miércoles, 23 de julio de 2014

Fernando Montaño, el James Rodríguez del ballet mundial

El bailarín colombiano Fernando Montaño, Solista del prestigioso Royal Ballet, de Londres. Foto: Cortesía Mincultura
Ricardo Rondón Ch.

Ser parte del Royal Ballet y aparecer en escena en el Royal Ópera House de Londres, es algo similar, en guardadas proporciones, a lucir la camiseta del Real Madrid y debutar con el estadio a reventar en el Santiago Bernabéu.

Algo demasiado complejo para un soñador que viene del otro lado del mundo, de un país llamado Colombia, de un puerto como Buenaventura, región vulnerada por el abandono del Estado, la corrupción y el desgreño administrativo, la pobreza extrema, y hoy por hoy, la infame violencia.

Justo el día en que James Rodríguez se consagraba en el césped del templo sagrado de los madridistas con el número 10 del equipo merengue, en medio de los vítores y los aplausos de más 40 mil hinchas españoles, muchos colombianos y de otras nacionalidades que le daban la flamante bienvenida, el bailarín colombiano Fernando Montaño, el mejor del mundo en la actualidad, arribaba a un colegio distrital de Suba, en Bogotá, con pantalón de sudadera, tenis y camiseta blanca, para reunirse con los niños de esa institución educativa, presentarles a algunos de los integrantes de su compañía, darles una explicación de ballet, brindar una demostración y responder a las preguntas e inquietudes de los párvulos.

Mañana fría, pasada por una leve lluvia. En la fachada de la modesta edificación escolar -ubicada en el sector de Hunza, en tiempos de la Conquista, territorio indígena- se lee en letras de cemento: Institución Educativa Distrital Hunza C, paralelo a otro aviso premonitorio que se divisa en la entrada: ‘Llegó el momento de multiplicar tus poderes’.

Hay agite en los pasillos y en la cancha del colegio, porque rector y profesores han anunciado la llegada de un ‘visitante ilustre’, un colombiano que, como James, el número 10, viene de triunfar en lejanas tierras, en una nación próspera que se llama Inglaterra, donde todavía existen reyes, reinas y príncipes que se desplazan en lujosos coches tirados por caballos, y donde se baila algo hermoso que se llama ballet, acompañado de músicas dulces y celestiales que hablan de noches eternas de Sherezade, de cisnes enamorados que danzan en aguas diáfanas y de cenicientas que corren apresuradas al filo de las doce campanadas.

Fernando Montaño firma autógrafos a los parvulitos de la Institución Educativa Distrital Hunza C, en Suba. Foto: La Pluma & La Herida
Los niños se han ubicado en las graderías a esperar ansiosos a los visitantes, mientras que los altoparlantes despachan chirimías, currulaos y bullerengues. Una terna de damas inglesas que acompaña en su correría al artista, atienden los pormenores de su llegada. Una de ellas pregunta al operario de sonido que si tiene algo de música clásica para respaldar la exhibición. Ante la negativa, insiste en ubicar el dial de la HJCK, pero el intento queda en veremos.

A las 10:45 a.m. hace su comparecencia el ‘Narciso’ de esa perla negra que es Buenaventura: moreno, espigado, figura atlética, apolínea, sonrisa de comercial de dentífrico, ojos negros profundos, un mechón rebelde sobre la frente, y una sencillez inadmisible para una figura de un talento rutilante como el de Montaño, que ha bailado en los recintos marmóreos de la Casa Blanca para Michelle Obama, que ha concebido y dirigido los espectáculos de Madonna, y las pasarelas de Naomí Campbell, Claudia Schiffer, igual que las colecciones de quien él considera su madrina y mecenas: la prestigiosa diseñadora británica Vivianne Westwood.

Bailar ha sido la vida de Fernando Montaño en sus 28 años de existencia. Y eso que su padre, Juan Rodríguez, un humilde carguero de bultos de la zona franca de Buenaventura, quería que el pelado fuera un crack del fútbol, que lo jugó, sí, que pateó un balón de cuero hecho ruinas en las calles polvorientas de su barrio, a contracorriente de ese chip que traía en el vientre de su madre: el arte, la música, la danza, la expresión del cuerpo que es el lenguaje del alma, la elasticidad, el movimiento, lo sublime, la pausa.

Montaño se deja llevar por los pequeños uniformados del colegio de Hunza. La prefecta les marca un territorio para que el bailarín tenga la disponibilidad de explicar todo lo concerniente sobre el asfalto. Antes de los ejercicios de rigor, presenta a los integrantes de la compañía que vinieron con él desde Londres a reinaugurar -con tres funciones- el Teatro Colón de Bogotá, esta vez con la acertada orientación y dirección de Manuel José Álvarez Gaviria, uno de los cofundadores del Teatro Nacional, con Fanny Mikey a la cabeza.

No muestra cansancio, no obstante haber aterrizado en Eldorado a las diez de la noche. Quienes lo secundan también demuestran con sus sonrisas la amabilidad y la calidad humana de quienes se entregan y rinden culto a un arte como el ballet. Son ellos: Elena Glurjidze, de Georgia; Yasmine Nadhol, de Inglaterra; Roberta Márquez, de Brasil, Valentín Zuccetti, de Italia, Claire Calvert, de Inglaterra, Arionel Vargas, de Cuba; y Sebastián Zamora, otra gran revelación colombiana.

Montaño, con sus compañeros, explica los ejercicios de calentamiento, que él compara con los de los de los futbolistas, antes de ingresar al terreno de juego. Habla de la disposición y la concentración en el escenario, un asunto religioso, recalca, donde deben ir perfectamente sincronizados mente, músculo, espíritu y armonía, en fiel conjunción con el rol que representan y la música que navega a su aire en el teatro.

Los párvulos quedan maravillados cuando ven salir a escena, como un ángel, a la bailarina inglesa Claire Calvert, con el tutú y las zapatillas de punta, en un acto próximo al de la levitación y el encantamiento. Los chiquillos aplauden. Luego, Montaño sugiere a su compatriota, el joven Zamora, que se desplace en círculos, tarea complicada sobre el pavimento, pero no para esta figura del ballet en crescendo.

Después afloran las preguntas de los chiquilines. Y qué preguntas. Sin exagerar, mejor elaboradas que las de muchas reporteras y presentadoras de farándula. Una pequeña, cuya edad puede oscilar entre los 6 y 7 años, dice que ella hubiera querido ser también una bailarina, pero que sus papás no se interesaron en inscribirla en una academia.

Integrantes del Royal Ballet de Londres, que acompañan a Fernando Montaño en el espectáculo con el que se reinaugura el Teatro Colón de Bogotá. Foto: La Pluma & La Herida 
Montaño, como buen mentor, le da esperanzas a la chiquilla asegurándole que una de las razones de su visita a su colegio es descubrir y apoyar talentos a través de su fundación Children of the Andes -logotipo que lleva impreso en su camiseta-, y que con la asesoría de su colega, el también bailarín, coreógrafo y director, Carlos Jaramillo, maestro de danza contemporánea, seguramente, si tiene disposición, la acogerá para su capacitación, como también lo hará con otros niños de ese sector.

“A eso hemos venido”, recalca el virtuoso bailarín que sigue respondiendo a las curiosidades de los infantes: ‘¿De qué material están hechas las zapatillas?’, ‘¿Qué pasa si se caen en plena función?’, ‘¿Cómo es Inglaterra?’, ‘¿Por qué no se quedó en Colombia para enseñar?’, etc., etc., cuestionamientos inocentes, pero con un trasfondo sabio, que no es otro que la natural elocuencia de quienes despiertan con asombro a la vida.

Para rematar la revista física y explicar el por qué y el para qué del ballet como suprema expresión artística, como madre de todas las danzas, Fernando Montaño contará episodios y anécdotas de su vertiginosa y novelesca carrera dancística. Dirá con sonrisa dulce que proviene de una familia humilde de Buenaventura, que a pesar de las premuras y las limitaciones económicas, recibió todo el apoyo de ella.

Que a los 6 años fue llevado a Cali y que en esa ciudad abrigó el sueño de convertirse en bailarín. Que a los 12 años logró un cupo en Incolballet y que gracias a su talento se ganó una beca para estudiar danza en Cuba, con la reconocida maestra Niurka de Saa. Que aún adolescente, fueron años duros en la estadía y en el aprendizaje, pero cuando “se tiene el motor encendido de las ganas y las realizaciones, no hay obstáculo que valga”. Que querer es poder. Y que cuando el hambre acosaba, muchas veces tuvo que llenar el estómago de agua.

El genial artista de Buenaventura en una postal que remite a su rutina de ensayos: el amplio escenario, el pianos, los espejos, las barras. Foto: Cortesía Pablo Salgado
Narrará Montaño que de Cuba cruzó el océano rumbo a Italia, gracias al amadrinamiento de doña Venus, abuela de una compañera de la Escuela Nacional de Ballet de Cuba, que se encariñó de él y le ayudó con algo de dinero y hasta a gestionar la visa para que viajara. Que llegó a Turín y que por astucias de su mentora, logró refugiarse en un convento de monjas de clausura donde, como es sabido, no existe en el léxico la palabra hombre, menos uno de cuerpo presente, joven y esbelto, capaz de hacer caer en tentación hasta la propia superiora.

Pero que en esa clandestinidad patrocinada por Francisco, el de Asís, pasó varias noches, hasta que lo descubrieron. No fue gratuita la pillada. Gracias a ella conoció a su otra madrina, Jane Hacker, ex directora del English National Ballet, quien quedó impresionada después de verlo bailar en un festival de Turín. Inmediatamente le sugirió que se presentara a audiciones en el Royal Ballet, algo que le pareció imposible al bailarín en ciernes, con la fortuna expedita de que ella misma se ofreció para organizarlas.

Eso fue en 2008 y desde esa época, Fernando Montaño - que lleva como primer apellido el de su señora madre, Gloria Montaño, quien falleció de cáncer cuando él ascendía los primeros escalones de su profesión-, no ha parado de ser noticia con sus logros y triunfos. Sí, llegar al Royal Ballet, es como firmar con el Real Madrid, como lo hizo James. Y presentarse en el Royal Ópera House, como sudar la número 10 en el ‘Santiago Bernabéu’, en la final de la Copa del Rey.

Pues Montaño, en equivalencia, ya va por su sexta temporada, ahora como Solista de la compañía, que es un privilegio difícil de alcanzar. Y de ahí, a ser primera figura, con letras doradas, la consagración, el Olimpo de los Narcisos llamados a escribir la historia, como el inmortal Rudolf Nureyev.

La lente surrealista de Pablo Salgado revela esta imagen icónica de Montaño, en la alfombra de su apartamento en Londres. Evocadora del cartagenero Álvaro Restrepo en su recordada 'Rebis'  
En ese aspecto, el colombiano la tiene clara. Por eso ha aprovechado al máximo el tránsito de sus quimeras, porque sabe que la carrera de un bailarín de ballet, como la de un crack del fútbol, es relativamente corta. Y a él le espera un futuro brillante: apenas tiene 28 años y su currículum no puede ser más satisfactorio.

Entre sus logros más relevantes se cuentan: su elección en 2007 como representante elegido del Royal Ballet en el Concurso Erik Burhn, de Toronto (Canadá). Dirigir las coreografías de las colecciones de la afamada modista inglesa Vivianne Westwood. Recibir en 2009, en Nueva York, la Mención de Honor en reconocimiento a su destacada labor en las artes. En 2013, galardonado como Personalidad del año en los Premios LUKAS (Latin American United Kimdong Adwards), con repetición este año, que él dedicó a su natal Buenaventura.

Pero de todas las preseas y reconocimientos otorgados, el que más acuña con beneplácito es el de Embajador de Children of the Artes, que es su misión de liderazgo en causas benéficas, en especial, para el desarrollo, el respaldo y la capacitación de las artes en Colombia, en niños de poblaciones desfavorecidas.

Por eso vino a Hunza, territorio nativo de Suba. Por eso se reunió con la parvada para explicarles de dónde viene, cómo lo ha hecho y para dónde va. Porque querer es poder y porque  Colombia vive un momento trascendental en el deporte y en las artes, en el fútbol particularmente, con una Selección que le devolvió la fe y la confianza al país y un número 10  ídolo, arrollador.

Entonces, la pregunta, sin atenuar en comparaciones odiosas, no se hace esperar:

-¿Es Fernando Montaño el James Rodríguez del ballet mundial?

El Narciso de Buenaventura, sonríe, piensa unos segundos y responde:

-Bueno, eso lo juzgarán ustedes cuando me vean en el escenario.

Y esa posibilidad se dará durante tres días en la reinauguración del Teatro Colón, entre el 25 y el 27 de julio, con obras significativas del ballet clásico como: Manon, Rahpsody y El espectro de la rosa

Fernando Montaño, descubrimiento y revelaciones del ballet:
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