Andrés Zapata, de la Dinastía Zapata, abrazado a su maestra y tutora, la destacada pianista cubana Edelsa Santana, el día de su graduación. Foto: La Pluma & La Herida |
Ricardo
Rondón Ch.
Este homenaje al joven maestro, comienza por el final:
Su tutora desde la infancia, la pianista cubana Edelsa Santana, con el rostro bañado en
lágrimas, asida a un ramo de alstroemerias, crisantemos y claveles reventones, en medio del clamoroso aplauso del público,
subió las escaleras del proscenio para abrazar y felicitar a su hijo artístico en las postrimerías de su
recital de grado en el confortable Teatro
Bogotá, hoy adscrito a la Universidad
Central.
Con el nudo aún sin desatar en la garganta, pronunció conmovida
ante micrófonos unas breves palabras para su pupilo: años de esfuerzos,
desvelos, permanente estudio, ensayo y vocación, y un amor inconmensurable por
la música, en el caso de Andrés Zapata,
otro fruto en su pulpa del frondoso árbol genealógico de los Zapata, de su abuelo, el recordado
maestro del órgano Francisco ‘Pacho’
Zapata; de Jorge, su padre, a
quien destacó como su héroe; de su tío Juan
Francisco, y de otros virtuosos de esa dinastía que han venido cultivando la
música con esmero, como esencia, legado y patrimonio cultural, de generación en
generación.
El joven graduado en su prueba de fuego, interpretando a Rachaminoff. Foto: La Pluma & La Herida |
Andrés, de
apenas 23 años, correspondió a los elogios y congratulaciones de su maestra. Con
voz temblorosa y con las pausas que en estos lapsus emotivos obligan a retener
el llanto, expresó su agradecimiento a
Dios, a sus padres y hermanos, a su profesora Edelsa, y al Departamento de
Estudios Musicales de la Universidad
Central, por el respaldo recibido en todos estos fructíferos años de
carrera.
En primera fila, Jorge
Zapata, el padre, director, compositor, productor y arreglista de un sinnúmero
de proyectos artísticos como Las Clásicas
del Amor, y en la actualidad de la Gran
Rondalla Colombiana y del recital poético-musical La Paz tiene la Palabra, rubricaba con sonrisa plena el orgullo y la
satisfacción de ver consolidadas las ilusiones y metas del amado retoño, el día
de su grado, con la máxima calificación, y con las felicitaciones a granel de
parientes, amigos y profesores.
A cuatro manos, Jorge y Andrés Zapata, padre e hijo, ejecutando el pasillo 'Katherine'. Foto: La Pluma & La Herida |
Es de conocimiento que en estos capítulos la exaltación paternal
no se puede evitar, y más cuando se trata de un arte que a todas luces inspira
veneración y respeto como la música, exigente, consagrada, ardua en su
constante entrenamiento hasta alcanzar los umbrales de la perfección, que para
los doctos en estas lides no pasa de ser una quimera, pero que Andrés, en la fecha más importante de su
trasegar académico, la de su graduación, le imprimió el brillo magistral y el
don de los genes ancestrales que corren vertiginosos por sus venas, hasta
lograrlo.
Sólo en ese instante florecían uno a uno los recuerdos: Los
de la sabiduría del abuelo Pacho que, siendo niño, esperaba que la iglesia de Támesis, Antioquia (su pueblo natal) se
desocupara de feligreses para irrumpir en el monumental órgano tubular, enclavado
en la nave principal, custodiado de ángeles y divinidades, y a hurtadillas,
apenas con la complicidad de un sacristán alcahuete, lograr sacarle las
primeras armonías.
Tiempo para el popurrí tropical con obras de Lucho Bermúdez, José Barros y Petronio Álvarez. Foto: La Pluma & La Herida |
Ese niño que tocaba sin el consentimiento del señor cura
párroco el teclado mayor, se convertiría con los años en uno de los grandes ejecutores
del instrumento que en el período del barroco, un genio de la música universal
llamado Juan Sebastián Bach, eligió
para alabar a Dios y a sus potestades.
Sólo que ‘Pacho’
Zapata, ya maestro ante el teclado, lo consagró para honrar y enaltecer la Música de Colombia, en especial la de la
costa norte, como lo atestiguan sus memorables trabajos de Al Rojo Vivo, su álbum insigne, de lo más depurado de las páginas
inmortales de Lucho Bermúdez, Pacho
Galán, José Barros, Adolfo Echavarría, y toda esa pléyade de iluminados que
coronaron para la posteridad a la Cumbia
como reina indiscutible del color, el sabor y la idiosincrasia.
En primera fila, visiblemente emocionados, el maestro Jorge Zapata y su señora esposa, maestra de ceremonias y vocalista Bibiana Patiño. Foto: La Pluma & La Herida |
Pasarían no más tres décadas de trajines artísticos para que
el maestro ‘Pacho’ Zapata viera
germinar su simiente en el genio, la calidad y la altura de sus hijos Jorge y Juan Francisco, el primero, como subrayamos en párrafos anteriores,
gestor y promotor de sólidas empresas artísticas proyectadas a resaltar el
pentagrama romántico, el bolero, la poesía, y desde luego, lo más excelso y significativo
del folclore nacional, en especial el que corresponde al de la región andina;
el segundo, pródigo desde la academia a la formación de nuevos talentos, con
una metodología que debería ser tenida en cuenta en el pensum de colegios, escuelas musicales y
facultades de arte.
Y ahora, la tercera generación de la Dinastía Zapata representada en un jovencísimo y dilecto músico y arreglista,
con dos producciones discográficas en su haber, codirector junto a su padre de La Gran Rondalla Colombiana, docente
adjunto de la Escuela de Piano del Instituto
Municipal de Cultura de Cajicá, director de su propio ensamble de jazz, y
hoy por hoy, en los albores de su juventud promisoria, uno de los grandes
exponentes del piano, de un rico y variado repertorio, como lo fue el atractivo programa que presentó en el mediodía del viernes 26 de mayo de 2017, para que los jueces de turno le
confirieran el aval de su maestría.
Katherine, inspiradora del pasillo que le compuso su padre, el maestro Jorge Zapata, acompañada de su abuelita. Foto: La Pluma & La Herida |
Cuando un joven virtuoso como Andrés Zapata se enfrenta sin partituras al piano con obras de suma
complejidad y de connotada escuela ensayística como las sonatas de Robert Shumann;
los intricados alfabetos del trepidante Serge
Rachmaninoff; o la intimidante pureza y solemnidad de las suites de Joan Sebastián Bach, es porque ya se ha dado un gran salto a los
territorios de la supremacía que exige el piano clásico, del que una gran mayoría,
por rigor y exigencias extremas, e imprescindibles ensayos entre ocho y catorce
horas diarias, abandonan, o quedan a mitad de camino.
Andrés
superó
esa dura -y para muchos- tortuosa prueba de la academia rusa y de la Alemania
de entreguerras, y le entregó a sus jueces un trabajo impecable, digno de
admiración y reconocimiento, tal cual las efusivas demostraciones de su maestra de cabecera
Edelsa Santana, y de sus seres
queridos.
Cuarteto de maestros. De izquierda a derecha: el poeta Fabio Polanco, Andrés Zapata, la pianista y profesora Edelsa Santana, y Jorge Zapata. Foto: La Pluma & La Herida |
De las notas telúricas de Shumann y Rachmaninoff, que
junto a la Suite inglesa de Bach incluyó en la primera parte del
programa, el graduado pasó a un bello Estudio
de Pasillo de Oriol Rangel,
prosiguió con From Within, la afamada
y aplaudida página para Latin Jazz, de Michel
Camilo; y de esta a un popurrí de
joyas tropicales como La Piragua (José
Barros), Gaiteando (Lucho Bermúdez), Mi Buenaventura (Petronio Álvarez), con
el respaldo de Andrés Felipe Martínez
y Nelson Amarillo, en la batería; Ulises Rodríguez, en la percusión; Néstor Vanegas, en el bajo; Jorge Maldonado, en el clarinete; y Diego Martínez, en el tiple.
El remate no pudo ser más apropiado para una ceremonia de
sumos kilates. Andrés, en los
extramuros de la emoción, invitó a su padre a que lo acompañara en la ejecución
del pasillo Katherine, inspiración del
maestro Jorge Zapata, dedicado a su
hija, presente en el auditorio.
El profesor Juan Francisco Zapata (tío de Andrés), rodeado de su señora esposa y de su retoño, futuro maestro de los teclados. Foto: La Pluma & La Herida |
Un final para el recuerdo, y ese inevitable
ejercicio de la nostalgia que invita a futuro a repasar álbumes, fotografías,
grabaciones, llantos, risas y aplausos de los que se fueron y de los que vendrán.
Andrés
Zapata hubiese dado el oro del mundo por haber tenido ese día a
su abuelo Pacho en primera fila:
recibir de él su aplauso, su sonrisa complaciente, y una vez finiquitado el recital
de su graduación, invitarlo al escenario para compartir con un estrecho y
cálido abrazo de celebración.
Entrañables demostraciones de afecto y fraternidad al final de la ceremonia. Foto: La Pluma & La Herida |
Enhorabuena por el joven maestro Andrés Zapata. Que su siembra constante y promisoria dé los frutos
esperados. De eso estamos plenamente seguros, para orgullo y méritos de la
fecunda y próspera Dinastía Zapata,
y para honra y beneplácito de la música colombiana, que tanto lo necesita.
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