Omar Gordillo, en plena actividad, en su casa-taller de Altos de Suba. Foto: La Pluma & La Herida |
Ricardo Rondón Ch.
Oficina gerencial, despacho público o privado, vestíbulo clínico o gabinete dental que se respete, tiene una litografía con la rúbrica de Omar Gordillo colgada en sus paredes. En el orden de esa temática ha realizado alrededor de dos mil dibujos, hasta hace unos años, cuando empezó ha incursionar en la pintura inspirada en la cultura pop del espectáculo y la farándula, como lo testimonió en su exposición: ‘La excelencia de la mujer y del color’, homenaje a las divas de la pantalla y la pasarela: Angelina Jolie, Salma Hayek, Britney Spears, Adriana Lima, entre otras, sin descontar el tributo a Michael Jackson, a quien ha seguido desde sus primeros años.
Genio del arte pop en Colombia, con más de cuarenta años dedicados al dibujo y a la pintura. Alumno y colaborador de David Alfaro Siqueiros, el último de los grandes muralistas mexicanos, quien lo convocó para trabajar en el mural más grande del mundo, ‘La Marcha de la Humanidad’, de diez mil metros cuadrados, que pervive en el antiguo parque de La Lama, sobre la Avenida Insurgentes, en el D.F. mexicano.
De Siqueiros, además de la técnicas y los secretos de la estética, el volumen, la policromía y el trazo, dice haber aprendido su noble sentido humanístico, su humildad, el respeto por las personas de distintas condiciones, el amor por el oficio, por el pueblo, elementos que influyeron en su apostolado como dibujante de niñas de escasos recursos, vendedoras de florez y frutas, recicladoras, leñadoras, niñas indígenas, ordeñadoras de vacas, voceadoras de periódico, lustrabotas, recolectoras de café, recogedoras de agua, niñas sin norte, desplazadas, en fin, esa infancia que deambula maltratada y desprotegida por los caminos de esta Colombia indiferente.
Hijo de un aviador de la Fuerza Aérea Colombiana, Gordillo, por razones personales, se reserva el punto geográfico de su nacencia. Simplemente se remite a decir "soy pintor colombiano, producto de tres departamentos, con ciudadanía mexicana".
En medio de sus trebejos de taller, pinceles y humor penetrante a disolventes y trementina, lo abordamos en su taller de Altos de Suba, al norte de Bogotá, a donde La Pluma & La Herida llegó para entrevistarlo.
¿Qué fue lo primero que empezó a dibujar, maestro?
“A los doce años, mi abuelo, que era un godo recalcitrante, me ponía a leerle la Biblia por las noches y hacer los dibujos sagrados del libro. A los 13 me dijo: ‘dibújame un Laureano Gómez y un Cristo de Velásquez’. Los enmarcó y los colgó en la cabecera de su cama. Ahí comenzó mi carrera artística”.
No se le pegaría a usted la ‘godarria’, ¿o sí?
“No, porque mi abuela era liberal, lo mismo que mi papá, mis tíos y mi familia. De modo que mayoría gana. Y liberal me quedé hasta el sol de mis días”.
¿A quién le heredó ese trazo perfecto del retrato a lápiz y carboncillo?
“Estudié mucho a Leonardo Da Vinci y a Miguel Ángel. No he parado de dibujar desde los doce años. Dibujo con la misma facilidad con la que alguien habla o camina”.
¿Cómo se especializó en el retrato?
“Yo estudié en la Escuela de Artes de Cali, antes de viajar a México, y allí tenía modelos al desnudo todos los días. En ese tiempo era un jovencito apuesto, crespo, espigado, bien vestido, y me daba el lujo de tener cinco o siete novias al mismo tiempo, que posaban para mí con la gratificación de un dibujo que ellas se llevaban para el recuerdo”.
¿La esposa y madre de sus hijos está incluida en ese ramillete?
“A Clemencia, mi mujer, la dibujé pero cuando éramos novios. Ya después de casado no la volví a dibujar”.
¿Y ella no le ha hecho el reclamo?
“Nunca, porque ella sabe de la cantidad de trabajo que siempre he tenido”.
¿Qué lo hizo inclinarse por las niñas y los niños humildes del país como tema frecuente de su trabajo?
“Este tema lo comencé en Ciudad de México, justamente para mi tesis de ‘México Precolombino, Colonial y Moderno’. Me dolía en el alma ver a una niña de once años con una carga de leña en su hombro o con una vasija de barro llena de pulque sobre su cabeza. De modo que las empecé a dibujar, y cuando llegué a Colombia continué con este tema”.
¿Todavía lo hace?
“No, hace doce años lo dejé, porque quise retomar la actividad pictórica, ya que he sido muy aficionado al cine y a la música”.
¿Qué significa para usted el haber compartido cátedra con un ícono del muralismo como el maestro David Alfaro Siqueiros?
“Si no fuera por las fotos que tengo con él trabajando en el mural de ‘La Marcha de la Humanidad’, no me lo creería, ya que ha sido un momento crucial en mi carrera, no sólo por la oportunidad y el aprendizaje, sino porque cuando se terminó el mural, el maestro murió de cáncer de próstata, y con él terminaba la culminación del muralismo mexicano”.
¿A Diego Rivera también lo conoció?
“No, él ya había muerto, en 1954, y yo llegué a México en el 66, y me quedé hasta el 72”.
¿Qué se le puede aprender a una gloria de la pintura como Siqueiros?
“Todo, como ser humano, como artista, Siqueiros fue lo máximo: un hombre humilde, respetuoso de la gente de todas las condiciones, de su trabajo, de su país, y eso me marcó mucho para mis dibujos con niñas pobres, campesinas, muchas de ellas abandonadas”.
¿Qué ha hecho con todos esos originales?
“Figuran en museos y colecciones privadas, pero litografías sólo se les ha sacado a cuarenta dibujos, que son los que decoran las paredes de hospitales, centros públicos, fundaciones, oficinas y demás”.
¿Cómo se relacionaba con esas niñas modelos?, ¿cómo las convencía para que posarán?
“Yo llevaba fotos de otros dibujos y les explicaba qué era lo que estaba trabajando, obviamente, prometiéndoles un incentivo monetario. Tiempo después a muchas se les retribuyó con becas, con ropa, materiales didácticos, entre otras recompensas. Varias fueron portada del directorio telefónico y otras ilustraron los sellos postales”.
¿Alguna de ellas, en la actualidad, lo han abordado para agradecerle su misión filantrópica?
“Claro que sí: me han nombrado padrino de sus hijos, cosa que me hace muy feliz. Algunas están ya casadas, con hijos, y con su vida organizada”.
¿No se animaría en algún momento a retomar el trabajo con las niñas humildes, ahora que hay tanto desplazamiento en la mayoría de los sectores del país?
“Me parte el alma el fenómeno desplazamiento. Cuando voy en mi modesto automóvil por los semáforos y veo que una niña me estira la mano para que le dé una limosna, se me arruga el corazón, y me recuerda las niñas que yo dibujaba. Pero retomar ese trabajo, por ahora no, porque estoy concentrado en el arte pop”.
¿Cuánto lleva donando sus cuadros a las reinas colombianas para la Fundación ‘Nuestra Señora de las Mercedes’?
“Llevo veinte años. Cada año regalo cinco cuadros para esta noble causa que apoya a más de cincuenta niñas hijas de reclusas, prostitutas, drogadíctas. Además de las obras que me piden para subastas benéficas en pro de niños pobres y enfermos”.
¿Cómo es su admiración por Michael Jackson a quien le dedicó una exposición como tributo?
“Porque a él, además de su talento musical, le fascinaba dibujar. Hizo un dibujo de Charles Chaplin que se subastó en miles de dólares, en Las Vegas, hace diez años; pero mi fascinación por él es como bailarín, que nace de lo intermitente, rápido y lento del cine mudo, y que él supo fusionar con ritmos callejeros de la cultura Hip Hop”.
¿Y cuál es el tema que más le gusta del ‘Rey del Pop’?
“Todos como coreógrafo, empezando por ‘El paso de la luna’, que lo tomó de un bailarín callejero”.
¿Quién le regaló ese sombrero que lo hace ver como Dylan Thomas?
“Me lo regaló la cultura Pop, que es a la que he pertenecido siempre”.
¿Qué le hace dibujar una sonrisa?
“Siempre, la inocente alegría de los niños”.
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