El 'Zorzal Criollo', figura mítica del tango, el divo que se robó el corazón de sus seguidores, y continúa vigente en las nuevas generaciones. Foto: Museo Carlos Gardel |
Ricardo
Rondón Chamorro
Ochenta y cuatro años después de su fallecimiento en la
tragedia aérea del aeropuerto Enrique Olaya Herrera de la ciudad de Medellín
(en ese entonces conocido como Aeródromo
Las Playas), no ha nacido el cantor capaz de arrebatarle los laureles de la
gloria a quien se le ha considerado como el máximo exponente del tango en su
historia: Carlos Gardel (11 de
diciembre de 1890, Toulouse, Francia-24
de junio de 1935, Medellín, Colombia).
A partir de aquella fatídica tarde gris, se han desplegado
cualquier cantidad de mitos alrededor del eterno galán de la melodía de
arrabal, a quien cultores y aficionados lo recuerdan como El Morocho del Abasto, El Zorzal Criollo, El Francesito, El Mago de
Tacuarembó, entre otros remoquetes que Gardel
se fue ganando en el trayecto de su elogiosa y aplaudida carrera.
Aunque se ha dicho que fue un disparo dentro de la nave
en la que el cantor viajaba la que produjo el voraz incendio, la crónica
oficial desmiente esta hipótesis ratificando que fue una colisión en la pista entre
dos aeronaves: el Ford trimotor, con matrícula F-31, de la empresa SACO
(Sociedad de Transporte Aéreo Colombiano), en el que iba Gardel, y el avión Manizales de la empresa SCADTA (Sociedad Colombo
Alemana de Transportes Aéreos), quien había recibido, a la misma hora (3:00
p.m.) que el anterior, la instrucción para iniciar el carreteo.
Sus carteles eran motivación al lleno en los escenarios del mundo, donde lo aclamaban y lo rodeaban. Foto: Épica Music |
Gardel
había arribado a Colombia el 2 de junio de ese año a cumplir una serie de
compromisos artísticos en varias ciudades, de las que fueron factibles con su
comparecencia en escenarios: Barranquilla, Cartagena, Medellín y la capital de la
República.
El 24 de junio, Gardel
se embarcaba rumbo a Cali, procedente de Bogotá, donde estuvo fechado para
sus conciertos el 14 de junio. La compañía aérea en la que viajaba registraba
Medellín como parte del itinerario. Allí lo esperaban cientos de seguidores
para saludarlo: fue el último adiós al ídolo de multitudes. Con Gardel viajaban veinte personas, de las
cuales solos tres sobrevivieron al accidente.
Con el Zorzal partieron
a la eternidad sus entrañables compañeros de lides artísticas Alfredo Lepera (cabeza de grupo,
compositor y guitarrista), y los músicos Guillermo
Barbieri, Ángel Domingo Riverol
y José María Aguilar, este último
sobreviviente del colapso. La noche anterior al siniestro, Gardel se había despedido de sus fanáticos colombianos con emotivas
y generosas palabras, rematadas con el tango Tomo y obligo, transmisión de La Voz de Bogotá.
Tiempo después de aquel suceso infortunado, se revelaría
un documento que a la fecha no deja de ser asombroso. La cédula de ciudadanía
de la madre de Gardel, Berta Gardes, identificada con el
número 424635, fue analizada por un
numerólogo quien reveló una secuencia digital extraordinaria: el doble 4 como
la edad de su deceso; el 24, la fecha; el 6, que corresponde al mes de junio; y
el 35, el calendario funesto.
Con un grupo de amigos en sus memorables vespertinas de carreras de caballos en el hipódromo de Palermo. Foto: Museo Carlos Gardel |
Gardel
fue
sepultado en primera instancia en la capital antioqueña, pero su abogado de
confianza, Armando Defino, ordenó la
repatriación del cuerpo que tuvo como morada definitiva el cementerio de La Chacarita, en Buenos Aires.
¿Francés?, ¿Argentino?, Uruguayo, por décadas las tres
naciones se disputaron la patria legítima del incomparable intérprete de
tangos, cuya vida, obra y desafortunado final siguen siendo un misterio, una
novela de la que biógrafos y tratadistas no descansarán en sus pesquisas para
poner el punto final.
No obstante, en 2012, y tras una investigación de más de
diez años, se dio a conocer su partida de bautismo, en la que el Zorzal aparece registrado con el nombre
de Charles Romuald Gardes, inscrito
el 11 de noviembre de 1890, en los folios de registros civiles de Toulouse,
Francia.
Dicho documento fue publicado en un libro titulado El Padre de Gardel, de los
investigadores Juan Carlos Esteban (Argentina),
y Georges Galopa y Moniqué Ruffié (Francia), quienes soportan
que Gardel, de dos años y tres
meses, llegó a Argentina en brazos de su madre, la humilde planchadora francesa
Berta Gardes, expulsada de su país
por ser madre soltera.
De acuerdo al testimonio, Argentina fue la patria
adoptiva de Gardel, a donde doña Berta llegó a instalarse con premuras y
dificultades en el sector marginal del Abasto bonaerense, donde se empezó a
tejer la leyenda artística del virtuoso vástago, que dio sus primeras luces
como cantante en antros y lupanares de mala muerte, donde a diario se cosían a
puñaladas y picos de botella compadritos y malevos por disputas de poder en el
arrabal, o por el cuerpo marchito de una cabaretera.
Si el tango es un
sentimiento triste que se baila, como lo definió Enrique Santos Discépolo, pero a la vez la banda sonora de los
derrotes, las frustraciones y los sinsabores de la vida, Gardel, como ningún otro, supo lograr el mejor partido de ese
melodramático caldo de cultivo, y con enormes cualidades a favor: su estampa de
divo que enloquecía a las mujeres, una sonrisa cautivadora, sello de su carisma
que solo borró la muerte, y una voz prodigiosa que llenaba escenarios a granel,
y que se empoderó como una marca sin par en la radio y en la industria
discográfica, en la época dorada del vinilo.
Gardel, "el hombre que aprendió a cantar oyendo a los pajaritos". Foto: Museo Carlos Gardel |
Cientos de anécdotas alrededor del acetato, que del
inmortal Gardel acuña una buena
parte de su producción el curador y coleccionista Élkin Giraldo Giraldo, en sus bodegas de Almacenes Cosmos, en el centro de Bogotá.
Las carátulas de las pastas gardelianas dan cuenta de un
sinnúmero de registros y reseñas de cultores del tango y de la música en
general, como las don Hernán Restrepo
Duque, Enrique París, Álvaro Monroy, Hernán Caro, y el notable poeta y
compositor argentino Enrique Cadícamo,
quien se explaya en elogios con su genial intérprete en la contraportada del
álbum (del sello Emi) que compila sus letras.
Atento a mis apuntes alrededor de Gardel, a propósito de los ochenta y cuatro años de su fallecimiento,
don Élkin Giraldo me obsequia, como
contribución al recaudo de mayor información, el tomo 20 de la Colección de Tango, del diario Clarín, dedicada al Zorzal Criollo, que incluye apartes de
entrevistas concedidas a distintos medios impresos y radiales, en diferentes
etapas de su carrera, de las que más adelante reproduciremos.
Gardel,
afianzan las notas de carátulas, comenzó a rondar en los cafetines y bulines
del Abasto y la Boca, cuando rayaba en la adolescencia. Los primeros centavos
los recibió como claqué, que era como
llamaban a quienes incitaban al aplauso en las romerías de mercachifles, o en
sainetes de teatros. En los escenarios fue utilero y tramoyista, y en ese
trasegar tuvo el privilegio de oír a grandes de la ópera como Tita Ruffo y a Enrique Caruso, quien cuando lo oyó cantar, se refirió de Gardel: “Este muchacho tiene una
lágrima atascada en la garganta”.
Aquel fatídico 24 de junio de 1935, fecha en la que falleció el 'Zorzal Criollo', en un accidente aéreo en Medellín. Foto: Archivo El Tiempo |
Al principio, para Gardel
no hubo distingos ni preferencias con la música, hasta que como profesional se
encarriló por el tango. Pero cantó de todo: folclore pampero, rumba, candombe,
foxtrots, tarantelas y canzonetas (canciones napolitanas), y hasta zarzuela.
El tango llegaría a su debido momento, cuando se alió con
el uruguayo José Razzano, con quien
debutó en una milonga de Montevideo por cincuenta pesos, una fortuna en ese
entonces, cuando a los músicos les pagaban con noches de bebeta y minas (mujeres, en lunfardo) a su
elección.
El sortilegio gardeliano se produjo en 1917, cuando el
dramaturgo, músico y letrista de tango Pascual
Contursi, le extendió al Zorzal
la melodía Mi noche triste, con
música de Samuel Castriota, la misma
que narraba el despecho de un mancebo destrozado por el olvido por su mujer. El
tema se popularizó en la radio y el público no cesó en demandar más canciones en
la voz del iniciado Gardel, quien
terminó divorciándose de Razzano para acompañarse por tríos y
grupos de envergadura en clubes y salones elegantes de la sociedad bonaerense.
Así se fue empinando la seductora figura del divo, del
afamado portavoz del tango, el aclamado y solícito de los empresarios, y a la
vez de los cotizados directores de cine que le extendían tiquetes de avión y
atractivas pagas para filmar películas en Nueva York, como El día que me quieras, una de las más recordadas en su historial como
actor y cantor.
El bronce a su memoria que se erige en el Cementerio de La Chacarita, en Buenos Aires. Foto: Clarín |
Atrás habían quedado las ordinarias fachas del rebuscador
de La Boca y del Abasto. Ahora se jactaba de los exclusivos roperos sobre
medidas: el sobrio sombrero de ala gacha, que fue su impronta en los luminosos
carteles y en su cotidianidad de artista; el abrigo ambicioso en abotonadura,
el terno impecable de paño inglés; el chaleco blanco con su infaltable reloj de
galera; y los prismáticos que no fallaban en el hipódromo de Palermo, después
de las mujeres rubicundas, otra de sus debilidades, la de las carreras de
caballos, cuando en tribunas animaba al uruguayo Irineo Leguisamo, el legendario jockey, también conocido como El Pulpo, un campeón de la hípica que
montado como un Cid sobre Lunático y El Pingo, sus corceles preferidos, le reportaron jugosas ganancias,
y la inspiración del emblemático tango Por
una cabeza.
Entrevistado
de lujo
Carlos
Gardel, alusión a su carisma, al ángel cautivador que poseía,
fue un entrevistado afable que, como pocos de su talla en el firmamento
rutilante de la fama, atrapaban la atención de los entrevistadores.
Algunos extractos de declaraciones publicadas en medios
de distintos países, nos aproximan a un Carlitos
amoroso y orgulloso del tango, apasionado por el cine, embanderado con lo
criollo y sus raíces, y con su sino de trotamundos de alma porteña.
“El día que me
quieras, según la opinión de muchos compañeros y según mi predilección, es
mi mejor película, y en ella he podido hacer una caracterización que me
satisface por completo” (Puerto Rico Ilustrado).
Triple álbum conmemorativo, colección de don Élkin Giraldo. Foto: La Pluma & La Herida |
“Soy nada más que un cantor de lindas formas musicales de
mi tierra, que trato de interpretar lo mejor que puedo; y si se me permitiese
la inmodestia, estoy seguro que al tango hay que contarlo como yo trato de
hacerlo” (Citado en el libro: Su vida, su música, de Simón Collier).
“No soy yo el que triunfa, es nuestro tango el que se
impone. Nueva York aplaude nuestras películas y canciones. Hago todo esto
pensando en un próximo gran futuro de nuestra cinematografía”. (Radio Splendid, Nueva York).
“Quizás la razón oculta de mis victorias se halle en el
apasionamiento profundo por todo lo latino que me lleva a concentrar, como a
través de un lente, todos los lances de mi alma en el ritmo de los tangos y en
el sentido de mis canciones”. (Nacional
de Bogotá).
“Cómo voy a cantar palabras (en inglés) que no entiendo,
frases que no siento. Hay algo en mí que vibra al sonido de las palabras que me
son familiares, que están hondamente arraigadas en lo más hondo de mi ser;
palabras que aprendí en mi niñez, que tienen el significado de cosas muy
nuestras, imposibles de transmitir. Mi idioma es el español, o mejor aún, el
porteño. La pregunta: ‘¿Me quieres?’,
no contiene para mí la emoción que se vuelca en la misma pregunta porteña: ‘¿Me querés?’. ¡Qué pena, amigos, que no
pueda satisfacer sus deseos! ¡Yo sé cantar solamente en criollo!” (Reportaje con la cadena NBC).
El álbum que reseñó el maestro Enrique Cadícamo, con sus tangos interpretados por Gardel. Colección de don Élkin Giraldo. Foto: La Pluma & La Herida |
“Me voy de Bogotá con la impresión de quedarme en el
corazón de ustedes. Encontré en las miradas de las mujeres colombianas, en las
sonrisas de los niños, en el aplauso de los bogotanos, un cariñoso afecto hacia
mi persona. Si alguna vez alguien llega a preguntarme sobre las mejores
atenciones que he recibido a lo largo de mi carrera, les aseguro que no podré
dejar de mencionar al pueblo colombiano. Gracias, amigos. Muchas gracias por
tanta amabilidad. Yo voy a ver a mi viejita pronto, y no sé si volveré. El
hombre propone y Dios dispone”. (Radio
La Voz de Bogotá, 23 de junio de 1935, declaración incluida en el álbum
triple Carlos Gardel 50 años,
1935-1985, RCA Camden).
La reseña de Enrique Cadícamo
Del álbum que incluye las más preciadas melodías del
creador argentino:
“Hace cuarenta y cuatro años nos legó su voz melodiosa,
instrumento puesto por Dios. Maestro no solo de la belleza sino de imperecedera
gloria, convenimos que el fabuloso arte de Carlos
Gardel, más que en el conservatorio fue aprendido por las calles escuchando
el canto de los pájaros.
Otro álbum triple con una selección de sus mejores interpretaciones. Colección de don Élkin Giraldo. Foto: La Pluma & La Herida |
Como el Gran
Caruso -el pescador que pregonaba su mercancía por las calles de Nápoles-
nuestros increíble Morocho dejaba
escuchar sus melodiosos gorjeos de zorzal por las callejuelas del Mercado de
Abasto, vibrando a través de las letras de los tangos, las historias sombrías
de las mujeres llenas de culpa, el rencor de los guapos de la periferia, un
reñido final en Palermo, la tristeza de la milonguita de cabaret.
Nacido en Toulouse-Francia, fue porteño del alma, figura
querida y respetada del Abasto, barrio bravo con alma de aedas y malevos.
Anticipándome a la próxima publicación de un libro de versos al que he titulado
Los inquilinos de la noche, como
primicia y en su homenaje con motivo de cumplirse el cercano medio siglo de su
desaparición física, transcribo dos cuartetas que recuerdan al divo.
El
Morocho (1914)
No podía ser otra que la Calle Corrientes al lado del
Café Domínguez -puerta con puerta-, donde vivía Gardel con su inefable madre, un ángel con arrugas que se llamaba Berta.
Increíble Morocho,
genial rompe-balanzas, te sobraban los kilos… ¡pesabas 110!, gordo maravilloso,
valías lo que pesabas por tu voz melodiosa de galán extraordinario.
Conocí a Gardel
y fui su amigo, llevado por la mano de José
Razzano, mi vecino de Flores, quien ya le había hecho grabar mi primer
tango, Pompas de jabón. El Mago actuaba en un cine de Calle
Lavalle, alternando el programa de películas mudas, con su arte inigualable.
Vernos, saludarnos y estrecharnos la mano, significó una
amistad que nos unió en nuestro quehacer artístico durante muchos años. Al
notar mi juventud y recordar el tango que me había grabado con su sonrisa impar
y su permanente cachada, siempre a flor
de labios, me soltó esta pregunta:
'El Morocho' asediado por bellas mujeres, como en esta postal de su visita a Nueva York. Foto: Museo Carlos Gardel |
-¿A
quién le afanan los versos?
Es fácil comprender lo que significaba para mí la amistad
con aquel y ya famoso cantante.
Razzano,
sabiendo la admiración que yo sentía por Gardel,
solía invitarme después de la función a tomar helados. Carlos era muy aficionado a esta golosina. Esto casi siempre
ocurría en la vereda de una conocida heladería que lindaba con el cine
Broadway, de la Calle Corrientes.
Carlos
era
muy comunicativo conmigo, y mientras sorbía helados -nunca menos de tres o
cuatro seguidos- entre cuentos festivos y fragmentos de charla que pretendían
ser formales, me comentaba sus deseos de debutar en un futuro cercano en París.
Ese era su terco y ferviente deseo.
Emergiendo de las profundidades de este dorado sueño
solía decirme:
“París… la Ville Lumiere… Hermosa como una mujer difícil
de conquistar”.
A Gardel
siempre le fascinaron los sueños de gloria.
Yo fui testigo de su debut y de su triunfo artístico en El Florida, de París, la noche de aquel
2 de octubre de 1928. La gloria ya lo venía siguiendo desde Buenos Aires como
una novia fiel y consecuente, aunque a veces no faltaron algunos oscuros
gacetilleros que les soltaron unas que otras flechas, que jamás lograron
infligirle la más leve picadura.
Cantaba por un amor de su ensueño de artista genial que
ninguna vicisitud cambiaría, solo la muerte, su caída de ángel que sirvió a la
postre para convertirlo en la estatua más querida y recordada de la mitología
tangística.
La guitarra, compañera inseparable y recurrente en sus momentos de inspiración. Foto: Museo Carlos Gardel |
Sin pretenderlo ni ambicionarlo, Gardel me hizo obtener el insólito y honroso récord artístico: mis
veintitrés canciones grabadas por su voz inolvidable, de las cuales doce de las
mismas se hayan compiladas en este L.P. que aparece en el homenaje al cuarenta
y cuatro homenaje de su muerte”: Anclao,
Cruz de palo, Ramón, Ché Papusa, oí…; La novia ausente, Callejera, Ché Bartolo,
Al mundo le falta un tornillo, Pompas, Muñeca brava.
Sonará reiterativo comentar que ochenta y cuatro años
después, el gran Carlitos Gardel sigue cantando mejor que nunca, como lo
atestiguan sus grabaciones antológicas, y los preciados acetatos al cuidado de
don Elkin Giraldo.
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