Una de las tantas caricaturas publicadas por el semanario satírico: el terror no aguanta la burla. Foto: Charlie Hebdo |
Ricardo
Rondón Ch.
Los primero
que en la infancia aprendemos de la vida, es a través de un lápiz.
Eran tipos
tan comunes y corrientes como los que cualquier peatón, usted y yo, se puede
encontrar en un paradero de buses, en la caja de un supermercado, en la fila de
un banco, en la banca de un parque, a la salida del cine.
Con una sola
diferencia, bien marcada por cierto. Tenían el hábito de matar el aburrimiento
de sus congéneres con la imaginación y la gracia, un don superlativo que
escasea por estos días donde la intolerancia y la agresión se hacen cada vez
más cómplices.
Mataban el
tedio con el único elemento capaz de prolongarle la infancia a un hombre o a
una mujer hasta el fin de sus días: un lápiz. Algo tan inofensivo como un lápiz,
negro, de color, con el que narraban la vida a sus anchas, desde la mesa de
dibujo de una sala de redacción o de sus propios habitáculos.
Eso eran
ellos: caricaturistas, una especie exótica del oficio periodístico donde se
pone a prueba el poder de síntesis de una noticia o de cualquier suceso, con la
exposición de un trazo, de un monacho o una viñeta. Un ejercicio parecido al de
la poesía, que no permite decorados ni retóricas, y que avanza a la velocidad
de un dardo para dar justo en el centro del objetivo.
Hoy, cuando
los impresos tienden cada día a desaparecer, y la gente ya no está dispuesta a
digerir tanta carreta, la reivindicación del informativo de papel debería
correr por cuenta de los humoristas gráficos, tan hábiles, capaces y puntuales
para compartirnos el acontecer del mundo, las alegorías y las frustraciones,
pero también las tragedias y los sinsabores de sus protagonistas, con la
genialidad de sus historietas.
Quizás ese fatídico día, el más
veterano de las víctimas de la brutal masacre de Charlie Hebdo, en París,
Georges Wolinski, al borde de los 80 años, se había afeitado bien de mañana con
un tararear de La Boheme, de Aznavour, mientras su mujer le preparaba un café
caliente. No alcanza uno a imaginar el rostro que puso el viejo Wolinski cuando
el encapuchado terrorista lo llamó por su nombre y le descargó la atronadora
munición de un fusil de guerra AK 47.
A lo mejor
Wolinski, como sus compañeros de Charlie Hebod, Stephanie Charboniere ‘Chorb’,
director del semanario; Jean Cabut ‘Cabu’, y Bernard Verlhac ‘Tignous’,
portaban el lápiz, su herramienta de labores entre los dedos, o atravesado
detrás de la oreja, cuando los yihadistas violentaron su espacio. Alguno de
ellos borraba algo sobre un papel, o hacía una broma, o celebraba un
chascarrillo, como suele suceder en esos rincones de las redacciones, que es lo
más parecido a un tejado con gatos.
Los genios del trazo de Charlie Hebdo, salvajemente asesinados. Foto BBC Mundo |
Un intimidante
AK 47 contra un simple lápiz de dibujo. Después el sonido intermitente de la
metralla. Los cuerpos indefensos que caen con sus respectivos lápices. La
fuga cobarde de los homicidas. Un lapsus de silencio. Y el desconcierto general.
Por ahí
empieza a desdibujarse el mito del Mahoma que todo lo sabe y todo lo ve, pero
es inconcebible que en su nombre se cometan tantas atrocidades. Una cosa es el
Islam. Otra, la barbarie. Ese fanatismo extremo, enceguecido de odio y venganza,
ignorante, capaz de entrenar a un jovencito para que se envuelva el cuerpo de
dinamita y se estalle, en honor a Alá, dentro de un centro comercial. O perpetrar con
saña el crimen de un puñado de hombres frágiles que procuraban la risa de sus
lectores de años con el repentismo y la chispa de sus caricaturas.
Un oficio
bien serio este de hacer reír con inteligencia. Porque matar o mandar a matar
lo hace cualquiera, desde el más poderoso hasta el sicario de pamplinas, y a diario hay
muertes por montones en todas partes del planeta. Lo que no saben ni entienden
los exterminadores fundamentalistas, en este caso, los del atentado a Charlie
Hebdo, es que sus balas, por más fulminantes que sean, no tienen la misma
fuerza que el trazo audaz y preciso de la virtud, con su consecuente reacción
en cadena.
Prueba de
ello ha sido la solidaridad mundial para con las víctimas de esta matanza, sus
familias, sus amigos, sus compañeros de escritorio. La risa está herida, sí, no
cabe duda, y ese manto luctuoso nos cobija a todos, pero por encima del duelo y
la melancolía se erige altiva la mano de la democracia y el entendimiento entre
los semejantes, representada en los principios de la carta magna que ha hecho
célebre a Francia desde que se constituyó en República: Libertad, igualdad,
fraternidad.
¿Qué
pensarán los de la yihad ahora que el mundo está volcado sobre el drama de los
caricaturistas, varios periodistas y diseñadores, doce en total, de la masacre
de Charlie Hebdo? ¿Qué se les pasará por la cabeza a los hermanos Said y Chérif Kouachi, musulmanes franceses, autores de la penosa mortandad, atrapados en su propia trampa, como roedores
de albañal, cercados por cientos de policías? ¿Morirán como los mártires al servicio de Alá que dicen ser? ¿Harán estallar sus cabezas como colofón a esta tragedia? Es lo más seguro cuando se almacena tanto rencor y desprecio por el prójimo.
Sobrevivientes de la redacción anuncian para el próximo miércoles 14 de enero una tirada de un millón de ejemplares de Charlie Hebdo |
¿Seguirá el
gobierno de Francois Hollande apretándole el cuello a los ciudadanos franceses
con exorbitantes impuestos para respaldar la alcahuetería de los refugios migrantes?
¿Es posible que Hacienda siga descontando hasta el 40 % de las ganancias de sus
compatriotas para sostener la rapiña: la cantidad de cuervos que asume criar
todos los días?
Esto debería
analizarlo el mandatario francés después de que se apacigüen los ánimos y la
Torre Eiffel vuelva a encender sus luces, por estas noches apagadas en señal de
luto. Que primero los de casa, y ya veremos…, porque por estas épocas de
conflictos orbitales y durezas económicas, como decimos en Colombia, el palo no
está para cucharas. No hay que sacrificar a quienes han forjado la Francia pujante,
progresista y libertaria, aquellos que hoy peinan canas y aspiran a que su descendencia
disfrute de una nación amable, generosa y segura.
Está visto
que la maldad no tiene arrestos para esbozar una sonrisa. Quien no se ríe de sí
mismo, no está preparado para la vida. Por eso escoge la muerte y extermina cualquier
asomo de sátira o de burla. Pero esta pervive en la memoria de quienes aman la
libertad, el respeto por las diferencias, la coherencia y la tolerancia.
Contrario
a la estirpe de los Buendía, de Cien años de Soledad; la de la picaresca de
Petronio, el de ‘Satiricón’, sí tendrá una y muchas oportunidades sobre la
tierra. La muestra es que, para el próximo miércoles, Charlie Hebdo anuncia una
tirada de un millón de ejemplares, una edición trabajada a pulso con sus
sobrevivientes, con los pocos que quedaron de esa maltrecha redacción, con preocupantes afugias económicas, pero con el mismo vigor, humor y templanza que dejaron como legado sus héroes inmolados.
Lea entrevista de El País de España con el escritor francés Michel Houellebequecq, autor de la polémica novela sobre el Islam, última portada de Charlie Hebdo, quien recién abandonó París: http://bit.ly/1s7Unkx
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