Maestros reclamando justos derechos salariales y dignas condiciones para ejercer su profesión. Foto: La Pluma & La Herida |
Ricardo
Rondón Ch.
Al presidente Juan
Manuel Santos le cayó en la cabeza el tercer ladrillo que enuncia su
consigna de Todos por un nuevo país -Paz (1°), equidad (2°), educación (3°)-
al ripostarle al gremio de educadores del reciente paro que no hay más
dinero para maestros, que el presupuesto está ahorcado. Y de ñapa advertirle el descuento salarial de los días no trabajados por las protestas.
Se le cayó el tercer ladrillo, cuando el primero, el de
la paz, empieza a desmoronarse en el
último tramo de su mandato, y con la evidente apatía de quien ya está exhausto
de chicharrones y responsabilidades,
y que lo único que espera es que llegue el 7
de agosto de 2018 para hacer maletas y radicarse en Londres con su familia a disfrutar de los laureles del Nobel, y ya relajado y repuesto,
darle la vuelta al mundo en instituciones y universidades, dictando cátedra de
cómo se logra en un país tercermundista una
paz estable y duradera.
Contradijo Santos
a su ministro de hacienda al subrayar que están en ceros los fondos para la
educación, cuando el doctor Mauricio
Cárdenas, en sus alocuciones mediáticas, no cesa de pregonar el repunte de
la economía a partir de los apretones tributarios por el bien de la nación, Todos por un nuevo país.
El respaldo estudiantil se hace evidente en las jornadas de protestas del magisterio. Foto: La Pluma & La Herida |
No nos crea tan pendejos, ministro. ¿De qué país está
hablando?, o mejor, ¿En qué país vive usted? ¿Favorece el repunte de su
economía a los 360.000 educadores públicos
con sus pírricos salarios, sin garantías ni sostenibilidad para ejercer su
profesión? ¿No fue la educación la bandera que enarboló el gobierno Santos en las arengas proselitistas de su reelección?
¿Cómo se puede hablar de una paz estable
y duradera cuando se desatiende el derecho digno y fundamental de una sociedad,
el de educar a sus hijos?
Triste que los platos rotos de la guerra los estén
pagando ocho millones de infantes,
con los riesgos y perjuicios
catastróficos que acarrea el cese de actividades estudiantiles en estratos
populares: Familias de mínimos recursos que no tienen con quien dejar a sus
críos a la hora de cumplir con su trabajo, agregado a los gastos que se
multiplican en hogares con hijos inactivos.
Como decepcionante ver semana a semana estas aglomeraciones
de maestros de distintas regiones, de las más apartadas, olvidadas y
vulnerables, con sus rostros lánguidos y apergaminados clamando por sus justos
derechos a un gobierno desentendido que, está visto y demostrado por el propio
jefe de estado, no le interesa que su pueblo se eduque.
Río de educadores por la carrera Séptima de Bogotá. El clamor se hace oír a viva voz y por megáfonos. Foto: La Pluma & La Herida |
Siempre que observo este desolador panorama generacional del
magisterio que desfila con pitos, clamores y pancartas en pos de una razonable
y justa remuneración a su salario, y a las dignas
condiciones en las que un conglomerado estudiantil merece recibir su enseñanza,
desempolvo el viejo Autorretrato del
poeta Nicanor Parra, elocuente y conmovedora
semblanza del maestro.
A Santos le
cayó en la cabeza el ladrillo de la educación,
seguramente, con todo lo que está aconteciendo, seguirá el de la paz, y al final de su mandato quedará
el de la equidad, que alguna modista
de barrio recogerá para identificar el nicho de una miscelánea.
Y el Todos por un nuevo
país quedará en la cuenta de cobro del publicista de turno, en el papel que
todo lo aguanta, en el país más resistente del mundo.
Gobierno indolente, al profe se le respeta, ¡carajo!
Autorretrato
(Nicanor Parra)
Considerad, muchachos,
Este gabán de fraile mendicante:
Soy profesor en un liceo obscuro,
He perdido la voz haciendo clases.
(Después de todo o nada
Hago cuarenta horas semanales).
¿Qué les dice mi cara abofeteada?
¡Verdad que inspira lástima mirarme!
Y qué les sugieren estos zapatos de
cura
Que envejecieron sin arte ni parte.
En materia de ojos, a tres metros
No reconozco ni a mi propia madre.
¿Qué me sucede? ¡Nada!
Me los he arruinado haciendo clases:
La mala luz, el sol,
La venenosa luna miserable.
Y todo ¡para qué!
Para ganar un pan imperdonable
Duro como la cara del burgués
Y con olor y con sabor a sangre.
¡Para qué hemos nacido como hombres
Si nos dan una muerte de animales!
Por el exceso de trabajo, a veces
Veo formas extrañas en el aire,
Oigo carreras locas,
Risas, conversaciones criminales.
Observad estas manos
Y estas mejillas blancas de cadáver,
Estos escasos pelos que me quedan.
¡Estas negras arrugas infernales!
Sin embargo yo fui tal como ustedes,
Joven, lleno de bellos ideales
Soñé fundiendo el cobre
Y limando las caras del diamante:
Aquí me tienen hoy
Detrás de este mesón inconfortable
Embrutecido por el sonsonete
De las quinientas
horas semanales.
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