El coleccionista y curador de acetatos Élkin Giraldo Giraldo, arraigado cultor de música clásica. Foto: La Pluma & La Herida |
Por
Jorge Eric Palacino Zamora
Fotos:
Colección musical de don Elkin Giraldo Giraldo
Hubo un tiempo en el que Semana Santa traducía recogimiento y reflexión. Los días realmente
estaban destinados a conmemorar profundamente la pasión y muerte del Señor Jesucristo. Era menester
conducirse con mesura, en silencio, y atender las orientaciones de los más
viejos en cuanto que no era permitido ningún exceso, y los hogares adquirían
una atmósfera monástica.
El vertiginoso avance cronológico ha condenado al olvido
esta forma de trascender por la Semana
Mayor, aunque en la memoria quede un
rescoldo de aquellas jornadas silentes de entrecasa, que en fechas de
recogimiento, como el viernes, se veían alteradas hacia el mediodía por la
oratoria romana de monseñor Augusto
Trujillo Arango, en su sermón de las Siete
Palabras, de obligada audiencia radial en el seno familiar.
Edición especial de los religiosos cánticos de abadías, en versión colombiana |
Es de aquella época en que un jovencísimo Élkin Giraldo Giraldo, aspirante a
sacerdote, daba sigilosos pasos en el Seminario
de los Padres Agustinos Recoletos de Medellín, cuando se embelesaba con los
cantos gregorianos, las misas de Bach, los oratorios de Mozart, las suites para piano de Schumann, los
conciertos para violín de Vivaldi, y el más alegórico en su quimera sacerdotal,
El Ave María, de Schubert, entre
otras partituras sagradas.
Al fin, aquel efebo imberbe de raigambre paisa no vio la
luz para lucir los anhelados ornamentos, pero su refinado gusto por la música
clásica, y por las nobles melodías del mundo, fluyó perenne en su próspero
futuro como comerciante, cuarenta años después con la admirable colección de
más de 100.000 producciones en formato
vinilo, cuidadosamente conservadas y seleccionadas en las bodegas de sus
almacenes de Calzado Cosmos, en el
centro de Bogotá.
'Pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo', por la Orquesta Nacional de Cracovia |
De hecho, Giraldo,
alterno a su habilidad de negociante, comenzó adquiriendo, por afición propia
las primeras colecciones de música clásica del sello Salvat, que llegaban por entregas quincenales, y de ahí en adelante
cualquier cantidad de audiciones religiosas que él descubría en los mercados de
San Alejo, o que llegaban a sus
mostradores por trámites de sus relaciones comerciales.
Giraldo, a
la fecha, se da por satisfecho de un legado acuñado a lo largo de cuatro
décadas, en perfectas condiciones, gracias a su consagrada labor de curador de
pastas, de una ambiciosa existencia de la llamada música brillante, música sacra, o música litúrgica, al fin y al
cabo la banda sonora para los buenos oídos, en el tránsito de la Semana Mayor.
Estanterías repletas de este preciado género de distintas
épocas, con un rico y variado contenido de compositores, desde mucho antes del Barroco, voces, cuartetos, orquestas
sinfónicas y de cámara, y cualquier cantidad de versiones alrededor del orbe.
Otro de los tesoros musicales del barroco, de la colección de don Élkin Giraldo |
El ejercicio auditivo sugiere, frente al pinchadiscos de don Élkin en su laboratorio de restauración, cerrar los ojos para contemplar, desde el interior, como en
trance místico, las sagradas evocaciones de extraordinarias experiencias y
testimonios musicales provenientes de Polonia,
Alemania, Francia, España, Italia, de la misma Argentina, emanaciones celestiales que nos ponen al tanto de la
vulnerabilidad pecaminosa de nuestras carnes y de la inminente exaltación del
espíritu.
Por instantes, la materia nos abandona al oír los acordes
de la Die Deutsche Bavern Messe y sus
preciosos coros para misa del sello alemán Telefunken,
el mismo de los radios de tubos que llegaron a América, y que en nuestros
hogares, mucho antes del televisor, hacían parte del entorno familiar, tanto en
el trasegar noticioso como en el culto y la educación de la buena música.
Y qué decir al dejarse llevar por las partituras
celestiales de la Passio et mors domini
nostri Jesu Christi secundum Lucam (Pasión y muerte de nuestro señor Jesucristo,
según San Lucas), en la calidad de la
soprano Stefania Woytowics y el
barítono Andrezej Hiolsky,
acompañados por la Orquesta Nacional de
Cracovia: un viaje al remoto pasado, a una cultura milenaria, y a esa
entrega total de sus creadores e intérpretes, que como sucede con los frescos y
esculturas de icónicos templos mundiales como la Capilla Sixtina, la Catedral
de Colonia, o la tristemente desaparecida Notre Dame, nos incita a reflexionar que la verdadera religión es
el arte en su pureza.
Una joya en la voz del gran actor español-mexicano |
El que puede
considerarse como el Santo Grial de
la colección de Giraldo, es el álbum
El Mártir del Calvario, producción
musical dirigida por el actor
español-mexicano Enrique Rambal, que
vio la luz a mediados de la década del cincuenta, casi que a la par de la
inolvidable película del mismo nombre que llevó a la fama al connotado artista,
a instancias de su sentida personificación del nazareno.
En el álbum, cuyo valor no se ha estimado en atención a
su significado para don Élkin, el
actor Rambal declama pasajes de la Pasión, Muerte y Crucifixión. Oír su voz
grave, radiofónica, nos lleva a recordar la preciada película de 1952,
referente de generaciones que en aquel entonces, atónitos frente a un televisor
en blanco y negro, y de antena aérea, digeríamos apesadumbrados y entre
sollozos, convencidos que de ese era el legítimo Mesías que entre látigos y
vociferaciones de la guardia romana, cargaba la pesada cruz camino al monte de
La Calavera.
Cabe recordar que Rambal
representó una época del cine en cuanto al tema religioso, hasta la llegada de
la versión en color de Jesús de Nazareth,
del maestro del cine italiano Franco
Zefirelli (1977), con la soberbia encarnación de Robert Powell como el buen Jesús.
Vinilos en perfecto estado, gracias a la copiosa labor de su curador |
Otro tesoros ocultos son las versiones del director polaco
Otto Klemperer, de la
Pasión según San Mateo, con la
banda sonora del Magnificat, de J.S. Bach; la de de Henrich
Schutz y el álbúm de Música
litúrgica interpretado por los coros de la Catedral Ortodoxa Rusa de París, que compendia cantos en tono bajo,
y que complementan un catálogo que transporta la esencia interior del hombre a
estados superiores.
Junto con las versiones europeas de música religiosa, se aparejan representaciones
musicales sui generis como el álbum Mi Cristo roto-charlas cuaresmales y
meditaciones, del sacerdote mexicano-español
Ramón Cué Romano, una
extraordinaria narración reflexiva en torno a la figura del señor
crucificado y la manera como a diario, en la medida de nuestras acciones, estamos
perpetuando su dolor y sufrimiento.
De 1801, la colección
exhibe orgullosa la pieza Popule meus,
del venezolano José Ángel Llamas,
uno de los más brillantes exponentes de la música clásica en ese país. Cantos de misa criolla de la Argentina, así
como La Santa Misa explicada por las voces de Narciso Busquets y Antonio
González, rubrican este singular catálogo.
Algunos de los
acetatos muestran la autorización o licencia eclesiástica que se exigía para la
época, según explica don Élkin, que
gran parte de esta colección, en cuanto al mencionado género, ha sido comprada
a emisoras de congregaciones religiosas que un día salieron del acetato para
dar paso a las tecnologías del espectro cibernético.
Un álbum que resume años de historia y devoción |
De ahí que el maestro
coleccionista exhiba del citado álbum la carta de aprobación para su difusión,
remarcada con una fotografía del obispo de Barranquilla, en ese entonces, German Villa Gaviria.
Luego de horas de
consultas y oídas, salgo de las bodegas de Giraldo
con la misma impresión de quien abandona un templo en días santos. En el oído
aún resuenan los cornos franceses del Magnificat.
Antes de buscar calle, oteo entre recovecos de estanterías la ubicación del sumo sacerdote del vinilo. No hay rastro
de él. Ni siquiera en su querencia, que es su cuarto de restauraciones. Su
oficial de turno me entera que se ha ido almorzar.
Afuera, una salva de
truenos anuncia un aguacero de Padre y Señor mío.
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