De izquierda a derecha: James el 'Cacique' Tovar, Diomedes Díaz, y el locutor y hombre del espectáculo Álvaro Alcides Álvarez, más conocido como el 'Triple A'. Foto: Héctor Sarasti |
Ricardo Rondón Ch.
Hay luto en El Rodadero,/ el cielo se puso gris,/ y un
acordeón lastimero/ despide al buen arrocero/ que repartía su dinero/ como si
fuera maíz./ Enciendan velas de pilón/, que ha muerto el ‘Cacique’ Tovar,/ ahora
descansa en paz/ porque acompaña al juglar/ en ese eterno lugar/ a donde todos
somos llamados,/ pobres y potentados/, cada quien con su cada cual.
Así podría rezar el coro de un paseo vallenato en el pecho
bronco y de eco sabanero de Poncho Zuleta, para despedir a un personaje que se
hizo célebre en el turístico balneario samario por compartir parte de sus fructíferas
ganancias, entre los más necesitados.
Amaba el vallenato y a su máximo ídolo, Diomedes Díaz. Era
devoto de la Virgen del Carmen, la misma a la que cantó y sublimó el ‘Cacique
de la Junta’. Era parrandero, y cuando los rones le enrevesaban las neuronas,
hacía llover desde sus pródigas manos billetes de diferentes denominaciones,
desde lo alto de un edificio de El Rodadero, en Santa Marta.
El único problema era que para menguar la juma y continuar
con el jolgorio, le daba por tomar sopa de pescado. Y fue una espina de
bocachico, una ganzúa de hueso de las vértebras, la que se le atravesó en la
laringe y le dio el tiquete para emprender el viaje sin regreso al reino de los
párpados cerrados.
El arrocero James Tovar con su señora madre, durante la celebración de uno de sus cumpleaños. Foto: Archivo particular |
James Tovar Barreto, como su alter ego de la música de
acordeones, apodado ‘El Cacique’, heredero de una familia pudiente de El
Espinal (Tolima), por antonomasia cultivadores y empresarios de arroz, falleció
en la noche del pasado martes en la Clínica Asunción de Barranquilla, acosado
por una masa que se le formó por el filamento, que le truncó la respiración, y
que en últimas le produjo la muerte.
No frisaba los 40 años. Pero hizo de su existencia un
remolino macondiano entre los plantíos de arroz, sus aventuras donjuanescas con
beldades del Tolima y de la Costa, sus interminables parrandas en cualquier
patio o tarima donde sonaran vallenato, en la Guajira, en Valledupar, en La
Arenosa, en Santa Marta, un fervor extremo que lo llevó a seguir el rastro
impenitente de Diomedes Díaz para expresarle su cariño y admiración.
Y se las ingenió para acceder a él. Sucedió en 2012, por
intermedio del reconocido locutor Álvaro Alcides Álvarez, más conocido en el
medio del espectáculo musical como el ‘Triple A’, quien se lo puso en suerte a
José Zequeda, manager de Diomedes, justo el día de su cumpleaños, en 2012,
cuando el artista cumplía a un compromiso musical en Santa Marta y se hospedaba
en un apartamento del Complejo Vacacional ‘Los Trupillos’.
Hasta allí llegó el ‘Cacique’ Tovar después de la
presentación de su ídolo, ya ‘jaladito’ de tragos, pero con la expectativa de
conocer en persona al cantante de quien conservaba sus éxitos discográficos y
decenas de vídeos de parrandas que en toda la costa ofrece al por mayor la vocinglería
pirata.
Esa noche, el ‘Cacique’ Tovar y el ‘Cacique de la Junta’, se
estrecharon en un abrazo ‘quiebrahuesos’ como si fueran compadres de años. El
arrocero no pudo contener lágrimas emocionadas y se despachó en palabras entrañables.
Acto seguido, se despojó de una gruesa cadena de oro tejida en filigrana, con una
placa en la mitad que inscribía la palabra Cacique.
“Diomedes, hermano mío, yo a usted lo quiero como un hijue…”,
fueron las palabras entrecortadas de Tovar, mientras veía su regalo ceñido al
cuello del juglar. Luego vinieron fotos, vídeos, parabienes. Al final, Tovar se
fue a seguirla a su apartamento del edificio Palanoa, en el sector de El
Rodadero, desde cuya ventana del quinto piso arrojaba dinero, un acto
filantrópico que repitió en varias oportunidades, y no necesariamente picado
por el licor y la euforia del vallenato.
James Tovar con otro de los artistas de sus afectos, el compositor e intérprete vallenato Omar Geles. Foto: Archivo particular |
También lo hizo en sano juicio y a la luz del día. Cuando no
desde la ventana de su refugio, como un ciudadano de a pie, en los sectores
populares de Santa Marta, inmerso entre carperos, bicitaxistas, playeros, vendedores
ambulantes y varados de esquina, los invitaba a degustar arepa de huevo
con refresco, para luego repartirles el efectivo en porciones de cien,
doscientos y hasta quinientos mil pesos -como narra el periodista Héctor
Sarasti, quien fue jefe de prensa en la última etapa de Diomedes Díaz-, tal
cual hizo con un humilde samario que arrastraba el drama de un hijo adolescente
aquejado de una penosa enfermedad. Y sin una rupia para el tratamiento.
Cuenta Sarasti que el primer acto de generosidad con los desafortunados
fue el 30 julio de 2013, día en que Tovar arrojó cinco millones de pesos en
billetes de cincuenta y veinte mil. Esas dádivas se repitieron con
frecuencia y fueron reseñadas con espectacularidad por medios nacionales, hasta
mayo del presente año, la última vez, cuando las autoridades lo amonestaron por
alterar el orden público. Tovar, para no hacer un alto en su propósito altruista,
recurrió a repartir mercados con su producto estrella: arroz en bolsas de
diferentes libras. A partir de ahí, no se volvieron a conocer noticias suyas.
La última vez que el colega Sarasti vio al ‘Cacique’ Tovar
fue el 25 de diciembre de 2013 en la plaza ‘Alfonso López’ de Valledupar, en
las exequias de Diomedes Díaz. Dice el reportero que lo observó descompuesto,
afligido, y que después de la misa lo vio involucrarse en el cortejo fúnebre,
rumbo al cementerio de Ecce Homo, al norte de la capital del Cesar, última
morada del controvertido compositor e intérprete guajiro.
Tovar, con toda la fortuna abonada en el trabajo y el
esfuerzo de su familia, no presumía de lujos ni excentricidades. Nunca se le vio
frecuentar establecimientos ostentosos ni hacer alarde de automóviles de marca.
Vestía común y corriente. Quienes lo conocieron, dan testimonio de su sencillez y bondad. Con frecuencia
y donde quiera que se encontrara, depositaba una partida para los arreglos
florales de la Virgen del Carmen.
Así lo hizo en Bogotá, en la iglesia que se erige en su
nombre, donde coincidió con Diomedes antes que este ascendiera al cerro de
Monserrate en señal de agradecimiento por haberle salvado la vida de un
aparatoso accidente de tránsito en carreteras de la Costa. Fue la última vez en
que los dos se vieron.
Nueve meses después del fallecimiento de Diomedes, Tovar se
reencuentra con su ídolo en las veredas ineluctables del más allá: De cacique a
cacique, cada quien con su cada cual.
Tovar entrega la cadena de oro a Diomedes Díaz: http://bit.ly/1AAyTuV
Fiesta de Diomedes Díaz pagada por James Tovar: http://bit.ly/1pRbtuQ
'Tovar en el apartamento de Diomedes, en Bogotá: http://bit.ly/1qkwy7b
Muy buena la historia...apoyemos a este gran escritor que hacía Juan Sin Miedo y la farandula de El Espacio, allá yo lo leía... Hugo
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