El bailarín colombiano Fernando Montaño, Solista del prestigioso Royal Ballet, de Londres. Foto: Cortesía Mincultura |
Ricardo Rondón Ch.
Ser parte del Royal Ballet y aparecer en escena en el
Royal Ópera House de Londres, es algo similar, en guardadas proporciones, a
lucir la camiseta del Real Madrid y debutar con el estadio a reventar en el
Santiago Bernabéu.
Algo demasiado complejo para un soñador que viene del otro
lado del mundo, de un país llamado Colombia, de un puerto como Buenaventura,
región vulnerada por el abandono del Estado, la corrupción y el desgreño administrativo,
la pobreza extrema, y hoy por hoy, la infame violencia.
Justo el día en que James Rodríguez se consagraba en el
césped del templo sagrado de los madridistas con el número 10 del equipo merengue,
en medio de los vítores y los aplausos de más 40 mil hinchas españoles, muchos
colombianos y de otras nacionalidades que le daban la flamante bienvenida, el bailarín colombiano Fernando Montaño, el mejor del mundo en la actualidad, arribaba
a un colegio distrital de Suba, en Bogotá, con pantalón de sudadera, tenis y
camiseta blanca, para reunirse con los niños de esa institución educativa,
presentarles a algunos de los integrantes de su compañía, darles una
explicación de ballet, brindar una demostración y responder a las preguntas e
inquietudes de los párvulos.
Mañana fría, pasada por una leve lluvia. En la fachada de la
modesta edificación escolar -ubicada en el sector de Hunza, en tiempos de la Conquista,
territorio indígena- se lee en letras de cemento: Institución Educativa
Distrital Hunza C, paralelo a otro aviso premonitorio que se divisa en la entrada: ‘Llegó el momento
de multiplicar tus poderes’.
Hay agite en los pasillos y en la cancha del colegio, porque
rector y profesores han anunciado la llegada de un ‘visitante ilustre’, un
colombiano que, como James, el número 10, viene de triunfar en lejanas tierras,
en una nación próspera que se llama Inglaterra, donde todavía existen reyes, reinas
y príncipes que se desplazan en lujosos coches tirados por caballos, y donde se
baila algo hermoso que se llama ballet, acompañado de músicas dulces y
celestiales que hablan de noches eternas de Sherezade, de cisnes enamorados que
danzan en aguas diáfanas y de cenicientas que corren apresuradas al filo de las
doce campanadas.
Fernando Montaño firma autógrafos a los parvulitos de la Institución Educativa Distrital Hunza C, en Suba. Foto: La Pluma & La Herida |
Bailar ha sido la vida de Fernando Montaño en sus 28 años de
existencia. Y eso que su padre, Juan Rodríguez, un humilde carguero de bultos de
la zona franca de Buenaventura, quería que el pelado fuera un crack del fútbol,
que lo jugó, sí, que pateó un balón de cuero hecho ruinas en las calles polvorientas
de su barrio, a contracorriente de ese chip que traía en el vientre de su madre:
el arte, la música, la danza, la expresión del cuerpo que es el lenguaje del
alma, la elasticidad, el movimiento, lo sublime, la pausa.
Montaño se deja llevar por los pequeños uniformados del
colegio de Hunza. La prefecta les marca un territorio para que el bailarín tenga
la disponibilidad de explicar todo lo concerniente sobre el asfalto. Antes de
los ejercicios de rigor, presenta a los integrantes de la compañía que vinieron
con él desde Londres a reinaugurar -con tres funciones- el Teatro Colón de Bogotá, esta vez con la acertada orientación y dirección de Manuel José Álvarez Gaviria, uno de los cofundadores del Teatro Nacional, con Fanny Mikey a la cabeza.
No muestra cansancio, no obstante haber aterrizado en Eldorado a las diez de la noche. Quienes lo secundan también demuestran con sus sonrisas
la amabilidad y la calidad humana de quienes se entregan y rinden culto a un
arte como el ballet. Son ellos: Elena Glurjidze, de Georgia; Yasmine Nadhol, de
Inglaterra; Roberta Márquez, de Brasil, Valentín Zuccetti, de Italia, Claire
Calvert, de Inglaterra, Arionel Vargas, de Cuba; y Sebastián Zamora, otra
gran revelación colombiana.
Los párvulos quedan maravillados cuando ven salir a escena,
como un ángel, a la bailarina inglesa Claire Calvert, con el tutú y las
zapatillas de punta, en un acto próximo al de la levitación y el encantamiento.
Los chiquillos aplauden. Luego, Montaño sugiere a su compatriota, el joven
Zamora, que se desplace en círculos, tarea complicada sobre el pavimento, pero
no para esta figura del ballet en crescendo.
Después afloran las preguntas de los chiquilines. Y qué
preguntas. Sin exagerar, mejor elaboradas que las de muchas reporteras y
presentadoras de farándula. Una pequeña, cuya edad puede oscilar entre los 6 y 7
años, dice que ella hubiera querido ser también una bailarina, pero que sus
papás no se interesaron en inscribirla en una academia.
Integrantes del Royal Ballet de Londres, que acompañan a Fernando Montaño en el espectáculo con el que se reinaugura el Teatro Colón de Bogotá. Foto: La Pluma & La Herida |
“A eso hemos venido”, recalca el virtuoso bailarín que sigue
respondiendo a las curiosidades de los infantes: ‘¿De qué material están hechas
las zapatillas?’, ‘¿Qué pasa si se caen en plena función?’, ‘¿Cómo es
Inglaterra?’, ‘¿Por qué no se quedó en Colombia para enseñar?’, etc., etc.,
cuestionamientos inocentes, pero con un trasfondo sabio, que no es otro que la
natural elocuencia de quienes despiertan con asombro a la vida.
Para rematar la revista física y explicar el por qué y el
para qué del ballet como suprema expresión artística, como madre de todas las
danzas, Fernando Montaño contará episodios y anécdotas de su vertiginosa y
novelesca carrera dancística. Dirá con sonrisa dulce que proviene de una
familia humilde de Buenaventura, que a pesar de las premuras y las limitaciones
económicas, recibió todo el apoyo de ella.
Que a los 6 años fue llevado a Cali y que en esa ciudad
abrigó el sueño de convertirse en bailarín. Que a los 12 años logró un cupo en
Incolballet y que gracias a su talento se ganó una beca para estudiar danza en
Cuba, con la reconocida maestra Niurka de Saa. Que aún adolescente, fueron años duros en la estadía y en el aprendizaje,
pero cuando “se tiene el motor encendido de las ganas y las realizaciones, no
hay obstáculo que valga”. Que querer es poder. Y que cuando el hambre acosaba, muchas
veces tuvo que llenar el estómago de agua.
El genial artista de Buenaventura en una postal que remite a su rutina de ensayos: el amplio escenario, el pianos, los espejos, las barras. Foto: Cortesía Pablo Salgado |
Pero que en esa clandestinidad patrocinada por Francisco, el
de Asís, pasó varias noches, hasta que lo descubrieron. No fue gratuita la
pillada. Gracias a ella conoció a su otra madrina, Jane Hacker, ex directora del
English National Ballet, quien quedó impresionada después de verlo bailar en un
festival de Turín. Inmediatamente le sugirió que se presentara a audiciones en el
Royal Ballet, algo que le pareció imposible al bailarín en ciernes, con la
fortuna expedita de que ella misma se ofreció para organizarlas.
Eso fue en 2008 y desde esa época, Fernando Montaño - que
lleva como primer apellido el de su señora madre, Gloria Montaño, quien
falleció de cáncer cuando él ascendía los primeros escalones de su profesión-,
no ha parado de ser noticia con sus logros y triunfos. Sí, llegar al Royal
Ballet, es como firmar con el Real Madrid, como lo hizo James. Y presentarse en
el Royal Ópera House, como sudar la número 10 en el ‘Santiago Bernabéu’, en la final
de la Copa del Rey.
Pues Montaño, en equivalencia, ya va por su sexta temporada,
ahora como Solista de la compañía, que es un privilegio difícil de alcanzar. Y
de ahí, a ser primera figura, con letras doradas, la consagración, el Olimpo de
los Narcisos llamados a escribir la historia, como el inmortal Rudolf Nureyev.
La lente surrealista de Pablo Salgado revela esta imagen icónica de Montaño, en la alfombra de su apartamento en Londres. Evocadora del cartagenero Álvaro Restrepo en su recordada 'Rebis' |
Entre sus logros más relevantes se cuentan: su elección
en 2007 como representante elegido del Royal Ballet en el Concurso Erik Burhn,
de Toronto (Canadá). Dirigir las coreografías de las colecciones de la afamada
modista inglesa Vivianne Westwood. Recibir en 2009, en Nueva York, la Mención
de Honor en reconocimiento a su destacada labor en las artes. En 2013,
galardonado como Personalidad del año en los Premios LUKAS (Latin American
United Kimdong Adwards), con repetición este año, que él dedicó a su natal
Buenaventura.
Pero de todas las preseas y reconocimientos otorgados, el
que más acuña con beneplácito es el de Embajador de Children of the Artes, que
es su misión de liderazgo en causas benéficas, en especial, para el desarrollo,
el respaldo y la capacitación de las artes en Colombia, en niños de poblaciones
desfavorecidas.
Por eso vino a Hunza, territorio nativo de Suba. Por eso se
reunió con la parvada para explicarles de dónde viene, cómo lo ha hecho y para
dónde va. Porque querer es poder y porque Colombia vive un momento trascendental en el
deporte y en las artes, en el fútbol particularmente, con una Selección que le
devolvió la fe y la confianza al país y un número 10 ídolo, arrollador.
Entonces, la pregunta, sin atenuar en comparaciones odiosas,
no se hace esperar:
-¿Es Fernando Montaño el James Rodríguez del ballet mundial?
El Narciso de Buenaventura, sonríe, piensa unos segundos y
responde:
-Bueno, eso lo juzgarán ustedes cuando me vean en el
escenario.
Fernando Montaño, descubrimiento y revelaciones del ballet:
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