El frenesí de la salsa que ofrece con su rotundo espectáculo la carpa Delirio. Foto: La Pluma & La Herida |
Ricardo
Rondón Ch.
La suave y cálida brisa del Bulevar del Río, en pleno corazón de Cali, es la mensajera del aroma dulce y frugal de almendros,
palmeras, chiminangos, y otros arbustos exóticos del Pacífico, calle de honor al visitante en este tramo simbólico de la
Sultana del Valle, que ofrece una
postal romántica de la vieja Europa:
los arcos centenaristas del Puente Ortiz,
versión caleña del parisino puente sobre el río Sena, y al fondo, la majestad marmórea de la Iglesia de la Ermita, con sus
imponentes agujas góticas que semejan, en guardadas proporciones, las de la Catedral de Colonia, o las de la Iglesia Luterana de Ulm, en Alemania.
El Bulevar del Río
–que conecta con la Avenida Colombia-
es un territorio de gatos, pero no de felinos hampescos y esmirriados como los
que azuzan al turista en inmediaciones del Coliseo,
en Roma, sino los memoriosos Gatos del Río, que derivan del icónico minino
del maestro Hernando Tejada,
alegóricos en su ribera tutelar, de vivos colores, genio e inspiración de
consagrados artistas como Omar Rayo,
Pedro Alcántara, Nadin Ospina, Ángela Villegas, Maríapaz Jaramillo, Alejandro
Valencia, Mario Gordillo y Carlos
Jacanamijoy, entre otros, cada uno con una reseña lúdica y reveladora.
El histórico Puente Ortiz, amo tutelar del Río Cali. Al fondo las agujas góticas de la Iglesia de La Ermita. Foto: La Pluma & La Herida |
Este apacible sector de la capital valluna resume una
extraordinaria historia, un hálito permanente de arte, bohemia y cultura. A
lado y lado, jóvenes entusiastas se trenzan en tertulias de autores y libros,
de la novedad narrativa del momento, de los debates y las críticas de ‘Viva la música’, la película de Carlos Moreno, basada en la novela
homónima del caleño más mentado y recordado en estos lares, incisivo notario
del cine y la salsa en el Caliwood
de los años 70: el frágil y trágico Baudelaire tropical, Andrés Caicedo, de quien se percibe su
espíritu y su huella.
Un émulo de Charlie
Parker de Siloé entona en un
saxo desgastado por el oficio y la herrumbre una versión personal de Summertime, ojo avizor al sombrero de
utilería donde los idólatras del jazz y las señoras de buen corazón, que apuran
el paso a la misa de seis de la tarde en La
Ermita, depositan billetes y monedas.
El Bulevar del Río, pasaje abierto al arte, la imaginación y la tertulia. Foto: la Pluma & La Herida |
Los acordes de Summertime
se confunden con los del Sonido Bestial
del piano brujo de Richie Ray que
despacha La Matraca, uno de los tantos barcitos de rumba entronizados del Bulevar, y que
incita de inmediato a enchufar los sentidos y el alma con el eterno hábito de
esta urbe sensual: el baile, hoy por hoy, en todos sus ritmos, fusiones y
expresiones.
Porque Cali vive
al ritmo de su pasito melao, que ha sido por décadas el sinuoso contoneo de
caderas de sus espléndidas mujeres de sonrisa abierta, pero también de ese tumbao que tienen los guapos al caminar…
que mientras caminan pasan la vista de esquina a esquina, evocando al
maestro Rubén Blades para subrayar a
aquellos camajanes de camisas floreadas, pantalón blanco, zapatos bicolor y
sombrero de ala ancha que se perfilan como damas ante el espejo antes de
abrirle la puerta a una sandunga.
Los Gatos del Río, cada uno con su propia rúbrica y una fábula entre líneas. Foto: La Pluma & La Herida |
Bailar es el verbo que se conjuga en los cuatro puntos
cardinales de la Sultana del Valle,
desde la exclusiva y encopetada Ciudad
Jardín, pasando por San Fernando, Granada y San Antonio, hasta lo más popular y candente de sus parcelas, el Barrio Obrero, Terrón Colorado, las barriadas novelescas del Distrito de Agua Blanca, la Comuna
16, o ese enorme pesebre llamado Siloé,
que por estas fechas prenavideñas se alista a acicalar sus fachadas y a
encender sus bombillos intermitentes de mil colores.
Caleño
que no salga al baile está en cuidados intensivos,
porque allí se baila hasta para despedir al muerto, que por antonomasia de sus
ancestros, pances y calimas, no es un luto sino una celebración. Ver para creer
los funerales que le hicieron a Edulfamid
Pimienta Díaz -el hombre que ante ese nombre de antiparasitario decidió
llamarse para honra y memoria de la salsa ‘Piper’
Pimienta- en junio de 1998,
luego que un sicario lo atacara a tiros en el antejardín de su vivienda, en el
barrio La Rivera.
A manteles, esta preciosa reina del Pacífico ofrece lo más representativo de la gastronomía valluna y de sus exóticas bebidas. Foto: La Pluma & La Herida |
Al espigado cantante que inmortalizó en su voz a las
caleñas como las flores más admiradas y apetecidas del orbe, y dejó sentado con
su firma que Cali es Cali y lo demás es
loma, lo lloraron y bailaron por igual en el cementerio, a sorbos de ron
para zanjar las cicatrices imborrables de la tragedia, pero con la absoluta
convicción de que se nace para morir, y
que si te tocó el turno en Cali,
nada ni nadie te quita lo bailado.
Por eso nos trasladamos de ‘La nevera’ a la Sultana,
atendiendo con beneplácito y gratitud el pasaporte de la 2° Bienal Internacional de Danza de Cali y Cotelvalle, para ver bailar, para
intentar acompasarnos con su frenético ritmo, conocer de primera mano, no sólo cómo se baila salsa en Cali, sino la
asombrosa multiplicidad de géneros y tendencias que en salas y espacios
abiertos confluye el vigor y el talento de veintiséis compañías nacionales,
doce internacionales de tres continentes, para un total de más de ochocientos
bailarines.
El Teatro Municipal 'Jorge Isaacs', patrimonio cultural y arquitectónico de Cali. Foto: La Pluma & La Herida |
El resultado, un peregrinar alucinante por el atlas del
cuerpo y su alfabeto propio, desde que arribamos a las tarimas del Bulevar del Río, con escala en el Teatro ‘Jorge Isaacs’, la sede de Proartes, el Centro de Eventos Valle del Pacífico, la Carpa Delirio, y en idas y vueltas, a lo largo y ancho de
plazoletas y alamedas, donde los bailarines de hip hop, con su potencia
centrífuga, nos ponen al tanto que una anatomía debidamente cuidada y
entrenada, puede romper los límites de gravedad, masa y equilibrio.
Contemplar por ejemplo la virtud del grupo Raíces Folclóricas de Colombia,
ejecutando con sus vistosos trajes ‘Mi
Buenaventura’, de Petronio Álvarez,
es apropiarse con orgullo del invaluable legado de la cultura tradicional del Pacífico, de esa música latente que
rebota entre el diástole y el sístole, y de un ballet ancestral que ha sido
retomado de generación en generación.
El Parque de los Poetas, en pleno corazón de Cali. Al fondo, el edificio de la Compañía Colombiana de Tabaco. Foto: La Pluma & La Herida |
O pegar un salto abrupto de lo legítimo, rico y variado folclore
de esa región del país, para asomarse a lo más representativo de la danza
urbana, con la electrizante puesta en escena de The Black Windows. Y, de ahí, dejarse seducir por el duende de la
melodía de arrabal con los integrantes de la revista Tango Vivo, que estimables frutos ha arrojado en festivales
internacionales, incluido el Mundial de
Tango, en Bueno Aires.
No sales del arrobo que contagia la vibra milonguera,
cuando te encandilan las luces fosforescentes que emanan de los trajes de la Compañía Swing Latino, también
proveedores, de hace diez años, de campeones mundiales de salsa. Seguir el
meneo vertiginoso de sus cuerpos al ritmo de una salsa acelerada en la consola,
divide opiniones. “¿Es baile? o ¿es acrobacia?”, oye uno murmurar entre ortodoxos que peinan canas,
aquellos que aún no han salido del embrujo del gran Watusi y de Amparo
Arrebato en los ya desaparecidos bailaderos
de Juanchito.
Doña María del Pilar Durán Noreña, una mujer con mucha tela que cortar: modista de planta de Carpa Delirio. Foto: La Pluma & La Herida |
Lo cierto es que para espectáculos macro como este que se
vive en Cali, hay que proveerse de
varias botellas de bebida energizante, y de un par de tarjetas con sobrada
capacidad digital, toda vez que el buen observador no da abasto a capturar en
su cámara las mil y una postales que surte por doquier la Bienal Internacional de Danza.
Lo pudimos comprobar en el acto inaugural, con las casi
tres horas del Elenco Nacional de
Folclore del Perú y su espectáculo Retablo,
que desplegó sobre el escenario la historia de la danza en el hermano país, en
todas sus vertientes y territorios, desde la Amazonía, hasta el altiplano, y de ahí a la sierra y el litoral,
con su atractivo y variado vestuario –que seguramente ha sido varias veces
motivo de exposición-, con sus fabulosas máscaras de carnaval, como las de los
toritos, y un vibrante concierto de cajones que seguirá repicando en la memoria
sonora de nuestros días.
El deslumbrante espectáculo del Elenco Nacional de Folclore de Perú, con su revista Retablo. Foto: La Pluma & La Herida |
Arte, belleza, desdoblamiento del cuerpo, poética de sus
formas, levitación, fue lo que planteó la compañía francesa de Wang Ramírez y su montaje Bordeline: una fusión de hip hop con
ballet y artes marciales, que proyecta en el escenario, con sutil manejo de
luces, una visión cósmica de la coreografía, en espacios alternos y diálogos
interrelacionados con el cuerpo y el espíritu. Bordeline es imperdible por el trabajo de grupo, la sincronización
del mismo y la dirección escénica.
La noche pinta joven y un lucero agorero en la bóveda de Cristo Rey nos pone al tanto de buenas
nuevas. Lizeth Acosta, coordinadora
de medios en este tránsito por la bella Cali,
confirma que tenemos acceso a la carpa
Delirio, el circo de herencias, salsa, orquesta, magia acrobática y aérea, que
hace parte del Centro de Eventos Valle
del Pacífico.
Postal cinematográfica de Sandra Marcela Segura, maquilladora y bailarina de Delirio. Foto: La Pluma & La Herida |
Ir a Cali y no
asistir a Delirio es quedarse a
mitad de programa, cuando de oídas y vídeos promocionales, y el río de tinta
que ha destilado este renombrado espectáculo, ratifica que está a la altura de
los mejores del mundo. De hecho ya es un patrimonio cultural de los caleños.
Andrea
Buenaventura Borrero (de la dinastía artística de los Buenaventura, con su máximo exponente,
el maestro Enrique Buenaventura,
alma y nervio del Teatro Experimental de
Cali) es la directora y hacedora de
este colectivo que, además de su monumental trabajo escénico en tarima, genera
empleo en diferentes aéreas: modelaje, modistería, maquillaje, logística,
tramoya, utilería, promoción y publicidad, bebidas y gastronomía, etc.
La iglesia casamentera de San Antonio de Padua, en el barrio bohemio que lleva su nombre. Foto: La Pluma & La Herida |
La carpa estaba al tope en la noche que asistimos, ya que
el doble programa, ‘Vaivén, sueños de
vapor’ (reminiscencias de los 100
años de la llegada del ferrocarril a Cali), y ‘Nadie es igual’ (tributo a Michael
Jackson), hacía parte de las actividades programadas para la apertura de la
2° Bienal Internacional de Danza. De
modo que no podíamos estar mejor gratificados.
Delirio te
pone efervescentes los sentidos, los fisiológicos y los metafísicos, y durante
las tres horas y media que abarca los dos montajes, hay que tener abiertos por
igual cuatro diafragmas: el del ánima, la psíquis, la imaginación y la cámara
fotográfica.
El color, la rotundidad de sus personajes, entre ellos
niños y adolescentes, el copioso ritmo con el que avanzan sus narraciones, que
no es el mismo de su romántica locomotora que ilustra al espectador la
memorabilia de vívidas postales y estaciones a la antigua; los infantes de
boina y calzonarias de telegrafista; la
tanda de boleros expeditos al amacice con ojos entreabiertos, y el frenesí
de la salsa, todo esto mientras desde la cúspide de la carpa siluetas
corporales, como figuras chinescas, revelan riesgosos números de contorsión y
acrobacia, entre cuerdas, telas y trapecios.
El milagroso Cristo de la Caña, depositario de la fe y la oración en la Sultana del Valle. Foto: La Pluma & La Herida |
Hace tiempo que no tenía noticias del actor Alejandro Buenaventura (hermano de Enrique Buenaventura), hasta esa noche
que lo vi asumiendo el rol de maestro de ceremonias, e inmediatamente su figura
robusta y bonachona, su traje de colorines y su sombrerito de juglar de comedia
renacentista, me remontaron al cinemascope irreverente del neorrealismo italiano en esa joya que es 8 y ½ de Federico Fellini.
Incluso, entre los espectadores, había extras patéticos como en la película
original.
En el intermedio de ‘Vaivén,
sueños de vapor’, salimos a tomar aire fresco y a estirar las piernas.
Quince minutos para merodear por pasillos y recovecos exteriores, y aprovechar
el baño, donde de entrada te dan la bienvenida en gran formato, Daniel Santos y Bebo Valdés.
Los bailarines del colectivo Swing Latino, en plena acción. Foto: La Pluma & La Herida |
La dama en cuestión, una mujer con mucha tela que cortar,
es la modista de planta de la compañía. Lleva más de veinte años pedaleando en
su Singer -seis con Delirio-, lo que equivaldría a varias vueltas a Colombia. El arraigado oficio de la
costura es herencia de su señora madre, doña Luz Mery Noreña, que aún vive, y que en su época dorada, que también fue la de la salsa en Cali, diseñó,
cortó y cosió bajo patrones y figurines los exuberantes vestidos de Amparo Arrebato, el Hombre del Arete, El Tosco y Alicia, y el gran Watusi,
entre otros célebres bailarines del eufórico ritmo.
La diversidad de la cultura dancística de la 2° Bienal Internacional de Danza de Cali, en el escenario de Proartes. Foto: La Pluma & La Herida |
Tres de la madrugada del domingo con efluvios tibios de
ceibas y samanes de Palmira, ve. Tiempo justo para retornar al hotel, dormir un
par de horas y aprovechar el precioso tiempo en Cali, que se va raudo como las monedas en los traganíqueles de los
casinos.
De admirar la vitalidad y energía de doña Amparo Siniesterra de Carvajal, alma y nervio de la Bienal Internacional de Danza. Foto: La Pluma & La Herida |
En el umbral de La
Ermita del Río me acogen pulsaciones de solemnidad y arrepentimiento. De
ella sólo tenía referencias por las Lecciones
de Historia y Geografía, editorial Bedout,
en la primaria, y en la edad adulta, por vídeos y folletos de promociones
turísticas.
Carlos Molina, el papá de los coleccionistas de salsa en Cali, director-propietario de la Casa del Melómano, con más de 6.000 acetatos. Foto: La Pluma & La Herida |
En busca de un café mañanero, en la intersección de La Ermita, la torre financiera que
lleva su nombre, el imponente Teatro ‘Jorge
Isaacs’, y esa joya arquitectónica de estilo republicano que es el viejo
edificio de la Compañía Colombiana de
Tabaco, hoy dispuesto para oficinas gubernamentales, quedo embebido con los
bronces ilustres del Parque de Los
Poetas.
El espectáculo de calle de la 2° Bienal Internacional de Danza, en el Bulevar del Río. Foto: La Pluma & La Herida |
No se puede uno desprender de ese nicho de inspiración y
lírica, sin antes tomar nota del poema Cali
en mi corazón, de Eduardo Carranza,
y que en uno de sus apartes, dice:
(…)
Cali, desde entonces/ me perfuma el recuerdo/, la poesía, la sangre/, el tiempo
y el verano/, y un nombre y otro nombre/ como un jazmín continuo/ mi rostro
perfumaba/ y mis sueños…/ y ya era Cali un sueño/ atravesado por un río.
Amparo Sinisterra de Carvajal, Andrés Vélez y Luz Marina Zuluaga, disfrutaron a granel en la carpa Delirio. Foto: La Pluma & La Herida |
Uno de los privilegios con el que cuenta dicho expreso adscrito
a la firma Colombia Pacific Travel
es la guía turística en la sapiencia y el carisma de Diana Liseth Rosas, que con su voz radiofónica, sus justas pausas y
su cautivadora sonrisa, le roba de entrada el corazón al más frío y escéptico
de los mortales.
Con Diana nos
enteramos de la magia de Cali, de
sus atractivos y coordenadas, de norte a sur, de oriente a occidente, del
estadio olímpico Pascual Guerrero, punto
equidistante de la Sultana, de la
antigua y moderna urbe, de su gastronomía y sus bebidas típicas, de sus mitos y
diretes, del alma hospitalaria de sus habitantes, y del espíritu enamorable de
sus mujeres, como ella, empezando por el baile. Si tienes la fortuna de cogerle
el paso a una caleña, ten por seguro que, en asuntos de conquista, ya tienes
asegurado un 1-0.
El color y la magia del Pacífico representados en esta exótica bailarina de la compañía Swing Latino. Foto: La Pluma & La Herida |
A esta noble e infatigable dama se debe el
engrandecimiento de las artes en todas sus expresiones, en Cali y sus alrededores. Como también la realización de un sueño que
ella y su equipo, con el respaldo del Ministerio
de Cultura, la industria, la banca y la empresa privada, abrigaba de tiempo
atrás: la consolidación de la Bienal
Internacional de Danza, como un evento de interés mundial, tal y como lo
sustenta su segunda versión.
La capilla de Virgen de Los Dolores de La Ermita, en el templo que lleva su nombre. Foto: La Pluma & La Herida |
Justo al frente de la puerta de ingreso a Proartes, hace su aparición Paola Andrea Yate, una jovencita de 20
años, esposa y madre, habitante del Terrón,
que empuja un carrito provisto de corneta -desde las ocho de la mañana a las
cinco de la tarde- que anuncia, según ella, el mejor jugo de borojó que se
pueda encontrar en la Sultana, con
una poderosa receta a la vista garantizada para la virilidad: Kola granulada tarrito rojo, miel de
abejas, propoleo, esencias de maní, almendra y canela, y un tónico del que no
tenía ni la menor idea, el ‘meromacho’,
que la surtidora de placeres indómitos refiere como un secreto celosamente
guardado.
El bronce de Jorge Isaacas, autor de 'María', inspirador del monumental teatro construido en su memoria. Foto: La Pluma & La Herida |
Le digo que no es tarde para aprender, que está muy
joven, y que ahora hay un abanico de posibilidades, sin costo alguno, para
inscribirse en cualquiera de las escuelas de baile que abundan a lo largo y
ancho de Cali, en sus remotas
comunas. Dejo de insistir cuando la vendedora de borojó recalca que la dureza
de la vida la hizo señora prematura, y que su máxima responsabilidad es una
criatura de año y medio, por quien trabaja de sol a sol.
Las enormes casas de balcones y tejas de barro del barrio San Antonio. Foto: La Pluma & La Herida |
Si
por la quinta vas pasando/, es mi Cali bella/ que estás atravesando…
No me diga más, caballero. Coincido con mi compañero de puesto,
Carlos Castro Arias, de Caracol Radio, que el disco y el
ambientazo que se vive al interior del automotor, amerita unas espumosas bien
frías. Diana Liseth sugiere que más
adelante, una vez cumplido el itinerario de la Manzana de los Franciscanos, de la Torre Mudéjar y de la bella iglesia erigida en nombre del santo de Asís, donde un cura
extrovertido saluda a todos los feligreses de mano y otro santigua pecadores y
despacha penitencias desde un módulo transparente que más parece una cabina
telefónica.
Cristo Rey, amo tutelar de la Sultana del Valle y obligado motivo de peregrinación. Foto: La Pluma & La Herida |
San
Antonio es la versión caleña del barrio La Candelaria de Bogotá: sus casas coloniales de tejas de barro, la
mayoría con buhardillas y mansardas, de amplios balcones decorados con
jazmines, hortensias y geranios. Arriba, la Iglesia de San Antonio de Padua, de
estilo mudéjar y barroco, que la mayoría de novias caleñas eligen por estímulo
providencial, por su pátina romántica, pero también como buen presagio para el
amor feliz y duradero, siempre y cuando la casadera haya hecho concesiones
previas con el santo boca abajo y la oración que se le endilga:
San
Antonio, dame un novio/, San Gabriel, que me sea fiel/, San Alejo, que no sea
pendejo/ San Benito, que sea bonito/, San Pacho, que sea macho/, San Vicente,
que sea decente/, San Cipriano…, etc., etc.
La locomotora de 'Vaivén, sueños de vapor', homenaje a los 100 años de la llegada del ferrocarril a Cali, de la compañía Delirio. Foto: la Pluma & La Herida |
Salimos de San
Antonio, no sin antes entrometernos en la Escuela de Salsa Arrebato, que a esta hora del medio día dicta una
clase de boogaloo a un grupo de
turistas holandeses alucinados por el fragoroso ritmo.
El músculo pide pista y todos quedamos a merced de las
baldosas, enganchados con el Panama’s
Boogaloo de Charlie Palmieri,
como también queda enganchada la colega Deysa
Rayo con un rubio cabecipelado de
la patria de Rembrandt,
asombrosamente parecido al pornostar
español Nacho Vidal, con quien
intenta, por señas y musarañas, darle a entender que está soltera y sin
compromiso.
Panorámica de Cali, en la vía que conduce al santuario de Cristo Rey. Foto: La Pluma & La Herida |
De ahí que no podía irme sin visitar el renombrado Museo de la Salsa o La Casa
del Melómano, como se conoce a este templo de la melodía vernácula, ubicado
en la calle 11B#24-44 del Barrio Obrero,
a siete minutos del centro, en automóvil.
Allí te abre las puertas Carlos Molina, el papá de los coleccionistas de esta región del Pacífico. De sus sesenta y cinco años
de vida, ha invertido cuarenta y seis en el cuidadoso y atento archivo de la
música afroantillana, de la salsa y el bolero, particularmente Daniel Santos, y de una colección que
sobrepasa los seis mil acetatos, además de instrumentos, libros, souvenirs, corbatas, muñecos, posters,
llaveros, gorras y sombreros, y más de tres mil fotografías de autores,
cantantes, músicos, orquestas, luminarias de la salsa, que cubren las paredes
de las tres plantas de su vivienda, incluidos baños y cocina.
'Engállame la gata', de Ana María Millán, el gato más fotografiado por los turistas del Bulevar del Río. Foto: La Pluma & La Herida |
Cali conserva
su belleza y sensualidad, y podría estar mejor si los políticos de turno no
escamotean para lucro propio lo que corresponde al erario. Ulises Bonilla, taxista de toda la vida, tiene esperanzas en el
alcalde electo, el empresario Maurice
Armitage. “Ese man tiene toda la
plata del mundo. No necesita robarle un peso al pueblo”, sostiene Bonilla, y como el taxista, la mayoría
afinca ilusiones en aras de una Cali
renovada, más segura, vivible, limpia y moderna, y lo más importante, con
mejor calidad de vida, generación de empleo y erradicación del delito, el vicio
y la pobreza. ¡Manos a la obra, señor
Armitage!
Decorado con sombreros vueltiaos y maleta viajera en el lobby del Hotel Movich, donde sirven el más suculento sancocho valluno. Foto: La Pluma & La Herida |
En ese ejercicio se reportería gráfica me llama la
atención una negra robusta de labios reventones que yace recostada en una de
las bancas de cemento, y que con una sonrisa perlada,
pregunta:
-¿Ya
le hiciste fotos a la Venus de Milo?
-¡¿La
Venus de Milo?! No, ¿en dónde está?-, interpelo.
-Muy
cerca, si quieres yo te llevo. La entrada vale treinta mil pesos.
Mi malicia indígena pone a prueba el caucho templado del
cabreo. ¡Hummm!, esto no es cuestión de
pandebono, pienso. Le digo a la
negra que no, que gracias, que tengo el tiempo justo para llegar al Hotel Movich, en el exclusivo barrio Granada, donde me espera el más
exquisito sancocho valluno del que
tenga memoria mi paladar.
Igual, me queda la duda de la Venus de Milo, y para cerciorarme le narro la experiencia que acabo
de vivir con la negra al consorte del hotel:
-¡Compadre-,
exclama
con una sonrisa de oreja a oreja. La
mulata te quería llevar a un motel. Esa Venus está instalada al frente del
‘Kiss me’, el desnucadero que más
frecuentan las parejas en el centro caleño.
Visite la web de la 2° Bienal Internacional de Danza de Cali: http://bit.ly/1RvdKMn
Grupo Niche, 100 Éxitos: http://bit.ly/1PpdpgC
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