jueves, 29 de octubre de 2020

Omara Portuondo, 90 años, honroso patrimonio musical de Cuba


La vida, la obra y la excelencia de una mujer que significa Cuba (Foto Twitter Omara Portuondo)

Con un formidable concierto virtual en el Teatro Sauto, de Matanzas, la 'Novia del Filin' celebró su aniversario  

Ricardo Rondón Chamorro

Tú eres la voz de mi Cuba / un manantial que no para, / por eso cuando yo sea grande / quiero ser como Omara. (Orquesta Failde)

Días antes a la celebración de su esperado aniversario, venía dejando mensajes en su cuenta de Twitter: “Este 29 de octubre, mi cumpleaños”.

Otro día, para incentivar en su campaña de expectativa, registró: “No lo olviden, el 29 de octubre cumplo 90”.  

Más próxima a la fecha de su convite, preguntó: “¿A qué horas les parece mi concierto para celebrar el 29 de octubre mi cumpleaños?”. Y, el 27, sorprendió: “Los espero en mi página de Facebook, este miércoles 28 de octubre (la víspera), desde el hermoso Teatro Sauto, símbolo de la arquitectura de Matanzas, Cuba, a mi concierto on line de mi aniversario 90”.

Y llegó la gran noche cuando irrumpió en el escenario: poderosa, coqueta, con esa personalidad arrolladora que la ha distinguido a lo largo de su pródiga vida de artista como una de las grandes intérpretes de la música cubana en todos sus ritmos y matices. Con mayúsculas, Omara Portuondo Peliez.

Acomodada en su trono de mimbre, en punto de las 9:00 p.m. (hora cubana pactada para la transmisión de la celebración de su aniversario 90 a través de Facebook), apareció una Omara magnífica, ataviada de unas sedas en tonos canario y azul celeste, y un turbante de costumbre rematado con los mismos colores.

Omara por siempre


Omara con el gran Johnny Ventura (Foto Twitter Omara Portuondo)

Abrió el espectáculo la orquesta de Los Muñequitos de Matanzas con una timba escrita especialmente para la homenajeada, seguido por el clásico Almendra, versión de la Orquesta Failde, dirigida por el virtuoso flautista Ethie Failde, soporte instrumental de las presentaciones de Omara en Cuba, ella que a su considerable edad no ha cesado en sus compromisos artísticos como la gira El último beso (título de su más reciente disco) por cerca de veinte países, acompañada por el conjunto a órdenes del destacado pianista Roberto Fonseca.

Entre los intervalos del programa musical, aparecían en pantalla los efusivos saludos de felicitación de Silvio Rodríguez, Rafael Lay Jr., Pablo Milanés y su nieto Pablito, Raphael de España, Eugenia León y Lila Downs, de México; Inocencio y Fernando Dewar, del Septeto Santiaguero; el gran Johnny Ventura, desde República Dominicana; Eva Ayllón, de Perú, entre otros.

A su vez, la rutilante homenajeada recibió una placa de manos de Indira Fajardo, presidenta del Instituto de Artes de Cuba, como también de la discográfica Egrem, su sello musical de toda la vida, una foto en blanco y negro de gran formato, recuerdo de una de sus grabaciones; y un bello jarrón, obra del artista plástico Manuel Hernández Valdés, acompañado de un ramo de girasoles.

Serena, muy en su puesto, apenas con una leve sonrisa, Omara Portuondo, honroso patrimonio de la música cubana, ratificó una vez más el poderío de su talento con una voz increíblemente conservada a derroche, al interpretar una gran porción de las páginas que en el esplendor de su carrera, que ha sido de toda la vida, le confirieron reconocimiento mundial.

Por sus cuerdas privilegiadas se oyeron Veinte años (Guillermina Aramburu-María Teresa Vera), Dos gardenias (Isolina Carrillo), La Sitiera (Rafael López), Cómo fue (Ernesto Duarte), a dúo con la hermosa voz de Haydeé Milanés, su productora en El último beso; Quizás, quizás quizás (Osvaldo Farrés), para rematar la memorable noche con Lágrimas negras (Miguel Matamoros), cuando elevó el dejo de la letra a una escala imposible.

La vida, la obra y la excelencia de una mujer que significa Cuba, orgullo de su raza y de su tierra, y testimonio de una gran nación, cuna de grandes artistas que han dejado en la cumbre el nombre de su amada patria ante el mundo.

Leyenda viva


En el malecón de La Habana (Foto Twitter Omara Portuondo)

Nacida en el seno de una familia de mínimos recursos del barrio Cayo Hueso, de la Habana, hija de un beisbolista negro que tuvo su cuarto de hora en el deporte de la pelota caliente, y de una mujer blanca, de ascendencia española y padre militar, un romance que rompió los prejuicios del racismo -la censura y el escarnio para una blanca que se uniera en matrimonio con un mulato-, Portuondo, reconocida como la Novia del Feeling (o filin, en castizo, traducido a la virtud de interpretar una melodía con sensibilidad y hondura), pese a los derrotes de la pobreza de los primeros años, se hizo mujer y artista con el amor de sus progenitores que siempre reinó para sus tres retoños.

Pero Omara, u Omarita, como la llamaban con cariño, primero se inició en el baile. Fue por su hermana Haydeé que hizo carrera veloz en el cabaret Tropicana, y quien la enganchó de entrada con la compañía, hasta que oyó en la radio la voz de una mujer que la marcó para siempre ante micrófonos: María Teresa Vera y su bolero universal Veinte años.

Veinte años se cantaba en su casa en las horas que sucedían a la cena. Su padre, el beisbolista, iniciaba con la primera estrofa, y como en la novena del diamante rotaba la melodía entre los miembros de la familia, que apropiaban la letra con fervor. Portuondo, muchos años después, ya erigida estrella de la canción cubana, narraría que cuando cesaba el concierto a capela, los vecinos, sin pudores, pasada la hora del dormitorio, golpeaban en la casa para pedir el favor que la repitieran.

Esas clases improvisadas de canto, alrededor del fogón, fueron el preámbulo de la carrera de Omara Portuondo, cuando fue convocada, junto a su hermana Hayddé, por la cantante y pianista Aida Diestro, para integrar el legendario cuarteto vocal femenino de Las D’Aidé, que a la vez nutrieron las grandes promesas Elena Burke y Moraima Secada, sensación en la radio y en los escenarios cubanos, con amplia repercusión en México y en otros países, por espacio de quince años.


Con su hijo y manager Ariel Jiménez Portuondo (Foto: Twitter Omara Portuondo)

Cumplido ese ciclo y decidida en abrir sendero propio, Omara se despidió nostálgica de Las D’Aidé, no sin antes consultarlo con la líder del cuarteto y con Elena Burke, que orgullosas de su desbordante talento y augurándole el mejor horizonte, le dieron la carta de libertad con un cálido y estrecho abrazo.

El periplo en solitario de Omara Portuondo se labró de la mano y a la par de músicos y letristas de la excelsa cofradía cubana de los años 40 y 50 -fortuito período de luces y conquistas en las artes y el pensamiento- como Ernesto Lecuona, José Antonio Méndez, Miguel Matamoros, Isolina Carillo, Bola de Nieve, Benny Moré, Cesar Portillo de la Luz, el recordado pianista Frank Emilio Flynn, Pepe Reyes, Adolfo Guzmán, Reynaldo Henríquez, Bebo y Chucho Valdés,  y Leonel Bravet, conocido como el Nat King Cole cubano, y de renombradas orquestas como Loquibambia Swing, Anacaona, y la decanatura del son, representada en Aragón, que hacían las delicias en las inolvidables veladas de clubes y hoteles (como el emblemático Nacional, inaugurado en 1930), que fue su primer pasaporte al mundo con la orquesta dirigida por el gran Rafael Lay, en sus giras por Francia, Bélgica, Suecia, Finlandia y Japón.  

Pero relevante destacar, en ese fecundo período, las incursiones de Portuondo con el jazz, a partir de la afortunada fusión del revolucionario movimiento jazzístico norteamericano, con el acervo musical cubano, como quedó plasmado en Magia Negra, su debut en el acetato, en 1959, que incluye versiones de That Old Black Magic y Caravan, de Duke Ellington. Y otros trabajos con ese cruce de culturas musicales que por esos años le valieron el seudónimo de Omara Brown, y los comparativos de buena fe de locutores y peritos con estrellas femeninas del jazz como Billie Holiday  y Ella Fitzgerald.

La voz privilegiada de Omara, correspondía a ese abanico de colores, matices y  escalas. De ahí su dominio en todos los territorios de la música de su país, de la riqueza de sus ritmos, pasando por la trova, el son, la rumba, la charanga, la guajira, el chachachá, hasta llevar el bolero a su máxima expresión, una majestad que solo ella, con su premiada tesitura, podía ofrendarle, y que le valió el honroso título de la Novia del Filin.


Compartiendo escenario con Diego 'El Cigala' (Foto: Twitter Omara Portuondo)

De esa panacea de preciosas músicas grabó más de cuarenta trabajos discográficos, la mayoría con Egrem, el antológico sello de la discografía cubana, por el que han pasado, desde tiempos remotos, los más sobresalientes creadores e intérpretes de la isla.

A finales de la década de los 60, Omara grabó lo que los entendidos refieren como una de las piezas más importantes del patrimonio musical cubano, original del maestro de la trova Silvio Rodríguez, que en esa época fue estrenada en Casa de las Américas. Se trata de La era está pariendo un corazón, portadora de un mensaje profundo y contundente del internacionalismo a los pueblos del mundo, que con el tiempo se convirtió en un ícono de la canción social latinoamericana, como igual se reseñó Gracias a la vida, de la compositora chilena Violeta Parra, que hizo eco orbital en la voz de Mercedes Sosa.

De esa fecha histórica del estreno de La era está pariendo un corazón, en la voz de Portuondo, acompañada con la guitarra del maestro Martín Rojas, Silvio Rodríguez, impresionado y conmovido elogió a Omara como la figura central de la música cubana, con un subrayado que hizo ruborizar y exprimir unas lágrimas a la virtuosa cantante: “Si la música fuera un sistema, Omara sería uno de los planetas más importantes”.

La Diva de Buena Vista Social Club

Muchos años después, a finales de la década de los 90 y comienzos del nuevo milenio, vendría una segunda consagración de la ya reconocida, recorrida y laureada Omara Portuondo Peliez, esta vez con el impacto que en el mundo desencadenó el proyecto Buena Vista Social Club, síntesis de la reivindicación del repertorio más sentido y sonado de la música tradicional cubana, de sus grandes compositores e intérpretes, y la cantidad de giras que realizaron por más de treinta países de América, Europa y Asia; el álbum que lleva su nombre, una verdadera joya de colección, y un documental dirigido por el alemán Win Wenders, a partir de la grabación del aclamado concierto en Ámsterdam, en 1998, que se llevó el Óscar al mejor en esta categoría, entre otras congratulaciones.

Los músicos del Buena Vista eran unos decantados militantes de la llamada vieja guardia musical prerrevolucionaria, que no cesaban en sus toques nocturnos en el club, donde se robaban la atención y el estímulo de turistas de distintas latitudes. Fue en 1997, cuando el guitarrista estadounidense Ry Cooder y el manager Nick Gold, del sello discográfico World Circuit, le propusieron al cubano Juan de Marcos González que convenciera a esa pandilla de jubilados de retornar a los escenarios y grabar un álbum.


Con Ethiel Failde, director de la Orquesta Failde (Foto Twitter Omara Portuondo)

De Marcos cumplió con su cometido, y los músicos acariciaron la ilusión de romper en la senectud el celofán del éxito y el reconocimiento mundial con un disco que fue grabado en apenas una semana, resumen de la Cuba de recónditas nostalgias, y de la enorme y digna academia musical forjada por el talento, la humildad y la experiencia de sus protagonistas.

Tanto el álbum, como el documental, implicaron la atención de expertos y aficionados del mundo por la música tradicional de Cuba, que derivó en contratos y giras por distintos países. A la orilla de sus años, algunos de sus integrantes no habían salido de su país, y no sabían qué era viajar en avión, caso particular Francisco Repilado, conocido como Compay Segundo, recordado bastión de la Edad de Oro de la Música Cubana.

De esa pléyade inolvidable, Manuel Puntillita Licea, Rubén González, Pío Leyva, Ibrahim Ferrer, Papi Oviedo, ya fallecidos, se conservan aún vigentes Manuel Guajiro Mirabal, Amadito Valdés, Eliades Ochoa, Juan de Marcos González, el laudista Barbarito Torres, y Omara Portuondo, que en la celebración de sus 90 años, dejó firmado que hay Omara para rato, y que no dará lugar a despedidas, así clamen desde los auditorios que repita La última vez.

Ojalá, de la mano de su hijo y manager Ariel Jiménez Portuondo, y ya librados del todo de esta insufrible pandemia, tengamos la fortuna de volver a ver a Omara en Colombia, como las veces que la disfrutamos cuando fue invitada por Fanny Mikey para su Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá.

Y que no sea La última vez

Omara, premios y distinciones

1970 Festival de la Canción de Varadero

1981 Premio “Mi canto a la ciudad”

1981 Girasol de la Popularidad (Revista Ospina).

1984 Premio del Ayuntamiento de Saint Bois (Francia).

1987 Segundo Encuentro Latinoamericano de la Nueva Canción

1988 Medalla “Alejo Carpentier” (Cuba)

1990 Premio por el espectáculo “Noche cubana” (España)

2002 Orden “Félix Varela” (Cuba).

2004 Embajadora Internacional de la Cruz Roja

2009 Grammy Latino en la categoría de Mejor Álbum de Música Tropical por Gracias

2011 Premio del Gran Teatro de La Habana

2014 Premio “La Mar de Músicas” (Cartagena, España)​

2019 Premio a la Excelencia Musical” de la Academia Latina de la Grabación​

 

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