Treinta 'corrientazos' en promedio diario despacha doña Lorena Ovalle en un reducido cubículo de un metro de frente por dos de fondo, en el centro de Bogotá. Foto: La Pluma & La Herida |
Este 24 de diciembre de 2018 se cumplieron once años de
la tragedia que sufrió doña Martha Lorena
Ovalle Bohórquez, cuando la paila del aceite hirviendo donde freía los
buñuelos navideños para la familia, se volteó sobre su cuerpo y le produjo
quemaduras de tercer grado en pecho, brazos y estómago. Una de tantas desdichas
que en sus cincuenta y tres años de trajinada vida, lleva a cuestas.
“Pero eso ya se superó y la vida continúa”, dice la señora
con un esbozo de sonrisa, mientras despacha tintos, jugos, gaseosas y empanadas
a media mañana, en el restaurante más
pequeño de Colombia, un metro de
frente por dos de fondo, ubicado en la Rotonda
La Candelaria (Calle 12 #6-56/96), de Bogotá, sector tradicional de
joyerías, en la misma cuadra del Novedades,
el cine de películas triple X que resiste el paso del tiempo en el deteriorado
edificio de siempre, de donde entran y salen, como en la Fiesta de Serrat, “gentes de cien mil raleas”.
El nicho de doña
Lorena está ubicado a la entrada de este consorcio de dieciocho locales,
adscrito al Instituto para la Economía
Social (IPES), en donde funcionan ventas de artículos de ferretería,
artesanías, accesorios para celulares, comestibles de paso, una cafetería y una
relojería de viejo.
El de la señora
Ovalle se llama Tinto parado, y
es el referente de encuentro de hace ocho años de su fiel clientela, la mayoría
técnicos de joyería, talladores, comerciantes de gemas, vendedores ambulantes,
pero también oficinistas, y gente del común que se proveen por $700 de un
estimulante y generoso tinto de greca, o del pintadito, como le dicen al perico cachaco en el Valle o en el Eje
Cafetero, acompañado de exquisitos pasteles de yuca, empanadas y otras viandas
de medias nueves.
¡Y restaurante a la vez! Yo no podía creerlo hasta que me
cercioré, y efectivamente: de ese reducido cubículo de un metro de frente por dos de fondo, van saliendo a primera mañana,
como por arte de magia, sendos platos de caldo con costilla, huevos al gusto,
chocolate, jugos de diferentes frutas; y al medio día, corrientazos a $5.000 y a $6.000, de los que vende treinta en
promedio al día.
Clientes de varios años arriman a diario a 'Tinto parado', el reducido local donde la señora Ovalle gana el sustento diario para llevar a su familia. Foto: La Pluma & La Herida |
¿Y cómo lo hace doña
Lorena? A puro tesón. Con el amor y la fortaleza de no dejarse vencer por
la adversidad y poder llevar el sustento diario de su familia, pagar arriendo,
y colaborarle en lo que pueda a la familia de su hijo mayor, capitán del
Ejército, quien a los cuatro años de haber recibido con honores el grado de
subteniente, perdió la pierna izquierda en Planadas (Tolima) al pisar una mina
antipersona. Esos compromisos, y la fe y la pasión por compartir y velar por
los suyos, nunca han permitido que desista de su trabajo.
Al principio, en su local, preparaba desayunos y
almuerzos en una estufa eléctrica de un solo puesto que ubicaba en el suelo, donde
apenas cabe ella y sus trebejos de cocina. Ahora se siente más cómoda, luego de
empotrar una cocineta de dos puestos, y un lavaplatos de aluminio. De modo que
por más reducido que sea, el establecimiento es un restaurante.
Pero estos avances del emprendimiento no han calado nada
bien en la competencia, es decir entre las propietarias de otros locales,
cuando la ponzoña de la envidia se ha ensañado en el talante y el esfuerzo de doña Lorena para que su pequeño negocio
sea el más apetecido y concurrido de la Rotonda, y en consecuencia las lenguas
viperinas confabulen para denunciarla ante el IPES con el argumento de que ella
está incumpliendo el reglamento al realizar modificaciones locativas a su
antojo.
Doña
Lorena se sostiene en que no está cometiendo ninguna
contravención, sino mejorando su instalación para hacer más cómodo y práctico
su entorno, y de esta manera brindarle al cliente un mejor servicio en cuanto a
calidad e higiene, y que está dispuesta a demostrarlo cuando a bien tengan sus
arrendatarios distritales programar una visita de inspección.
Doña Lorena con Tatiana Barrera, su asistente en el tejemane de cocina y de 'corrientazos' a domicilio. Foto: La Pluma & La Herida |
“Lo que me quieren es sacar a como dé lugar, pero a mí
eso me tiene sin cuidado porque estoy obrando correctamente. Esa mala leche es
porque los clientes aprecian lo que les vendo y me prefieren. De ahí los
infundios y las habladurías. Pero yo estoy con Dios, que me ha ayudado a librar
batallas más duras que las que ahora estoy viviendo”, dice la dama que a esa
hora alista peroles y calderos para preparar almuerzo.
Cuando se refiere a “librar batallas más duras”, la señora Ovalle Bohórquez se refiere a
los obstáculos y dificultades que le ha tocado superar desde niña, ante la
precariedad y las dificultades de una familia numerosa de Bogotá, de buena
crianza y principios, pero con enormes retos y desafíos para luchar contra la
adversidad y salir adelante.
Antes de recibirse como auxiliar de farmacia, título que
le concedió el Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA), doña Lorena se rebuscaba la vida feriando ropa de cargazón en la
plaza de San Victorino, hasta que
logró un empleo formal en las bodegas de El
Martillo, reconocido almacén de mercancía popular, de donde salía a las
cinco y treinta de la tarde a cumplir con sus clases de farmacia.
Y en ese trote, repartidos sus horarios entre el día y la
noche para ayudar en la casa, hasta que se graduó. Con ese nuevo orden de vida
y abrigando ilusiones, vinieron el casorio, los hijos, y el febril entusiasmo
de aplicar los conocimientos adquiridos en instituciones hospitalarias como La Samaritana, San Blas, Kennedy, San Ignacio, San Juan de Dios, y el Hospital Militar, que fue el último
trabajo por contrato que tuvo como auxiliar farmaceuta, cuando empezó la mala
racha con el accidente casero, hace once años, justo para estas fechas decembrinas.
La larga y extenuante convalecencia repercutió en gastar
ahorros de muchos años para el sostenimiento del hogar, ya que el esposo se
encontraba sin trabajo, y además estaba encargado de atenderla. No obstante,
para que Iván Camilo León Ovalle, el
hijo mayor, pudiera seguir cursando la carrera militar, acordaron vender la
casa del barrio Santa Inés que habitaban y se fueron a vivir en arriendo.
Pero las esperanzas del joven subteniente que a
posteriori se graduó como capitán, se esfumaron cuando perdió la pierna
izquierda al pisar una mina antipersona, en Planadas, Tolima, de tantas que la
infame guerrilla sembraba en campos y provincia, dejando tragedia y dolor a
civiles y uniformados.
Hoy, Iván Camilo,
tiene treinta y tres años, es padre de dos hijos y está buscando trabajo, pero
le ha sido difícil conseguirlo. El buen corazón de doña Lorena, su señora madre, no lo desampara ni a él ni a sus
seres queridos. Lo mismo que a Alexandra,
su otra hija, de veintisiete años, licenciada en hotelería y turismo, que
también está cesante.
El
día a día
Doña Lorena siempre tiene una sonrisa de simpatía y gratitud para su clientela. Foto: La Pluma & La Herida |
El trajín de doña Lorena
Ovalle Bohórquez comienza de lunes a sábado a las Tres y treinta de la
madrugada. Después de la ducha se dispone a alistar los insumos de los
productos que va a vender.
Sale de su domicilio en el sector de Villa Mayor
(suroccidente de Bogotá) faltando veinte para las cinco de la mañana, antes de
la congestión que en días hábiles significa tomar el M 47 de transmilenio, en
la estación de Centro Mayor, con destino a San Victorino, a donde arriba a las
cinco y quince.
A las cinco y media de la mañana ya está instalada en su
negocio para poner a funcionar la greca con el tinto mañanero que a diario
demanda su clientela, elaborar los comestibles de vitrina, arepas y pasteles de
yuca. Las empanadas es lo único que compra a un proveedor de confianza. Luego
viene la preparación del caldo con costilla, la changua, el jugo de naranja,
los huevos al gusto, el café, el milo y el chocolate, y lo que pidan los
comensales en el transcurso del día.
En el día despacha un promedio de 300 tintos, a $600. El
perico o pintado, tiene un costo de
$1.200.
A las diez y treinta de la mañana, luego de dejar limpio
y en orden el menaje y los trebejos del desayuno, llega Tatiana Barrera, la buena mujer que le ayuda en parte con la
preparación del almuerzo, pero sobre todo con el envío de los pedidos a
domicilio de los corrientazos: a
$6.000, con sopa, y a $5.000, bandeja con jugo.
Hay clientes que prefieren almorzar directamente en el
puesto. Y para ello hay butacas disponibles.
A las cinco y treinta de la mañana empieza el movimiento en 'Tinto parado', el restaurante más pequeño de Bogotá. Foto: La Pluma & La Herida |
Hoy, por ejemplo, el menú cantado es pechuga a la
plancha, arroz, papa, guacamole, y jugo de maracuyá. Pero ese menú varía entre
antojos caseros como fríjoles con carne frita, pollo con verduras, puré de papa
con albóndigas, entre otras opciones, para rematar el sábado con el especial de
la semana, el de mayor demanda, representado en la parrillada con costilla de
cerdo, longaniza, morcilla, papa salada, guacamole y limonada de panela. Y para
una buena digestión: infusión de frutas y hierbas aromáticas.
Su esposo, Alberto
Efraín León Álvarez, de 58 años, ex funcionario de la Notaría 31, aún
desempleado, le ayuda con el trasteo de los implementos de cocina, ya que doña Lorena no puede hacer fuerza
porque está operada del túnel del carpo en ambas manos.
A las seis y media de la tarde, una vez el negocio queda
aseado y en orden, se dispone a cerrar, y a emprender el retorno a casa,
compartir la cena con su marido y su hija Alexandra, comprar lo que haga falta
para el día siguiente, alistar ropa, y buscar almohada a eso de las diez de la
noche, para recomenzar una rutina de casi diez años, con los primeros destellos
del alba.
El domingo es para el descanso absoluto, algo de
televisión, y reparar todas las horas de sueño que invierte madrugando entre
semana, porque la jornada es fatigosa y larga, y todo el tiempo permanece
parada.
Al IPES, doña
Lorena le paga de arriendo $70.000
mensuales, más el alquiler de la vivienda, que son $700.000, esto agregado a la ayuda económica que no rebaja para su
hijo, el militar, y una cuota fija concertada con sus seis hermanos, destinada
a la manutención, la salud y los medicamentos de su señora madre.
“Se trabaja para sobrevivir y se sobrevive para
trabajar”, es el eslogan de doña Martha
Lorena Ovalle Bohórquez, dependiente del restaurante más reducido que se
conozca en Bogotá: un metro de frente
por dos de fondo, donde solo cabe ella y sus utensilios de cocina, y más
estrecha cuando ingresa Tatiana, su
colaboradora, a ayudarle a lavar la losa, porque en caso de mojarse, el calor
concentrado en el cubículo le hace daño para sus manos vulnerables.
Este 24 de diciembre de 2018, a once años de su accidente
casero, doña Lorena, al abrigo familiar,
compartiendo la cena navideña con los seres que más ama en la vida, elevó un
acción de gracias por los favores recibidos, y le pidió como obsequio al Altísimo,
en su orden, salud, “porque es el gran tesoro de la existencia”, amor, “que es
el motor que nos mueve a realizar los proyectos personales y laborales”, templanza,
“para no dejarse vencer por las adversidades, y sobre todo por las habladurías de
la gente malintencionada y envidiosa”, y una fe inquebrantable como en la que
ha persistido la noble dama “para solucionar los problemas y redimir los males
que nos aquejan, y en lo posible, aunando esfuerzos, recuperar el techo propio
para mi familia”.
Cuando vayan al centro de Bogotá y crucen por el frente
de la Rotonda de la Candelaria (Calle 12#6-56-96), no duden en visitar Tinto parado, un restaurante como para
el libro de los Guinness Récords, un metro de frente por dos de fondo, y de
paso degustar las delicias de medias nuevas, el tinto y el pintadito de doña Lorena
Ovalle, que siempre tiene una amable sonrisa para sus clientes, y un honrosa
lección de amor por la vida.
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