Ana Belén en su mayor reto escénico, Medea, del Teatro Español, uno de los platos fuertes del XV Festival Iberoamericano de Teatro. Foto: abc.com |
Ricardo
Rondón Ch.
La última vez que Medea,
el clásico del teatro griego del poeta Eurípides,
hizo su aparición por los telones del Festival
Iberoamericano de Teatro de Bogotá, fue justo hace dos años (2014), con el hipermontaje
de Tomaz Pandur y el colectivo
teatral de Zagreb (Croacia): una puesta
en escena con guiños del cine neorrealista, música de los Balcanes, ambiciosa de imágenes y efectos visuales, elementos
reconocidos en la glotonería escénica del creador esloveno.
La misma Medea,
de la que se ya se extravió la cuenta de las versiones que se han hecho a
partir de su texto original, ya había sido llevada a escena por Pandur, pero a la española, en el Festival de Teatro de Mérida, en 2009,
con una arrolladora Blanca Portillo
(una de las actrices mimadas de Pedro
Almodóvar), y con tres mil espectadores que abarrotaron el Teatro Romano, y que aplaudieron a
rabiar el electrizante y conmovedor espectáculo.
En esta oportunidad que nos acontece a los capitalinos, el XV Festival Iberoamericano de Teatro de
Bogotá tiene el privilegio de contar con la presencia de una Medea más lírica y actual que las anteriores,
con una protagonista de lujo, Ana Belén,
que todos sabemos es un dechado de virtudes, no sólo desde su condición de
vocalista generacional de la llamada nueva canción española, sino por su loable
interpretación dramática en el teatro, en especial este montaje (hay que
recordar a Ana Belén en su tributo
musical y declamatorio a Federico García
Lorca).
Nadie más que la eterna amada de Víctor Manuel, comadre de Joan
Manuel Serrat y de Miguel Ríos
para dar fe de su compromiso con su rol, escrito para ella por Vicente Molina Foix, con la compañía
del antológico y prestigioso Teatro
Español y bajo la batuta de José
Carlos Plaza: uno de los platos fuertes de la gran fiesta teatral, que cuenta
hoy con el flamante escenario del Teatro
Mayor Julio Mario Santo Domingo.
La genial y admirada intérprete y actriz española dijo que el problema de violencia, ultraje y abuso a la mujer, se remite a "la mala educación". Foto: La Pluma & La Herida. |
Ana
Belén hace su comparecencia ante la prensa del espectáculo con
la sencillez de una vecina de barrio, sin aspavientos, sin frivolidades, con el
alma y el carácter de una trabajadora del arte, de overol puesto, desprovista
de cosméticas, nada más que el brillo que a su virtud atañe, para decir que a
la par del orgullo que representa llevar
sobre sus hombros el mito griego, significa el respeto y la gran
responsabilidad de transmitirlo al público, en un festival de teatro, el de Bogotá, que ella considera como uno de
los más importantes del mundo.
Porque esa ha sido su tarea desde que aceptó el encargo,
a finales del año anterior: un proceso
de transmutación con la voracidad orgánica y visceral que exige el personaje y
el espíritu tormentoso que se hace visible en sus palabras, en su dureza y
dolor, pero también en su sensualidad, tal como la dibujó el bardo Eurípides hace milenios: una mujer
sabia, fuerte, luchadora; amada por unos, odiada por otros, capaz de lo más
terrible y abominable como matar a sus propios hijos, para saldar una venganza
con el hombre que la engañó.
Acompañada de Adolfo
Fernández, en el papel de Jasón,
y de la ductilidad y la sabiduría de Consuelo
Trujillo, entre otros de esta nómina de primera línea, Ana Belén hace gala de una fluidez extraordinaria y de una poderosa
fuerza dramática que la ubica en el Olimpo de las Medeas más aplaudidas y recordadas en los escenarios del planeta.
Preguntada por el
laboratorio de la voz escénica, ella que por décadas es una intérprete de
culto en el terreno musical, responde que la voz del teatro, en el capítulo de Medea, exige un preparatorio
singular que contempla una disciplina de tiempos en la respiración, en esos
silencios y paréntesis que exige el texto dramático, y que diferente a la
musical, que se origina en el diafragma, la histriónica que evoca a Eurípides es volcánica, desgarrada,
como un río de lava que nace en el útero y termina en la garganta.
Parte del elenco del Teatro Español que interpreta a Medea, en conferencia de prensa en el Hotel Tequendama de Bogotá. Foto: La Pluma & la Herida |
Ana
Belén va del mito a la mujer en su naturalidad y
vulnerabilidad, con un doloroso pasado a cuestas, el de la violencia, el
ultraje y el abuso, que en los tiempos aciagos de las desmesuras, la
globalización y las disparatadas revoluciones tecnológicas, no ha logrado
superar. De ahí que no le sorprenda que España,
su patria, y Colombia, figuren
en los primeros lugares de las listas de feminicidios, discriminación, maltrato
y violencia sexual en el orbe.
“Es un problema de
mala educación -dice al respecto-. El machismo, como quiera que sea, sigue
imperando. De nada sirve la avalancha de campañas mediáticas que a diario se observan.
Ni los discursos y las arengas de los políticos. Ni los ríos de sangre que han
corrido en nombre de la brutalidad y la ignorancia. El hombre se empeña en hacerse a sus caprichos a la fuerza, sin
medir consecuencias, pasando por encima de lo más amado y respetado, que son
sus hijos”.
“Pero no sólo es
el maltrato físico, el que deja huella en la piel”, agrega Consuelo Trujillo, su compañera de
elenco, de cara a las cámaras: “Llega a doler más el daño que se hace con la
palabra, con el insulto, con esa presión
psicológica con que las mujeres de hoy conviven en el día a día. No es suficiente
la carga de asumir duras responsabilidades de madres, protectoras y trabajadoras,
con pagas, la mayoría de veces irrisorias, sino el lastre cotidiano de verse
enajenadas por el desprecio y la maledicencia de quienes dicen ser sus maridos
o compañeros de vida”.
Por su parte, la dupla perfecta, Vicente Molina Foix (escritor) y José Carlos Plaza (director), le ha aportado a esta Medea del Teatro Español (cuna escénica de Ana Belén desde sus pinos en la adolescencia) ingredientes vitales que la hace más redonda y
contundente, incluso contemporánea, tratándose de un clásico que se remite al teatro griego del año 431 A.C., que tuvo
su primera representación en la Olimpiada
número 87.
“La obra se mueve en dos frentes -sostiene el dramaturgo-:
el sueño heroico y la crudeza intemporal de una crisis de pareja hecha de intereses,
miedos y amor violentamente defraudado”.
Así, lo eterno humano reposa en el argumento griego, pero
se llena de sentido con una lectura actual que hace énfasis en las relaciones
interpersonales más que en lo mítico, y que para el autor identifica su obra
con la gran herencia clásica, de la que “hemos
querido ser fervientes infieles”.
Y ha sido Medea,
versión española, con Ana Belén en
su representación estelar, la encargada de abrir el telón del teatro de sala, del
XV Festival Iberoamericano de Teatro de
Bogotá, que apenas comienza.
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