentes.

Si el hombre no se hubiera inventado el fútbol, la raza humana se habría extinguido hace tiempo. Por eso cada cuatro años se renueva la sangre.

Llegó la hora. Suena el cuerno aerófano del referee. Se corre el telón de la orgiástica fiesta. FIFA-Onán, los que van a triunfar te saludan.

Dios descansa: ‘Don’t disturbe’ (No molestar).


Retrato del país del fútbol, por Pablo Lins, en El País de España:
http://elpais.com/elpais/2014/05/30/eps/1401451230_721614.html

El balón y la cabeza, por Juan Villoro, Letra libre:
http://www.letraslibres.com/revista/convivio/el-balon-y-la-cabeza

Música del Brasil en sus diferentes géneros:
https://www.youtube.com/watch?v=BPlV-VZN2wQ
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