miércoles, 29 de junio de 2016

Mis cuadros clínicos en la Feria de la Salud

Una sofisticada unidad de neonatos en Meditech 2016. Foto: La Pluma & La Herida 
Ricardo Rondón Ch.

Cuando los peritos de la Medicina hablan de cuadros clínicos, me apeo a la referencia de esas pinturas que han quedado inmortalizadas en los museos del mundo y en la historia del arte, y que han sido motivo de sesudo estudio por los especialistas del Psicoanálisis, y la mar de literatura que el hombre a partir del invento de la pizarra y la imprenta, han inspirado los dolores del cuerpo y las perturbaciones del alma.

Nada más pictórico y narrativo que un desvalido, un poseso, unas muletas, un bastón, una prótesis, una cabeza vendada, un rostro desfigurado, o un moribundo que se debate con fuerza erótica bajo la intimidante lámpara de un quirófano, con esa luz que aquellos que han regresado de la muerte comparan con la del más allá, al otro lado del túnel.

En una unidad de cuidados intensivos con paciente a bordo -UCI, que subrayan los técnicos- confluyen las sinergias del músculo, pero más las del espíritu y la creatividad. En medio de ese entramado de tubos, cables, pipetas, canales de presión invasiva, monitores cardíacos, oxímetros, ventiladores mecánicos, bombas de infusión, instrumental esterilizado, etc., hay una obra de arte implícita, una instalación, una performance. Y el nombre del enfermo, es el título de la obra.

Novedosos adelantos en tecnificación e industrialización clínica y hospitalaria. Foto: La Pluma & La Herida
Igual lo sugiere una mesa quirúrgica con esa tropilla de científicos, auxiliares, instrumentistas, bajo las cinematográficas bombillas led que señalan las coordenadas entre la vida y la muerte.

Hace unos veinte años tuve la oportunidad de ingresar en una clínica de Ecuador a presenciar la operación en exclusiva de un travesti que invirtió los ahorros de su vida para que un prestigioso cirujano lo despojara de su miembro viril, y con las sobras del apéndice le fabricara la orquídea que desde que tenía uso de razón había deseado.

La experiencia personal no pudo ser más extraordinaria. Esta vez no fue un cuadro clínico, un happening, o ese par de novelas que me han influenciado sobre manera -La enfermedad (Premio Herralde 2006), del escritor venezolano Alberto Barrera Tyszka; y La luz difícil, del narrador colombiano Tomás González-, sino una descabellada puesta en escena con final rosa, solo comparable con el teatro zurdo de Samuel Beckett: la increíble mutación de un estilista barranquillero que antes aparecía en la cédula como Lucio Fontalvo, y  que después de la cirugía se haría llamar Leidy Madonna.

Cuando se oye de la jerga popular frases como la carne es débil, no es por atender en específico a silogismos o sentencias bíblicas de esas flaquezas del hombre ante la tentación y el pecado, sino porque el cuerpo, como instrumento de la vida, se amolda a la ciencia y al conocimiento para sanarlo, para recuperarlo, para devolverle ese hálito que se había dado por perdido.
Babélica torre de silla de ruedas

Ver para creer las rehabilitaciones inmediatas que se han hecho en el Hospital de La Samaritana, de Bogotá, y en otros centros clínicos del país, como la Fundación San Vicente de Paul, en Medellín, al reintegrar, a través del procedimiento quirúrgico, una mano que un obrero recién perdió en un accidente de trabajo; o las manos, los dedos y los pies mutilados de los soldados por las minas y las bombas que ha dejado a su paso esta larga, absurda y dolorosa guerra, que ojalá Dios quiera, llegue a su punto final. Capítulo aparte las reconstrucciones de rostros por quemaduras con ácido, y otras cirugías menos recomendables, las que grita la vanidad para complacer el ego y su tortuoso enfrentamiento con el espejo.

De todo esto reflexionaba justo en la inauguración de Meditech 2016, la V versión de la Feria de la Salud que por estos días y hasta el viernes 1° de julio se lleva a cabo en el Gran Salón de Corferias, donde propios y extraños pueden apreciar de primera mano los novedosos adelantos de ingeniería y tecnificación en cuanto a industria y manufactura de equipos de laboratorio, unidades quirúrgicas y de cuidados intensivos, cámaras especiales para neonatos, instrumentación, accesorios, exhibiciones y catálogos plus, todo ello con orientación y asesorías especializadas.

Mesa de tracción de ortopedia para cirugía. Foto: La Pluma & La Herida 
La mirada medicinal de una joven promotora de la firma Nova Medical, quien se identificó como Liliana Angélica Quiroga Torres, Instrumentadora Quirúrgica de la Universidad Católica, con amplia experiencia en el área comercial, me sacó del complejo ejercicio de imaginación que es el de relacionar el sentido de la existencia con el misterio de la muerte, y lo que ha significado para mí el matrimonio indisoluble del Eros y el Thanatos, sin saltar desde luego por la Ventana de Jahari, que desde la psicología cognitiva nos ilustra sobre los procesos de la interacción humana.

¿Instrumentadora quirúrgica?, me pregunté. Vaya una profesión interesante con alto sentido humanístico en los tiempos turbulentos y mezquinos que nos acontecen: la codicia por lo material y lo efímero, la ambición irrefrenable del ego, los criminales propósitos de la plata fácil, la insensibilidad, la amenaza latente de la extinción de la decadente raza humana, que en el orden y la perfección del universo es pertinente y cercana, como una suerte de reciclaje para obtener en el futuro una nueva semilla de vida, pero sobre todo, una renovación absoluta de la conciencia.

Moderna y ergonómica unidad de ortopedia. Foto: La Pluma & La Herida
Porque de nada serviría esta admirable sofisticación, estos instrumentos de avanzada, este oxígeno sintético purificador, y estos macro-congresos de hospitales y clínicas, si el hombre en su ingenio y tenacidad no rescata algo del espíritu bondadoso que ha perdido en las luchas intestinas de la supervivencia tecnificada y de la globalización; de todos los aparatejos que se ha inventado para crearse una felicidad impostada, superficial, que acaba extraviándolo hasta de lo que más ama: su familia, sus hijos, ese puñado de amigos que cultivó en los años de colegio.

Ya lo dijo en una sarcástica columna de El País de España, el académico del lenguaje Alex Grijelmo: “Hace treinta años el cantante brasileño Roberto Carlos quería tener un millón de amigos. Hoy tiene 5.000.000 en Facebook. Y no los conoce”.

Por los pasillos alfombrados de Meditech 2016, que es el rótulo comercial de esta feria, retorné a los cuadros clínicos que en la virtud de los grandes artistas nos ha dejado la historia. Entonces percibí entre jóvenes radiantes que degustaban copas de vino y canapés al lado de esqueletos de facultad de medicina y refinadas incubadoras azul metileno con muñecos de caucho en su interior, el feroz hiperrealismo de Lucian Freud (nieto del Padre del Psicoanálisis), y en una dama que sin saber por qué motivo reía a mandíbula batiente, El Grito expresionista de Edvar Münch; y en un stand contiguo donde está exhibida una ultramoderna mesa de cirugía con su instrumental en acero, de un brillo que encandilaría a un ciego, la siniestra presencia del Doctor Caligari en su mítico gabinete.

Ximena Bedoya, acreditada periodista de salud de CM&, en plan de reportería con el camarógrafo Ervin Salinas. Foto: La Pluma & La Herida 
Juro que no había ingerido un ápice de una bebida espirituosa, salvo las tres puntuales infusiones de apio y boldo para limpiar el tripaje, pero no pude escapar a la fascinación con efectos narcóticos que me producen a ojos vista estas babélicas torres de sillas de ruedas, estas mesas de tracción de ortopedia, estas unidades quirúrgicas con su pátina espectral, todo esto armonizado con una melodía sincopada de pasarela fashion.

De la estridente contemplación pasé a la náusea, cuando alcancé a divisar en una bandeja de aluminio anexa a una mesa de cirugía, una blanquecina pechuga de pollo que, supuse, los promotores de turno quisieron simular con la extracción de un cálculo biliar. Hice esfuerzos para contener el fuerte espasmo del esófago, y apuré el paso a la puerta de salida. Quise recuperar la mirada terapéutica de la instrumentista quirúrgica, pero ya no estaba en el recinto.

¿O quizás fue un lapsus sobrenatural de mi afición por el arte, por esa obsesiva contemplación del Murillo barroco de La Dolorosa que los estetas han relacionado con la depresión?

No lo sé.
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