miércoles, 17 de abril de 2019

La banda sonora de la Semana Mayor

El coleccionista y curador de acetatos Élkin Giraldo Giraldo, arraigado cultor de música clásica. Foto: La Pluma & La Herida    
Cantos en latín, ruso y alemán,  poemas en la voz del primer actor que hizo de Jesús, sobreviven como  piezas de colección para tener en cuenta en estos días de oración y recogimiento

Por Jorge Eric Palacino Zamora

Fotos: Colección musical de don Elkin Giraldo Giraldo

Hubo un tiempo en el que Semana Santa traducía recogimiento y reflexión. Los días realmente estaban destinados a conmemorar profundamente la pasión y muerte del Señor Jesucristo. Era menester conducirse con mesura, en silencio, y atender las orientaciones de los más viejos en cuanto que no era permitido ningún exceso, y los hogares adquirían una atmósfera monástica.

El vertiginoso avance cronológico ha condenado al olvido esta forma de trascender por la Semana Mayor, aunque  en la memoria quede un rescoldo de aquellas jornadas silentes de entrecasa, que en fechas de recogimiento, como el viernes, se veían alteradas hacia el mediodía por la oratoria romana de monseñor Augusto Trujillo Arango, en su sermón de las Siete Palabras, de obligada audiencia radial en el seno familiar.

Edición especial de los religiosos cánticos de abadías, en versión colombiana
Es de aquella época en que un jovencísimo Élkin Giraldo Giraldo, aspirante a sacerdote, daba sigilosos pasos en el Seminario de los Padres Agustinos Recoletos de Medellín, cuando se embelesaba con los cantos gregorianos, las misas de Bach, los oratorios de Mozart, las suites para piano de Schumann, los conciertos para violín de Vivaldi, y el más alegórico en su quimera sacerdotal, El Ave María, de Schubert, entre otras partituras sagradas.

Al fin, aquel efebo imberbe de raigambre paisa no vio la luz para lucir los anhelados ornamentos, pero su refinado gusto por la música clásica, y por las nobles melodías del mundo, fluyó perenne en su próspero futuro como comerciante, cuarenta años después con la admirable colección de más de 100.000 producciones en formato vinilo, cuidadosamente conservadas y seleccionadas en las bodegas de sus almacenes de Calzado Cosmos, en el centro de Bogotá.

'Pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo', por la Orquesta Nacional de Cracovia
De hecho, Giraldo, alterno a su habilidad de negociante, comenzó adquiriendo, por afición propia las primeras colecciones de música clásica del sello Salvat, que llegaban por entregas quincenales, y de ahí en adelante cualquier cantidad de audiciones religiosas que él descubría en los mercados de San Alejo, o que llegaban a sus mostradores por trámites de sus relaciones comerciales.

Giraldo, a la fecha, se da por satisfecho de un legado acuñado a lo largo de cuatro décadas, en perfectas condiciones, gracias a su consagrada labor de curador de pastas, de una ambiciosa existencia de la llamada música brillante, música sacra, o música litúrgica, al fin y al cabo la banda sonora para los buenos oídos, en el tránsito de la Semana Mayor.

Estanterías repletas de este preciado género de distintas épocas, con un rico y variado contenido de compositores, desde mucho antes del Barroco, voces, cuartetos, orquestas sinfónicas y de cámara, y cualquier cantidad de versiones alrededor del orbe.

Otro de los tesoros musicales del barroco, de la colección de don Élkin Giraldo 
El ejercicio auditivo sugiere, frente al pinchadiscos de don Élkin en su laboratorio de restauración, cerrar los ojos para contemplar, desde el interior, como en trance místico, las sagradas evocaciones de extraordinarias experiencias y testimonios musicales provenientes de Polonia, Alemania, Francia, España, Italia, de la misma Argentina, emanaciones celestiales que nos ponen al tanto de la vulnerabilidad pecaminosa de nuestras carnes y de la inminente exaltación del espíritu.

Por instantes, la materia nos abandona al oír los acordes de la Die Deutsche Bavern Messe y sus preciosos coros para misa del sello alemán Telefunken, el mismo de los radios de tubos que llegaron a América, y que en nuestros hogares, mucho antes del televisor, hacían parte del entorno familiar, tanto en el trasegar noticioso como en el culto y la educación de la buena música.

Y qué decir al dejarse llevar por las partituras celestiales de la Passio et mors domini nostri Jesu Christi secundum Lucam  (Pasión y muerte de nuestro señor Jesucristo, según San Lucas), en la calidad de la soprano Stefania Woytowics y el barítono Andrezej Hiolsky, acompañados por la Orquesta Nacional de Cracovia: un viaje al remoto pasado, a una cultura milenaria, y a esa entrega total de sus creadores e intérpretes, que como sucede con los frescos y esculturas de icónicos templos mundiales como la Capilla Sixtina, la Catedral de Colonia, o la tristemente desaparecida Notre Dame, nos incita a reflexionar que la verdadera religión es el arte en su pureza.
Una joya en la voz del gran actor español-mexicano
El  que puede considerarse como el Santo Grial de la colección de Giraldo, es el álbum El Mártir del Calvario, producción musical  dirigida por el actor español-mexicano Enrique Rambal, que vio la luz a mediados de la década del cincuenta, casi que a la par de la inolvidable película del mismo nombre que llevó a la fama al connotado artista, a instancias de su sentida personificación del nazareno.

En el álbum, cuyo valor no se ha estimado en atención a su significado para don Élkin, el actor Rambal declama pasajes de la Pasión, Muerte y Crucifixión. Oír su voz grave, radiofónica, nos lleva a recordar la preciada película de 1952, referente de generaciones que en aquel entonces, atónitos frente a un televisor en blanco y negro, y de antena aérea, digeríamos apesadumbrados y entre sollozos, convencidos que de ese era el legítimo Mesías que entre látigos y vociferaciones de la guardia romana, cargaba la pesada cruz camino al monte de La Calavera.

Cabe recordar que Rambal representó una época del cine en cuanto al tema religioso, hasta la llegada de la versión en color de Jesús de Nazareth, del maestro del cine italiano Franco Zefirelli (1977), con la soberbia encarnación de Robert Powell como el buen Jesús.

Vinilos en perfecto estado, gracias a la copiosa labor de su curador
Otro tesoros ocultos son las versiones del director polaco Otto Klemperer, de la  Pasión según San Mateo, con la banda sonora del Magnificat, de J.S. Bach; la de de Henrich  Schutz y el álbúm de Música litúrgica  interpretado por  los coros de la Catedral Ortodoxa Rusa de París, que compendia cantos en tono bajo, y que complementan un catálogo que transporta la esencia interior del hombre a estados superiores.

Junto con las versiones  europeas de música religiosa, se aparejan representaciones musicales sui generis como el álbum Mi Cristo roto-charlas cuaresmales y meditaciones,  del sacerdote mexicano-español Ramón Cué Romano, una extraordinaria  narración  reflexiva en torno a la figura del señor crucificado y la manera como a diario, en la medida de nuestras acciones, estamos perpetuando su dolor y sufrimiento.

De 1801, la colección exhibe orgullosa la pieza Popule meus, del venezolano José Ángel Llamas, uno de los más brillantes exponentes de la música clásica en ese país. Cantos de misa criolla de la Argentina, así como La Santa Misa explicada  por las voces de Narciso Busquets y Antonio González, rubrican este singular catálogo.

Algunos de los acetatos muestran la autorización o licencia eclesiástica que se exigía para la época, según explica don Élkin, que gran parte de esta colección, en cuanto al mencionado género, ha sido comprada a emisoras de congregaciones religiosas que un día salieron del acetato para dar paso a las tecnologías del espectro cibernético.

Un álbum que resume años de historia y devoción
De ahí que el maestro coleccionista exhiba del citado álbum la carta de aprobación para su difusión, remarcada con una fotografía del obispo de Barranquilla, en ese entonces, German Villa Gaviria.

Luego de horas de consultas y oídas, salgo de las bodegas de Giraldo con la misma impresión de quien abandona un templo en días santos. En el oído aún resuenan los cornos franceses del Magnificat. Antes de buscar calle, oteo entre recovecos de estanterías la ubicación del sumo sacerdote del vinilo. No hay rastro de él. Ni siquiera en su querencia, que es su cuarto de restauraciones. Su oficial de turno me entera que se ha ido almorzar.

Afuera, una salva de truenos anuncia un aguacero de Padre y Señor mío.
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