jueves, 5 de junio de 2014

Bienvenida ACA: Sindicato de Actores Colombianos. Que perdure la utopía

Con 600 participantes en su asamblea de constitución, nació la Asociación Colombiana de Actores (ACA), el primer organismo de este gremio con plataforma sindical. Foto: Teatro 'Fanny Mikey' 
Ricardo Rondón Ch.

Vivimos tiempos peligrosos: nuestra civilización está bajo amenaza de las fuerzas del mal y, nosotros, humildes actores, hacemos lo que podemos para luchar como soldados en el lado bueno de la gran batalla. (Albert Finney, en ‘La sombra del actor’)

Sir Albert Finney recibió una nominación al Óscar por su protagónico en esta película, ‘La sombra del actor’ (1983), dirigida por Peter Yates y coprotagonizada por Tom Courtenay, con guión adaptado de la obra homónima de Ronald Harwood: un homenaje del cine al teatro, que tiene como escenario la vetusta sala de una provincia inglesa, en medio de los incesantes bombardeos de la Segunda Guerra Mundial , donde un anciano actor representa noche a noche al Rey Lear, de Shakespeare, ayudado por el único ser que le queda después de una vida de derrotas y desventuras: su fiel y abnegado vestuarista.

De hecho, en inglés, la película fue exhibida con el título de ‘The Dresser’ (El Vestidor). Todo el mundo creyó que Finney se iba a alzar con la codiciada estatuilla a Mejor actor protagónico, por tan extraordinario rol, pero no fue así. Un somero desquite se dio con el Oso de Plata en el Festival de Cine de Berlín.  Al año siguiente (1984), se multiplicaron las apuestas para verlo recibir el máximo galardón de la Academia, en la misma categoría, por ‘Bajo el volcán’, pero tampoco sucedió.
       
Hubo otras congratulaciones menores y media docena de nominaciones al Óscar, pero quién se precie de admirador y notario puntual de las artes escénicas, recordará a Albert Finney como uno de los grandes exponentes del teatro y el cine inglés de las décadas de los 70, 80 y 90, hasta los albores del nuevo siglo , actor de estudio y laboratorio permanentes, obsesionado por Shakespeare, y uno de los más versátiles intérpretes de su vasta y demoledora obra, como la que de manera brillante encarna en la cinta de Yates: el ruinoso soberano de Bretaña que se debate entre la ingratitud, la soberbia, la vejez y la locura.

El de Finney es apenas uno de los tantos ejemplos que durante décadas ha arrojado este oficio, que más es un apostolado, porque muchos, como quien hemos citado, se lo toman como un verdadero credo, por encima de las bagatelas de la fama y del estrellato, y hoy por hoy, de la devastadora farandulización, el marketing a ultranza, cuando ya cualquier modelo o soñador de fantasías recibe el grado expedito de actor en la fábrica ligera de los realitys.

De ellos los hay por montones y se reproducen por enjambres. En las manos robóticas de la cosmética televisiva y de los coachings de imagen, esos vestuaristas programados de la postmodernidad, los supuestos actores, actrices, dejan de ser carne y hueso para convertirse en productos, en figuras de catálogo, tipo exportación, que manejan y venden al mejor postor las multinacionales del entretenimiento, llámese canales televisivos de amplio reconocimiento o agencias de artistas élite.

Ante ese imperio de la banalización y la superficialidad creado por la industria del merchandise, el horizonte no puede ser más desalentador para quienes se entregaron al oficio desde la academia y el taller, los colectivos teatrales, el estudio y la investigación, el vivir y trasegar por y para el arte, y en la mayoría de casos, tan notorios en Colombia en épocas pretéritas y actuales, por amor al arte.

Albert Finey, actor inglés, inspiración para la creación de agremiaciones de actores a partir de su conmovedora película, 'La sombra del actor', un homenaje del cine al teatro.   
La metáfora de Albert Finney sigue tan vigente como cuando la expuso en su parlamento de la adaptación para cine de ‘La sombra del actor’, categórica, intemporal: “vivimos tiempos peligrosos: nuestra civilización está bajo amenaza de las fuerzas del mal y, nosotros, humildes actores, hacemos lo que podemos para luchar como soldados, en el lado bueno de la gran batalla”.

En escena, Finney recitaba su monólogo ante el espejo mustio de su camerino, íngrimo y desamparado, como el último histrión sobre la faz de la tierra, atribulado de temores, vencido por el escepticismo, menguado por el deterioro de los años, estupefacto por la imagen fantasmal que le devolvía el cristal empañado. Y, el vestidor, ahí, atizando la mirada impotente y pesarosa entre bambalinas.

¡Vaya paradoja!, el actor en decadencia, debatiéndose entre la mirada atónita de un grupo de espectadores atemorizados por las bombardas, bajo un cielo cruzado por las ráfagas apocalípticas de la guerra, y la mirada misericordiosa de su leal ayuda de escenario,  una alegoría similar al del guardia que envejece vigilando  a un reo condenado a muerte, en un tránsito de decrepitud y demencia.
  
Ese colapso del alma histriónica representado en la memorable interpretación del artista británico, fue  motivo emergente  de inspiración para que los actores de la posguerra aunaran esfuerzos en aras de crear su propio gremio, una institución orientada a reclamar sus derechos ante el Estado, procurar por una ley de garantías sociales y de sostenimiento, lo que equivale a un subsidio para actores desempleados, ancianos, enfermos o caídos en desgracia, y reclamar a la constitución un respaldo legal al estatus de la profesión.

Así surgieron las primeras agremiaciones de artistas británicos –en un país con mayor índice de actores en el mundo-, iniciativa que se fue propagando en el orbe, más allá del Atlántico, en la América de la industrialización y los avances tecnológicos, y del nacimiento a todas luces de la meca del cine, Hollywood, fábrica imparable de superproducciones y de inmortales estrellas, pero también de la explotación en cadena por parte de acaudalados empresarios, que no cesaban de llenar sus arcas en nombre del talento a un precio irrisorio, horarios injustificados y sin prestaciones de ninguna índole.

El azote y la desprotección no afectaba exclusivamente a la población actoral, sino que cobijaba a técnicos, realizadores, utileros, vestuaristas, y todo ese engranaje vital que hay en un estudio y detrás de cámaras. La inconformidad de los trabajadores no se hizo esperar y retomando el modelo inglés y de los grandes sindicatos industriales de Europa Central, surgió el SAG, que es la sigla del Screen Actors Guild, el gremio de actores más fortalecido de los Estados Unidos, que cobija alrededor de doscientos mil miembros de diferentes partes del mundo.

De amplia repercusión en otras latitudes como España, Francia, Italia, y en Latinoamérica, México, Argentina y Brasil, las agremiaciones de actores han dado fructíferos resultados, no sólo en el reconocimiento legal de la industria y el gobierno, la protección y solución a las necesidades y derechos ciudadanos, sino a la capacitación y representación como una profesión digna y equiparable a cualquier otra dentro del concierto intelectual y productivo de una nación.

De izquierda a derecha: Julio Correal, Santiago Alarcón, Ernesto Benjumea y Víctor Mallarino, presentes en la junta directiva de ACA. Foto: La Pluma & La Herida
En lo que atañe a Colombia, bien es sabido, la consecución de estos derechos no ha sido la más afortunada, primero, por la desatención estatal, la burocracia, la corrupción y demás vicios congénitos de nuestra idiosincrasia, y segundo, porque  los escasos gremios que durante décadas se han fundado, sólo han permanecido mientras dura la utopía y el entusiasmo del arranque.

Uno de las más batalladoras en estos derroteros ha ido la actriz María Eugenia Penagos, quien después de varios años de lucha, literalmente tiró la toalla ante la ingratitud del mismo gremio que ella con esfuerzo y vocación se encargó de respaldar, y porque después de crear la Casa del Artista, adscrita a su institución, el CICA (Círculo Colombiano de Artistas), donde se daba alberge a actores de la tercera edad, la mayoría enfermos y en un abandono total, quedó sola en su cometido y terminó pagando de su bolsillo el mantenimiento de la morada y los servicios públicos. “Estoy reventada, no puedo más. Todos me dieron la espalda”, me dijo Penagos entre sollozos, en una entrevista que le hice no hace más de tres años.

Todo esto para conectar –y sabrán disculparme por extenderme demasiado- con la aparición de un nuevo gremio de profesionales de la escena que recién se acaba de estructurar bajo el nombre de Asociación Colombiana de Actores (ACA), que en la asamblea de constitución, efectuada en el Teatro ‘Fanny Mikey’, el pasado 20 de mayo, reunió a ¡600! integrantes, de 700 que hay a la fecha (el 4 de junio de 2014), cuando fue presentada oficialmente a los medio de comunicación, acto que tuvo lugar en el Club del Comercio de Bogotá. Una cifra considerable.

Atento a las disertaciones y proyectos de la junta directiva que la representa, integrada por actores de estudio y de amplia trayectoria como Víctor Mallarino, Ernesto Benjumea, Santiago Alarcón y Julio Correal, uno hace un punto y aparte en el rancio escepticismo que deja la experiencia de los años, para retomar con frescura la expectativa de que esta vez algo sí puede suceder, algo puede explotar en beneficio y logros del colectivo actoral.

Sí, porque además de la constitución legal, de los párrafos institucionales y de todo ese protocolo jurídico y administrativo que conlleva formar una agremiación, sorprende la masiva convocatoria. Que yo recuerde, no se había presentado ni siquiera un número aproximado al que acudió optimista a esta nueva confederación.

Confederación, si se me permite la licencia, para asociarlo con la plataforma sindical, una palabra que en nuestro país ha provocado distintas interpretaciones en la praxis ideológica, pero que si nos remitimos a su raíz etimológica, del prefijo griego syn (con) y dikein (hacer justicia), pues es la más adecuada, significativa y contundente para emprender, esta vez, una lucha vigorosa, mancomunada, con todas las de la ley, sin entretelas burocráticas ni mucho menos adhesiones políticas, ni más faltaba, con el objetivo de reivindicar al actor como arte y parte del conglomerado social, restituir su profesionalización, velar por sus derechos, hacer viable ante el Congreso la ley que le corresponde  -que tantas vueltas y debates ha dado en ese recinto en los últimos años-, establecer vínculos coherentes con el establecimiento mediático (cine, televisión, teatro, radio), su industrialización, productividad y estabilidad; lograr un cupo participativo como entidad gremial ante la Autoridad Nacional de Televisión, entre otras prerrogativas.

Me sedujo el planteamiento de exigir el aval académico mediante certificado a los aspirantes al sindicato, previo seguimiento del pensum y el historial del establecimiento formativo y, en caso de los actores empíricos, una experiencia no menor de dos años en cualquiera de las plataformas mencionadas.

Afortunada también la asesoría y el respaldo ofrecido por la Confederación Unitaria de Trabajadores (CUT) a la ACA, en gestiones de jurisprudencia sindical, inspiración para la redacción de estatutos, y la solidez y experiencia de un gremio de trabajadores con reconocimiento internacional, en la misma línea de la Confederación General de Trabajadores (CGT), con sede en Ginebra.

Hay varios puntos interesantes, por ahora en la mesa de trabajo, en el albor de un proyecto que ojalá cuaje y trascienda en favor de estos trabajadores de la interpretación, que siempre han carecido de los privilegios de un trabajador oficial: derecho a vacaciones, a prestaciones legales, a primas y subsidios, a seguridad social, a mejoras en sus condiciones laborales y, lo más importante, a una vejez digna, segura y llevadera.

Cuando los grados de actores los expiden al por mayor los realitys, ACA propende por la profesionalización del actor a partir de la capacitación, ojalá en instituciones patrocinadas por el Estado, cuando mucho talentos en Colombia no están en capacidad económica de suplir dicha orientación. No estaría de más que con el tiempo y las buenas nuevas en su desarrollo, la Asociación Colombiana de Actores creara su propia escuela de formación.

Teniendo en cuenta las fallas históricas que por años han frustrado alicientes en anteriores gremios, ACA pone de presente su convicción y fortaleza para alcanzar sus metas. Una tarea compleja en la que todos sus asociados deberán estar mentalizados las 24 horas del día para sacarla adelante.


Un nuevo fracaso, que Histrión no lo permita, sería imperdonable.
Share this post
  • Share to Facebook
  • Share to Twitter
  • Share to Google+
  • Share to Stumble Upon
  • Share to Evernote
  • Share to Blogger
  • Share to Email
  • Share to Yahoo Messenger
  • More...

0 comentarios

 
© La Pluma & La Herida

Released under Creative Commons 3.0 CC BY-NC 3.0
Posts RSSComments RSS
Back to top