Una sofisticada unidad de neonatos en Meditech 2016. Foto: La Pluma & La Herida |
Ricardo Rondón Ch.
Cuando los peritos de la Medicina hablan
de cuadros clínicos, me apeo a la
referencia de esas pinturas que han quedado inmortalizadas en los museos del
mundo y en la historia del arte, y que han sido motivo de sesudo estudio por los
especialistas del Psicoanálisis, y la mar de literatura que el hombre a
partir del invento de la pizarra y la imprenta, han inspirado los dolores del cuerpo
y las perturbaciones del alma.
Nada más pictórico y narrativo que un
desvalido, un poseso, unas muletas, un bastón, una prótesis, una cabeza
vendada, un rostro desfigurado, o un moribundo que se debate con fuerza erótica
bajo la intimidante lámpara de un quirófano, con esa luz que aquellos que han
regresado de la muerte comparan con la del más allá, al otro lado del túnel.
En una unidad de cuidados intensivos con
paciente a bordo -UCI, que subrayan los técnicos- confluyen las sinergias del
músculo, pero más las del espíritu y la creatividad. En medio de ese entramado
de tubos, cables, pipetas, canales de presión invasiva, monitores cardíacos,
oxímetros, ventiladores mecánicos, bombas de infusión, instrumental
esterilizado, etc., hay una obra de arte implícita, una instalación, una performance. Y el nombre del enfermo, es
el título de la obra.
Novedosos adelantos en tecnificación e industrialización clínica y hospitalaria. Foto: La Pluma & La Herida |
Igual lo sugiere una mesa quirúrgica
con esa tropilla de científicos, auxiliares, instrumentistas, bajo las
cinematográficas bombillas led que
señalan las coordenadas entre la vida y la muerte.
Hace unos veinte años tuve la
oportunidad de ingresar en una clínica de Ecuador
a presenciar la operación en exclusiva de un travesti que invirtió los ahorros
de su vida para que un prestigioso cirujano lo despojara de su miembro viril, y
con las sobras del apéndice le fabricara
la orquídea que desde que tenía uso
de razón había deseado.
La experiencia personal no pudo ser
más extraordinaria. Esta vez no fue un cuadro
clínico, un happening, o ese par
de novelas que me han influenciado sobre manera -La enfermedad (Premio Herralde 2006), del escritor venezolano Alberto Barrera Tyszka; y La luz difícil, del narrador colombiano Tomás González-, sino una descabellada
puesta en escena con final rosa, solo comparable con el teatro zurdo de Samuel Beckett: la increíble mutación
de un estilista barranquillero que antes aparecía en la cédula como Lucio Fontalvo, y que después de la cirugía se haría llamar Leidy Madonna.
Cuando se oye de la jerga popular
frases como la carne es débil, no es
por atender en específico a silogismos o sentencias bíblicas de esas flaquezas
del hombre ante la tentación y el pecado, sino porque el cuerpo, como
instrumento de la vida, se amolda a la ciencia y al conocimiento para sanarlo,
para recuperarlo, para devolverle ese hálito que se había dado por perdido.
Babélica torre de silla de ruedas |
Ver para creer las rehabilitaciones
inmediatas que se han hecho en el Hospital
de La Samaritana, de Bogotá, y en otros centros clínicos del
país, como la Fundación San Vicente de
Paul, en Medellín, al
reintegrar, a través del procedimiento quirúrgico, una mano que un obrero recién
perdió en un accidente de trabajo; o las manos, los dedos y los pies mutilados de los
soldados por las minas y las bombas que ha dejado a su paso esta larga, absurda
y dolorosa guerra, que ojalá Dios quiera, llegue a su punto final. Capítulo aparte
las reconstrucciones de rostros por quemaduras con ácido, y otras cirugías menos
recomendables, las que grita la vanidad para complacer el ego y su tortuoso
enfrentamiento con el espejo.
De todo esto reflexionaba justo en la
inauguración de Meditech 2016, la V
versión de la Feria de la Salud que
por estos días y hasta el viernes 1° de julio se lleva a cabo en el Gran Salón de Corferias, donde propios
y extraños pueden apreciar de primera mano los novedosos adelantos de
ingeniería y tecnificación en cuanto a industria y manufactura de equipos de
laboratorio, unidades quirúrgicas y de cuidados intensivos, cámaras
especiales para neonatos, instrumentación, accesorios, exhibiciones y catálogos
plus, todo ello con orientación y asesorías especializadas.
Mesa de tracción de ortopedia para cirugía. Foto: La Pluma & La Herida |
¿Instrumentadora quirúrgica?, me pregunté.
Vaya una profesión interesante con alto sentido humanístico en los tiempos
turbulentos y mezquinos que nos acontecen: la codicia por lo material y lo
efímero, la ambición irrefrenable del ego, los criminales propósitos de la plata fácil, la insensibilidad, la
amenaza latente de la extinción de la decadente raza humana, que en el orden y
la perfección del universo es pertinente y cercana, como una suerte de reciclaje para obtener en el futuro una
nueva semilla de vida, pero sobre todo, una renovación absoluta de la
conciencia.
Moderna y ergonómica unidad de ortopedia. Foto: La Pluma & La Herida |
Porque de nada serviría esta
admirable sofisticación, estos instrumentos de avanzada, este oxígeno sintético
purificador, y estos macro-congresos de hospitales y clínicas, si el hombre en
su ingenio y tenacidad no rescata algo del espíritu bondadoso que ha perdido en
las luchas intestinas de la supervivencia tecnificada y de la globalización; de
todos los aparatejos que se ha inventado para crearse una felicidad impostada,
superficial, que acaba extraviándolo hasta de lo que más ama: su familia,
sus hijos, ese puñado de amigos que cultivó en los años de colegio.
Ya lo dijo en una sarcástica columna
de El País de España, el académico
del lenguaje Alex Grijelmo: “Hace
treinta años el cantante brasileño Roberto
Carlos quería tener un millón de amigos. Hoy tiene 5.000.000 en Facebook. Y no los conoce”.
Por los pasillos alfombrados de Meditech 2016, que es el rótulo
comercial de esta feria, retorné a los cuadros
clínicos que en la virtud de los grandes artistas nos ha dejado la
historia. Entonces percibí entre jóvenes radiantes que degustaban copas de vino
y canapés al lado de esqueletos de facultad de medicina y refinadas incubadoras
azul metileno con muñecos de caucho en su interior, el feroz hiperrealismo de Lucian Freud (nieto del Padre del
Psicoanálisis), y en una dama que sin saber por qué motivo reía a mandíbula
batiente, El Grito expresionista de Edvar Münch; y en un stand contiguo
donde está exhibida una ultramoderna mesa de cirugía con su instrumental en
acero, de un brillo que encandilaría a un ciego, la siniestra presencia del Doctor Caligari en su mítico gabinete.
Ximena Bedoya, acreditada periodista de salud de CM&, en plan de reportería con el camarógrafo Ervin Salinas. Foto: La Pluma & La Herida |
Juro que no había ingerido un ápice
de una bebida espirituosa, salvo las tres puntuales infusiones de apio y boldo
para limpiar el tripaje, pero no pude escapar a la fascinación con efectos
narcóticos que me producen a ojos vista estas babélicas torres de sillas de
ruedas, estas mesas de tracción de ortopedia, estas unidades quirúrgicas con su
pátina espectral, todo esto armonizado con una melodía sincopada de pasarela fashion.
De la estridente contemplación pasé a
la náusea, cuando alcancé a divisar en una bandeja de aluminio anexa a una mesa
de cirugía, una blanquecina pechuga de pollo que, supuse, los promotores de
turno quisieron simular con la extracción de un cálculo biliar. Hice esfuerzos
para contener el fuerte espasmo del esófago, y apuré el paso a la puerta de
salida. Quise recuperar la mirada terapéutica de la instrumentista quirúrgica,
pero ya no estaba en el recinto.
¿O quizás fue un lapsus sobrenatural
de mi afición por el arte, por esa obsesiva contemplación del Murillo barroco de La Dolorosa que los estetas han relacionado con la depresión?
No lo sé.
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