jueves, 6 de noviembre de 2014

Huele a caucho quemado

El espeso humo negro, producto de la combustión de 600.000 llantas en un complejo industrial de la localidad de Fontibón. Foto cortesía Caracol.com
Ricardo Rondón Ch.

Lo primero que vieron los muchachos en el patio de recreo fueron unos espesos nubarrones negros. Nelson Viracachá, de grado once, del Colegio Integrado de Fontibón, sector de Belén, los asoció con la nueva película de Drácula, de Gary Shore, protagonizada por Luke Evans. El adolescente, salvo en las sagas vampirescas, jamás en sus 17 años había visto que el cielo de su barrio se oscureciera de repente a media tarde.

Al profesor Eduardo Yáñez Canal, que cruzaba a esa hora la enorme corraliza de descanso para proveerse en la cooperativa de su habitual perico con pandeyuca, le entró un palpito extraño, como del fin del mundo, al ver el firmamento renegrido, como si se avecinara una siniestra plaga apocalíptica de las que menta a cada rato en sus sermones el señor cura párroco de la Iglesia de El Greco, en sus alocuciones dominicales.

El rumor de algo inesperado comenzó a tomar vuelo minutos después, acompañado de un olor fastidioso y penetrante, el de caucho quemado, que acrecentó el ¡cof, cof! del conglomerado estudiantil, la irritación, el escozor de los ojos y la dilatación de mucosas.

Luego, cuando los 562 alumnos de la jornada tarde retornaron a sus aulas, se enteraron de que algo grave estaba sucediendo en los alrededores, al oír en la proximidad del vecindario el estrepitoso ulular de ambulancias y carros de bomberos, con ese toque intermitente de campanas que pone en estado de alerta a seres humanos y animales domésticos por igual.

Como ‘Arnoldo’, el gato criollo de doña Gertrudis Avellaneda, propietaria de la pañalera ‘Bam-Bam’ , que no ha vuelto a aparecer desde aquel martes fatídico: el minino fofo se restregaba en las piernas de su ama mientras ella ajustaba ropas con pinzas en los tenderetes de la azotea.

Esa fue la última vez que la doña supo de su mascota, sin advertir que su intempestiva fuga estuviera relacionada con el cielo negro que la obligó a recuperar las prendas del torrencial aguacero, que efectivamente sobrevino minutos después.

“Huele a caucho quemado…”, exclamaban desde sus aposentos de bordado y miriñaque las señoras de antes, llamado de alerta a las empleadas del servicio que dejaban tostar las camisas almidonadas de los señores en las mesas de plancha por dedicarle atención a los culebrones de la tarde, entre enjuagaduras lacrimógenas de delantales y suspiros delatores de pasiones reprimidas, cuando las muchachas se iban a sus dormitorios ilusionadas con disfrutar de un sueño húmedo con alguno de los galanes del momento: los de cabello engominado y patillas de prócer que estrechaban a sus Dulcineas con sus brazos gruesos para acomodarlas en sus cabalgaduras y hacerlas partícipes de homéricas conquistas.

Olía a caucho quemado, y no precisamente del cable de la plancha, en aquellos diciembres, no tan proclives y altaneros como los de ahora, cuando a partir del 7 de faroles y velitas, y hasta la fiesta de Reyes, los muchachos de la cuadra amontonaban llantas en la calle para prenderles fuego y con las mismas daban rienda suelta a sus guachafitas de totes, torpedos, volcanes, pitos y buscaniguas, en una época en que la pólvora de festejo no era prohibida por decreto y los borrachos conducían sus carromatos a sus anchas por calles y avenidas.

Pero no eran más de dos o tres llantas las que los guapetones incineraban ni había tantos automóviles como los que hoy circundan la ciudad, atosigada y enferma por el humo de aceite quemado, por los infernales trancones de las horas pico, y por las frecuentes tragedias derivadas de los accidentes, a cualquier hora, más por conductores ebrios que en sano juicio.

En mora están las campañas aleccionadoras a mecánicos y montallanteros, para que no sigan abandonando neumáticos en lotes baldíos, caños y pastizales. Foto: La Pluma & la Herida
Menos se conocían de ‘cementerios de llantas’, 600.000 en total, como el que han registrado los medios después de la voraz conflagración ocurrida el pasado martes 4 de noviembre, y que ha afectado directamente a miles de habitantes de las localidades de Fontibón, Barrios Unidos, Puente Aranda y Teusaquillo, y en fin, a una gran porción de Bogotá, presa de una crisis ambiental sin precedentes.

Porque hay que ver los perjuicios de salubridad que este humo acarrea en poblaciones vulnerables como mujeres embarazadas, niños y ancianos. Las ventas de tapabocas, colirios y lágrimas naturales se han disparado en boticas y dispensarios, lo mismo que el extracto de aluminio y la leche de magnesia para proteger pieles delicadas de ese vapor rancio y pétreo que expele el caucho y el alambre quemados, además de la fuerte toxicidad, con síntomas latentes de nauseas, mareos, migrañas y graves complicaciones respiratorias como neumonía. Ni hablar del manto de tizne y ceniza que ahora cubre los predios aledaños. 

600.000 llantas al garete, cifra escandalosa, sobre todo en un sector industrial, sin que los propietarios del lote de 20.000 metros cuadrados y quienes tenía arrendado el inmueble, la firma Greener Group, hayan acatado el cumplimiento de normas de seguridad, menos de las preventivas a un desastre como ocurrido el martes. De no haber sido por el oportuno y diligente dispositivo de los bomberos, la tragedia hubiera sido desproporcionada. Inimaginable donde el incendio se hubiera producido en horas de la noche.

Pero ya es costumbre vieja en Colombia que tenga que ocurrir una catástrofe de cualquier índole para que se tomen medidas al respecto. En la mayoría de casos, ni siquiera eso sucede. Según la Secretaría de Ambiente, sólo en Bogotá se generan 2,5 millones de llantas usadas al año, de las cuales 750.000 son abandonadas por  usuarios, mecánicos o montallantistas en potreros, caños y humedales.

Greener Group es un consorcio dedicado al reciclaje de desechos industriales, en especial caucho, para procesamiento de material sintético y sus derivados en diversas aplicaciones comerciales: tapetes, pistas atléticas, canchas de fútbol, parques infantiles, juguetes, bandas aislantes, autopartes, suelas de zapatos y hasta insumos para carreteras, toda vez que el caucho pulverizado mezclado con asfalto es el más óptimo e indicado por su flexibilidad, consistencia y larga vida, y porque tiene un costo menor que el pavimento convencional.

Hasta ahí, todo perfecto. Pero con su auge y prosperidad, la empresa en mención debía gozar de un plan de contingencia, seguridad y prevención, acorde con su materia prima bandera, de alta combustión y toxicidad.

Queda en ascuas cuántas recicladoras como Greener Group hay en Bogotá, y desde luego, en toda Colombia. Puede haber las que quieran. Lo importante es que cumplan con el reglamento de prevención y seguridad.

El último reporte viene del concejal Hossman Martínez, quien advirtió que en el barrio Pedregal, de la localidad de Fontibón, cerca de donde ocurrió la emergencia, hay otra otra bodega con más de 600.000 llantas en depósito. 

El cabildante asegura que la Secretaría de Ambiente conocía de estos almacenamientos de caucho y del riesgo y peligro que representaban para la ciudad, y que aún así no se tomaron los correctivos del caso.

Capítulo aparte están las campañas en mora a usuarios, mecánicos, montallantistas y similares, para que estos neumáticos no sigan invadiendo lotes baldíos, humedales, ríos, pastizales y quebradas. ¿Saben de las consecuencias de estas llantas abandonadas? Depósitos de aguas putrefactas, olor acre y nauseabundo y caldo de cultivo de insectos transmisores de múltiples enfermedades infecto-contagiosas como la Chikungunya, el  virus febril del momento.

Está claro que a Bogotá no le cabe un carro más, ahora que los entregan con la fotocopia de la cédula y sin cuota inicial. Como nunca en su historia, la venta de automóviles se ha triplicado, y con ella la de llantas, que el consumidor habitual encuentra en los supermercados, al lado de la leche, el chocolate y el pan.

Y ya es un lugar común preguntarse, ¿a dónde iremos a parar?
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