El espeso humo negro, producto de la combustión de 600.000 llantas en un complejo industrial de la localidad de Fontibón. Foto cortesía Caracol.com |
Ricardo Rondón Ch.
Lo primero que vieron los muchachos en el patio de recreo
fueron unos espesos nubarrones negros. Nelson Viracachá, de grado once, del Colegio
Integrado de Fontibón, sector de Belén, los asoció con la
nueva película de Drácula, de Gary Shore, protagonizada por Luke Evans. El
adolescente, salvo en las sagas vampirescas, jamás en sus 17 años había visto
que el cielo de su barrio se oscureciera de repente a media tarde.
Al profesor Eduardo Yáñez Canal, que cruzaba a esa hora la enorme corraliza de descanso para proveerse en la cooperativa de su habitual perico con pandeyuca, le entró un palpito extraño, como del fin del mundo, al ver el firmamento renegrido, como si se avecinara una siniestra plaga apocalíptica de las que menta a cada rato en sus sermones el señor cura párroco de la Iglesia de El Greco, en sus alocuciones dominicales.
El rumor de algo inesperado comenzó a tomar vuelo minutos
después, acompañado de un olor fastidioso y penetrante, el de caucho quemado,
que acrecentó el ¡cof, cof! del conglomerado estudiantil, la irritación, el
escozor de los ojos y la dilatación de mucosas.
Luego, cuando los 562 alumnos
de la jornada tarde retornaron a sus aulas, se enteraron de que algo grave
estaba sucediendo en los alrededores, al oír en la proximidad del vecindario el
estrepitoso ulular de ambulancias y carros de bomberos, con ese toque intermitente
de campanas que pone en estado de alerta a seres humanos y animales domésticos
por igual.
Como ‘Arnoldo’, el gato criollo de doña Gertrudis
Avellaneda, propietaria de la pañalera ‘Bam-Bam’ , que no ha vuelto a aparecer
desde aquel martes fatídico: el minino fofo se restregaba en las piernas de su
ama mientras ella ajustaba ropas con pinzas en los tenderetes de la azotea.
Esa
fue la última vez que la doña supo de su mascota, sin advertir que su intempestiva
fuga estuviera relacionada con el cielo negro que la obligó a recuperar las
prendas del torrencial aguacero, que efectivamente sobrevino minutos
después.
“Huele a caucho quemado…”, exclamaban desde sus aposentos de bordado y miriñaque las
señoras de antes, llamado de alerta a las empleadas del servicio que dejaban
tostar las camisas almidonadas de los señores en las mesas de plancha por
dedicarle atención a los culebrones de la tarde, entre enjuagaduras
lacrimógenas de delantales y suspiros delatores de pasiones reprimidas, cuando
las muchachas se iban a sus dormitorios ilusionadas con disfrutar de un sueño húmedo
con alguno de los galanes del momento: los de cabello engominado y patillas de
prócer que estrechaban a sus Dulcineas con sus brazos gruesos para acomodarlas
en sus cabalgaduras y hacerlas partícipes de homéricas conquistas.
Olía a caucho quemado, y no precisamente del cable de la
plancha, en aquellos diciembres, no tan proclives y altaneros como los de ahora,
cuando a partir del 7 de faroles y velitas, y hasta la fiesta de Reyes, los
muchachos de la cuadra amontonaban llantas en la calle para prenderles fuego y con
las mismas daban rienda suelta a sus guachafitas de totes, torpedos, volcanes, pitos
y buscaniguas, en una época en que la pólvora de festejo no era prohibida por
decreto y los borrachos conducían sus carromatos a sus anchas por calles y
avenidas.
Pero no eran más de dos o tres llantas las que los guapetones
incineraban ni había tantos automóviles como los que hoy circundan la ciudad,
atosigada y enferma por el humo de aceite quemado, por los infernales trancones de las
horas pico, y por las frecuentes tragedias derivadas de los accidentes, a
cualquier hora, más por conductores ebrios que en sano juicio.
En mora están las campañas aleccionadoras a mecánicos y montallanteros, para que no sigan abandonando neumáticos en lotes baldíos, caños y pastizales. Foto: La Pluma & la Herida |
Menos se conocían de ‘cementerios de llantas’, 600.000 en
total, como el que han registrado los medios después de la voraz conflagración
ocurrida el pasado martes 4 de noviembre, y que ha afectado directamente a miles
de habitantes de las localidades de Fontibón, Barrios Unidos, Puente Aranda y
Teusaquillo, y en fin, a una gran porción de Bogotá, presa de una crisis ambiental
sin precedentes.
Porque hay que ver los perjuicios de salubridad que este
humo acarrea en poblaciones vulnerables como mujeres embarazadas, niños y
ancianos. Las ventas de tapabocas, colirios y lágrimas naturales se han
disparado en boticas y dispensarios, lo mismo que el extracto de aluminio y la
leche de magnesia para proteger pieles delicadas de ese vapor rancio y pétreo
que expele el caucho y el alambre quemados, además de la fuerte toxicidad, con
síntomas latentes de nauseas, mareos, migrañas y graves complicaciones
respiratorias como neumonía. Ni hablar del manto de tizne y ceniza que ahora cubre los predios aledaños.
600.000 llantas al garete, cifra escandalosa, sobre todo en
un sector industrial, sin que los propietarios del lote de 20.000 metros
cuadrados y quienes tenía arrendado el inmueble, la firma Greener Group, hayan acatado
el cumplimiento de normas de seguridad, menos de las preventivas a un desastre
como ocurrido el martes. De no haber sido por el oportuno y diligente
dispositivo de los bomberos, la tragedia hubiera sido desproporcionada. Inimaginable
donde el incendio se hubiera producido en horas de la noche.
Pero ya es costumbre vieja en Colombia que tenga que
ocurrir una catástrofe de cualquier índole para que se tomen medidas al
respecto. En la mayoría de casos, ni siquiera eso sucede. Según la Secretaría
de Ambiente, sólo en Bogotá se generan 2,5 millones de llantas usadas al año,
de las cuales 750.000 son abandonadas por usuarios, mecánicos o montallantistas en
potreros, caños y humedales.
Greener Group es un consorcio dedicado al reciclaje de
desechos industriales, en especial caucho, para procesamiento de material sintético
y sus derivados en diversas aplicaciones comerciales: tapetes, pistas
atléticas, canchas de fútbol, parques infantiles, juguetes, bandas aislantes,
autopartes, suelas de zapatos y hasta insumos para carreteras, toda vez que el
caucho pulverizado mezclado con asfalto es el más óptimo e indicado por su
flexibilidad, consistencia y larga vida, y porque tiene un costo menor que el
pavimento convencional.
Hasta ahí, todo perfecto. Pero con su auge y
prosperidad, la empresa en mención debía gozar de un plan de contingencia,
seguridad y prevención, acorde con su materia prima bandera, de alta combustión
y toxicidad.
Queda en ascuas cuántas recicladoras como Greener Group hay
en Bogotá, y desde luego, en toda Colombia. Puede haber las que quieran. Lo
importante es que cumplan con el reglamento de prevención y seguridad.
El último reporte viene del concejal Hossman Martínez, quien advirtió que en el barrio Pedregal, de la localidad de Fontibón, cerca de donde ocurrió la emergencia, hay otra otra bodega con más de 600.000 llantas en depósito.
El cabildante asegura que la Secretaría de Ambiente conocía de estos almacenamientos de caucho y del riesgo y peligro que representaban para la ciudad, y que aún así no se tomaron los correctivos del caso.
El último reporte viene del concejal Hossman Martínez, quien advirtió que en el barrio Pedregal, de la localidad de Fontibón, cerca de donde ocurrió la emergencia, hay otra otra bodega con más de 600.000 llantas en depósito.
El cabildante asegura que la Secretaría de Ambiente conocía de estos almacenamientos de caucho y del riesgo y peligro que representaban para la ciudad, y que aún así no se tomaron los correctivos del caso.
Capítulo aparte están las campañas en mora a usuarios,
mecánicos, montallantistas y similares, para que estos neumáticos no sigan invadiendo
lotes baldíos, humedales, ríos, pastizales y quebradas. ¿Saben de las consecuencias
de estas llantas abandonadas? Depósitos de aguas putrefactas, olor acre y nauseabundo y caldo de cultivo
de insectos transmisores de múltiples enfermedades infecto-contagiosas como la
Chikungunya, el virus febril del
momento.
Está claro que a Bogotá no le cabe un carro más, ahora que
los entregan con la fotocopia de la cédula y sin cuota inicial. Como nunca en
su historia, la venta de automóviles se ha triplicado, y con ella la de
llantas, que el consumidor habitual encuentra en los supermercados, al lado de
la leche, el chocolate y el pan.
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