Don Hernando Betancur, librero, declamador, trashumante, uno de los símbolos de la Plaza Mayor de Simón Bolívar, en la capital boyacense. Foto: La Pluma & La Herida |
Ricardo
Rondón Ch.
¿En dónde podríamos compartir un tinto?
La frase flota en el aire fresco de una mañana soleada de
octubre, en la Plaza de Bolívar de
la capital boyacense, en la esquina de la Calle
Real, hace muchos años conocida como La
Esquina de la Pulmonía, cuando todavía no hacían mella los embates del
calentamiento global y era necesaria la ruana, del cogote hasta las orejas:
Venteaba que daba miedo.
Y no es porque uno, recién llegado de otros lares, no
encuentre un café a primera vista. Es que hay muchos alrededor del precioso
centro histórico de Tunja. Por lo
menos veinte, la mayoría instalados en edificaciones de siglos, que resumen
cualquier cantidad de pasajes y leyendas del período de la Colonia.
El centro histórico de Tunja, abundante en cafes-tertulia, con el decorado de banderas de naciones invitadas al 43° Festival Internacional de la Cultura. Foto: La Pluma & La Herida |
Una urbe abundante en cafés y sitios de tertulia, da
cuenta de su memoria y cultura. Sucede en cosmópolis como París, Viena, Buenos Aires, Montevideo, Dublín, Praga, Lisboa, Londres,
Bruselas, o esa rancia matrona europea llamada Berlín, donde bulle el intelecto y la calidad de vida en sus cafés,
como el Balzac, ícono de Alexanderplatz, en el corazón de la
atractiva y moderna capital alemana.
Tunja no
se queda atrás. Los cafés por doquier revelan no sólo el buen gusto de los
lugareños por la aromática bebida nacional, sino por el vasto conocimiento de
su espacio, de sus referentes históricos, del alma y la esencia que identifican
la ciudad, y de sus personajes, de todos los linajes y pelambres, que transitan
como en un documental en sepia por la Plaza
Mayor donde se erige, imponente y lustrosa, bajo un cielo de un azul
imposible, la estatua del Libertador.
El emblemático Café Republicano, de puertas abiertas al debate político, cultural y literario de Tunja. Foto: La Pluma & La Herida |
Quien quiera apropiarse de oídas de un perfil veraz de la
ciudad de Tunja, la de antes, la de
hoy, la de siempre, declarada Monumento
Nacional en 1959, sólo tiene que recorrer, entre tintos y refrescos, a paso
lerdo de visitante, los cafés adyacentes a la Plaza: el Real, por
ejemplo, que da nombre a su calle insigne; el antológico Café Republicano, enclavado en una casona con más de 400 años de historia; el Bolívar Plaza, el Café Canela, el Café Pussini,
o el Café de los Balcones, bajo el
mítico Pasaje Vargas, refugio de poetas, artistas y enamorados.
Si en días ordinarios estos cafés viven al tope, más aún
en un certamen de tamañas proporciones como el Festival Internacional de la Cultura, que este año llega a su edición número 43, y al que han sido
invitadas delegaciones de más veinte países, algunos de las antípodas como Rusia, Lituania y Serbia. Desde la mesa
que ocupo en el Café de los Balcones
y mientras abrevo un humeante expresso,
diviso en la Plaza Mayor el leve
ondear de banderas de las naciones invitadas.
Detalle de la arquitectura estilo republicano del Colegio Boyacá, uno de los más antiguos de Colombia, pionero de la educación pública. Foto: La Pluma & La Herida |
En una mesa continua, un cuarteto de caballeros entrados
en años, bastones empuñados, debaten sobre el espinoso tema que hace días ha
producido repudio y tristeza a lo largo
y ancho de la campiña boyacense, y
en toda Colombia: el vil asesinato a
once soldados y un policía en predios del municipio de Güicán, provincia de Gutiérrez
(a cuatro horas y media de Tunja,
vía carretera), a manos del Ejército de
Liberación Nacional: la Paz otra vez
herida y mancillada. Uno de los ancianos recalca que el señor gobernador Juan Carlos Granados ha decretado tres
días de luto en el departamento.
En otra mesa, un grupo de alegres colegialas rumoran y
plantean cuentas sobre la ‘vaca’ que llevan haciendo hace más de un mes para
adquirir las boletas del concierto del reguetonero Maluma, figura estelar de la programación musical del Festival, al igual que el español Joan Manuel Serrat, la mexicana Ana Gabriel, y el cantautor ibaguereño Santiago Cruz.
La antigua Barbería Imperial, próxima cumplir 100 años. En la gráfica, don Gonzalo López, su actual propietario. Foto: La Pluma & La Herida |
Pago mi expresso a
una chica de caderas amplias y rutilante sonrisa. Bajo por las escaleras que
conducen a la Plaza y me detengo
frente al almacén Samacá, que un
buhonero de cigarros y caramelos me ilustra tiene más de sesenta años como depositario
de confianza de la materia prima de
sastres y modistas, de generación en generación: hilos, cremalleras, botonería
y demás.
En el pasillo de ingreso a la Casa de la Cultura, un joven registra en su cámara fotográfica el
afiche que anuncia para el sábado 31 de
octubre, a las 3:00 p.m., en el salón Eduardo
Caballero Calderón, el recital poético-musical La Paz tiene la Palabra, del bardo y compositor tolimense Fabio Polanco.
El chaval, lente acucioso, obtura una y otra vez. Me
asalta la curiosidad su interés. Me extiende su mano fina como una daga de
mármol, y se presenta como Sebastián
Pacheco, estudiante de Derecho de la
Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. La UPTC, como la nombran los estudiantes, de tantos claustros docentes
que redundan en el prestigio educativo
de la capital boyacense.
La Paz tiene la Palabra, en el verbo y la voz del poeta y compositor tolimense Fabio Polanco, invitado al magno certamen cultural. |
Sostiene el universitario que le gusta el diseño del
poster, pero también su contenido, un recital
por la Paz, para él, enhorabuena en estos días donde, desde el Presidente de la República, hasta el
más anónimo de los transeúntes, pregonan de la bendita paz: que sí, que no, que
en marzo, que es posible antes del 31 de diciembre; que a tan alto precio, que puede
recular en cualquier momento cuando en el camino hacia ella una guarnición de
insurgentes acaba con la vida de doce uniformados que tenían a su cargo velar
por la seguridad de los votos del sector rural, en los recientes comicios
electorales.
De la Paz, la
música, la creación y el intelecto se rumora en esta comarca seductora, que
transpira historia y cultura por doquier. Tunja,
tierra de poetas, delata verbo y lírica en sus antiguas edificaciones, en la
Casa Museo de su fundador (1539), el
capitán don Gonzalo Suárez Rendón,
donde también funciona la Secretaría de
Cultura. Desde el empedrado de su umbral se observa el hermoso decorado de
su jardín que rinde homenaje al Adelantado. Y, en la segunda planta, vestigios
de lo que fue su alcoba, su biblioteca y algunos frescos que se conservan del
siglo XVI.
El legendario y romántico balcón del Hotel Conquistador, con 100 años de historia. Foto: La Pluma & La Herida |
La poesía también fluye en el Palacio Arzobispal, donde está inscrita en rima endecasílaba la
dedicatoria que Monseñor Jorge Monastoque
Valero le escribió a Tunja y al
célebre cronista, sacerdote, historiador y poeta español, don Juan de Castellanos, cuya vida y obra
inspiró la construcción y el legado de la universidad que lleva su nombre:
Esta
que ven acá/ ciudad dormida/, entre altares, retablos y vitrales/, es un águila
en el cielo detenida/ y en vuelo hacia destinos inmortales/. Estas sus calles
son/. La gloria un día/ colgó escudos en todos sus portales/. Estos sus templos
donde el oro ardía/ y aquellos sus balcones coloniales/. Con su cura Don Juan
de Castellanos/, y don Gonzalo, en cota y de gorguera/, abre a todos sus brazos
y sus manos/: Mi ciudad colonial/ ciudad procera/, donde todos los hombres son
hermanos/. Donde toda amistad es verdadera.
La Iglesia de la Compañía de San Ignacio, que data de 1615: la más antigua de Colombia. Foto: La Pluma & La Herida |
Pero la poesía también fluye de viva voz en habitantes que
merecen un nicho privilegiado en cualquier despacho de historia y divulgación
cultural: la de don Hernando Betancur,
un septuagenario trashumante, librero, vendedor de chance y lotería, y como él
subraya, “amigo de las palomas”.
El tenderete de este hidalgo caballero en solitario,
oriundo de Angelópolis, Antioquia,
está ubicado justo al frente del edificio de la Lotería de Boyacá, donde también funciona la oficina del Festival Internacional de la Cultura,
la emisora de la Gobernación de Boyacá,
entre otras dependencias.
Betancur
(cuya foto ilustra el inicio de esta crónica), de boina y bufanda, manifiesta
haber recorrido el país en un plan aventurero de libros viejos y cositerías
mundanas al mejor postor. Asegura haber vivido sus años solo, sin familia, sin
prole, pero siempre rodeado de palomas: “Me buscan a donde llego, porque las
mimo y les doy de comer, y les recito poemas”.
Detalle de la Plaza Mayor de Simón Bolívar de Tunja, 'Cuna de la Libertad', modelo de cultura, educación, civismo y paz. Foto: la Pluma & La Herida |
Le pido a don Hernando que por favor lo haga
ahora mismo, cuando uno de los plumíferos se ha posado sobre su cabeza, y no
podían ser más casual en sus mustios labios unos versos a la sentida paz, con
debido introito de su autor y procedencia: ‘La
Paz Cansada’, del poeta antioqueño Luis
Florez Berrío, que el declamador de marras cita a su vez como una milonga campera:
La
paz no tiene paz/ nació cansada/, creció enfermiza/ y navegó en la sombra/.
Dios que la quiso tanto/ no la nombra/ y en sus milagros la dejó olvidada/.
Todos la piden blanca y es morena/, desconoce la voz de los pastores/, no ha
podido apoyarse en los amores/ ni desprenderse de su propia pena/. La paz ni en
los ministros parroquiales/ con su bíblico símil de paloma/, la paz ni en la
penumbra que se asoma/ callara sus lamentos desiguales/. No la tiene ni el
poeta ni el gitano/, ni el mago ni el monarca ni el coloso/, ni siquiera la
tiene el perezoso/, o el enfermo, el triste o el profano…
El parasicólogo tunjano don Ramón Humberto Sánchez Alba, especialista en "fenómenos superiores y radiestesia". Foto: La Pluma & La Herida |
Al frente del juglar de calle se ha formado una romería
de curiosos, y el aplauso no se hace esperar. “Muy agradecido, muy agradecido,
muy agradecido”, espeta con reverencia el viejo librero y vendedor de suertes,
al mejor estilo de don Pedro Vargas,
y aprovecha su emoción para solicitarme le haga otras tomas con sus palomas
para reproducirlas en papel en la fotografía aledaña. “Mire, estas palomas que tengo
en el brazo se llaman ‘Ulises’ y ‘Elegancia’. Son pareja y están
felices. Viven su propia paz, y conmigo se sienten muy a gusto. A boinazo
limpio saco corriendo a los mucharejos que osen ofenderlas, menos espantarlas”.
Con don Hernando
Betancur siento haber vivido más una experiencia onírica, sobrenatural,
digna de un cuento fantástico. Pero no, es real y sucede en Tunja, ciudad culta y dada a la memoria
y a la poesía por antonomasia. Salgo del fabuloso letargo para cruzar la Plaza Mayor.
La pileta mayor de la Casa de la Cultura de Tunja, sitio de encuentro de literatos, poetas e intelectuales, en el centro histórico de la ciudad. Foto: La Pluma & La Herida |
Envidio para bien la Plaza
de Bolívar de los tunjanos: limpia, organizada, sin una colilla o un papel
en sus adoquines. Me pregunto, ¿a dónde llevarán los loquitos, mendicantes y
desadaptados? No se ve ninguno en sus alrededores. Y me entra una nostalgia de
la Plaza de Bolívar de Bogotá, en
manos del ‘alcalde socialista’ de la Bogotá
Humana: sucia, maloliente, desgreñada, terriblemente insegura, plagada por
la indigencia y el vicio. Sí, me da envidia de la buena. Señor burgomaestre de Tunja, lo felicito. La que usted regenta con
su equipo es una estampa de mostrar y recordar.
Retomo la Calle de
los Balcones para registrar otras postales y veo que ya empiezan a aflorar
foráneos de lejanas tierras, fenotipos caucásicos, espigados, rubicundos, 'ojiazules',
que intercambian fonéticas, para nosotros indescifrables, de la remota matriz
eslava e indoeuropea. Seguramente poetas, músicos, danzantes, literatos
provenientes de territorios insufribles bañados por aguas gélidas del Danubio y el Mar Negro, donde para sus habitantes el arte poético sí que tiene
una razón de ser.
Personajes típicos del centro de la capital boyacense: don Isaías Medina y doña Elvia Plazas, comerciantes de fruta de hace 30 años en la carrera 10°. Foto: La Pluma & La Herida |
En esas pesquisas de lo antiguo que hubiera podido acabar
en ruina, pero que el sentido de pertenencia del tunjano de bien no ha
permitido, me encuentro con una reliquia: La Iglesia de la Compañía de San Ignacio, la más antigua de Colombia, que data de 1615.
Sólo sabe el bendito
Nacho cuántas toneladas de piedra, forja y calicanto fueron invertidas para
tan sagrado monumento. Allí vivió el adalid y defensor de los esclavos, don Pedro Claver, siglos después
consagrado en Santo. Hay una placa en su memoria, porque antes de ser erigido
templo en su nombre, Claver residió
en ese espacio.
Veinte pasos hacia la Plaza Mayor, está sembrado como un coloso el Colegio de Boyacá, al igual que la Iglesia de San Ignacio, uno de los planteles educativos más
antiguos, pionero de la educación pública en Colombia, obra del licenciado Hildebrando
Suescún Dávila, con fecha del año 1822.
Otro deleite para los fotógrafos por su soberbia arquitectura republicana, sus
enormes y floridos patios interiores, sus arcos y columnas dóricas.
En busca de otro tinto por esa misma vía, me topo con
otro vestigio romántico, del que en otra entrega, y con más pelos y señales,
les contaré en profundidad. Se trata de la Barbería
Imperial, próxima a cumplir una centuria. Imperdonable no ingresar en ese
recinto para picarle la lengua a su actual propietario, don Gonzalo López López, quien afirma haberle comprado el
establecimiento a don Jorge Elías
Algarra, el mismo que la inauguró en 1918.
Mauricio Ríos, el maharaj boyacense, profesor de Yoga y astrólogo. Foto: la Pluma & La Herida |
Todo allí respira antigüedad: las sillas alemanas, los escaparates, los espejos
y el par de máquinas manuales del peluquero Algarra en sus primeros años de oficio, hoy exhibidas en lo alto de
la pared frontal como entrañables prendas de museo.
La tarde se va en volandas con el repertorio de
maravillas arquitectónicas y personajes autóctonos que uno se va encontrando de
paso por el Centro Histórico. Camino
al centenarista Hotel Conquistador, que
está ubicado en un casonómetro de más de 400
años, me cruzo con el profesor Ramón
Humberto Sánchez Alba, que por su porte, su luenga barba y cabellera,
podría encarnar sin contratiempos al despelotado monje Rasputín de la Rusia
Zarista.
Sánchez
Alba
se referencia como “maestro de Parasicología con énfasis en fenómenos
superiores y radiestesia”. Dice tener la fórmula científica para que el planeta
no se extinga, cuando medio mundo aboga para que se acabe. Agrega haberse
desempeñado como investigador
criminalístico del sistema judicial de Tunja, poseedor de un don para
detectar la maldad humana y aprehender un sospechoso con solo leerle el iris.
Los patios floridos de la Casa-Museo del capitán don Gonzalo Suárez Rendón, fundador de Tunja. Foto: La Pluma &La Herida |
Para abonar en detalles invito al parasicólogo a un café
en cualquiera de los cafés que aún me falta por recorrer, pero dice que de mil
amores lo aceptaría al día siguiente, porque ahora (cinco de la tarde) tiene
que ir a la terminal de transportes a recoger a una sobrina que viene de San Pablo, en el departamento de Bolívar, pero que no hace falta un
nuevo encuentro porque oportunamente se comunicará conmigo a través de la
telepatía. “Yo no la manejo, profesor”, le interpelo desconcertado. “Pero yo,
sí”, responde, y se esfuma entre el gentío.
Exóticos personajes, con y sin barbas, que se encuentra
uno volteando las esquinas del centro de Tunja.
No más acabó de desenredarme del gurú que tiene entre manos la fórmula para que
el mundo no explote en átomos volando, cuando me sale al paso, al frente de las
instalaciones del Kanal 6, un maharaj de turbante y ojos de un verde
fosforescente, como salido de las
aventuras de Simbad El Marino.
Lo que faltaba: un maestro yogui que dice responder al nombre de Mauricio Ríos para occidente, pero con un trabalenguas en sánscrito
innombrable para el credo hinduista de la meditación trascendental y de las 400
reencarnaciones a las que está sujeto,
de ida y vuelta en el terreno mundo, un mortal dispuesto a jugarse el pellejo y
el alma para alcanzar la luz perpetua de la divina gracia.
Logo del 43° Festival Internacional de la Cultura, con más de veinte países invitados y delegaciones de diferentes expresiones artísticas. Foto La Pluma & La Herida |
Ríos
argumenta llevar treinta y cinco años trasegando por los caminos de la
espiritualidad. Antes había sido reportero en el canal de televisión que dirige
el licenciado Nelson de Jota, donde
condujo su propio programa, ‘Una ventana
hacia el interior’. En él impartía cátedra de Yoga, viajes astrales, purificación del aura y comunicación directa
con divinidades.
Ahora, Ríos,
que como discípulo estrella que dice ser de Bellur Krishnamacharya Sundaraja por entregar su vida a la “salvación
de la humanidad”, aspira el año entrante viajar a la India y sumergirse en las “aguas sagradas” del río Ganges. Cuando lo cuestiono que ese afluente es el más pútrido
e infecto del mundo por la cantidad de desechos, cadáveres humanos y animales
que arrojan allí, arruga el entrecejo y me intimida con ráfagas verde esmeralda
de su mirada.
-No
blasfemes de lo que no conoces porque es karmático y la mala lengua castiga
fuerte, a ti, y a tu prole.
Quedo sin palabras, y como teledirigido por el poder de
la mente del maharaj boyacense, sigo sus
pasos que terminan en la Casa de Don
Juan de Castellanos, donde se ultiman los preparativos para la inauguración
del Gran Salón de la India, en el
marco del 43° Festival Internacional de
la Cultura.
Tunja, nobilísima y señorial, "donde todos los hombres son hermanos, donde toda amistad es verdadera". Foto: La Pluma & La Herida |
En dicho recinto reciben con reverencia al barbado sacerdote
yogui un par de muchachos que apenas
despuntan al conocimiento espiritual, luego de pasar la prueba de fuego para
ser arte y parte del ashran (grupo de
oración, trabajo y meditación): desprenderse de todo lo material, que para
ellos es la ambición, la codicia, cualquier asomo de confort y riqueza, y lo
más duro a esa edad, que es cuando crepita en su máximo volumen el caldero
hormonal: los latigazos libidinosos de
la carne.
Escrito está y lo confirmaron los Vedas: el poder está en la mente y con ella logras lo que quieras.
Hasta los milagros que Jesús de Nazareth
hizo con leprosos, ciegos, posesos, muertos, paralíticos y rameras. Y quizás no
hubiera sido complicado digerir el
cuento de maharaj Ríos, de no
revelarme que cobra $100.000 por la lectura de una carta astral. ¡Ah!, ¿otro Mauricio Puerta, pero del altiplano
boyacense? ¡Va de retro! Y despejo pista.
Cae la noche sobre Tunja,
y un poco fatigado por el excesivo rodaje de parroquianos alucinados, busco
ahora sí el Hotel Conquistador para dar
reposo a mis trajinados huesos. Antes de retirarme a los aposentos, oteo con
dejos de romanzas otoñales sus calles profundas, coloniales, la luz violeta que
despide el sol y acoge la llegada de una luna enorme, rotunda, preñada de amor
y sortilegios.
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