En la tradición wayú, el camino al paraíso solo se logra cuando se muere dos veces. Es decir, cuando los muertos son enterrados y desenterrados. El segundo entierro, según los nativos guajiros, asegura el camino al japira (edén prometido).
Para los jóvenes realizadores colombianos Juan Pablo Polanco y César Alejandro Jaimes, los secretos y misterios del más allá siempre les fue motivo de inquietudes y preguntas desde que eran compañeros de primaria en el Gimnasio Fontana, de Bogotá.
Ambos coincidieron en seguir la carrera de cine: Polanco, en Madrid, España; Jaimes, en Bogotá, y por ese camino y su estrecha amistad, resultaron intercambiando roles de dirección de fotografía en sus primeros cortos, como sucedió con El paso del tiempo, de Juan Pablo, en 2013, y en ese mismo año, La venda, de César Alejandro.
Pero el tema de la muerte estaba ahí presente, y cada vez con más inquietudes e interrogantes desde lo ontológico, como razón natural e inexorable, pero también por su relación con el arte, la literatura, Juan Rulfo en específico, y por las ceremonias fúnebres de las etnias americanas, con mayor curiosidad el exotismo de las de San Basilio de Palenque, en Bolívar, y las de la comunidad wayú, en La Guajira.
Los misterios y rituales del más allá vistos desde el 'segundo entierro', tradición de la etnia wayú. Foto: Angello Faccini |
Lapü es el nombre de este documental que recién se estrenó en el Festival de Cine de Sundance, en Estados Unidos, y para Europa en la Berlinale, el 13 de febrero, con estupendos comentarios de la crítica y del público, y que será presentado en el 59 °Festival Internacional de Cine de Cartagena, en el apartado de Hecho en casa: largometrajes documentales con nacionalidad legal y cultura colombiana.
Fueron cuatro años de trabajo, viajes, investigación, escritura, reconocimiento de territorios en La Guajira, de muchos diálogos y encuentros con nativos, hasta que dieron con las personas indicadas: las hermanas Carmen y Doris Jusayú, de Maicao (donde se hizo el rodaje), artesanas del tejido y vendedoras de mochilas.
A lo largo de ese tiempo, el proceso creativo tuvo varias directrices. Al principio la idea no fue enfocada hacia una película, sino a una serie. En ese tren, llegaron a pensar que podía resultar un corto, y finalmente se dieron cuenta que había un poderoso material para un documental.
El rodaje de 'Lapü' incluyó un segundo velorio real, a partir del sueño de Doris, una de las protagonistas. Foto: Angello Faccini |
Lapü es una historia de sueños y realidades, de vida y muerte. Narra el instante en que Doris se embarca en el ritual más importante de la vida en el pueblo wayú, para reafirmar que María Úrsula definitivamente descanse en paz.
Aquí la cámara juega como protagonista con una lectura nítida de rostros, de expresiones, de una variedad de sentimientos y sensaciones entre la perplejidad, la naturalidad y la fascinación. El sonido ambiente es crucial narrador: el viento con su ímpetu y cadencia. El delator crujir de los cactus, la fricción de las espinas, metáfora de la limpieza de los huesos.
Juan Pablo Polanco y César Alejandro Jaimes, creadores de 'Lapü', el documental, y socios de la productora de cine y audiovisuales, Los Niños Films. Foto: La Pluma & La Herida |
Las sombras que se proyectan sobre la tierra salitrosa, la luz ardiente que emerge de la oscuridad secreta. Un deleite fotográfico que abona con creces en la riqueza estética del documental.
Para Polanco y Jaimes, el propósito de este trabajo, que tiene una duración de setenta y cinco minutos, era crear un universo onírico donde se fusionaran esos dos estados de la realidad: la vida y la muerte, el sueño y la vigilia, en un territorio límbico próximo a lo rulfiano.
El colofón personal, independiente de la película, les dejó una nueva mirada de abordar el espinoso tema de la muerte, y de relacionarse con la pérdida con más solvencia y naturalidad. Una experiencia para ambos renovadora, con muchas respuestas a partir de esa pulsión catalizadora que es el arte creativo.
El propósito de Polanco y Jaimes en este documental, era crear un universo onírico donde se fusionara la vida y la muerte, el sueño y la vigilia. Foto: Angello Faccini |
Afincados en su propia productora que funciona en el Parkway, en Bogotá, Los Niños Films, nombre inspirado en un sueño de aulas escolares que se hizo real, Juan Pablo Polanco (24 años) y César Alejandro Jaimes (26 años) están de regreso a La Guajira, botando corriente y escribiendo sobre un nuevo proyecto qué, como pasó con el primero, aún no saben si será una serie, un largometraje, quizás un segundo documental.
Lapü se proyectará en el 59° Festival Internacional de Cine de Cartagena, el 8 de marzo en Bocagrande, y el 9 de marzo en el Teatro Adolfo Mejía.
Título
original: Lapü
Duración:
75
minutos
Dirección: Juan
Pablo Polanco y César Alejandro Jaimes
Guión: Juan
Pablo Polanco, César Alejandro Jaime, Canela Reyes
Producción: Julián
Quintero Beltrán
Fotografía:
Angello
Faccini
Reparto: Doris
González Jusayú, Carmen González Jusayú
El segundo entierro en la cultura wayú
Para Leonardo Fernández, investigador de antropología wayú, el segundo entierro o segundo velorio es un ritual de gran trascendencia para la comunidad, que marca la diferencia con los alijuna (que no son wayú), y que parte de la exhumación de los restos, luego de un tiempo de haber estado sepultados.
Como en el caso de Doris, una de las protagonistas de Lapü, el detonante de esa nueva ceremonia se revela a través de un sueño, o por una comunicación del espíritu con su ser querido más cercano, al transmitir que ya está listo para emprender el último viaje, el definitivo hacia el cosmos, de donde mucho tiempo después y de una serie transgresiones, regresará encarnado en un animal o vitalizado en una planta.
La persona elegida para exhumar los restos puede ser de la familia o allegada, debe gozar de buena salud física y mental, entrenada para recoger, limpiar y acomodar los huesos, no sin antes haber cumplido a una noche previa de abstinencia sexual y alimenticia, solo nutrida por el oujolü o chicha, y sometida a una baño de plantas medicinales purificadoras para preparar los restos.
Al momento de abrir el ataúd, se hace un riego de aguardiente o chirrinche sobre los despojos. El encargado, o encargada, toma primero el cráneo y lo deposita en una mochila blanca, como señal de purificación, que es entregada a la mujer más antigua del clan. Luego de la cuidosa limpieza de cráneo y huesos, estos se ubican en un osario de mármol.
Después se le canta el jayeechi (alabanza del adiós) durante toda la noche, y también se le llora a grito herido por plañideras contratadas, como es costumbre ancestral en San Basilio de Palenque y en la mayoría de poblaciones de Bolívar. Se reparte alimento y bebidas a propios y extraños. Así se recordará al difunto con apego y gratitud, y su memoria y legado perdurarán en el transcurrir de los tiempos, de generación en generación.
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