El empresario y poeta tolimense Fabio Polanco, con la orquesta de ranitas de La Rumbita, símbolo de su recordada cadena comercial de discos. Foto: La Pluma & La Herida |
Ricardo
Rondón Ch.
Quizás algunos no estén enterados de que la historia del telemercadeo en Colombia comienza a mediados de
la década de los 80, en pleno centro de Bogotá, en un próspero almacén de
discos, con un televisor de tubos empotrado en lo alto de una vitrina que daba
a la calle, y con la figura bonachona y descalzurriada del matachín más célebre
y recordado que haya parido el cine mexicano: Don Mario Moreno ‘Cantinflas’.
-¡Cómo!,
¿Cantinflas bailando la Lambada? Si en la época del cómico no existía ese
ritmo…
Era la pregunta obligada de la mayoría de los transeúntes
que en ese entonces se arremolinaban al frente del Mercado Mundial del Disco (carrera 7° con calle 21), para
desternillarse de la risa con las piruetas del actor mexicano, acompasadas con
los acordes del ritmo carioca que hizo eco en las pistas colombianas, como en su
momento lo marcó La Pollera Colorá.
Una vez terminado el bailoteo cantinflesco, aparecía en
pantalla un hombre de mirada grave, rubicundo y en camisa de trabajo, que
atrapaba a la multitud con una voz de actor de radionovelas, para animar a la
concurrencia a acatar sus promociones y ofertas:
-Bienvenidos
amigos, los invitamos a que lleven esta música a su casa, a su oficina, para
que la disfruten con sus familiares y amigos, y pasen un rato chévere-, locutaba el caballero de
chivera y patillas pronunciadas.
-Tenemos
la novedad del momento: Los éxitos más recientes de Fruko y sus Tesos, los que
están sonando en la radio, El patillero, El cocinero mayor, Los patulekos.
-Recuerden
que esta melodía de moda sólo la consiguen en el Mercado Mundial del Disco y en
cualquier de los almacenes de Discos la Rumbita. Y no olviden que disco que no
tengamos, no existe-, remataba el promotor en pantalla, en
varios ciclos por jornada que se prolongaban hasta bien entrada la noche.
Para estas fechas decembrinas, el Mercado Mundial del Disco vivía atiborrado de público de todas las
edades, en busca de la música parrandera de antología: Los
Hispanos de Rodolfo Aicardi, Los Graduados de Gustavo ‘El Loko’ Quintero, La
Billos Caracas Boys, Los Melódicos, Los Blanco, Lucho Bermúdez y Pacho Galán, Los
Corraleros de Majagual, Pastor López, Nelson Henríquez, Fruko y sus Tesos, El
Combo de las Estrellas, Los Alfa 8,
Los Tupamaros, La Sonora Dinamita, Calixto Ochoa, Lisandro Meza, Aníbal
Velásquez y el infaltable y vendedor como el que más, Diomedes Díaz, entre otros; amén de compilados de extraordinaria repercusión como los 14 cañonazos bailable, el Disco del año, Bailoteca, La fiesta del año, Los superbailables del año, entre otros.
Era tal el gentío, cuenta su propietario, que el 24 de diciembre -léase bien, el 24 de
diciembre-, daban las doce de la noche, y la copiosa demanda de discos hacía
imposible el cierre del establecimiento.
El gentío que se arremolinaba frente al Mercado Mundial del Disco, atento a las promociones y vídeos musicales, en los inicios del telemercadeo en Colombia. Foto: Archivo particular |
A ese hombre de barba, patillas, vestir informal y voz
curada por la afición a los micrófonos y la picadura de tabaco, se deben los
orígenes del telemercadeo en Colombia,
con recursos técnicos artesanales, “con las uñas”, como se decía. Su nombre, Fabio Josías Polanco, un tolimense de
racamandaca que tuvo que huir peladito de los azotes de la violencia, en el municipio de Dolores, la parcela de su
nacencia.
Reconocido y respetado por los grandes sellos
discográficos del país, por los artistas y por la misma competencia, Prodiscos, La Música, Discorama y Bambuco, estas dos últimas empresas de
las que fue socio mayorista, Polanco,
a la vera septuagenaria de sus bien vividos almanaques, llegó a tener más de 70 almacenes de La Rumbita, su razón
social emblemática, un promedio de 600
empleados, y una historia de vida como para novela.
Hoy en día, sentado tras el mismo escritorio desde donde
atendió por espacio de 34 años sus
negocios discográficos, con la experiencia y la sabiduría que deja el trasegar
de la vida, se dedica a un oficio totalmente opuesto al del pujante negocio con
el que brilló por décadas, el mismo que le valió el apelativo del Zar del disco: el de la poesía, en la
última etapa, dedicada a la paz y la reconciliación, él que sufrió a temprana
edad los derrotes de la persecución y el destierro.
Justamente ese éxodo contribuyó para que aquel jovencito
tolimense aplicara sin saberlo, la máxima de Francis Fukuyama, uno de los grandes teórico-prácticos de la política
y la economía mundial: Las apabullantes
crisis suelen arrojar la semilla que el tesón, la visión y la perseverancia
recompensan en sólidas y ejemplares realizaciones.
Aquel Polanco impúber
que empezó inflando y vendiendo globos en el Parque Santander de Bogotá, comprendió a temprana edad que el
usufructo de las ganancias, por más escasas que fueran, estaba sustentado en la
capacidad y los beneficios del ahorro, con el agregado proverbial de que el que paga lo que debe, sabe lo que tiene.
Bajo estos parámetros, inició un periplo como vendedor
informal, sin escatimar retos ni recursos, cuando ya grande, sin miramientos ni
complejos de ninguna índole, se echó una paca de cigarrillos al hombro para ofrecerlos
puerta a puerta en tiendas y cigarrerías de barrio, otras veces ropa de
cargazón, bisutería y cachivaches, hasta que por recomendación de una hermana
logró su primer empleo formal como dependiente de vestidos en la cotizada firma
Valher.
Shakira adolescente, grabando el promocional de 'Magia', su primer trabajo, en los estudios de TelePolanco, de Discos La Rumbita. Foto: Archivo particular |
Pero su destino no estaba marcado para quedarse de por
vida midiéndoles trajes y sobretodos a los cachacos de turno, y aunque su
pericia como vendedor le hizo ganar la confianza y la admiración de sus
patrones, claudicó en estos avatares de la elegancia, para sorpresa de sus amigos,
dizque ofreciendo sus votos de castidad y oración, con la promesa de
convertirse en sacerdote.
Polanco
estuvo tan seguro y convencido de su vocación sacerdotal,
que de no haberse enterado por sus propios ojos de las trapisondas y los
deslices sexuales de su presbítero mayor en el seminario, a lo mejor hoy la
curia tendría entre sus huestes a un obispo de franco verbo, robusto y
rozagante, al frente de su ministerio en la Arquidiócesis de Ibagué.
Si los ornamentos tampoco fueron lo suyo, otras cruces sí
se atravesaron en el pedregoso camino de quien todavía no había fijado un norte.
Picado por los grandes locutores de época, se inscribió en un curso de locución
y producción para radio y televisión.
Alcanzó a hacer sus pinitos en Emisora Mariana, y el día que le indicaron dar la hora al aire,
sintió de los pies a la coronilla los mismos estertores de quien por primera
vez ha probado las delicias de la carne femenina. No obstante, se dio cuenta a
tiempo que el sueldo de un locutor no se amoldaba a las aspiraciones del joven con visión de negociante, a quien
siempre le ha fascinado el dinero contante y sonante.
Y como al que le van a dar le guardan, y si llega tarde
le calientan, Polanco por fin
encontró el panal de la bonanza representado en el trabajo que lo proyectaría
a futuro como el exitoso empresario del disco que trascendió por varias
décadas: su vínculo con Discos Orbe,
donde empezó desde abajo hasta llegar a gerente de ventas, y de ahí en adelante
su independencia parar abrir, con algunos ahorros y un préstamo, su primer
almacén de Discos La Rumbita, en el barrio Venecia.
Ese fue el punto de partida de la legendaria cadena que
más vendió acetatos, casetes y discompactos en el país, hasta fijar su centro
de operaciones en el corazón capitalino, cuando compró su establecimiento
cumbre, el Mercado Mundial del Disco,
donde germinó, por iniciativa suya, la historia de las televentas.
Atractivas impulsadoras de La Rumbita |
Narra el gran visionario de los negocios que la prosperidad
entre vitrinas y mostradores no le fue suficiente como para cruzarse de brazos
en su escritorio y dedicarse a contabilizar sus réditos. Que las ventas podrían
alcanzar topes sorprendentes con estrategias de promoción que rondaban en su
cabeza.
-¿Quizás
un payaso?-, se llegó a preguntar. Y lo discutió con su
administrador.
-Pero
no cualquier payaso, como los que con su perorata estridente promocionan corrientazos en las puertas de los restaurantes. Tiene que ser un payaso diferente, digamos que un payaso serio. Y ese seré
yo-, le reveló a sus empleados de confianza.
No en vano el curso de locución que tomó en el pasado empezó
a dar sus primeros resultados a través del electrodoméstico de mayor alcance
mediático y familiar: un televisor de tubos, el más moderno, como los que se
adquirían en almacenes J. Glottmann.
Era la época de las primeras cámaras de vídeo y del
betamax, y ayudado por el técnico más aventajado de su nómina, comenzó a botar
corriente ante la filmadora, con la advertencia de que si quien estaba detrás de
ella osare reírse de sus promociones, le podría costar el puesto. Grabó varias,
pero al final no lo dejaron del todo satisfecho.
Cualquier día, antes de salir de su casa rumbo a la
oficina, entró a la habitación de su esposa para despedirse. Cuál sería su
sorpresa cuando vio que la señora compartía con su hijo una película de Cantinflas, y que en esa cinta el
cómico mexicano se explayaba en la pista, entre giros y cabriolas, al ritmo de un
mambo.
Al ver esa risible escena, a Polanco se le volvió a alumbrar otra vez el bombillo de su ideario
comercial. “Por ahí es la cosa…”, pensó. Besó a sus seres queridos y se
despidió.
Cuando llegó a la empresa, lo primero que hizo fue llamar
a Néstor, el funcionario encargado
de la parte técnica. Lo invitó a sentarse y le preguntó:
-¿Usted
es capaz de quitarle el sonido a una película y ponerle otro?
-Sí.-,
respondió el empleado. Pero hay que
comprar un aparatico…
-Vaya
cómprelo-, interpeló entusiasmado el jefe. Y de paso me compra media docenas de películas de Cantinflas, ¡pero
ojo!, tienen que ser donde él aparezca bailando.
Coincidía que el ritmo brasileño de la Lambada, en la voz de la mulata Kaoma, hacía estragos en los muslos y
en las curvas trémulas de las muchachas, en bares y discotecas, ni se diga en la
radio, y en jardines y colegios los maestros la imponían como coreografía para
presentarla a los padres de familia en las clausuras.
Ícono de la discografía parrandera de fin de año, y uno de los acetatos de mayor demanda en la época dorada del Mercado Mundial del Disco. Foto: Discos Fuentes |
Pues la fiebre Lambada,
gracias al cabezazo de Polanco y de
su asistente de confianza, también hizo mella en la figura esmirriada del
legendario Cantinflas, que aparecía
en el vídeo sacudiendo sus pantalones bombachos al son de la pegajosa melodía.
Cabe recordar que el estilo de baile del célebre comediante mexicano, se
acomoda a cualquier ritmo. Y esa ventaja la aprovechó con creces el titular de Discos La Rumbita.
De modo que a la par de los videos de Cantinflas, y después de otros cómicos como
Tintín, Laurel & Hardy, Viruta y
Capulina, y el desfachatado Benny
Hill, Fabio Josías Polanco promovía
los discos de moda, pero también aquellas ofertas, a precios irrisorios, de
acetatos y casetes estancados en el olvido, huesos,
que llamaban, que él compraba como remate en las bodegas mayoristas, y que
revivían y multiplicaban dividendos, gracias a su ingenioso telemercadeo.
Era habitual ver al frente del Mercado Mundial del Disco, en el amplio andén que aún se conserva, nutridos
grupos de personas con la mirada lela ante las promociones del genial Polanco que, para variar,
invitaba al set de presentación locutores
y publicistas de cotizadas disqueras como Orlando
Ríos Torres, gerente del desaparecido sello FM Discos y Cintas, y de Prodiscos,
hoy radicado en Barranquilla.
Como en esa época la carrera
7° cursaba como arteria vehicular, no era extraño que se presentaran,
además de las aglomeraciones, trancones y uno que otro choque de automóviles,
todo porque quienes iban al volante abandonaban el panorámico para ceder a la
tentación de observar los vídeos promocionales del Mercado Mundial del Disco.
A esos formatos musicales sucedieron las promociones
directas con los artistas representativos de diferentes géneros. En uno
de ellos se ve una Shakira adolescente
promoviendo las letras de su primer álbum, Magia.
Las grabaciones de estos promocionales se desarrollaban
en una sala dispuesta en el tercer piso de la edificación, que en la actualidad
resume gratas añoranzas: una victrola de la RCA Víctor, varios tornamesas, algunos acetatos y casetes, y una pared
forrada con el distintivo de La Rumbita,
que era el telón de fondo de las filmaciones con cámara de paseo.
Cantinflas, la certera inspiración del comerciante Fabio Polanco, punto de partida de sus vídeos promocionales, y génesis del telemercadeo. Foto: vivelohoy.com |
Por ese salón desfilaron figuras como Rafael Orozco y el Binomio de Oro, Otto
Serge y Rafael Ricardo, Joe Arroyo, Julio Estrada ‘Fruko’, Juan Carlos Coronel, Galy Galiano, Paloma San
Basilio, Patricia del Valle, las Hermanas Calle, Diomedes Díaz, de una
larga lista de rutilantes artistas que eran recomendados para estas promociones
por los mismos gerentes de las más encumbradas disqueras, entre ellos don Carlos Gutiérrez, del sello Sony (antes CBS), o el aún gerente en activo Fernando López Henáo, de Codiscos.
“Vayan a TelePolanco”, era la
consigna.
“Yo lo único que les exigía a los artistas -aclara el
archifamoso empresario del disco-, es que después de echar la carreta de sus
novedades, remataran con el eslogan de rigor: ‘Este trabajo musical lo pueden
ustedes adquirir en Discos La Rumbita
o en el Mercado Mundial del Disco’. De
resto pueden pararse en la cabeza, brincar, tirarse al suelo, lo que quieran…”.
Cuenta Polanco
que ante la impresionante racha comercial, cuando se vendían discos por
millones, y la vida no sólo le sonreía a él sino a la industria discográfica, por
la noche, en la soledad de su oficina, y en actitud solemne, le daba gracias a Dios con la convicción de que su negocio,
el del disco, nunca se iba a acabar…
Pero se acabó. Tecnologías como internet, los nuevos
formatos y dispositivos digitales, y la consecuente piratería, fueron mermando
el negocio hasta extinguirlo, casi que por completo. Hoy sobreviven algunas tiendas, pero con
la alarma encendida de liquidación.
En ese inevitable proceso, Fabio Josías Polanco fue cerrando paulatinamente los 70 almacenes
de La Rumbita que llegó a regentar
en Bogotá y en diferentes puntos del país.
El último en liquidar -ya va a ser cinco años- fue el Mercado Mundial del Disco, que hoy
tiene arrendado a una farmacia de cadena. Pero él sigue incólume en su oficina
del tercer piso, contiguo a la azotea donde todos los días se erige el tricolor
nacional, en la franja sabia de sus 70 años, dedicado a otras inversiones, sin
mayores nostalgias de su pasado boyante, pero con la satisfacción del deber
cumplido y la tranquilidad de conciencia de no deberle nada a nadie, de haber
generado empleado y de apoyar en lo posible nuevos talentos del arte musical.
La sala de grabación de La Rumbita, a donde llegaban las estrellas del momento. Hoy espacio de añoranzas de su gerente y propietario. Foto: La Pluma & La Herida |
El 5 de octubre de octubre de 2016, el Congreso de la República, por
intermedio del Representante a la Cámara
Ciro Antonio Rodríguez Pinzón, le concedió a Fabio Josías Polanco la Orden
de la Democracia en el grado Cruz Oficial, por su contribución a la artes,
y por su decidido respaldo al perdón y reconciliación de los colombianos desde su condición de poeta y compositor, y de su recital La Paz tiene la Palabra.
Acompañado de un paquete de mentolados, “mis fieles amigos”,
sostiene, el maestro Polanco cumple al
mismo horario que otrora le demandó su rol de gerente-propietario de La Rumbita.
Frente al vetusto escritorio y en medio de la trepidante vocinglería
de buhoneros y artistas callejeros que se filtra por las ventanas, da rienda
suelta a su inspiración, y reserva espacios para atender a sus amigos al calor
de un tinto o de una infusión aromática, enterarlos de sus novedades líricas, compartir
reminiscencias de épocas pretéritas, como esta memoria que narro, de tantas que
él, con su entretenida labia, no cesa de contar.
Porque en finadas cuentas, el poeta Fabio Polanco es un cuento de nunca acabar.
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