Hay indicios de que Omar Mateen. autor de la masacre de la discoteca Pulse, en Orlando, Florida, era un homosexual reprimido. Foto: Univisión |
Ricardo
Rondón Ch.
En los predios donde se levanta el palacio temático de Micky Mouse y Rico McPato, uno de los escasos símbolos que quedan del sueño americano, surge entre neblinas
estivales y vapores de hamburguesas trasnochadas la figura siniestra de un
nuevo Guasón sediento de sangre y
sevicia, con la mira de un AR 15 puesta en el festín dionisiaco de un nigth club rosa.
Ni Stephen King
se lo hubiera imaginado. Carrie,
Montando la bala y El resplandor
quedaron cortos ante la masacre de Pulse,
donde cayeron cuarenta y nueve festejantes y cincuenta y tres heridos -entre ellos
cuatro colombianos-, que no querrán saber por el resto de sus días de
discotecas, luces robóticas y cócteles humeantes.
Sucede en el país más cinematográfico del planeta, el que
más películas de horror y venganza produce, el que más armas de todos los
calibres fabrica y exporta, y donde un rifle como con el que se cometió la
reciente matanza, se puede adquirir en internet con la misma facilidad que se
pide una pizza a domicilio.
Sólo Alá sabe
desde cuándo Omar Mateen, el
depredador, guardia de seguridad neoyorkino y descendiente de afganos, estaba
fraguando esta mortandad. A lo mejor desde la adolescencia, tocado por los mercenarios
del momento frente a la pantalla, los Steven
Seagal, los Rambo, el
indestronable Schwarzengger, y por una
crisálida a punto de desflorarse en lo más íntimo de su ser, que las implacables leyes del Corán no
permitieron su vuelo libre.
¿Era Mateen un
homosexual reprimido? ¿Una suerte de Buffalo
Bill (Ted Levine), el sastre
transformista y asesino en serie del Silencio
de los Inocentes? Todo parece indicar que sí. El autor del exterminio de Pulse frecuentaba a menudo la discoteca.
En lo que va corrido del año se le vio hasta tres veces en un mes. Pedía tragos
sueltos y se ubicaba aislado. Siempre se le vio solo. Pero en su móvil le fue
descubierta una aplicación para contactos gays.
Aunque su ex esposa Sitora
Yusufiy no confirmó que el homicida tuviese tendencias homosexuales, sí
aseguró que era una persona emocionalmente inestable, bipolar y agresiva. Que en
varias ocasiones la maltrató físicamente, y que por eso alertó cuanto antes a pedir
el divorcio. Su familia se encargó de rescatarla. “Viviendo con él (Mateen) me sentí como una rehén”,
concluyó.
Dolor y desconcierto de familiares y allegados de las víctimas de la siniestra madrugada en un nigth club rosa de Orlando. Foto: Univisión |
No sería extraño que las autoridades arrojaran más
indicios al respecto de la homosexualidad o bisexualidad cohibidas del malhechor, para establecer un cuadro clínico
similar al de la tenebrosa novela de Tomas
Harris, adaptada por Ted Tally,
dirigida por Jonathan Demme y
protagonizada por Anthony Hopkins, Jodie
Foster, Jack Crawford y Jame Gumb
(Buffalo Bill), que justo hace 25
años (1991) se alzó con cinco premios
Óscar.
Entonces el FBI y los científicos forenses, como en la
saga del doctor Hannibal Lecter,
estarían armando el rompecabezas de un thriller
de horror a partir de la tragedia de
Orlando: El perfil de un perturbado mental que desde el uso de la razón no
pudo dar rienda suelta a su genitalidad ambivalente, ante la amenaza de un Alá que todo lo juzga, lo prohíbe y lo
condena al fuego perpetuo.
En esa cárcel interior tuvo que vivir Omar, constreñido entre la turbación y la
amargura, durante 29 años. Lo que da por sentado que Mateen era misógino –así se hubiera casado-, y además homofóbico,
odiándose así mismo, hasta la madrugada del domingo 12 de junio de 2016, cuando la polilla halcón calavera que tuvo atragantada tantos años no resistió
semejante cautiverio, alzó vuelo y perpetró el crimen en serie más espeluznante
del que se tenga noticia en el prontuario judicial del reino de Walt Disney.
Cuando los estudios de Hollywood están al tope de rodajes, el diablo filma a sus anchas en
la cotidianidad de los norteamericanos y con locaciones a dedo: las torres
gemelas, paradójicamente las salas de cine, una guardería, un colegio, una
universidad, una competencia atlética, un bar. Está visto que Estados Unidos, no obstante su poder y
dominio sobre el mundo, es el país más inseguro y vulnerable.
La culpa la tienen sus gobernantes: la debilidad de sus
leyes permisivas con las armas –tanto en la súper productividad como en su
adquisición y porte- , la decadencia de una sociedad que se consume a sí
misma por su consumismo a ultranza; la rutina tediosa de sus ciudadanos afincados
a una materialidad desconcertante que se refleja en el alto índice de obesos y
drogadíctos, producto de una ansiedad irremediable por querer más de lo mismo y
acceder a paraísos artificiales, a costa del dinero plástico.
Por estos huecos ingresaron agentes del FBI para dar de baja a Omar Mateen, quien con un rifle AR 15 asesinó a 49 personas y dejó heridas a 53. Foto: La Nación (Argentina) |
Casi
todo es sintético en Estados Unidos, empezando por los
mamarrachos de Disney, y los cientos
de parques temáticos, como los de Texas
y Las Vegas con sus ridículas
réplicas de la Torre Eiffel, la Muralla China y el Taj Mahal, y las bodegas repletas de plomo y poliuretano que es la basura asiática que invade las
secciones de juguetes de los supermercados, y los rifles de polipropileno AR 15
con que los párvulos rubios de los hig
school se inician en las huestes de los criminales del mañana, y los
inagotables ríos de sangre de las películas de bala ventiada y de lujosos automóviles destrozados, cuando no de porno
al rojo vivo, quimera de los sicópatas; esa orgía de la desmesura y el delirio,
de la codicia y la ostentación, y del ego disparado como la estridente pirotecnia
que estalla a cada rato en el cielo gringo, para hacerle saber a la humanidad
que ellos son los indiscutibles amos del mundo.
La ira
yihad no se aplacará mientras el imperio de Tío Sam no repare en su ruina moral y el orgullo gay no sea tan evidente y gritón ante los ojos de los
postrados en mezquitas. Cualquier día, y no será tan lejano, otro Joker de las antípodas, un Omar, un Abdul, un nuevo Osama, desde
su clandestino centro de operaciones macabras, le dará un click al enter del
teclado de la ultrabomba química, y media humanidad saltará en pedazos por los
aires, como las bengalas arco iris de los festines gringos.
Sólo en ese instante, Alá se desperezará de un pesado y milenario sueño.
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