Michelle Williams (Randi) y Casey Affleck (Lee Chandler), entre el dolor y la derrota, en un cuadro de 'Manchester frente al mar', de Kenneth Lonergan. Foto: Sony Pictures |
Ricardo
Rondón Ch.
Hacía tiempo que no oía el Adagio de Albinoni en una película.
Me arañó el alma su versión de Peter Weir en Gallipoli
(1981). Con la partitura en manos de Karajan
le seguí los pasos al reportero Michael
Henderson en la tormentosa saga de Bienvenidos
a Sarajevo (1997), de Michael
Winterbottom, y veinte años después me vuelvo a encontrar la joya de don Tomaso Albinoni (compuesta por el
musicólogo italiano Remo Giazotto en
1945 y publicada por primera vez en 1958) en Manchester frente al mar que, seguramente, sonará el 26 de febrero
en la gala de los Premios Óscar,
cuando le entreguen la estatuilla de Mejor
Actor Protagónico a Casey Affleck.
De hecho, Casey
ya tiene asegurado un Globo de oro a
Mejor Actor de Drama en Manchester frente al mar, escrita y
dirigida por Kenneth Lonergan (Margaret 2011), demoledor retrato de
familia que ubica al hermano del laureado Ben
en un honroso sitial desde su nominación al Óscar en 2007 por su elogiada representación como Mejor Actor de Reparto en El asesinato de Jesse James por el cobarde
Robert Ford, del cineasta neozelandés Andrew
Dominik.
La antológica pieza musical, considerada como una de las
más bellas y conmovedoras de la melopea orbital, encaja perfectamente en este
drama de familia que carga a sus espaldas un joven pero ya desahuciado de la
vida Lee Chandler (Casey Affleck),
un todero de edificios de clase media, que agotado a rabiar con las neurosis de
inquilinos y propietarios, y que justo en lo más candente de esos menesteres de plomería, se entera por teléfono
de que su hermano Kile (Joe Chandler),
ha fallecido.
Por ese tren luctuoso y con ventanillas abiertas al flashback, Lonergan vuelve a atizar el fuego de una tragedia irreparable en el
destino enrevesado del protagonista: el reencuentro con Randi (Michelle Williams) su ex mujer y madre
de sus dos hijos…, y la protección de Patrick, su sobrino adolescente (Lucas Hedges, otra magnífica
interpretación), unigénito del hermano muerto, que se debate entre el enorme vacío
de la figura paternal, la proclividad por encamarse con sus compañeras de
colegio, y los tediosos encuentros con su madre alcohólica.
En medio de la frialdad y la crudeza de los conflictos personales,
de los lazos familiares rotos hace mucho tiempo, Loregan equilibra el drama con una dosis del mismo humor salobre,
corrosivo, de ese mar de esporádicos pescadores que enmarca el decorado de la cinta.
Casey, al
mejor estilo del teatro inglés de época (Albert
Finney, Los duelistas, La sombra de
un actor, Bajo el volcán), propone un personaje de un realismo contundente,
sin eufemismos ni repisas técnicas, que permite ver en su fulgor ese oro histriónico
que sólo la virtud y el pulimiento se encargan de mostrar a su debido tiempo.
Ojalá, en la próxima velada de los Óscar, se oigan los arpegios del
Adagio de Albinoni para, de una vez por todas, premiar con la codiciada estatuilla
el talento reprimido y la carrera a pulso de Casey Affleck, el poderoso perdedor de Manchester frente al mar.
Gran película.
0 comentarios