El de la pequeña Yuliana, el crimen, que en los últimos años, más ha impactado a la población colombiana. Fotos: Archivos particulares |
Ricardo Rondón Ch.
Ahora
que el alma de Yulianita es un lucero
titilante en la vastedad del firmamento, y los pábilos de cirios y veladoras no
cesan de chisporrotear en las misas y ofrendas que en nombre de la niña se
ofician a lo largo y ancho del país; ahora que el macabro caso cobra una
víctima más con la misteriosa muerte del vigilante de edificio Equus 66 donde fue perpetrado el
horrendo crimen; ahora que empezamos a despejarnos de la pesadilla, surgen
interrogantes igual de pavorosos:
¿Qué
se le pasará por la cabeza al lobo feroz de Rafael Uribe Noguera, acostado boca arriba sobre el planchón de
cemento de la celda provisional de La Picota?
¿Le
alcanzarán 50 años de condena para
purgar las resacas de aguardiente y cocaína, y solo él sabe de cuántas otras costosas
anfetaminas de las que está infestado su cerebro de pitrecantropus erectus?
Íngrimo
en las heladas noches de cautiverio, rodeado de las sombras de sus
perturbadores fantasmas, y con la ansiedad agónica de esnifar y esnifar del
polvo maldito, ¿acaso extrañará sus rumbas dionisiacas a puerta cerrada de yupicito,
embadurnado de besos de prepagos intergalácticas al ritmo de la furia reguetonera
de Reykon, Maluma y J.Balvin?
¿Hará eco en lo que le queda de encefálica el obsceno sonsonete de Las cuatro babys?
¿Hará eco en lo que le queda de encefálica el obsceno sonsonete de Las cuatro babys?
La policía protege al depravado, a punto de ser linchado. El repudio ante el execrable homicidio se hizo evidente en todos los sectores de la sociedad. Foto: El Espectador |
¿De
qué hablarán ahora mismo las dulces y tornasoladas novias del prestigioso
arquitecto de rostro apolíneo, luego de enterarse de que el hombre con el que
se revolcaron en festines báquicos, era un satélite mimado de una red de
proxenetismo y pornografía infantil, como lo ratifican las investigaciones de
las autoridades luego de reparar en su celular y en sus redes sociales?
La fábula de la niña
y el animal
apenas comienza. El angelito descansa en paz, y aunque el vacío que dejó en su
humilde familia indígena del Tambo,
Cauca, es irreparable, ella perdurará en la memoria de los colombianos como
una mártir, y su execrable crimen como el símbolo de la decadencia de una
sociedad enferma, con preocupantes índices de trastornos mentales, en mayor
porcentaje derivados por el alarmante consumo de alcohol y sustancias psicoactivas.
En
mora está que el Congreso de la
República, y sin dar tantas largas, como en episodios anteriores de
similares características, caso Rosa
Elvira Cely, apruebe por unanimidad la Ley
Yuliana Samboní para condenar a cadena perpetua y castración química a los
maltratadores y abusadores de niños, igual los feminicidios, y todo acto de
crueldad como el que comprometió a la inocente niña de 7 años, que en su cuadra
del barrio Bosque Calderón -a escasos
cinco minutos donde residía el depredador- los vecinos veían corriendo a cumplir
en la tienda con un encargo de sus padres, o simplemente dar rienda suelta a
sus lúdicas de infancia con sus compañeritas del sector.
Instante en que la Policía da a conocer los motivos de la captura de Uribe Noguera, cuando este se encontraba recluido en la clínica por sobredosis de cocaína. Foto: Captura de pantalla |
¿Desde
cuándo venía el lobo merodeando por esos lares? ¿A cuántas chiquillas les habrá
echado el cuento de Caperucita para
que subieran a su lujosa camioneta por $5.000?
No
cabe duda que Uribe Noguera (38 años) es un
loco de atar, y que sus acciones malvadas no son recientes sino que se remiten a su
adolescencia.
Sus
propios compañeros del Gimnasio Moderno
y de la Universidad Javeriana aseguran
que era el enfant terrible de las
clases, que gozaba haciéndoles matoneo
a los más retraídos y débiles; que disfrutaba provocándolos y humillándolos por
sus deficiencias, y que era proclive a prácticas exhibicionistas como la de
mostrarse en reuniones de amigos -incluso con los vecinos del edificio que
habitaba- en ropa interior femenina y medias veladas.
Una
dualidad entre la figura del Macho Alfa
que se reproducía en los espejos de los salones del glamour y la vanidad que frecuentaba para satisfacer sus excesos, y
no muy en el fondo, una mujer agazapada, que en el éxtasis de su lujuria, salía
a flote, activada por los irrefrenables impulsos del alcaloide y las botellas
de aguardiente que solía consumir sin reparos.
Francisco Uribe Noguera, hermano del acusado, investigado junto a su hermana Catalina por adulterar la escena del homicidio de la menor. Foto: lafm.com |
Tenebroso:
un caso extremo de la psiquiatría criminal apenas equiparable con la de los
célebres guionistas de películas de terror, por citar uno, el desquiciado perfil que en El silencio de los inocentes le
corresponde a Ted Levine en su
magistral interpretación de Buffalo Bill.
O, ¡vaya espeluznante coincidencia!, una obsesión de Uriibe Noriega por las taras sexuales de Alan Strang (Peter Firth), protagonista de Equus (1977), la película de Sidney Lumet, con un Richard Burton en su rol del psiquiatra Martin Dysart, quien se sumerge en el fondo de los demonios de un mozuelo de 17 años, luego de conocerse del cegamiento de seis caballos en un establo, con un objeto metálico cortopunzante.
La obra, escrita en 1973 por Peter Shaffer, y en un principio llevada al teatro el año siguiente, narra los serios trastornos psicóticos del joven protagonista, hijo de un padre librepensador y de una madre de arraigada fe católica, quien padece una patológica fascinación sexual y de orden ritualista con los caballos, al sentir placer cuando les extirpa los ojos, y alcanza el clímax cuando los monta a pelo.
De hecho, la misma caligrafía que aparece en el poster de la película, fue utilizada por el arquitecto para bautizar el soberbio edificio que él diseñó en Chapinero Alto, y donde se fraguó (apartamento 603), propiedad del implicado, el escalofriante hecho criminal de la criatura: Equus 66.
O, ¡vaya espeluznante coincidencia!, una obsesión de Uriibe Noriega por las taras sexuales de Alan Strang (Peter Firth), protagonista de Equus (1977), la película de Sidney Lumet, con un Richard Burton en su rol del psiquiatra Martin Dysart, quien se sumerge en el fondo de los demonios de un mozuelo de 17 años, luego de conocerse del cegamiento de seis caballos en un establo, con un objeto metálico cortopunzante.
La obra, escrita en 1973 por Peter Shaffer, y en un principio llevada al teatro el año siguiente, narra los serios trastornos psicóticos del joven protagonista, hijo de un padre librepensador y de una madre de arraigada fe católica, quien padece una patológica fascinación sexual y de orden ritualista con los caballos, al sentir placer cuando les extirpa los ojos, y alcanza el clímax cuando los monta a pelo.
Nótese la coincidencia entre la caligrafía del poster de la película y la que aparece como identificación del edificio donde fue perpetrado el crimen de la niña. |
El
arquitecto bogotano de “familia bien”, nacido en cuna de oro, exitoso en su
trabajo, codiciado por féminas de todas las edades, habitante de un sector
privilegiado de la capital, no sabía de sufrimientos ni de necesidades. Por su
condición de burgués gentil hombre,
como en el sainete de Moliere, que
fue su fachada durante 38 años, revelaba la altanería del ostentoso, y seguramente de responder con un ¿Usted no sabe quién soy yo? a quien
osare ponerlo en su lugar.
Lo
más seguro es que ni Uribe Noguera
ni su familia estuvieran ahora mismo en la picota pública, si hubiesen reparado
a tiempo en las anomalías del adolescente, si lo hubieran sometido a tiempo a un
tratamiento de rehabilitación para farmacodependientes, si la alcahuetería y el encubrimiento a sus tendencias
no hubieran pasado de agache.
Rafael Uribe Noguera, cuando era trasladado a su primera audiencia en los juzgados de Paloquemao. Foto: caracol.com |
Un dato más que se abona a la investigación: el sindicado llegará a un acuerdo con la Fiscalía para que le rebajen condena, y solo se le culpe por feminicidio, castigo que representaría unos 40 años de cárcel. Esto para librar a sus hermanos de la supuesta manipulación de la escena del crimen.
Resulta que al parecer -el mismo sindicado lo revelará en audiencia-, Rafael Uribe Noriega acostumbraba ritualizar los encuentros sexuales con sus mujeres, untando su cuerpo de aceite. Una de ellas, que lo tildó de loco, confirmó el testimonio, y manifestó que a partir de ese extraño comportamiento había finiquitado la relación, primero por temor, y segundo porque le había echado a perder todas las prendas de su ropero.
Resulta que al parecer -el mismo sindicado lo revelará en audiencia-, Rafael Uribe Noriega acostumbraba ritualizar los encuentros sexuales con sus mujeres, untando su cuerpo de aceite. Una de ellas, que lo tildó de loco, confirmó el testimonio, y manifestó que a partir de ese extraño comportamiento había finiquitado la relación, primero por temor, y segundo porque le había echado a perder todas las prendas de su ropero.
Quedaría entonces por esclarecer por qué los hermanos Francisco y Catalina Uribe Noguera no colaboraron con las autoridades desde que fue reportada la desaparición de la menor, en horas de la mañana, sabiendo ellos del otro apartamento que frecuentaba Rafael.
Solo lo hicieron a medias en las horas de la noche de aquel fatídico domingo, cuando trasportaban al homicida a la Clínica Vascular Navarra por una crítica depresión, producto de una sobredosis de cocaína (tres bolsas) y de licor (botella y media de aguardiente), lo que corrobora que desde que Rafael secuestró en la mañana a Yuliana en su barrio, la llevó a su apartamento del edificio Equus 66, la toturó, la violó, la mordió y la estranguló (tal cual el parte de Medicina Legal), estaba en pleno estado de conciencia. La Fiscalía avanza en las pesquisas para verificar si existen otras personas involucradas en el repudiable homicidio.
Solo lo hicieron a medias en las horas de la noche de aquel fatídico domingo, cuando trasportaban al homicida a la Clínica Vascular Navarra por una crítica depresión, producto de una sobredosis de cocaína (tres bolsas) y de licor (botella y media de aguardiente), lo que corrobora que desde que Rafael secuestró en la mañana a Yuliana en su barrio, la llevó a su apartamento del edificio Equus 66, la toturó, la violó, la mordió y la estranguló (tal cual el parte de Medicina Legal), estaba en pleno estado de conciencia. La Fiscalía avanza en las pesquisas para verificar si existen otras personas involucradas en el repudiable homicidio.
El viernes 9 de
diciembre,
en horas de la tarde, justo cuando en el Tambo,
Cauca, en medio de un torrencial aguacero, familiares y allegados de la
pequeña Yuliana Andrea Samboní le
estaban dando cristiana sepultura, en el conjunto residencial Jardines de Castilla, localidad de Kennedy, suroccidente de Bogotá,
funcionarios del CTI de la Fiscalía
se aprestaban a realizar el levantamiento del cadáver de Fernando Merchán Murillo, el celador de 58 años que vigilaba la
portería del edificio Equus 66,
donde fue perpetrado el abominable crimen de la menor.
El
celador, ficha clave de la investigación, quien ya había dado una entrevista a las autoridades en el proceso
que se le sigue al arquitecto, fue encontrado por su hija en el baño de su
apartamento, sobre una silla, con varias heridas de cuchillo en cuello, brazos
y muñecas, y a su lado una breve carta escrita de su puño y letra con el
siguiente testimonio:
“Hijitas perdónenme,
a María y demás amigos y familiares, pero no quiero volver a la cárcel. No
quiero dañarles la Navidad, soy inocente”.
El altar que en nombre de Yuliana fue dispuesto en el umbral del edificio Equus 66, Chapinero alto, donde fue perpetrado el abominable crimen. Foto: La Pluma & La Herida |
La
inexplicable muerte de Merchán Murillo,
que analizan los peritos de Medicina
Legal para concluir si efectivamente se remite a un suicidio, o a un
homicidio, pone de presente la cadena de enredos que apenas comienza, desde que
se conoció la desaparición de Yuliana
del barrio Bosque Calderón Tejada,
también ubicado en los altos de Chapinero,
por la Avenida Circunvalar, pasando
por el macabro hallazgo de su cadáver en uno de los apartamentos de Uribe Noguera, el silencio prolongado de los hermanos del sindicado: Catalina y Francisco; y la repentina hospitalización por sobredosis
de cocaína y alcohol del depravado.
Una
serie de componendas, incertidumbres y contradicciones, pero también las pausas amañadas por parte de los medios de comunicación, que en un principio
se resistieron a revelar el nombre de Rafael
Uribe Noguera, dizque “para no entorpecer las investigaciones”, cuando las
pruebas saltaban a la vista, y las redes sociales revelaban su identidad con reprimendas e insultos de grueso calibre.
El féretro de Yulianita, a la salida de la primera misa, que por su eterno descanso, fue oficiada en Bogotá. Foto: El Tiempo |
Las
imágenes capturadas de los vídeos donde Uribe
aparece con su camioneta merodeando por el barrio popular donde fue raptada la
menor, las declaraciones de una mujer que señala al arquitecto de haberla
abordado a mediados de este año en su automotor, desnudo al volante, para
proponerle sexo, la consecuente denuncia de la afectada en el CAI del sector,
un zapato de Yuliana hallado en la
base de la silla que corresponde al copiloto, y el cuerpecito de la pequeña en
el apartamento donde se cometió el homicidio, son pruebas más que contundentes.
¿Pero
qué tanto sabía Fernando Merchán Murillo
de Rafael Uribe Noguera y de sus
oscuras andanzas, como para que de la noche a la mañana, y en las preliminares
de la investigación, se hubieran silenciado con su muerte? ¿Compraron su
silencio por una cuantiosa suma de dinero y lo presionaron a quitarse la vida?,
o, ¿no aguantó la angustia de verse él también involucrado en esta tragedia
mayor que ha causado repudio y dolor de propios y extraños? ¿Qué quiso decir Merchán cuando le dejó escrito a sus
seres queridos que prefería la muerte antes de volver a la cárcel? ¿A qué
antecedentes se está refiriendo?
La ciudadanía coincide en que se debe aplicar la cadena perpetua y la castración química a los violadores de niños. Foto: La Pluma & La Herida |
Preguntas
que se irán dilucidando si la justicia no se deja intimidar por el prestigio y
la solvencia económica de esta “familia de bien”, que seguramente hará lo
indecible y no agotará en recursos, dinero contante y sonante, por supuesto,
para desviar y enturbiar las investigaciones, traficar influencias, comprar
testigos falsos y evadir pruebas, en aras de negociar cuanto antes la salida
del pervertido de La Picota y su
traslado a un bunker privado, antes
que los reclusos enardecidos cumplan su palabra, como ya lo anunciaron, de comérselo vivo sin quitarle la ropa.
Con
todo lo anterior, no es raro que el sonado caso de Yuliana Andrea Samboní, trascienda por mucho tiempo en los estrados
judiciales con la entelequia, la parsimonia y el suspenso de novela con el que
ha repercutido la extraña muerte del estudiante de la Universidad de los Andes Luis Andrés Colmenares, ocurrida el 31 de octubre de 2010, en inmediaciones
del Parque El Virrey, al norte de la
capital, después de una celebración de Halloween.
Protestas y clamores para que el crimen de Yuliana Andrea, por ningún motivo, vaya a quedar impune. Foto: semana.com |
Seguramente
Uribe Noguera, en estos tormentosos días
de presidio, y con la cabeza hecha una catástrofe, habrá pensado varias veces
en acabar con su deplorable existencia. No tendría otra alternativa, no sólo
por la severa condena que le espera, sino por el inmenso sufrimiento causado a
su familia, en especial a la mujer que lo trajo a este mundo, que dicen no ha
podido salir del shock que la embarga,
luego de conocer la espeluznante noticia de su adorado ‘Rafico’.
La
facilita sería que al menor papayazo
en patios de La Picota, donde solo
le permiten tomar una hora de sol al día, un reo trajinado en labores de
homicidio le aseste una puñalada turca, suficiente para borrar del mapa al degenerado,
y sopesar la enorme carga que él y su familia llevan a cuestas.
Pero Uribe Noguera no merece esta
opción letal. Uribe Noguera merece
pagar los 60 años completos, día a día, mes a mes, minuto a minuto, con el
taladro constante del remordimiento zumbándole al oído, día y noche, hasta que
su conciencia envejezca con su cuerpo, y al final de los días, impotente y
desvalido, convertido en una piltrafa, llore desconsolado y le pida perdón a Dios por todo el daño
causado, mientras la luz del lucero de Yuliana
Samboní se filtre por las rejas del calabozo y se riegue sobre la triste
humanidad de un anciano que clama a gritos la muerte.
Sólo
así, la Fábula de la niña y el animal
será borrada en el postrer de los tiempos.
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