Momento emocionante cuando Paulina Vega Dieppa conquista el título de Miss Universo para Colombia, luego de 57 años de espera. Foto: La Hora |
Ricardo
Rondón Ch.
Que el
camino a la gloria -aunque suene a clisé- está cubierto de espinas y abrojos,
esa es una verdad de a puño.
No hay sino
que repasar algunas de las gestas de los nuestros que han llegado a la cima, tras
superar cualquier cantidad de obstáculos y dificultades.
La del
torero César Rincón, por ejemplo, en la memorable tarde del 7 de junio de 1994,
en Las Ventas, cuando tocó por primera vez el cielo madrileño, luego de quedar
apaleado, amoratado, escurrido en sudor y sangre, “como si hubiera regresado de
la guerra” -apartes de la crónica de Antonio Caballero-, tras la arrasadora faena
con ‘Bastonito’, un poderoso y fiero ejemplar del hierro de Baltasar Ibán, con
501 kilos en la báscula, “que embestía como un buque fantasma en una tenebrosa borrasca
de alta mar”, al decir de Caballero.
O la gesta
del ‘Jardinerito’ Lucho Herrera, de tanta épicas en carreteras, cuando se
coronó Rey de la Montaña en el Tour de Francia, en 1985, paladeando una
bronquitis insufrible y una caída lamentable por esquivar una mancha de aceite
en su ascenso a Los Alpes, al punto gélido de Saint Étienne.
El ciclista
fusagasugueño rodó cien metros por fuera de la carretera. Hecho un guiñapo, con
la rodilla derecha y el rostro sangrantes, corrió en busca del vehículo, le
enderezó el manubrio y continuó la marcha. Los titulares de prensa en Colombia
no lo bajaban de héroe. El mismo Bernard Hinault, monstruo de las demoledoras
alturas francesas, no lo podía creer. Dos años más tarde, Herrera repisaría ese
heroísmo como Campeón de la Vuelta a España.
Y ahora, lo
que nos corresponde. El presente. El momento crucial en la historia de la
belleza colombiana, luego de 57 años de sequía para que Colombia conquistara un
título de Miss Universo, como lo consiguió en 1958 la caldense Luz Marina
Zuluaga, también en Miami, donde acaba de producirse la hazaña de Paulina Vega
Dieppa, la dulce y atractiva barranquillera de 22 años, estudiante de
Administración de Empresas, recién coronada como la mujer más bella del
planeta.
Detrás de
esa personalidad arrolladora, esa sonrisa cálida, más no impostada de la
mayoría de beldades, se afianza una mujer fuerte, segura, auténtica, pese a su corta edad y a estar hasta ahora abriéndole los ojos al toro duro de
la vida. Esa belleza y fortaleza unidas, viene de ancestros.
La Miss Universo colombiana con doña Elvira Gómez Castillo, su abuela, tutora y confidente. Foto: El Heraldo |
Su abuela
materna, Elvira Castillo Gómez, Señorita Atlántico en 1953 y tercera princesa en
el Concurso Nacional de Belleza de ese mismo año, oficia por antonomasia como
la matrona sabia y consejera, la que imparte optimismo y bondades en los
instantes difíciles de la familia, y es a quien todos oyen, jóvenes y adultos, a
la hora de encontrar una voz de aliento o una respuesta a sus interrogantes, en
esos momentos confusos e indescifrables de la existencia.
Paulina es
de las nietas más cercanas de doña Elvira. Y, cuando la hoy Miss Universo,
recuerda, era a la única que le permitía que jugara con su preciada corona cuando
estaba chiquita. De hecho le insinuaba cómo afianzar con sutileza la mano en la
cadera y avanzar parsimoniosa los primeros pasos de una reina.
En noviembre
de 2013, Paulina fue la más entusiasta en celebrar los 60 años del título de Señorita
Atlántico de su abuela. Y, al año siguiente, fue doña Elvira la mano derecha de
su nieta en su aspiración a Señorita Colombia, como efectivamente se consolidó
en 2014.
Ella, la
abuela real, y el equipo de asesores y preparadores encabezado por Pilar Castaño, Paola Turbay, Javier Murillo
y Alfredo Barraza, y por supuesto, el respaldo de los padres de la actual Miss
Universo, el acreditado cardiólogo Rodolfo Vega y doña Laura Dieppa, sus
mejores aliados, que en la noche del veredicto final en Doral, Miami, estuvieron
a punto del soponcio por la emoción que los embargaba. Como toda Colombia, y en
especial Barranquilla, que no para de celebrar.
Cualquiera,
ajeno a las trastiendas y las entretelas del camino que emprende una reina para
alcanzar el máximo título, podría intuir que es un mecanismo fácil que se
remite a saber sonreír, caminar por una pasarela, ajustarse a una dieta
coherente con las agujas de la báscula, y llevar el ajuar ideal.
¿Y el resto? ¿Cadenas
de oración de familiares y amigos? ¿Barajas caprichosas del destino? ¿Asuntos
del azar? Todo esto puede caber en la bolsa de las probabilidades. Porque para
sentarse en el codiciado solio, una entre ochenta y ocho participantes, es una
lotería. Y está ruleta, por lo visto en Colombia, se gana cada cincuenta y más
años.
Paulina, un camino real recorrido desde la infancia, que años después dio el mejor de sus frutos: la corona de Miss Universo. Foto: El Heraldo |
Lo de
Paulina fue un trabajo a pulso. Una ilusión que venía abrigando desde los
cuatro años, en una casa de puertas abiertas de Barranquilla, por donde
entraban y salían muchachas de rostros celestiales y figuras curvilíneas, aspirantes
a reinas del Carnaval de Barranquilla o a la convocatoria de Señorita Atlántico,
modelos, cantantes, actrices, presentadoras de televisión.
Por eso su
triunfo no es gratuito. Parte de un linaje real, de una tradición de
familia, desde doña Elvira, su abuela materna, pasando por la parentela
generacional que enarboló por años las carrozas carnestoléndicas, y una Adriana
Tarud, su prima segunda, Señorita Colombia, hoy feliz esposa del actor Rafael
Novoa y madre de Alana.
Pero el
camino de Paulina para llegar a ser la más bella entre las bellas, no fue nada
fácil. Es el resultado de un trabajo arduo tortuoso, de largas jornadas -entre 18
y 20 horas diarias-, que es lo que demanda madrugadas ineludibles al gimnasio,
citas médicas, odontológicas, con el dietista, con el asesor de imagen, el
peluquero, el vestuarista, los directivos del comité de belleza, los posibles
patrocinadores, la experta en etiqueta y glamour, el profesor de fogueo
periodístico, las entrevistas a granel con diferentes medios, la visita a una
escuela remota en una aldea extraviada en el mapa, para rematar en un cóctel
donde primero hay que pasar al hotel a ponerse el traje apropiado, de cuatro,
cinco y hasta seis veces que ese día ha cambiado de ropa.
Y al final,
sin dar lugar a agobios ni miramientos de cansancio, de cólicos puntuales,
disfuncionalidades digestivas, jaquecas y demás, con unos tacones que de tanto
andar refractan punzadas en los riñones, la sonrisa dulce intacta, el cabello
impecable, todo en su puesto, como cuando sale al trajín a primera mañana.
He ahí la
dictadura de la belleza de la que suele hablar el zar de las Miss Universo en
Venezuela, el empresario de origen cubano Osmel Sousa, que dicen es lo más parecido
a un teniente-coronel en ascenso, pero como quiera que sea, su fórmula le ha
brindado generosos resultados.
La nueva Miss Universo acompañada del magnate Donald Trump, propietario del certamen. Foto: EFE |
Todo lo
anterior sin descontar las críticas de los supuestos expertos en belleza, las
habladurías venenosas de las chismosas con licencia para escribir y parlotear
en los medios, las habituales crisis derivadas del exceso de trabajo y la
ansiedad, la pataleta con el novio intenso, o el desbarajuste emocional de
última hora cuando recibe una llamada del diseñador que la cita de emergencia
para una nueva toma de medidas del vestido que lucirá en la máxima ceremonia,
de más de una docena que ha cumplido, y ya en la recta final.
Un año largo
en estas bregas y con la misma sonrisa dulce de comercial impresa. Paulina
asumió el desafío y lo consiguió. No tanto con el rigor y la dictadura de
Sousa, pero sí con la firmeza de sus convicciones, el trayecto abonado desde la
infancia, el respaldo de su familia, de sus padres, su candor a toda prueba y
la fe afincada de darles a los colombianos esa alegría, después de 57 largos
años de espera, con algunas salvedades en el virreinato universal como las de
Paola Turbay (1992), Paula Andrea Betancur (1993), Carolina Gómez (1994) y
Taliana Vargas (2008).
En la
primera semana de septiembre del año anterior, cuando la actual Miss Universo
colombiana cumplía a sus ajetreos preparatorios del certamen, dos bandidos en
motocicleta la interceptaron en el tramo de la carrera 7° con calle 96, al
norte de Bogotá, y armados de cuchillos la despojaron de sus pertenencias: dos
teléfonos inteligentes.
Los antisociales emprendieron la huida, y ella, aunque pasmada por el impacto de la agresión,
recobró valor y fue a poner la respectiva denuncia. Los medios se enteraron
días después porque ella no quiso que el atraco tuviera visos de escándalo.
Cuando fue entrevistada en algún noticiero de televisión, sólo alertó a decir,
con el sello de su sonrisa: “no se puede dar papaya”. Y que no se diga más.
Misión cumplida, Paulina. Ahora a disfrutar de las mieles del triunfo. Foto: El Heraldo |
La semana
anterior, en Doral, Miami, Paulina estuvo a punto de abandonar el concurso. Su
compañera de cuarto, la puertorriqueña Gabriela Berríos, dejó enchufada sobre
su cama un alisador de cabello. La colombiana, en medio del agite de rutina, no
se dio cuenta y se sentó encima de él.
Parte de su
trasero quedó marcado con la herramienta y el ardor no podía ser más insoportable.
Pero otra vez se armó de valor y se abstuvo de hacer alharacas. Menos de
armarle un lío a la puertorriqueña, con
quien la prensa local le había tejido una supuesta rivalidad.
Se apropió
de cremas y bálsamos refrescantes, superó el impasse y continuó la marcha.
Cuando hasta el mismo Sousa le pronosticaba la corona y el magnate Donald
Trump, propietario del certamen, le daba un toquecito de gracia en la espalda, la
barranquillera, ya entre las cinco finalistas, vaciló al principio con la
respuesta a la pregunta oficial. No fue lo que esperábamos.
En ese
momento creímos que las esperanzas, otra vez, después de 57 años de expectativa,
se habían derrumbado. Pero Paulina se desquitó con el interrogante que le formuló un usuario
de Facebook, la del aporte que le ha hecho Colombia al mundo.
Estuvo fluida,
categórica y precisa en su respuesta, aduciendo la capacidad de los colombianos
para salir avantes, pese a los malos momentos, a las dificultades cotidianas. Y
que por eso se sentía firme y orgullosa de representar a su país.
Minutos después,
con Estados Unidos a su lado, la barranquillera de rostro altivo y alegre, cuerpo perfecto, pasarela rutilante, y esa picardía en la mirada, sello característico de las mujeres del Caribe, sintió un espasmo en el
pecho al oír pronunciar su nombre como la nueva Miss Universo. Un espasmo que
repercutió en Colombia, en los suyos, en la conmoción de su señora madre Laura,
próxima al desmayo; y paradójicamente, en el miocardio de Rodolfo Vega, su
padre, el cardiólogo.
Luego se desencadenó
la fiesta tricolor de vítores, pitos y cornetas, y nos vimos obligados a
despojarnos de las cobijas para unirnos al jolgorio. Porque sólo después de
cincuenta o cien años se producen noticias apoteósicas como las de Gabriel
García Márquez, Fernando Botero, Shakira, Juanes, Lucho Herrera, César Rincón,
Juan Pablo Montoya, Silvia Tcherassi, tantos otros, y ahora, Paulina Vega
Dieppa, la inteligente y adorable Miss
Universo de casa.
En La Troja,
en la calle 84 y en los alrededores de La Arenosa, las fanfarrias y las cumbias
del Checo Acosta siguen sonando. Como los porros de Juan Piña y la sabrosa
salsa del Joe Arroyo.
La consagración de Paulina Vega Dieppa como Miss Universo: http://bit.ly/1CIPcu6
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