domingo, 16 de febrero de 2014

La mala educación


Ricardo Rondón Ch.

Como suele suceder con ciertas imposturas, reales y parroquiales, la sonrisa fingida de la Infanta Cristina a su ingreso a los tribunales; la sonrisa ídem de Nicolás Maduro llamando a la paz y a la concordia con una marcha de estudiantes de boina bolivariana, refrescos para párvulos y payasos; también sugiere patética la ‘sonrisa educada’ de algunos rectores y coordinadores de curso a la hora de entregar los boletines de colegio.

-Lo siento, señor fulano de tal: el rendimiento de su hijo es cada vez más deplorable. Es mejor que hable con él.

-Pero si es un buen chico…

El padre o la madre de turno, o queda a medio discurso, o peor aún, sin palabras.

-El que sigue en la lista, por favor.

Pareciera que a estos maestros les encantara ufanarse con la derrota o el infortunio de sus educandos: una suerte de morbo como el del espectador noctámbulo que asiste a una exhibición de pole dance y que se acaba las uñas a mordiscos esperando que después de una hora de espera, la bailarina en cuestión por fin se despoje de sus pantaletas.

Hay un desafío anunciado entre quienes educan y son educados, y más en estos tiempos convulsos de ácratas con la testosterona en su máximo torrente, cuando asistir al colegio se ha convertido en lo más próximo a las mazmorras y salas de tortura de los tiempos de la Inquisición.

De hecho, el cepo hoy es más lacerante. La regla amenazante de la época del ábaco ha sido reemplazada por cualquier cantidad de presiones ideológicas y sociales. Era más llevadero el morado que dejaba el reglazo en la palma de la mano, que la deserción, el matoneo y la marea de suicidios desencadenada por la desesperación del estudiante de no poder cumplir con los objetivos que le asigna el pensum académico, el tutor que año tras año lo ha señalado y vilipendiado, el compañero del puesto de atrás que se ensaña en maltratarlo o chantajearlo, o el ‘jíbaro’ del parque que lo vive acosando para que introduzca droga en el plantel: la mano negra, implacable y latente del microtráfico.

Nadie a la fecha, ni sociólogos, sicólogos, semiólogos o neurolinguistas, menos educadores, ni por las curvas el Ministerio de Educación Nacional, ha hecho una reflexión sobre el tiempo exagerado que tiene que gastar un estudiante para graduarse de bachiller: más de diez años, si se tienen en cuenta los sofisticados protocolos que se han inventado -incluida la extensa lista de útiles inútiles y otras inutilidades- sólo para ingresar a la primaria: neonatos en acción, pollitos en marcha, pre-párvulos, párvulos, pre-kinder, kínder, monachos y matachos, etc., etc., en la antesala de la educación primaria y secundaria.

Todo lo anterior, en aras de lograr un papel, un cartón, el de bachiller. ¿Y qué es un bachiller? Traigo a colación la definición del profesor Puerta, el mismo que me enseñó en bachillerato que historia es una sucesión de sucesos sucedidos sucesivamente: “un bachiller es un océano de conocimientos con un centímetro de profundidad”. En síntesis, apenas como para medio llenar el crucigrama doble página de un periódico tabloide. Si acaso para ingresar a una facultad de periodismo (porque el que le dio por esas fue porque no pasó en Ingeniería civil, Matemáticas puras o Medicina).

O díganme, apreciados lectores, para qué sirve un bachiller raso hoy en día, si en su hogar no alertaron desde el comienzo en ofrecerle una educación alterna, independiente de la educación sentimental, que es la básica de la buena crianza, de su interacción con la vida y el mundo, y de su coherencia y respeto en las relaciones humanas.

En ese orden de ideas y de no haber sido por su talento y esfuerzo personal, de qué diablos le sirvió la tabla periódica de elementos químicos a Radamel Falcao, o la tabla de logaritmos a Shakira, o los teoremas de Pitágoras a Juanes, y para no dar tanta madera, los sapos abiertos sobre un cuadro de triplex que les exigieron en aulas al tal mentado Carlitos Vives y a su querida esposa Claudia Elena Vargas, si en este caso, su eterna sonrisa de comercial y su ‘corazón profundo’, hicieron el milagro.

Más de diez años para coronar una toga y un cartón de bachiller, no nos digamos mentiras, respetable ministra, es un exabrupto. Y será tan mala y desconfiable la educación en Colombia, que una vez logrado el título, el estudiante se ve obligado a presentar las pruebas de rigor para ingresar a la universidad, luego de haber cumplido con las del ICFES. Y en ese tinglado, sobre todo en las universidades públicas, bien es conocido, muchos son los llamados, pero pocos los escogidos.

Finlandia, país que ha ocupado varias veces el primer puesto en materia de educación, el más próspero, pero no por eso el más feliz, es modelo mundial en catálogo de enseñanza y aprendizaje al ciento por ciento, con toda clase de garantías de empleo y post-capacitación, y por cuenta del Estado, empezando porque la educación universitaria es gratuita, salvo en algunas especializaciones.

A años luz está Colombia del modelo finlandés y de otros países desarrollados como Alemania, Rusia y Australia. En Colombia, la educación privada se ha convertido en un negocio super rentable para los propietarios de establecimientos educativos a cuenta de sus proveedores y, para la educación pública, en un problema sin salida que involucra por igual a profesores y estudiantes.

Como sucede con el ya tedioso y agotado libreto de la misa católica, no se ha visto una reforma al pensum académico nacional, una reorientación al modelo de capacitación y modernización, más triste aun cuando las partidas gubernamentales son cada vez mínimas o el presupuesto se desvía por los canales de la burocracia, la 'mermelada' y la corrupción. Ahí está reflejado el fracaso de los formatos educativos convencionales, y a la vez el gran vacío de las autoridades al respecto.

O está en capacidad un maestro de controlar y suplir las necesidades no sólo académicas sino personales de un grupo de cuarenta y más alumnos, en un colegio que alberga a dos mil, a veces tres mil. No quiero imaginármelo. No alcanzo a dimensionar el estrés que a diario tiene que enfrentar un profesional del magisterio ante la adrenalina en su máxima efervescencia que genera un salón atiborrado de estudiantes de población vulnerable.

Esto agregado a que el magisterio sigue siendo una de las profesiones peor remuneradas del país. Ni se diga en la educación superior. Lo he dicho en varias ocasiones: el día en que el sueldo de un profesor universitario sea equiparable o superior al de una presentadora de farándula, ese día empezará a arreglarse el país, porque el gran problema de Colombia, lo saben políticos, precandidatos, doblemente candidatos, eruditos e intelectuales, es su educación precaria, su mala educación. Pero ante la debacle, Dios es grande y puso a funcionar el SENA.

Una oportuna reflexión para la titular de esta cartera que, como la de la Infanta Cristina en apuros, goza de una sonrisa bien educada.
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