Descanse en paz Sergio Urrego, nuevo mártir de la intolerancia, la homofobia, la discriminación y la hipocresía de este país de trapisondas, mentiras y leguleyos. Foto: Anarkismo.net |
Ricardo Rondón Ch.
“Hoy espero que lean las palabras de un muerto que siempre
estuvo muerto, que caminando al lado de hombres y mujeres imbéciles que
aparentaban vitalidad, deseaba suicidarse. Me lamento de no haber leído tantos
libros como hubiese deseado, de no haber escuchado tanta música como otros y
otras, de no haber observado tantas pinturas, fotografías, dibujos,
ilustraciones y trazos, como hubiese querido, pero supongo que ya puedo
observar a la infinita nada”.
Palabras sentidas de Sergio Urrego en la finitud irreconciliable
de su destino, palabras de un poeta adolescente como lo fue Arthur Rimbaud, el
joven bardo francés que, a la edad de Sergio -16 años-, ya decía que la única forma de avanzar en el oficio de
cometer versos, era a través de “un largo, inmenso y racional desarreglo de
todos los sentidos”.
Sergio era un poeta y no necesitó escribir la prolífica obra
del autor de 'Temporada en el infierno' para sustentarlo. Su vida fue poesía pura y contestataria desde el precoz intelecto,
el amor por los libros, la vocación por la palabra, la soledad, la
incomprensión y esa aversión -legítima en una poeta- contra los cánones, los
uniformes ideológicos, los irracionales convencionalismos educativos y esa
hiprocresía criminal de ciertos profesores que señalan la basura en el ojo de
sus alumnos, sin advertir la propia o la de sus hijos.
Por eso a Sergio, el joven poeta y brillante alumno lo
trataron de anarquista en el colegio donde estudiaba, por el sólo hecho de no
comer entero y decir lo que pensaba con palabras concretas, sin titubeos, sin
mediar los rencores y las represalias que podían tomar con él sus superiores.
No hay nada más hiriente para un ignorante con poder que hacérselo caer en cuenta,
desde la militancia de un pupitre: esa inofensiva trinchera de un salón de
clases. Y ahí comenzó su Viacrucis.
El caso de Sergio David Urrego Reyes, el estudiante de grado once
del Colegio Castillo Campestre, quien tomó la determinación de acabar con su
vida el 4 de agosto pasado ante la infame conspiración de un grupo de descerebrados,
mal llamados maestros, quienes se encargaron con señalamientos homofóbicos y discriminación
a ultranza de ponerlo frente al precipicio de un centro comercial en Bogotá,
pone de presente una vez más el grado de intolerancia y deshumanización de esta
sociedad acostumbrada a evanecer la fetidez pútrida de sus actos con las
fragancias cosméticas de Chanel N°5.
Sergio solo quiso expresar con honestidad aquello que palpitaba
en su carne y bullía en su espíritu. Y lo dejó escrito en unas líneas, a manera
de verso: “Mi sexualidad no es mi
pecado, es mi propio paraíso”. Quienes no aceptaron su condición homosexual
mientras se rasgaban las vestiduras, los directivos del plantel donde
estudiaba, se aferraron al ‘manual de convivencia estudiantil’, ese códice
inquisidor influenciado por quienes promueven la quema de libros y el averno
para los gays, que cita en uno de sus parámetros: “Están prohibidas las
manifestaciones obscenas, grotescas o vulgares en las relaciones de pareja,
dentro y fuera de la institución”.
En palabras más llanas, la mencionada institución educativa,
que tiene como eslogan de honor “rescatar los valores para alcanzar la paz”,
calificaba como falta imperdonable la relación sentimental que Sergio mantenía
con un amiguito. Y ahí fue Troya. La ingenuidad de Sergio se hizo evidente con
una fotografía registrada en su celular, donde él aparece besándose con su
parejo. Pero el abuso, que enmarca un delito, corre por cuenta del profesor que
le decomisó el teléfono y pregonó a los cuatro vientos la homosexualidad de los
muchachos, como si el docente estuviera limpio y purificado de toda culpa, como si el
Todopoderoso le hubiese conferido la potestad de juzgar y dictar sentencia.
Si Sergio Urrego tuvo la comprensión y el respaldo de sus
padres al confesarles su inclinación sexual, ¿qué diablos les podía interesar
lo que dijeran o resolvieran en el colegio, así se hubiera presentado la expulsión
automática? Faltó una resolución enérgica y radical de los progenitores:
primero estaba la protección y la integridad de su hijo que la preocupación por
el diploma de bachillerato, un cartón al fin y al cabo. Entonces lo
matricularon de emergencia en el colegio donde había estudiado en la infancia,
pero a esas alturas la herida de la víctima ya estaba demasiado abierta.
La crisis de Sergio alcanzó su tope cuando los padres de su
enamorado lo denunciaron por un supuesto acoso sexual, una suerte de ‘detergente’
para “limpiar el buen nombre de la familia ante la sociedad” que, en este país,
como es habitual, tiene oidores en los tribunales, con abogados y togados al mejor
precio, y medios de comunicación al por mayor, para que todo quede 'oficialmente
registrado y divulgado'.
Como si esto fuera poco, en el Colegio Castillo Campestre le
ordenaron a Urrego Reyes ponerse a órdenes del equipo de psicorientadores, como
si la homosexualidad fuera un problema esquizoide, como si sentirse atraído por
una persona del mismo sexo tuviera con ver con una disfuncionalidad cerebral,
un trastorno de la consciencia o, en palabras clericales de los conciliábulos
del Vaticano: “una posesión demoníaca”. Ahí ya le habían declarado su suicidio
metafísico.
Sergio Urrego Reyes, el estudiante aventajado y líder del
colegio que le labró su infierno; el niño recordado y admirado por la rectora y
las profesoras del Gimnasio de Normandía, donde cursó su primaria, distinguido
por su disciplina, su compañerismo y su alto coeficiente intelectual; el adolescente
que tenía proyectado estudiar, primero Inglés, en Australia, y luego Ingeniería
Ambiental, el poeta que no necesitó escribir demasiado para demostrar que era
un rapsoda en potencia, a su corta edad, atribulado de “caminar entre tantos
hombres y mujeres imbéciles de aparente vitalidad”, se despidió de este mundo en
la noche del 4 de agosto -un día después de haber presentado las pruebas del
Icfes- como un mártir más de la homofobia, el matoneo, la discriminación y la
intolerancia.
Para corroborar su sinceridad, dejó, a la par de sus cartas,
pruebas de que su relación de pareja fue limpia y correspondida, sin
concesiones, sin presiones, sin acoso, como lo denunciaron. “Nunca lo hubiera
hecho”, apuntó. “Me parece algo sumamente reprochable”. También dejó escrito un recordatorio
conmovedor para su abuela, la anciana de 90 años con quien compartía techo: “Jamás
podré olvidar sus ojos, su manera de mirar, de soñar, de añorar la juventud. Nunca
pensé morir antes que ella. En realidad, pido unas muy sinceras disculpas por
esto…”.
Señalado por la rectora del Colegio Castillo Campestre como “anarquista,
ateo y homosexual”, Sergio contó en su velación y funeral con un numeroso grupo
de colegiales y amigos que lamentaron y lloraron su dramático fallecimiento.
Dicen que a la semana siguiente, la mandacallar del plantel los citó a una
reunión para increparles la osadía de no haber pedido permiso para asistir a
los actos religiosos y, que en vista de esa ausencia, se veían obligados a reponer
la jornada el próximo sábado. La tapa de la tiranía.
Como quien dice: “El siguiente, al tablero”.
El parte de Medicina Legal revela que no se encontraron
muestras de licor o sustancias psicoactivas en el cuerpo del estudiante, como
para que después no vayan a relacionar el suicidio con un caso extremo de drogadicción.
Igual, lo que se diga, lo que se especule, lo que se haga o no se haga en este imperio
de las trapisondas y la impunidad, de nada valdrá para llenar el inmenso vacío
que dejó el joven poeta, ahora perplejo en “el espejo de la infinita nada”,
como él escribió en la víspera de su partida.
Leyendo algunos comentarios en "tuiter" me encontré con este blog y me pareció curioso y bello que ya se le dieran esos adjetivos a Sergio. Acabo de terminar de leer y tengo algunas cosas que decir al respecto, como que el ser anarquista, ateo y pansexual (porque no estaba determinado con eso de "gay") no es una mera invención peyorativa de los directivos sino que él realmente lo era. Ademas no encuentro lo ofensivo de usar esos terminos a una persona.
ResponderEliminarTampoco la frase de "Mi sexualidad no es un pecado, es mi propio paraiso" fue escrita por él. Él solo compartio una imágen de un grupo al que pertenecía en alguna red social donde estaba escrita dicha frase.
Y por último quiero decir que todas estas cosas como la de la frase y la de los adjetivos exagerados son intenciones de hacer novelas, peliculas, dramas, amarillismos. No me atrevo a decir que Sergio se haya suicidado por los acosos del horrible colegio, pero tampoco me atrevo a decir lo contrario. Es algo absurdo ponerse a juzgar cualquiera de los casos porque nadie sabe quien es Sergio, solo apenas lo que los medios dibujan y bueno... se sabe por experiencia que los medios no son una cosa muy creible y muy pura. Yo solo digo que Sergio si era alguien diferente, maduro, inteligente y todas las cosas que evidencia pero no es ningún martir ni ningún icono. Eso no significa que no espere que se tome alguna medida con el colegio. Pero Sergio es un ser humano que juzgo sin valor la vida demasiado pronto. Pero nadie puede juzgarle porque al cabo es un ser humano. Solo recordar lo bueno en vida porque en la infinita nada es absurdo intentar algo.