sábado, 2 de diciembre de 2017

José María Villamil, el taxista que levanta la moral a los pasajeros

José María Villamil Olmos, un taxista atípico que ora, declama y levanta la moral de los pasajeros, afligidos por las necesidades y el estrés de la vida. Foto: La Pluma & La Herida
Ricardo Rondón Ch.

-Buenos días, caballero, ¿hacia dónde se dirige?

-Chapinero, por favor: 67 con 7°. Le agradezco que elija la ruta más rápida posible.

-No se preocupe, con mucho gusto. ¿Quiere que le ponga música, noticias o prefiere oír un poema, una oración?

-Ponga lo que quiera, siempre y cuando me lleve lo más pronto posible. ¿Cómo fue que me dijo?, ¿Un poema, una oración…?-, repara el pasajero.

-Sí, me sé varios poemas y tengo oraciones para varias intenciones y necesidades-, señala el profesional al volante, mientras por el retrovisor le ofrece al angustiado cliente una mirada de tranquilidad.

-¿Tiene una para la familia?

-¿Oración o poema?

-Oración…, es que tengo mi chiquitica muy enferma-, pronuncia el viajero con voz nerviosa, entrecortada.

-¿Cómo se llama la niña?

-María Alejandra…

-Por favor, piense con mucho amor en su niña mientras va oyendo la oración:

Padre Dios Todopoderoso, fuente de la salud y del consuelo, que has dicho “Yo soy el que te da la salud”. Acudimos a ti en este momento, en el que por la enfermedad experimentamos la fragilidad de nuestros cuerpos.

Ten piedad Señor de la pequeña Alejandra, sánala con tu poder y tu gracia, llénala de vida y entusiasmo, que sus tratamientos médicos cuenten con tu bendición, y que su recuperación sea pronta para gozo y tranquilidad de su familia.

Te lo pedimos en el nombre de tu Hijo Jesucristo, con la Virgen María nuestra Madre, orando en la fuerza del Espíritu Santo, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

-Amén.

Villamil, además de rezar y declamar sus oraciones y poemas a los pasajeros, les obsequia al final copias de los mismos. Foto: La Pluma & La Herida 
José María Villamil Olmos, taxista de profesión, 59 años, oriundo de Ubaté, Cundinamarca, observa al pasajero conmovido, secarse las lágrimas.

-¿Cómo le pareció, mi jefe?

-Muy bonita…

-¿Está un poco más tranquilo?

-Sí señor, gracias.

-¿Ahora sí le pongo musiquita?

-No gracias. ¿Me dijo que se sabía poemas?

-Sí señor, ¿quiere oír uno?

-Hágame el favor…

Villamil, con voz pausada, como la prudencia con la que conduce su automóvil, recita el poema Evidencias, del poeta y compositor tolimense Fabio Polanco, que el taxista en cuestión aprendió de memoria hace veinte años, cuando la oyó por primera vez en la radio.
Al punto final de la oda de largo aliento, seguido del agradecimiento y la felicitación, Villamil le narra a su interlocutor la anécdota de esos sentidos y aleccionadores versos:

“Para esa época yo trabajaba en Cafam. En ese tiempo había programas dedicados a la poesía, y cuando oí ésta, Evidencias, hice un alto en mis labores y me concentré en ella. Me gustó mucho porque es como un credo que habla de la vida, del ser humano, de la naturaleza, de muchas cosas bonitas. Cómo me llegaría al alma, que llamé a la emisora para averiguar en qué disco o en que casete aparecía, y me dieron el dato. Al siguiente día me fui para el centro y lo averigüé en el almacén más grande de música que había en ese sector: el Mercado Mundial del Disco. Allí me vendieron el Cd-, que se llama Evidencias del amor, y tuve la fortuna de conocer a su propietario, que ese día se encontraba en el negocio, el poeta Polanco.

El caballero, que cincuenta minutos antes abordó el taxi con un rostro evidente de prisa y preocupación, y más ante el delicado estado de salud del ser que más se quiere en la vida, ahora abandona el automotor con un semblante de expresivo sosiego y confianza.

-Muchas gracias por el servicio-, remata el usuario.

-Con mucho gusto, mi jefe, y ojalá que su niña se aliente pronto, con el favor de Dios. Llévese una copia de la oración, y otra del poema. Le gustó, ¿verdad?

-Sí, mucho. Mil gracias. Hasta pronto.

Cualquier cantidad de historias y anécdotas al volante. Foto: La Pluma & La Herida
Villamil Olmos no se explaya en estas demostraciones de verso, cordialidad y optimismo con todo el mundo. Dice que el mejor indicio para conocer el estado de ánimo de un pasajero, o pasajera, es el espejo retrovisor. Y que a partir de ahí saca sus propias conclusiones de lo que debe o no debe hacer.

“Hay pasajeros que ni siquiera contestan el saludo. Sólo se limitan a dar la dirección, y ya. Otros, extraen su celular o su tableta para chatear o hacer lo que tengan que hacer, y sólo se les vuelve a oír una palabra cuando llegan a su destino. Uno en este trabajo se hace a su propia psicología con solo mirar un rostro o cruzar una palabra. Por algo dice el refrán que los ojos son el espejo del alma”.

José María es un taxista atípico en medio del caos, la inseguridad, la desconfianza, el acelere de la vida y los inevitables trancones de una ciudad como Bogotá, donde el grueso de sus habitantes vive al límite.

“Uno tiene que ser cauteloso y prudente con el cliente, porque todos los días la vida se vuelve más difícil y problemática, y por varios factores: además de los riesgos que se corren en la calle, la carga de estrés por las premuras y necesidades tanto en la casa como en el trabajo. Y si no se tiene trabajo, peor. Pero si uno solucionara los problemas con angustiarse o enfurecerse… Eso acaba por empeorar las cosas y lo más importante que tenemos, la salud”.

Que lo diga Villamil, un hombre trajinado en varios oficios, con una sabiduría forjada en la experiencia, que sin que nadie se lo inculcara, ha sentido desde niño especial apego por los asuntos del espíritu, por el poder de la palabra en la oración, y un gusto particular por la poesía, no obstante haber practicado a lo largo de su existencia actividades y disciplinas que en nada se relacionan con la escritura y la lírica: karate, atletismo, fútbol, ciclismo, y hasta fisicoculturismo.

“Yo pude haber sido un campeón de atletismo. Ese deporte me gustaba mucho. Tuve la oportunidad de correr en varias competencias con el recordado campeón Víctor Mora. Ese indio sí era un teso para esto. Desde jovencito daba muestras de lo lejos que iba a llegar. Y lo cumplió”.

José María, al volante, habla de lo divino y humano, de su bonita familia, residente en el barrio Diamante, localidad de Suba, de todas las artes y oficios que para bien ha desempeñado en la vida, pero sobre todo, del amor que se debe profesar por el trabajo, por más humilde que este sea, y en su caso particular, el de taxista, por el respeto que hay que demostrar al pasajero.

“Mire, uno aquí sentado, gran parte del día, o de la noche, es como un notario. Ve de todo, oye de todo, se da cuenta en vivo y en directo de una película diferente todos los días de la vida: muchachitos que aún no les ha sanado el ombligo, y ya parecen viejos, con una cantidad de tatuajes y alambres en boca, orejas y nariz. ¡Cuándo en nuestro tiempo se veía eso!, desgastados por el vicio y las malas compañías. Y mucha gente que se le ve en la mirada el sufrimiento… Como idos del mundo, amargados, sin expectativas ni esperanzas”.

Villamil con su alter ego, el poeta y compositor tolimense Fabio Polanco. Foto: La Pluma & La Herida
Por todo lo que observa y percibe en la cotidianidad de su trabajo como taxista, José María conserva un cartapacio de copias de oraciones, alabanzas y poemas, como un incentivo solidario de intentar levantar la moral a la gente, y para ello se apropia y se actualiza de plegarias y rogativas:

El Salmo 91, “para afianzar la fortaleza y la confianza en nosotros mismos, y no permitir que nos venza el infortunio y la derrota”.

El Salmo 23: “para reafirmar nuestros propósitos en la familia y en el trabajo, por encima de los más difíciles obstáculos. Alcanzar con amor y fe las metas que nos trazamos”.

Y con estos y otros salmos, la Oración de la salud, la Oración por la familia, la Oración de las causas perdidas, la Oración por los presos y los olvidados, la Oración por la paz, el amor y la reconciliación, la Oración de la abundancia, entre otras.

Por estos días de luces navideñas, José María Villamil Olmos tiene armado su pesebre, como lo viene haciendo de hace ocho años, encima de la cabina de su vehículo, y al pasajero, o pasajeros que lo abordan, los recibe con el villancico de su predilección: Que Niño tan Divino, obra del poeta Fabio Polanco. Y acto seguido, los invita a rezar la Novena.

“No todos se apuntan al novenario, porque como en esta ciudad todo es afán y ceños fruncidos… Y a otros les incomoda que se les hable por estar conectados con sus celulares, pues uno se limita solo a manejar y cumplir con el servicio. Las señoras que van con sus niños, son las más beneficiadas: rezan con devoción y cantan”.

A punto de llegar al destino, en medio de un trancón de todas las madres ocasionado por un torrencial aguacero, le pregunto al taxista de la fe y de la palabra, de qué es lo que más se quejan los pasajeros. José María tiene la respuesta automática:

-De falta de plata. Pero como la  mayoría quiere ganársela rápido y sin esfuerzo…De esa manera no hay oraciones ni poemas que valgan. 

Vídeo: José María Villamil, el taxista que levanta la moral a los pasajeros: bit.ly/2BGxtYq
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