El barítono búlgaro Vladimr Stoyanov, en el rol de Macbeth, y la soprano griega Dimitra Theodossiou, como Lady Macbeth. Foto: Teatro Colón/Andrés Gómez |
Ricardo
Rondón Ch.
William
Shakespeare, el gran visionario de nuestros tiempos,
incomparable retratista de las vilezas y debilidades de la condición humana,
legítimo profeta que el Vaticano se
ha resistido en reconocer, se sentiría orgulloso de ver plasmado su luciferino Macbeth en esta ópera a la colombiana,
y en el escenario perfecto para su representación: el Teatro Colón de Bogotá.
El éxito sin precedentes de este magnífico montaje
operático, es producto de más de un año de arduo trabajo, horas extenuantes de
ensayo, adrenalina pura entre bambalinas, y el criterio y la responsabilidad de
un equipo de alrededor de 200 personas, dentro y detrás del escenario, entre
directores, músicos de la Orquesta
Sinfónica Nacional de Colombia, el Coro
la Ópera de Colombia, el Grupo de
Vientos de la Orquesta Sinfónica de la Policía Nacional, estrellas del
canto lírico, coreógrafos, bailarines, acróbatas, diseñadores, escenógrafos,
vestuaristas, luminotécnicos, tramoyistas, utileros, entre otros profesionales,
todos bajo la batuta de un hombre certero y curtido en las lides teatrales: Manuel José Álvarez.
Un Macbeth
para quitarse el sombrero, como hubiese titulado en su momento el maestro Otto de Greiff en sus habituales notas
del periódico El Tiempo, el oído más
educado y cultivado que haya tenido la crítica
musical en Colombia, puntual en su cometido hasta los 92 años, cuando
expiró en Bogotá, el 31 de agosto de 1995, entre sonatas de Beethoven, su compositor preferido.
La cuota colombiana representada en el bajo barítono Valeriano Lanchas. Foto: Teatro Colón/Andrés Gómez |
Lo de quitarse el sombrero -para los imberbes que se
preguntarán qué significa eso- era una glosa que se aplicaba a manera de
respeto o solemnidad cuando lucir canotier, terno, gabardina y paraguas,
era una impronta de elegancia en los cachacos de ley que en la calle se
descubrían la testa para lucirse con un piropo ante la belleza de una dama, el
ingreso a una iglesia o a un funeral, o en señal de reverencia y admiración ante el prodigio
de un espectáculo, justamente en el proscenio emblemático del Teatro Colón, en ese entonces, como
ahora, de permanente actividad cultural, donde tenía cabida hasta la poesía.
Para recordar los pomposos recitales de Víctor
Mallarino (padre), o de la afamada actriz, cantante y declamadora argentina
Berta Singerman.
En Macbeth,
para quitarse el sombrero ante el concepto y dirección de arte de Laura Villegas, una mixtura entre la época shakesperiana, lo actual, y un
guiño futurista, con un toque del rango militar de la Inglaterra de la década de los veinte, con sus soldados de faldas
escocesas, sólo que con tocados punk de
los 80, y en vez de espadas, pistolas y ametralladoras como en las sagas de acción
de Hollywood.
Esto, para darle una mirada pluralista a la puesta en
escena, donde públicos de todas las edades se identifican con el mensaje de Shakespeare en una de sus tragedias más
versionadas, celebradas y paradójicamente vigentes, 400 años después de su fallecimiento: la de un imperio sacudido por
la violencia, el caos y la corrupción, consecuencia de la megalomanía de sus
reyes: Macbeth y Lady Macbeth,
representados en esta oportunidad por dos grandes exponentes del canto lírico
orbital: el barítono búlgaro Vladimir
Stoyanov y la soprano griega Dimitra
Theodossiou.
El arduo trabajo y un elenco de primera línea, resultado de que este Macbeth operático haga historia en el Teatro Colón de Bogotá. Foto: Teatro Colón/Andrés Gómez |
Para quitarse el sombrero con la cuota colombiana en las voces
del bajo barítono Valeriano Lanchas,
que interpreta a Banquo; el tenor Christian Correa Guzmán, en el rol de Malcom; el barítono bajo Juan Manuel Echeverri Moreno, como Araldo, y el tenor español invitado, Sergio Escobar, con su portentoso Macduff.
Para quitarse el sombrero ante la dirección musical del
italiano Pietro Rizzo; la dirección escénica
de Ignacio García con su
revolucionaria propuesta que trasciende en los cuatro actos (dos horas y cuarenta
y cinco minutos, con quince de intermedio), entre el asombro, el detalle y la
pesadilla, que en finadas cuentas es lo que narra el Padre Universal del Teatro, en un país como Inglaterra, donde por antonomasia un gran porcentaje de la
población está matriculada con el quehacer histriónico.
Para quitarse el sombrero ante el proceso escenográfico
que evoca, al mismo tiempo, la sobriedad y el lenguaje metafórico del recién
fallecido director esloveno Tomaz Pandur;
en Macbeth, con unos containers y una luces terrosas que sugieren
cúpulas, torreones y laberintos de un castillo perdido en las nebulosas del
medioevo.
En la segunda parte, con el estupendo aporte coreográfico
del maestro Jimmy Rangel, se observa
una lúdica de bailarines con camillas hospitalarias que nos traen a la memoria el montaje de ‘Invierno’, de
la compañía canadiense Carbono 14,
inolvidable en unos de las primeras ediciones del Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá.
Laura Villegas, concepto y dirección de arte |
Y, para quitarse el sombrero, una y varias veces, con la
rotundidad de los prolongados aplausos
que se oyen al final de la función, ante el magisterio musical y vocal de la Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia,
el Coro de la Ópera de Colombia y el
Grupo de Vientos de la Orquesta
Sinfónica de la Policía Nacional. Un poderoso respaldo orquestal e
interpretativo, con sus respectivas batutas, que bien podría inspirar las
ovaciones y mover de sus asientos a la encopetada y rigurosa crítica de La Scala, de Milán.
Con Macbeth, a
la colombiana, respetuosa versión del Teatro
Colón de Bogotá, que se ciñe a la renovada de Giuseppe Verdi, que se reestrenó en abril de 1865, en la Ópera de Paris, luego de la frustración
que derivó su debut en marzo de 1847,
en el Teatro de la Pérgola, de Florencia, Italia, es ante todo una oportuna
reflexión sobre la crueldad y el dolor que deja a su paso la violencia. Esa pesadilla
que tanto daño le ha hecho a Colombia a lo largo de más de cincuenta años, y de
la que esperamos salir pronto para bien de nuestros descendientes. El arte, está
visto, contribuye con creces a la posibilidad de ese anhelo.
Macbeth
hace historia en el Colón, pero como lo bueno dura poco (hoy sábado 16 de abril es la última función operática), queda en manos de su director Manuel José Álvarez, el
aliciente de una nueva temporada.
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