Una postal para la posteridad: el cariño y la admiración por el papa Francisco a cualquier lugar donde se hizo presente, como esta de su visita a Villavicencio. Foto: elcolombiano.com |
Ricardo
Rondón Ch.
Comienzo esta crónica de su Santidad con los gemidos de Sur
(letra de Homero Manzi, música de Aníbal Troilo) en el bandoneón de Rodolfo Mederos, ese anticipado santo porteño que seguramente un siglo
después de su muerte beatificará la iglesia.
Esto, porque el fuelle de Mederos es la síntesis de la espiritualidad en el tango, como lo
fue en su momento, y con este instrumento, Aníbal
Pichuco Troilo, Osvaldo Pugliese
y Astor Piazzolla.
En mi estudio, al respaldo, la imagen tutelar de Jorge Luis Borges, un enorme retrato en
blanco y negro firmado por él, invaluable obsequio de Doris Amaya, por más de 30 años programadora cultural y directora
de comunicaciones de la Casa de Poesía
Silva, donde aparece el flamante narrador en el cenit de su pródiga vida,
en actitud duermevela, de brazos cruzados sobre una camisa color malta abotonada
hasta la manzana de Adán.
La legítima confraternidad: dos monjitas venezolanas de la comunidad 'Esclavas de Cristo' y un agente de la policía de Istmina, Chocó. Foto: La Pluma & La Herida |
Esto, ustedes lo saben, porque Borges es la luz de la sabiduría y la profundidad que a torrentes
fluye en la oralidad y en el texto, en sus narraciones y poemas, como en su
mentado, leído y analizado Aleph,
relato paradigmático de la biblioteca borgiana que ha puesto a cavilar a varias
generaciones sobre los intríngulis de la existencia y los andamiajes
metafísicos de la eternidad.
En la alfombra, Teo,
mi gato, chorreado en azabache, con sus pupilas encendidas de verde oliva,
correteando su pelota de goma de esquina a esquina, con la emoción y la
estrategia de un Messi en el área de
candela del equipo contrario, cuando birla el balón por entre las piernas de
dos, tres y más jugadores hasta apuntalar el gol, como si llevara la esférica adherida
a los cordones de los guayos.
Y esto, porque la emoción de los amigos peludos, gatos o
perros, se da silvestre y natural por el más inesperado motivo, como un juego
de pelota, que al más escéptico, perdido o amargado logra sacar una sonrisa.
Esas emociones que irradia la sencillez, lo espontáneo, lo que no se calcula ni
se mide con el poder ni la fortuna.
Cientos de personas en diferentes ciudades se agolparon al paso del papamóvil para darle la calurosa bienvenida al Sumo Pontífice. Foto: telesur.com |
Espiritualidad, profundidad en la palabra, emociones a
granel, cúmulo de emociones, desde la alegría desbordada en el rostro de un
niño, la sonrisa apaciguada de un abuelo, o la conmoción de una mujer arrodillada
con sus mejillas bañadas de lágrimas y lluvia, los brazos abiertos en señal de
júbilo, para expresar el sentimiento inabarcable de ver al pontífice más
generoso, sabio y accesible que haya dado en su historia la Iglesia católica, Francisco, el papa que enamoró a un pueblo,
Colombia.
Su cruzada apostólica por ciudades como Bogotá, Villavicencio, Medellín y Cartagena, con amplia y notoria
repercusión en todo el país, fue una cátedra de humildad y sinceridad, de gozo
y solemnidad, de paz y reconciliación, y de una sabiduría plena inspirada en
los valores, el respeto, la justicia, la equidad, la solidaridad y la
humanística, con frases y lecciones sencillas, aptas para todos sus feligreses,
sin distingos de razas, estratos o edades.
A manteles en el picnic más histórico y fervoroso de la fe católica en Colombia. Foto: La Pluma & La Herida |
Que
Francisco es un poeta mayor, eso quedó demostrado. En cada intervención
dio muestras de brillo y sabiduría, más con espontaneidad que rigor, en tono
pausado y una voz dulce de buen abuelo en consejas, tan próxima y familiar al
corazón del hombre ante el silencio atónito de la muchedumbre, de miles de
fieles que se agolparon para oírlo y recibir su bendición, como el abrumador
gentío sin precedentes que registró la misa campal del Parque Metropolitano Simón Bolívar, según estadísticas de los
organizadores: 1.360.000 almas, de 650.000 boletas que repartieron las
parroquias bogotanas, previa inscripción.
El memorable y multitudinario encuentro de Francisco con su feligresía en la
capital, se puede traducir, guardadas comparaciones y proporciones, como una
suerte de Woodstock de la fe y la esperanza,
de una hermandad entre lugareños y gentes de otra regiones y nacionalidades,
las más propensas: Venezuela, Ecuador,
México, Perú y Panamá, que desde
tempranas horas de la mañana de aquel jueves
7 de septiembre de 2017 comenzaron a poblar el tapete verde del parque, en
medio de la vocinglería de cientos de mercaderes que ofrecían al mejor postor
recordatorios, escapularios, camisetas, banderines, artesanías, pañoletas,
camándulas, afiches, retratos, llaveros, monedas, estampas y hasta comestibles
con la imagen de Francisco impresa.
El sentido encuentro en la Nunciatura Apostólica con María Cecilia Mósquera, víctima del conflicto. Foto: ACI Prensa |
Un Woodstock de la
fe y la esperanza por la cantidad de artistas, agrupaciones y orquestas de
diferentes géneros que desfilaron por la tarima anexa al altar del templete con
su gigantesca cruz metálica (elaborada en un taller de ornamentación de Facatativá) como telón de fondo: Desde
los pregones y alabaos del Pacífico
con sus típicos bailes, pasando por las actuaciones de Fanny Lú y Héctor Tobo, Manuel Medrano, los Hermanos Tejada, Herencia
de Timbiquí, la vocalista Goyo de ChoQuibTown, Nidia Góngora, el colectivo
Músicos Católicos Unidos, Jorge Celedón, Orlando ‘El Cholo’ Valderrama, la
Orquesta Filarmónica de Bogotá -en sus 50 años- con un coro de 110
integrantes, y una Maía que, alterno
a su conmovedor testimonio de vida, interpretó los cánticos de la homilía al
final de la tarde, luego de dos torrenciales aguaceros.
Un Woodstock de la
fe y la esperanza, porque sin importar los rigores del sol tempranero y las
inclemencias del agua en la vespertina, los fieles estuvieron incólumes en sus
lugares, sin afanes, sin mediar cronómetros, con la sana convicción de que iban
a lo que iban, a una cita única e irrepetible con el sucesor de San Pedro en la vertiginosa era del caos
y la globalización, y en el momento decisivo de un país que se ha debatido por
lustros entre la desilusión y la guerra, el llanto de viudas y huérfanos, el
éxodo y la desprotección de miles de víctimas, y una polarización a ultranza en
el marco de un discutido acuerdo de paz en ciernes, con la incertidumbre -como
afirmó Francisco, el Hombre- de no
llegar a buen término si no cesa la
cizaña y no se toma en serio la reconciliación, “que muchos están
relacionando con una palabra abstracta”.
Chubasquillos para el chaparrón, y al fondo los Hermanos Tejado interpretando 'El camino de la vida', del maestro Héctor Ochoa. Foto: La Pluma & La Herida |
Al Woodstock de la
espiritualidad llegaron de lugares remotos víctimas del conflicto, la
mayoría en sillas de ruedas o sostenidos en muletas, rodeados de sus
familiares, de sus racimos de hijos rescatados de las balas y de las
depredadoras minas antipersonas; representantes de misiones carismáticas con la
humildad y la misericordia que subraya los pasajes bíblicos, como un grupo de
monjitas de la comunidad de las Esclavas
de Cristo, algunas venezolanas, dispuestas a respaldar a ancianos, enfermos
y discapacitados.
Hacía el medio día, cuando se desgranó el primer
chaparrón, quien escribe estas líneas corrió a guarecerse en la carpa de Canal Capital donde en una señora paila puesta sobre un improvisado
reverbero de alcohol despuntaban los primeros hervores de un arroz con pollo, y
la encargada de la greca no paraba de repartir café a técnicos, auxiliares y
camarógrafos.
-Le
provoca un tintico al señor-, le oí decir a la
samaritana.
-Dios
y el papa la compensen, mi señora-, atiné a agradecer
mientras paladeaba el saludable tónico que fue recobrando la vibra y la fibra
de mis trajinados huesos.
En su arribo al aeropuerto 'Olaya Herrera' de Medellín, donde recibió el sombrero aguadeño y el típico carriel paisa de Jericó. Foto: elcolombiano.com |
Cuando despejé carpa ya había amainado el agua, y en el
césped húmedo se desplegaban manteles multicolores para servir la merienda en
familia, platos fríos, emparedados, apetitosas presas de pollo y gallina, suculentas
porciones de papa y yuca, y refrescos de diferentes marcas.
Bajo un ciruelo próspero, sentado en una banquita de
ordeño, un sacerdote robusto de casulla malva imponía con la señal de la cruz
en la frente el agua bendita a una dama recién confesada, al tiempo que cruzaba
una legión de dominicos entonando piedades marianas.
El
espectáculo de la vejiga de hizo ver en las impresionantes filas
para acceder a los baños portátiles, escasos para la cantidad de aspirantes, y
más cuando el frío, bien se sabe, acelera las arremetidas de micción en estas
premuras de campo abierto y con las advertencias implacables del nuevo Código de Policía, prueba de fuego para
aquellos que superan los cuarenta almanaques y por testarudez del exacerbado
machismo se resisten al examen táctil de esa almendrita in crescendo llamada próstata.
"Amadísimo hermano, tus pecados te son perdonados". Confesores a campo abierto. Foto: La Pluma & La Herida |
El anuncio de que el argentino más amado de la tierra
había arribado al Parque Simón Bolívar me
hizo desistir de la cola urinaria para escaparme al corredor vehicular atestado
de curiosos, con la ilusión, frustrada al final, de tomarle una foto con mi
cámara de paseo. Le había pedido el favor a un muchacho que me guardara el
turno, pero en vista de la demora, y alertando que el joven estaba próximo a la
puerta del portátil, corrí a recuperar mi puesto, so pena de hacer más aguas en
mis empapados pantalones.
La misa, que reunió a obispos y presbíteros de otras
latitudes, trascendió por la solemnidad y el rostro visiblemente cansado de un
jerarca que, ese día, a partir de las 8:30 de la mañana, había cumplido a una ardua
jornada en su primer itinerario: el encuentro con el presidente Santos en la Casa
de Nariño, la ofrenda a la Virgen de
Nuestra Señora de Chiquinquirá en la Catedral
Primada de Colombia, el encuentro de juventudes en la Plaza de Bolívar, la reunión de cardenales en el Palacio Arzobispal, no sin antes
atender la ceremonia de la entrega de llaves de la ciudad por parte del alcalde Peñalosa, una sola llave
elaborada con la madera de unos de los portones de los antros que fueron
demolidos a principios de año en el Bronx,
y cuya labor artesanal estuvo a cargo de habitantes de la calle en proceso de
rehabilitación del Idiprón.
La representación étnica del Putumayo en la misa campal del Parque 'Simón Bolívar'. Foto: La Pluma & La Herida |
Dos horas largas duró la Eucaristía con un sermón papal inspirado en el evangelio de San Lucas que enfatiza la metáfora de
los pescadores de hombres, mar adentro, a partir de la aventura de los
discípulos que luego de una tediosa jornada y ya vencida la noche, echaron sus
redes en vano, cuando Jesús, de pie
junto por las aguas del Genesaret,
les resuelve la situación hasta hacer reventar las mallas de peces.
“Naveguen mar adentro, no teman, arriesguen, no se
acobarden, no se empequeñezcan ante las empresas imposibles, porque todo es
posible con la fe y la misericordia del Señor”, fue el colofón de Francisco a su misa campal, ya pasadas
las seis de la tarde, cuando las tinieblas empezaban a cubrir el Parque metropolitano y el intenso frío
hacía tintinear las mandíbulas. La
bendición de su Santidad fue retribuida con un cerrado y prolongado
aplauso, y los vítores de ¡Gracias,
Francisco, Dios te guarde!
Las impresionantes filas de acceso a los baños portátiles, que a más de un caballero hicieron pasar fatigas con sus vejigas. Foto: La Pluma & La Herida |
Al final se oyó en tarima el tema oficial de la cruzada
apostólica Demos el primer paso,
acompañado de una salva extraordinaria de fuegos artificiales. El parque era un
solo templo, un gigantesco y clamoroso santuario donde reinó por horas la
oración, la introspección, la mirada benévola hacia el otro sin averiguar su
talla, linaje o procedencia, no obstante las insalvables sospechas de quien
puede chalequearnos mientras unimos lazos de hermandad, tal y como le sucedió
al padre Carlos Jiménez de la Vicaría de la Arquidiócesis de Bogotá,
encargado de la coordinación artística y de eventos de la visita papal, quien
en un descuido fue despojado de su android.
Ríos de gente poblaron avenidas y arterias adyacentes al
parque. Los motorizados en busca de su automóvil o motocicleta en un remoto
paraje o estacionamiento. Quienes avanzamos a paso firme de infantería, prestos
a tomar un vehículo de transporte público, no obstante la impresionante
congestión de tráfico, y los consecuentes trancones que se extendieron por más
de dos horas.
El sello característico de su solemnidad y elocuencia, del brillo y la profundidad de su mensaje. Foto: La Pluma & La Herida |
Pero de eso se trataba, de cumplir. Y cumplimos. De orar,
y nos multiplicamos en rezos, peticiones íntimas y arrepentimientos. De unirnos
de corazón a esta gran cruzada encabezada por el ser más carismático, querido y
bondadoso del fin de los tiempos, Jorge
Mario Bergoglio, el papa de las tres erres: reformador, revelador, revolucionario de una iglesia todavía
ajustada a las cláusulas temerarias del medioevo, el mismo que enamoró a un
país y rompió protocolos para saludar a los niños enfermos, recibir del
indígena del Alto Sibundoy un collar
de semillas, de la monjita paisa una camiseta del Nacional, del niño que hasta hacía unos meses dormía bajo los
puentes una ruana, de un espontáneo un sombrero
vueltiao, de María Cecilia Mosquera,
la mujer que perdió a su familia cuando el ELN
incendió su vivienda, una lección de reconciliación: “Dios perdona en mí”, entre múltiples demostraciones de cariño.
“’Dios
perdona en mí…’”, pronunció Francisco a las puertas de la Nunciatura
Apostólica, mientras el músico cubano Alfredo
de la Fe le sacaba brillo a las cuerdas de su violín con un son de
antología.
A $2.000 la foto con el papa de aglomerado en los alrededores del Parque 'Simón Bolívar'. Foto: La Pluma & La Herida |
“Gracias
por dejármela saber, insistió el alto prelado, porque somos
pecadores y nos resistimos a perdonar. Pero es tan grande la misericordia del Altísimo,
que Él se encarga de hacerlo por nosotros: ‘Dios
perdona en mí’, qué bonita frase. Nunca la voy a olvidar”.
Como recordaremos en lo que nos resta de vida todas las
frases y reflexiones de Francisco
que aglutinaron su cruzada:
*El error es error. No hay que maquillarlo. Hay que
reconocerlo.
*No se acostumbren al dolor y al abandono. No se dejen
vencer. Sean protagonistas. Sonrían, sean alegres.
*Jóvenes, cuánto los necesita Colombia para ponerse en
los zapatos de aquellas personas de generaciones anteriores que no lograron
atinar, elegir, comprender y resolver.
*¿Por qué estar tristes?, si hasta una final del Atlético
Nacional y el América de Cali es un buen motivo para el encuentro.
*Los invito a arriesgar, a no dejarse vencer, a no tener
miedo. Sólo así podrán descubrir el país detrás de las montañas. Este hermoso
país que es Colombia, la Colombia profunda.
*Ustedes tienen el potencial necesario para construir el
país que todos anhelan. Salgan al encuentro de Jesús, al compromiso, más que al
cumplimiento.
*No olviden que el demonio entra por el bolsillo.
*Jóvenes, no se dejen atar al odio y al rencor del pasado, porque ustedes son los que nos pueden contagiar la esperanza.
*No olviden que el demonio entra por el bolsillo.
*Jóvenes, no se dejen atar al odio y al rencor del pasado, porque ustedes son los que nos pueden contagiar la esperanza.
*Basta una persona buena para que haya esperanza. Y cada
uno de nosotros puede ser esa persona.
El 'papa' Jorge Alfredo Vargas no vaciló en integrarse con la feligresía. Foto: La Pluma & La Herida |
Esta última exhortación, la más indicada y trascendental
para dar ese primer paso que resumió
su visita, y que pone en consideración que si no la ajustamos como mantra al
crucial momento que atravesamos, todo lo hecho y logrado a la fecha, habrá sido
en vano. Como lo manifestó la cantante Maía
en su alocución: “Dejemos ya de
tomarnos el veneno para que otros se mueran”, que no es otro que la pócima
del odio y el rencor.
Que el Todopoderoso
siga iluminando a Francisco, contrario a las
maledicencias y los insanos pronósticos de quienes se resisten a abrigar la
espiritualidad, la fe, el milagro de la palabra, y la inmensa emoción de verlo
y oírlo transmitir su mensaje de amor, paz y misericordia.
Al punto final retorno al bandonéon de Mederos, al Sur
de Homero Manzi y Pichuco Troilo, al Aleph de este Borges que en mi estudio irradia
sosiego, a Teo el minino que, hecho
un ovillo, oficia su tercer sueño de la tarde, y a una merecida copa de tinto
de Mendoza para brindar por esta
irrepetible y maravillosa experiencia, la del legítimo aprendizaje que nos ha
dejado como legado Francisco, el
pescador de hombres de buena voluntad.
¡Aleluya!
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