Portada de la edición icónica de El Malpensante, de 1966, reeditada para la revista conmemorativa de los 18 años de la revista. Foto cortesía: El Malpensante |
Ricardo Rondón Ch.
Cuando hace unos meses Andrés Hoyos, su gestor y fundador, extendió una invitación emergente a suscriptores, patrocinadores, empresarios, gente de la cultura, lectores y amigos de El Malpensante, para no dejar fenecer la publicación, me dio de nuevo ese pálpito desesperaznador de que, como otras de su estilo, Número, por ejemplo, iba a claudicar definitivamente por insuficiencia de recursos.
Pero no. Quedó demostrado que El Malpensante tiene más amigos que los que Hoyos hubiese imaginado, como sucedió con Juanita León y su infalible Silla Vacía. Hay asuntos de la vida de los que sería lamentable prescindir, tan habituales en nuestros días como la leche y la miel, cada vez más escasas y adulteradas.
Admiro a quienes se meten hasta el fondo en estas empresas quijotescas como las de crear y sostener una revista que narre y publique lo que las demás no cuentan, que hurgue en la llaga de los males propios y ajenos, que nos revele en el espejo legítimo de nuestras conciencias, y que cumpla con el cometido esencial de una publicación, que es la de entretener a través de la palabra escrita, lo más bello que la humanidad se haya inventado, y lo que realmente nos salva. Y una de ellas es El Malpensante. De ahí su nombre acertado.
En el itinerario generacional de estas publicaciones acuño con singular afecto revistas como Bohemia, de Cuba; Quimera, El Viejo Topo, Babelia, estas tres españolas; Martín Fierro, Minotauro y Babel, de Argentina; Asir, El Negro Timoteo y Número, de Uruguay; Líneas de Fuga, Vozotra, Mar y Arena, y La Tempestad, de México; Mezclaje, de Venezuela; Exégesis, de Puerto Rico; Etiqueta Negra, de Perú; y de las de antología de Colombia: Mito, Eco, Golpe de Dados, Pluma, Arquitrave, Ulrika, El Aleph, Hojas Universitarias (de la Universidad Central), Pergaminos (de la Universidad del Norte de Barranquilla), Perífrasis (de la Universidad de Los Andes), Thesaurus (del Instituto Caro y Cuervo), El Túnel, Coralibre, Gaceta (de Colcultura); amén de los suplementos literarios de algunos diarios, como el Magazin Dominical de El Espectador (en la época de Marisol Cano Busquets y Juan Manuel Roca), Gaceta (de El País de Cali), y Lecturas Dominicales de El Tiempo (en el fecundo período de D'artagnan), la mayoría de ellas desaparecidas hace mucho tiempo.
El oficio rescatista de estas matronas de papel de las letras y la cultura, corre ahora por cuenta de jóvenes entusiastas a través del fluido cibernético, como en el caso de Pascual Gaviria, con Rabo de Ají, y Universo Centro, de un grupo de firmes hacedores y divulgadores de la palabra de Medellín, ejemplos para tener en cuenta en otras regiones del país, el Caribe por ejemplo, cuando está más que comprobado que arriesgarse con el impreso es insistir en la bancarrota para cualquier medio, incluso para aquellos que aún gozan de estabilidad financiera.
Hará unos veinticinco años, uno de estos quijotes de molinos de papel, el catedrático y director de teatro cucuteño Felipe García Silva, asumió sin concesiones ni disquisiciones el reto de crear una revista literaria a la que bautizó Melusina, como el hada de la mitología celta del medioevo (que se convertía a su antojo en pez o en serpiente), en la que invirtió, para sus primeras tres ediciones mensuales, los ahorros de una vida, más la hipoteca de su apartamento de recién casado.
Y eso duró, tres meses, porque Melusina se fue al traste y con Felipe en la física quiebra. No sólo perdió el apartamento, sino que se quedó sin mujer, quien al verse sin piso y sin techo, salió corriendo patidifusa ante la locura del cónyuge, endeudado hasta la cédula y perdido del mapa por varios años.
A su retorno, como si hubiera llegado de la guerra, apocado y maltrecho, García Silva nos visitó con el cuento de que lo apoyáramos en una empresa que, según él, iba a romper con todo lo que hasta la fecha se había hecho en materia de cultura e imaginarios en Colombia: El primer festival internacional de títeres y marionetas, que igualmente resultó un fracaso. Coincidimos en que García Silva necesitaba con urgencia de ayuda psiquiátrica.
El año pasado volví a ver al hidalgo de estoraques regentando una carpa remendada en un parqueadero del histórico barrio de La Candelaria, donde cumplía a vespertinas de acróbatas y malabaristas cojitrancos, vendesuertes de papeletas agoreras en cajones musicalizados con loritos parlanchines, y una cuadra de perros famélicos envueltos en guirnaldas que repetían saltos y volteretas como si estuvieran sincronizados por un mecanismo de relojería. Y Felipe ahí, con la misma figura del errante cervantino, pero perseverante e irreductible en su causa.
Otro Quijote de años es Milciades Arévalo, que lleva insistiendo a pundonor y a contracorriente con su revista literaria Puesto de Combate, de la que él, y sólo él, es su propia empresa ambulante: hace reportería, toma fotos, edita, dirige la diagramación, a duras penas consigue la pauta para imprimirla, la reparte calle arriba y calle abajo en una estropeada maleta de viajero de ferrocarril, y tiene la resignación del santo Job para esperar meses y meses los cheques tardíos de sus proveedores, algunos sin fondos.
Uno más es el profesor Jorge Consuegra, al frente de Libros & Letras, con sus dos alfiles Ileana Bolívar y Carlos Castro Arias, que hace tiempo tienen ganado el premio internacional de la lealtad, el amor al oficio y la constancia, más por eso, por ese sentido de supervivencia que es no dejar morir lo que se quiere, que por lucro y prebendas, salvo las muestras de las editoriales. La heroica terquedad de Consuegra, no contento con su quimera de papel, le dio para crear el Premio Nacional de Literatura, cada año con más estímulo y convocatoria.
Así operan los directores de revistas culturales y literarias en Colombia, agazapados en sus trincheras, con yelmo y armadura de francas batallas, en un país donde las publicaciones que lideran el top de circulación y venta son las que exprimen hasta el bagazo el chisme y la maledicencia del decadente espectáculo televisivo, y las que ubican en sus portadas a la modelito siliconada del momento. Algunas de ellas, que fueron reinas indestronables en su momento, hoy se asoman a su propia decadencia cosmética ante la agonía inexorable del papel periódico.
Y si logran sostenerse y pagan a regañadientes nómina, arriendo y proveedores, es porque estamos en el país que nos acontece, con los gobernantes que hemos propuesto, que derrochan el presupuesto de la educación y la cultura, si no para el armamentismo y la guerra, en la proliferación de una burocracia insoportable, ahíta del banquete de la desmesura, del '¿cómo voy yo?', de la corruptela a ultranza.
De entrada, uno de los atractivos de El Malpensante son sus ingeniosas carátulas |
Ante la debacle arrasadora de las revistas literarias y de los medios impresos en general, Andres Hoyos, su señora esposa Rocío Arias Hofman, Mario Jursich (actual director),y su equipo de colaboradores, El Malpensante, en franca lid, continúa sembrando expectativas en lectores de ayer y de hoy que, a lo largo de dieciocho años ininterrumpidos, atizan el fuego de su subsistencia, desde la suscripción o la venta directa.
El Malpensante tiene una sobrada ventaja por encima de otras publicaciones similares. Goza de una intemporalidad que la hace perenne y vigente. Siendo aún joven (18 años), mayor de edad, quienes la coleccionamos, encontramos en las primeras ediciones, y en las de mitad de camino, la memoria fresca e imperdurable de sus ensayos y relatos, de sus entrevistas y grandes crónicas, algunas de ellas galardonadas con el Premio de Periodismo Simón Bolívar, el más reciente a la poeta y escritora Alexandra Samper por el vívido drama que significó el secuestro de La Chiva Cortés, un reportaje visceral y de largo aliento, que recomiendo aplicar como material de consulta y ejercicio académico para las nuevas generaciones de periodistas.
Si no me he animado a empastar en volúmenes las ediciones de El Malpensante, como me han sugerido, es porque disfruto a menudo repasando la grandeza creativa de sus carátulas, el diseño de las mismas, inteligente decorado que, en cada trazo, en el dibujo más sencillo o elocuente, nos revela a primera vista un cuento, un relato, un poema, una película por hacerse, o las notas en volandas de músicas remotas.
Y en ese ejercicio de repaso, de volver a esculcar y releer, me he pasado tardes enteras, entre tempranillos y depurados, y sinfonías de Mahler, montunos, guajiras y fados, siempre en pos de desempolvar las joyas de cofrecillo que abrigan sus páginas memoriosas innumerables:
La reveladora crónica ‘Así es Caracas’, de Tomás Eloy Martínez; ‘Una sencilla transacción’, genial breviario de Juan Villoro; el ‘Manual para embaucadores’, de Walter Serner; las Notas para una puesta en escena de ‘Pharmakon’, de Sandro Romero Rey; los ensayos teatrales y cinematográficos de Peter Brook, Ingmar Bergman y Tennessee Williams; el adictivo poema ‘Tetas como martinis’, de Jill McDonough; el bello ‘Testamento de la palabra’, de Nadine Gordimer; la crónica magistral, ‘La vida secreta de los maniquíes’, de Gay Talese; el enorme perfil del fotógrafo Carlos Caicedo, ‘El cazador invisible’, de María Alexandra Cabrera (Premio Nacional de Periodismo ‘Simón Bolívar’ 2011); o el también laureado con el ‘Simón Bolívar’ (2005), conmovedor reportaje -después convertido en libro- ‘300 días en Afganistán’, de la médica colombiana Natalia Aguirre Zimerman, entre cantidad de textos de impecable factura y largo aliento.
Llega El Malpensante a su año 18, con cédula certificada de selección y calidad en su contenido, un crítico y esmerado trabajo de edición, y la impronta de un publicación que se ha ganado el reconocimiento de todos los públicos, en especial la juventud, bachilleres y universitarios ávidos de lecturas paradójicas, controvertidas y compartidas, con ese halo de seducción del que es difícil escaparse.
La edición de aniversario de El Malpensante es justamente un homenaje al primer número de la revista, publicado originalmente en 1996: una reedición de colección (la primera se agotó), pletórica de cuentos, ensayos, manifiestos y poemas que, como sus hermanas, conservan total vigencia, agregado a una versión enriquecida y un diseño actual.
De modo que los malpensantes de distintas épocas podrán disfrutar, además de la clásica foto de portada tomada por Ruven Afanador a la modelo Tara Shannon, del clásico relato ‘Romance negro’, de Rubem Fonseca; las Cartas cinéfilas de Andrés Caicedo, con fotos inéditas de la Rata Carvajal; el cuento ‘El padre de mis hijos’, de Antonio Caballero; ensayos de Salman Rushdie y Gabriel Zaid; dos poemas inéditos de Gonzalo Rojas, y relatos de Héctor Abad, Germán Espinosa, Mark Twain y H.L. Mencken.
Para los títulos de este número, el tipógrafo César Puertas, creador del logo de El Malpensante y ganador de los premios Lápiz de Acero y Type Director’s Club, diseñó la tipografía Bufalino, una fuente de rápida lectura, que imprime un carácter más moderno a la publicación,
A las nuevas generaciones de lectores se les recomienda descubrir el origen de esta revista icónica que, no obstante su evolución y trascendencia, conserva intacta su esencia malpensante, enfocada en la literatura, el periodismo narrativo, el cine, la música, el arte, el diseño, la arquitectura, la política, la ciencia y el espíritu crítico.
Además de este proyecto editorial, la celebración de los 18 años contará con una programación cultural enfocada en el contenido de la revista, a lo largo del mes de noviembre, en distintos espacios de Bogotá.
Y para aquellos o aquellas que duran pensándolo mucho y le dan vueltas y vueltas a los centros comerciales a la hora de comprar un obsequio, pues qué más que un inteligente e imperecedero regalo de colección: Once ediciones de El Malpensante por $125.000, menos de lo que cuesta una botella de buen whisky, que en estas fechas movidas de ágapes y celebraciones, se evapora en uno dos por tres.
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