Ricardo Rondón Ch.
De tanto leer y escuchar todo lo que se ha escrito y mentado
sobre la pastora María Luisa Piraquive, cuya historia espera una película al
mejor estilo del terror cómico de Alex de la Iglesia, me sobrevino esta
madrugada una espantosa pesadilla donde aparecía la mencionada matrona pentecostal, envuelta en una túnica
inconsútil de púrpura y ribetes dorados, armada con tridente y los ojos en
bota llamas, dispuesta a llevarse por delante y sin concesiones ni pretextos
todo aquel que osare contrariar sus dogmas y dictámenes, o ponerla en la picota
pública, como desde que se desató su escándalo por censurar en su púlpito a
mutilados, tuertos, rencos y deformes, ceñida a los parágrafos del Antiguo Testamento, viene dando vueltas cual
pollo íngrimo de asadero 24 horas en el carril mediático.
Así me sentí, como una alma extraviada del grabado de Doré
en el purgatorio de Dante, acezando de pánico y con la lengua salitrosa, en
medio de un berenjenal de orates, inválidos y leprosos que en babélicos
dialectos y estridentes onomatopeyas clamaban piedad a la autodenominada ‘Reina
de Dios Ministerial de Jesucristo Internacional’, el rótulo más recargado y prosopopéyico
que se haya conocido en la historia de las cruzadas evangélicas en tiempos
inmemoriales.
La escena, y no es exageración en mi escalofriante congoja
noctámbula, era similar a la de la cárcel La Modelo de Barranquilla –y de
muchas prisiones ídem en Colombia-, con Procurador a bordo envuelto en toga
romana y laurel en su testa, otro ministro de la iglesia en la tierra que en su
sectarismo ideológico ofreció su tesis de grado a la Purísima de los Dolores
para acabar en el futuro con todo lo que oliera a oposición y rebeldía, o que
llegase a difamar o contradecir, en mínima expresión, las irrebatibles leyes impuestas
por el patronato eclesiástico. ¡Ave, César!, la querella se viene cumpliendo al
pie de la letra.
Hacía mucho tiempo que no pronunciaba el Padrenuestro, que
me salió a hurtadillas en el afán misericordioso de librarme de ese maremágnum
dantesco de súplicas y diatribas, de quejidos agónicos y rezongos lastimeros,
algo similar a los oratorios de plaza pública que por estos días adelantan las hordas
del Centro Democrático con su máximo
centurión en activo: el cárdeno expresidente Álvaro Uribe Vélez y su pupilo a
control remoto, Óscar Iván Zuluaga.
Entre esa bruma espesa olorosa a azufre y a permanganato de potasio, alcancé
a divisar la figura rotunda de la ‘Madre María Luisa’, que ponía su tridente
sobre mi cabeza para hundirme en el fango ardiente por no haber hecho pública la
entrevista de su protegido Carlos Alberto Baena (cuando era concejal de Bogotá
y aspiraba al Senado), en la época en que laboré en el diario El Espacio, y en
cuyas rotativas se imprimió varias veces el periódico MIRA, estandarte
informativo del movimiento político que
ha multiplicado, como hizo Jesús con los peces del Éufrates, adeptos y
electores, con extraordinarios resultados financieros e intereses propios (ver al
final investigación de la revista Semana), todo en nombre de Dios Padre, Hijo y Espíritu
Santo.
Rechazado y vilipendiado por Piraquive Super Star, pedí
clemencia a su alteza el Procurador, quien hizo caso omiso de mis ruegos y con
una sonrisa sardónica atizó más las brasas, por sí haber publicado una
entrevista de Gustavo Petro en las preliminares por la Alcaldía de Bogotá,
donde resaltaba algunas de sus prerrogativas de su plan de gobierno, entre
ellas la erradicación de las basuras, la inseguridad, la recuperación de la
malla vial y el eterno drama vehicular. ¡Vénganos en tu reino!
Con el barro candente al cuello me encomendé al Señor de los
Milagros de Buga por intercesión del Vicepresidente Angelino Garzón y al minuto
sentí un frescor que me reivindicó con mis fervorosos años de acólito en la
parroquia de Santa Sofía, cuando oficiaba el padre belga Lucio Pijpos , quien
emprendió el viaje eterno mientras cumplía a los fueros impregnados a mirra e
incienso de la Semana Mayor.
Angelino es mi amigo en este pedregoso camino, me dije, pero el sosiego no duró más
de cinco minutos, cuando las ánimas volvieron a enardecerse con la arremetida
de Madame Piraquive que ahora disputaba con el mismísimo demonio, de mitra y
báculo y cruz esvástica en la frente, alegando que ella no le tenía ni pite de
miedo, que ella era la madre de todas las deidades, que pecado no era enriquecerse
y que ella tenía con qué sustentar su bendita tesis, con los más de $12.000 mil
millones en que estarían avaluados sus bienes (véase informe de Semana); que el
verdadero infierno era la pobreza en todas sus presentaciones, la fealdad, la
decrepitud, la ceguera, las mutilaciones y las escoriaciones, y que por eso
Dios, en su sabiduría y magnanimidad, le había conferido el poder de hacerse
rica, con o sin marido, a través del don de su verbo implacable, de sus ‘milagros’
anunciados y de la potestad para convertir incautos en siervos sumisos y leales
de su ministerio celestial.
El Patas, ante la incandescente verborrea, salió ahí sí ‘como
alma que lleva el diablo’, con la cola entre las traseras, y así pude comprobar
en el ultimátum de que con esta doña, contestataria y agitadora, sembrada en su
dogmatismo irreductible, en nombre de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, no
podía ni el maligno. Y así fue, se salió con la suya.
Presa ya de un sopor moribundo, logré resbalar mi enjuta
humanidad por un vestíbulo parecido al pabellón de urgencias del hospital
Meissen en el amanecer de un sábado, y así, arrastrándome en mi agonía, con media
alma por fuera entre lengua y babaza, logré salir a flote de la macabra
pesadilla. Cuando abrí los ojos, aterido, sentí la tibieza de Teo, el gato
criollo de mi hijo adolescente, que ronroneaba estirado sobre mi pecho.
El minino negro me observó, como dice el poeta Darío Jaramillo Agudelo, con el sigilo silente de
los de su especie, con esa mirada metafísica de quien otea un bicho más en el
magma de infinitas partículas de las que está compuesto el universo. Tomé aliento, resollé profundo y me di a la
tarea de devolver el rollo de mi tenebrosa película, con protagonista estelar,
Madame Piraquive, digna de las huestes ancestrales de la Metro Golden Mayer, y de los mismos
productores de ‘El exorcista’, ‘La noche del demonio’ y ‘El orfanato’.
Despejado y con el alma otra vez en el sitio que le
corresponde, cavilé sobre la urgencia de una satelital de alta gama en las cumbres del monte
Sinaí, allí donde Moisés fue a recibir las tablas de los mandamientos que nunca
se cumplieron, para que el Patrón del Bien se entere de una vez por todas de las
descomunales trapisondas que están haciendo a sus espaldas, poniendo a su amado
hijo como comodín en altares profanos, para saciar la codicia y el apetito
incontrolable de poder y riqueza, el negocio lícito para lo ilícito más
rentable en épocas neurálgicas, donde mecenas, papisas, predicadores y profetas aprovechan al
por mayor las miserias, perversiones y vergüenzas
de la humanidad y las trasmutan en cánticos ensordecedores en tiempos de cumbia, merengue y rock and roll, y alabanzas y clamores lacrimógenos en pos del perdón y la
sanación.
Pero el ingreso al sagrado espectáculo no es gratuito. Hay
que abonar el diezmo. De lo contrario tu alma o las almas de los que partieron,
seguirán en pena. Recuerdo cierta vez que intenté seducir el corazón de una guapa dama evangélica y su respuesta no pudo más ser más fulminante: “si no te
conviertes al credo que profeso, no podré aceptarte”. Sentí la sentencia en el oído con el mismo ardor que
se recibe el improperio descabellado de un barrista. Aquí la cuestión también
es de camisetas, pensé.
MIRA, le dije, no me pares bolas. Haz de cuenta que fue un
loquito quien te habló de amores. Metí las manos en mi gabán y emprendí una marcha sin rumbo. No habría recorrido una
cuadra cuando oí el eco, pausado y seco, del anuncio del juicio final. El mismo
que pregonaba el padre Lucio Pijpos y su legionarias de la Misión de María durante
mis prácticas decimonónicas de monaguillo.
Apuré el paso y me escurrí por la avenida Séptima hasta
alcanzar la Cinemateca Distrital. Estaba programada El día de la bestia, al fin
y al cabo, un capítulo de Plaza Sésamo en comparación con la siniestra
pesadilla que viví con Madame Piraquive.
¡Que Dios nos coja confesados!
(Ver enlaces)
http://www.semana.com/nacion/articulo/inmuebles-de-los-piraquive-en-bogota/372456-3
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