El maestro Élkin en la clínica de curaduría de vinilos de su Almacén Cosmos (Calle 17# 8-40, Bogotá)
Don
Élkin Giraldo completa 35 años curando y vendiendo joyas musicales de vieja
guardia. Refugio de melómanos y coleccionistas con más de 100.000 acetatos
Ricardo
Rondón Chamorro
Fotos: David Rondón Arévalo
Así como hay ratones de biblioteca, los hay también de
vinilos.
De unos años para acá y a ritmo acelerado, vienen
proliferando - con el respetuoso uso de la acepción- los ratoncillos de discos, esas pastas musicales que hicieron eco a
principios de la década de los 40, poderosa iniciativa de sellos americanos
como Columbia Récords y la RCA Víctor (la del perrito del gramófono), que irrumpieron
con este revolucionario formato, también conocido como acetato, materia prima
de su fabricación.
Ratones de vinilos por doquier, que en Bogotá y en las
principales capitales colombianas husmean por nichos y bodegas insospechadas
para seguir el rastro de la melodía de sus predilecciones, en géneros como
rock, salsa, vallenato y tropical, hoy por hoy de los de mayor demanda: “Esas
viejeras que siguen vigentes no obstante el paso del tiempo y de las
apabullantes novedades tecnológicas”, al decir de Marco Aurelio Álvarez Camargo,
el veterano musicólogo y reconocido hombre de radio.
Un ejercicio de nostalgia, que no solo tira del carro de
los jubilados que aún conservan radiolas o tornamesas de antaño para seguir
alcahueteando el gustico de pinchar discos y sentir el placer del scratch, sino de jóvenes con mentalidad
de viejos que admiran y estiman el valor sentimental de estas formidables
piezas: la originalidad y nitidez del sonido (superior al de formatos avanzados),
el diseño de sus carátulas, algunas verdaderas obras de arte, la documentación
impresa en las mismas, y el tiempo y las vueltas que se invierten en recuperarlas.
Detalle de los archivos y colecciones de música de almacenes Cosmos.
Cuando don Élkin Giraldo Giraldo abrió ilusionado y con
el perrengue de negociante paisa su almacén de calzado Cosmos, en el corazón de
Bogotá, seguramente no intuyó que treinta años después esa quimera de iniciarse
en la prosperidad como el comerciante del zapato de mejor calidad -el de
manufactura nacional-, le iba a deparar a la vez la gratitud y satisfacción de
albergar en su zapatería más de 100.000 vinilos, que la hace única, por lo
menos en Colombia.
Giraldo llegó a la capital a finales de los años 70,
procedente de Medellín, con la ilusión de trabajar y hacer empresa. Venía con sendos
títulos de filosofía, latín y teología otorgados por la comunidad de los padres
Agustinos Recoletos, y estuvo a punto de vestir los ornamentos sacerdotales en
el Seminario de Manizales, de los cuales desistió por asumir una cátedra de
vocacionales, humanidades y religión en la Pontificia Universidad Bolivariana,
pero la irrisoria paga de toda la vida a los maestros en Colombia, lo defraudó.
A Bogotá llegó a trabajar a órdenes de los propietarios
de la cadena de almacenes de calzado Cosmos, los hermanos Ortiz (Germán,
Humberto y Gustavo), santandereanos ellos, y llegó al cargo de administrador
hasta 1985, cuando con un préstamo y sus ahorros decidió independizarse y abrir
su propio local en el barrio Venecia, con el nombre de Amadeus, en homenaje a Mozart, el genial compositor, y en general a
la música clásica.
Al poco tiempo, los Ortiz, que ya habían hecho capital
suficiente con sus negocios y querían retirarse, le ofrecieron a Giraldo uno de
sus locales en arriendo. Nadie más que él, por su capacidad de trabajo,
honestidad y responsabilidad, para confiarle la prestigiosa marca. Don Élkin aceptó
honroso la oferta.
El gran Julio Ernesto Estrada "Fruko" revisando sus joyas salseras con don Élkin
Comenzó tomando en arriendo un primer almacén, el de la calle
17 con carrera 8°, por el que pagó $350.000.
A los seis meses alquiló el del frente por la misma suma, y con el paso del
tiempo el resto de los locales, de ocho que integraban la cadena Cosmos, uno en la calle 15 con carrera 9°; otro en la calle 20 con
carrera 8°, y dos más en la carrera 10° con calle 21. Al final todos los terminó comprando. De ellos, a la fecha, solo
quedan tres.
Lo curioso es que Giraldo, por su devoción a la música
clásica, fue adquiriendo y dejando a la vista en sus almacenes de calzado las
colecciones por entregas del sello Salvat, con 100 elepés, y otras de la misma
rúbrica, las de blues y jazz, pero también discos raros que rescataba de
anticuarios, del mercado de las pulgas, y de cotizadas vitrinas musicales de
esa época como La Rumbita, Mercado Mundial del Disco, Bambuco y Discorama.
Fue así que se percató de que el cliente, a la par de
interesarse por los zapatos, lo hacía por los acetatos. Le preguntaban que si
estaban a la venta, y él, afirmativo y con su amabilidad y palito de excelente
vendedor, los facturaba a precios accesibles al bolsillo del consumidor. Cuando
se dio cuenta, Giraldo tenía repletas sus bodegas, no solo de zapatos, sino de
vinilos.
A partir del año 2000, el negocio del calzado hecho en
Colombia, ante la imperiosa afluencia del zapato chino de cargazón -del que se
dice no aguanta más de un aguacero- y
su ridículo precio, fue decreciendo, y en consecuencia perjudicando la
industria nacional. Pero don Élkin, visionario, estaba más que preparado para
enfrentar la crisis: la clientela del vinilo se hizo más solícita y frecuente,
al punto que en la actualidad vende más discos que zapatos.
El DJ. alemán Hans Wentzler concentrado en consultas para sus mezclas
De aquella fecha, Cosmos ya es reconocida como la
zapatería, seguramente única en el país, de puertas abiertas a musicólogos,
músicos (de la talla de Julio Ernesto Estrada, el popular Fruko, pionero de la salsa en Colombia), coleccionistas, disc-jockeys (como el alemán
Hans Wentzler), melómanos, radiodifusores (Marco Aurelio Álvarez) y afiebrados,
en finadas cuentas, ratones de vinilos
que no escatiman en tiempo para buscar y rebuscar en las estanterías de los
almacenes la melodía como material de consulta, o para retroalimentar sus vinilotecas y regalar a sus seres
queridos.
La sobrada ventaja, de tiempo atrás, que Giraldo le lleva
a su competencia de comerciantes de acetatos, desde los mayoristas
especializados en salsa o tropical, hasta los de escaso recaudo que trabajan al
menudeo, es que él es depositario de una existencia musical que abarca todos
los ritmos y géneros del mundo, como lo afirma Marco Aurelio Álvarez, su amigo
y visitante asiduo:
“Desde que descubrí Cosmos, en mi agenda siempre ha
estado planillada la visita a esos tesoros que don Élkin tiene tan bien
conservados y clasificados en las bodegas de sus almacenes: esa curiosa
combinación de zapatos y vinilos, desde lo clásico a lo popular. Se pasa uno
las horas espulgando, como decía mi
mamá, entre pastas de 45, 78 y larga duración”.
“Allí me he topado con joyas del gran Enrique Caruso,
Sarita Montiel, Alfredo Sadel, Carlos Gardel, Charles Aznavour, Edith Piaf,
hasta lo más recóndito y popular de Agustín Lara, Daniel Santos, la Sonora
Matancera, las sensacionales big band
venezolanas que tanto nos hicieron bailar y gozar: la Billo’s, Los Melódicos,
Los Blanco, ni hablar de orquestas colombianas como Lucho Bermúdez, Pacho
Galán, Los Hermanos Martelo, Los Corraleros, y toda la música inimaginable del
planeta, de China, la India, Egipto, Francia, Alemania, Irlanda, República
Checa, Rusia, México, Argentina, Italia, Estados Unidos. De aquí me he ido con alhajas
que atesoro en mi viniloteca”.
Éric Palacino Zamora, el "Maestro Aguja", musicólogo y coleccionista
Igual es el parecer del periodista, académico y teórico
de la comunicación Éric Palacino Zamora, experto en música tropical colombiana,
y en folclore vallenato, que pondera los archivos musicales de Cosmos, no solo
por la cantidad sino por la calidad de músicas del mundo, las rarezas que se ha
encontrado y lo bien conservadas, no obstante el tiempo considerable de haber
sido publicadas:
“Aquí uno viene a la fija a adquirir lo que le gusta, y
sin dar tanta vueltas. De hecho las promociones de discos están a la vista, con
sus respectivos precios. Hay música para todos los gustos y es muy fácil
ubicarla porque está organizada por géneros, en orden alfabético, que el
cordial dependiente pone a prueba en su tornamesa Technics. Y entre registros y
apuntes de valiosos documentos, uno comparte saberes y datos de entendidos y
coleccionistas de Colombia y del extranjero, que se enteran de estos tesoros a
través de su cuenta en Instagram: discoscosmos”.
“Hay espacios dedicados a la música de vieja guardia:
tangos, rancheras, popular, latinoamericana, instrumental, pero también
cubículos sorprendentes donde uno puede rescatar preciosas antologías del jazz
y el blues de todos los tiempos, y colecciones de los grandes maestros de la
música clásica. Y lo más importante para el afiebrado o coleccionista de a pie:
que los precios no son exagerados como en otras partes. Don Élkin es coherente
con la economía de bolsillo”.
Marco Aurelio Álvarez, veterano melómano y radiodifusor, asiduo visitante de Cosmos.
Que la conservación de los discos sea uno de los
atractivos que más refiere la clientela, tiene un remitente especial: desde que
Giraldo le apostó al negocio de la música, él mismo se ha encargado de
revisarlos cuando llegan a sus manos, y dejar en perfectas condiciones sus
carátulas. No recibe pastas que estén averiadas o rayadas.
Cuarto aparte, en lo que él llama su clínica de mantenimiento, lo primero que hace es limpiarlos y
desinfectar tanto pastas como carátulas. Esto, porque aquellas viejeras, como dice Marco Aurelio, han estado expuestas al
polvo, o a los hongos y desechos de alimañas, polillas o roedores. Los empaques
deteriorados los renueva con cinta transparente, cartones y fundas de plástico
nuevas. Es una labor dispendiosa, de tiempo y paciencia, que él solo desempeña,
independiente de sus empleados a quienes delega otras funciones.
En ese trajín de día, muchas veces de noche, y en los
meses que por motivo pandemia estuvieron cerrados sus almacenes (porque hasta
una cama tiene en el segundo piso del local donde más pertenece en caso de que
lo venza el sueño), de tiempo completo, don Élkin da cuenta de testimonios
increíbles en dichas labores:
Ha encontrado cartas de amor escritas a mano, cuando la
correspondencia sentimental era la más esperada y fluía en bicicleta con el
pito del señor cartero. También sobres con dinero camuflado en el interior del
disco, entre el forro de plástico y el cartón, acompañados de pétalos de rosas;
pero más impactante, carátulas con restos de sangre seca y panfletos de grupos paramilitares,
como los que halló en las pastas que a precio de remate le compró hace años a
una emisora del Casanare.
Don Élkin con Noel Petro, el "Burro Mocho", maestro el requinto y la música tropical
Don Élkin ostenta la memoria novelesca derivada de ese
notariado de treinta años de comprar y vender vinilos, y de tener los contactos
que lo ponen al día de una posible discoteca en venta, o del llamado de una
señora entrada en años que le oferta la colección de su difunto marido, bien
porque ya le hace estorbo donde vive, pero regularmente por premuras
económicas.
En ese tema, Giraldo dice ser muy respetuoso, porque
conoce de casos de negociantes que, sin escrúpulos, se enteran del deceso de un
coleccionista y caen como moscas al funeral a susurrarle a la viuda que tienen
el dinero contante y sonante entre bolsillo para comprarle a buen precio la música que por muchos
años atesoró el que ya partió…, y que brille
para él la luz perpetua.
Ahora que empiezan a repicar campanas de navidad, y con
todos los derrotes, las calamidades y las quiebras que ha dejado a su paso el coronabicho maligno, Giraldo, como ha sido su costumbre año tras
año, actualiza y renueva inventario de la melodía que nunca pasa de moda en
esta temporada:
Cientos de discos guapachosos
y de antología saltan a la vista con esa impronta de las carátulas a todo
color que obliga a devolverse en el tiempo de aquellos diciembres que no
volverán: los rostros juveniles de Gustavo El
Loko Quintero, con Los Hispanos; de Rodolfo Aicardi, con Los Graduados, del
Indio Pastor López, Guillermo
Buitrago; Los Corraleros de Majagual, Fruko y sus Tesos, Joe Arroyo, Noel
Petro, Los Teen Ayers, la Billo’s Caracas, Los Melódicos; Richie Ray &
Bobby Cruz, y uno de los más solicitados, himno
oficial de las despedidas de año, el de Cinco
pa’las doce, el original de la RCA Víctor, sin descontar otro lacrimógeno
de ley, El año viejo, original del
compositor bolivarense Crescencio Salcedo, que en la voz del mexicano Tony
Camargo -fallecido en agosto de este año-, se dio a conocer en el mundo.
Con la artillería de la mejor melodía de aquellos diciembres
Paradojas de la vida: justamente Élkin Giraldo Giraldo nació, como el Niño Dios, un 25
de diciembre de 1955, pero sostiene que no aprendió a bailar, que nunca en su
vida ha asistido a una fiesta, que menos sabe de un paseo de olla o de una guachafita con tragos, porque es un abstemio
incorregible. La pregunta es obligada y no da esperas:
-¿Y entonces qué hace don Élkin un 24 o un 31 de
diciembre?
“He sido distante
de todo lo que tenga que ver con fiestas y celebraciones. Eso no quiere decir
que sea un tipo amargado, huraño, desprendido, no. Acepto que soy sedentario,
del trabajo a la casa, y de la casa al trabajo. Y por ende un obsesionado por
el trabajo. Para mí los domingos y festivos son días normales”.
“El 31 de diciembre, por amor y respeto familiar bajo la
reja, y como en Cinco pa’las doce, la
canción de Oswaldo Oropeza, interpretada por Néstor Zavarce (ambos
venezolanos), me voy para la casa a recibir la bendición de mi viejita que ya
frisa los 90 años; saludo a mis hermanos, ceno con ellos, y si el ambiente se
caliente con francachela y tragos, me escabullo y regreso a dormir al almacén”.
Es que don Élkin, el papá de los ratones de vinilos, con sus 65 diciembres, y desde el fondo de sus
más de 100.000 vinilos, también le hubiera inspirado un paseíto al gran
Crescencio Salcedo, o al recordado Guillermo Buitrago.
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