En el centro, la maestra Eligia Agamez de Almanza, acompañada de los profesores Candelaria Matoral Mendoza y Jorge Woobdine Morales. Foto: La Pluma & La Herida |
Ricardo
Rondón Chamorro
“Profesora, como usted nos recomendó que no quería mototaxistas sino profesionales, le vine
a contar que estoy terminando a mucho honor mi carrera de Contaduría en la
Universidad de Cartagena. Cuando termine, vuelvo para invitarla a mi grado”, le
dijo el Mono Sánchez.
Son frecuentes estas muestras de gratitud en la oficina
de la profesora Eligia Gámez de Almanza,
actual presidenta de la Asociación de
Maestros Jubilados de Bolívar (AMAJUBOL), que por estas fechas celebra su
50° aniversario, constituyéndose como la institución más antigua de docentes
pensionados en Colombia.
“Aquí han venido mis primeros alumnos, y muchos años
después sus hijos, y más recientes los nietos”, dice la profesora Eligia, apoltronada en su despacho, contiguo
al patio de mecedoras de la preciosa casona de estilo republicano de la Calle
2° de Badillo N° 36-59, a escasos metros de la emblemática Plaza Fernández de Madrid, epicentro de la Cartagena histórica.
Para la docente Gámez
de Almanza, estas expresiones de afecto de quienes fueron sus discípulos en
los cuarenta años (1968 a 2008) que ejerció el magisterio, es la mejor
retribución a un apostolado como es el de la enseñanza, en sus palabras,
“cuando había respeto y primaban los valores, se exigía, se aprendía, y el
salón de clases era estimado como un templo. Muchas cosas, y no para bien, han
cambiado desde entonces”.
Con justa razón: eran los tiempos, como narra la maestra
en su exquisito acento de matrona cartagenera, del orden, el cumplimiento, la disciplina,
la pulcritud del uniforme, el compañerismo y la solidaridad, y una actitud casi
que de veneración por quien se paraba al frente de un conglomerado estudiantil
a compartir y a orientar sus conocimientos.
El profesor Manuel María Maturana Martínez (Q.E.P.D), uno de los fundadores de la Asociación de Maestros Jubilados de Bolívar. Foto: La Pluma & La Herida |
Doña
Eligia da cuenta de ese itinerario desde su juventud de
normalista en Cartagena, y luego en Magangué. Aún conserva con esmero en la
biblioteca de la sede de AMAJUBOL los textos de rigor que acumulan estas
nostalgias: la antigua Cartilla de cartón
que venía con el abecedario (por un lado las letras mayúsculas, por el otro,
las minúsculas), “que en el primer grado había que aprenderlas al derecho y al
revés”.
Y con ella, La
Alegría de Leer, de Evangelista
Quintana, El Sembrador Escolar,
del doctor Luis Pérez Espinos, para
el aprendizaje de la lectura y los valores; Las
Fábulas, de Rafael Pombo y de Tomás Iriarte; Las Lecciones Formativas; El
Libro de la Lengua Castellana, de G.M. Bruño; El Catecismo del Padre Astete; Las
100 Lecciones de Historia Sagrada, La
Aritmética, El Álgebra y la Trigonometría de Baldor; los Programas Estándar del Ministerio de Educación, Las famosas Guías Alemanas, el ábaco, y “algo
fundamental”, agrega la directora, la Institución
Cívica, de Pepe Mujica, que
ilustraba al alumno en sus deberes y derechos como estudiante y miembro de una
familia, la higiene y presentación en el plantel, las normas de saludo,
despedida y agradecimiento, y en su orden la memorización del Himno Nacional, el Himno de Cartagena, el Himno
del Colegio, que se entonaban a primera mañana en el patio, antes del
ingreso a aulas. Todo eso quedó en el pasado”.
Recuerda la señora Agámez
de Almanza la frase que los maestros inculcaban a sus promociones en el
plantel donde se graduaban: Aquí en la
Normal todo es color de rosa, pero cuando ustedes comiencen a trabajar, van a
encontrar la espina de la rosa.
“Eso traducía -enuncia la maestra- en la vocación, el
criterio y la responsabilidad con que se asumía la profesión de maestro. De
hecho que es una palabra muy bella, maestro, maestra, que en aquellos tiempos
denotaba respeto, carácter y admiración. El oficio de formar, de orientar una
vida, de abonar la plantica que está germinando, es algo que nos llenaban de
honra y satisfacción, pese a los bemoles de la vida, que son los más necesarios
para construirse como ser humano y como profesional, y adquirir experiencia…”,
manifiesta con ojos húmedos que empañan sus gruesos lentes.
Algunos de los textos de rigor en el pensum de doradas épocas de la docencia. Foto: La Pluma & La Herida |
“En esa época -prosigue doña Eligia- había comunicación permanente entre profesores y
padres de familia. No es como ahora, que los profesores apenas ven a los
acudientes, una o dos veces al año. El respeto se inculcaba en casa y se
afianzaba en el colegio, donde uno como docente le tocaba también hacer las
veces de psicólogo, sociólogo, confesor, porque todo eso hacía parte de la
responsabilidad educativa”.
-¿Se
aprendía más antes que ahora, profesora?
“Bueno, son épocas distintas, formatos distintos, maneras
de enseñar diferentes, y ahora con los increíbles adelantos de la tecnología,
no podría dar una afirmación veraz; pero sí le puedo asegurar que en los
tiempos en que enseñábamos se aprendía a conciencia. Prueba de ello es que los
bachilleres no tenían inconveniente en pasar las pruebas y evaluaciones que
exigían en las universidades públicas y privadas. La cultura de memorizar y
contextualizar lo memorizado ayudaba mucho, y mantenía el cerebro en permanente
actividad y desarrollo”.
“Una tarea, un trabajo especial, una consulta o
investigación demandaba horas y horas de apuntes en una biblioteca hasta que se
formaban ampollas en los dedos de tanto escribir. Además era un ejercicio que
recomendábamos mucho a la hora de dejar una lección: escribir lo que se pedía
en cualquiera de las asignaturas para después leerlo, releerlo, tener claro el
concepto, y exponerlo en clase. Hoy ya es un lugar común oír el sistema
facilista para entregar un trabajo: encender el computador, abrir Google,
cortar y pegar. Y ya. Desde luego, no me estoy refiriendo a todos los casos.
Hay estudiantes muy responsables que estudian a conciencia y se destacan en el
futuro como honestos y ejemplares profesionales”.
Para la profesora Eligia
Agámez de Almanza es normal de muchos años atrás que discípulos suyos de
distintas épocas lleguen con un detalle a su oficina para retribuirle con
afecto y admiración el legado de su enseñanza, y no solo a ella sino a sus
colegas de decenios que hoy son arte y parte de su asociación de jubilados.
Grupo de Danzas de la Asociación de Maestros Jubilados de Bolívar. Foto: La Pluma & La Herida |
“Uno mantiene la retentiva intacta de los alumnos, sobre
todo por los apellidos cuando llegan a veces de Estados Unidos o de Europa a
contar sus proezas. Algunos que se ganaron una beca, y con ella, cursaron
doctorados y posgrados y trabajan con instituciones prestigiosas; otros que se
decidieron por el camino de la docencia; unos más consolidados como prósperos
empresarios. Eso le llena de alegría a uno el corazón, a pesar de los años,
porque con el paso de la edad, uno se vuelve más blandito y nostálgico”.
En la sede donde funciona la asociación de maestros
pensionados, institución de la que ella es presidente, está al tanto del estado
de salud, prestaciones, bienestar y seguridad social de sus afiliados. Lo mismo
que del recaudo de libros para las bibliotecas.
“Hay gente que bota los libros a la calle, por cualquier
motivo -agrega la maestra Agámez-:
porque están encartados en la casa con ellos, porque no les encuentra espacio,
o simplemente porque ya cumplieron su servicio. Nosotros en nuestra asociación
los recibimos, porque sea cual fuere, un libro es el mejor aliado, el compañero
ideal en cualquier etapa de la vida. Y nuestra labor está en recuperarlos para
compartirlos con niños cuyos padres no tienen el poder adquisitivo para
comprarlos, o con los adultos, nuestros mismos compañeros, que a una edad
considerable recurren a ellos para entretenerse horas enteras”.
De eso también da cuenta el profesor Jorge Woobdine Morales, licenciado en filología e idiomas,
director, editor y columnista del periódico del gremio, quien asegura que el
hábito de la lectura era más incisivo en el pasado que ahora, “cuando hay más
libros y muchos autores, pero la fiebre por los dispositivos tecnológicos se
interpone como peligrosa adición para que infantes y jóvenes le tomen amor e
interés a la lectura, que es lo que contribuye en su madurez y formación, y les
abre espacios a nuevos caminos y universos”.
Infaltable la cartilla de don Evangelista Quintana donde otrora se aprendían las primeras letras. Foto: La Pluma & La Herida |
“Está en mora -interpela la profesora Candelaria Matoral Mendoza-, quien en
sus casi cuarenta años de magisterio como instructora de educación física en
colegios de Córdoba, Bolívar y Magangué, que el Ministerio de Educación refuerce en el pensum el
ejercicio como práctica de rutina: los jóvenes viven recargados de adrenalina y
tensiones, la mayoría, que provienen de casa, de hogares fracturados por la
violencia intrafamiliar, la falta de recursos, de valores, de educación. La
disciplina del músculo contribuye a neutralizar esas agresiones, que en aulas
se diversifican en el irrespeto, las riñas entre estudiantes, el matoneo”.
Concluye la maestra Eligia
Agámez de Almanza, que el triste panorama que se observa en las
instituciones educativas con relación a la ausencia de principios y valores, al
consumo de sustancias psicoactivas, a esa forma de delincuencia entre aulas que
cada día cobra riesgos de diversa índole, algunos con desenlaces fatales, tiene
que ver con dos carencias fundamentales: la falta de amor y de respeto.
“Cuándo en nuestra época de profesores en ejercicio
dábamos testimonio de un reproche, un insulto, menos una amenaza o una agresión
de un estudiante. Eso era un exabrupto. Ni se nos pasaba por la imaginación,
porque el respeto ¡se mamaba en casa!, y el maestro lo inspiraba. Porque desde
las aulas se impartían esas normas a través de textos esenciales como la Urbanidad de Carreño, la Instrucción cívica y el Libro de las lecciones formativas, entre
otros. Y porque había una comunicación permanente entre padres y profesores, y
a la menor queja de mala conducta o indisciplina, se sancionaban oportuna y
radicalmente las faltas. Pero eso quedó en el pasado. Y lo que vemos hoy, es
para echarse cruces”.
AMAJUBOL
50 años
Celebración de los 50 años de AMAJUBOL, la asociación de maestros pensionados más antigua de Colombia. Foto: Archivo particular |
La Asociación de
Maestros Jubilados de Bolívar se constituyó por vía jurídica el 1° de
agosto de 1968. Entre sus fundadores se cuentan nombres de grata recordación
como los de los maestros Leda
Villadiego, Carmen Fonseca, José María Wilches Salas, Manuel María Maturana
Martínez, Elizabeth Fortich de Tarón y Ana
Fuentes de Cardona (primera presidenta), algunos ya fallecidos, entre
otros.
La asociación inició con doce socios y a la fecha
registra 1.707 afilados de diferentes regiones del Caribe colombiano. El Boletín del Jubilado, es el
informativo impreso de la corporación, de circulación mensual, dirigido y
articulado por el profesor Jorge
Woobdine Morales, con licenciaturas en español y literatura, y en filología
e idiomas.
El objetivo de AMAJUBOL
es el de velar por la seguridad y las prestaciones sociales de sus afiliados en
cuanto a pensiones o salarios atrasados; el entretenimiento y la calidad de
vida del adulto mayor, la atención orientada a la salud, el buen ánimo,
comprensión e interacción entre compañeros, además de múltiples actividades
sociales, entre ellas el tradicional campeonato de dominó, el Día de la Madre, el Día del Padre y el Día del
Maestro Pensionado, que se celebra el último día de agosto, lo mismo que de
los trámites para el traslado de sus afiliados, por una u otra razón, a
diferentes regiones del Caribe.
Reconocimiento a la profesora Leda Villadiego, una de las fundadoras de la asociación. Foto: Archivo particular |
AMAJUBOL
hace énfasis en actividades artísticas y deportivas como danza, tejo, fútbol,
viernes de película, cursos de manualidades, sesiones y conversatorios sobre
salud, bienestar y aprovechamiento del tiempo libre, a cargo de especialistas
de la Universidad de Cartagena;
gestiones ante las respectivas EPS, entrega de medicamentos y servicio de
Asistencia Médica Inmediata (AMI) dentro del programa de área protegida, que
son las diferentes sedes, incluida el club de descanso en el municipio de
Arjona.
Ser socio de AMAJUBOL
permite disfrutar de todos los eventos que se realizan durante el año, en
especial de la cena navideña.
La celebración de los 50 años de AMAJUBOL, que acredita a la institución como la más
antigua y consolidada agremiación de docentes jubilados en Colombia, tuvo lugar
el pasado viernes 24 de agosto del año en curso, en el Club Restaurante Bar El Sabor de la Rosa, de Cartagena, con un promedio de 500
asistentes, algunos de ellos en edades entre los 80 y 90 años, quienes fueron
congratulados, y estuvo amenizada por el cantante vallenato Silvio Brito y el
acordeonero Orangel El Pangue Maestre, y la Orquesta
de la Cooperativa de Educadores y Empleados de la Educación (COOACEBED).
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