Con 600 participantes en su asamblea de constitución, nació la Asociación Colombiana de Actores (ACA), el primer organismo de este gremio con plataforma sindical. Foto: Teatro 'Fanny Mikey' |
Ricardo Rondón Ch.
Vivimos tiempos peligrosos: nuestra civilización está bajo
amenaza de las fuerzas del mal y, nosotros, humildes actores, hacemos lo que
podemos para luchar como soldados en el lado bueno de la gran batalla. (Albert
Finney, en ‘La sombra del actor’)
Sir Albert Finney recibió una nominación al Óscar por su
protagónico en esta película, ‘La sombra del actor’ (1983), dirigida por Peter
Yates y coprotagonizada por Tom Courtenay, con guión adaptado de la obra
homónima de Ronald Harwood: un homenaje del cine al teatro, que tiene como
escenario la vetusta sala de una provincia inglesa, en medio de los incesantes
bombardeos de la Segunda Guerra Mundial , donde un anciano actor representa
noche a noche al Rey Lear, de Shakespeare, ayudado por el único ser que le
queda después de una vida de derrotas y desventuras: su fiel y abnegado vestuarista.
De hecho, en inglés, la película fue exhibida con el título
de ‘The Dresser’ (El Vestidor). Todo el mundo creyó que Finney se iba a alzar
con la codiciada estatuilla a Mejor actor protagónico, por tan extraordinario
rol, pero no fue así. Un somero desquite se dio con el Oso de Plata en el
Festival de Cine de Berlín. Al año
siguiente (1984), se multiplicaron las apuestas para verlo recibir el máximo
galardón de la Academia, en la misma categoría, por ‘Bajo el volcán’, pero
tampoco sucedió.
Hubo otras congratulaciones menores y media docena de
nominaciones al Óscar, pero quién se precie de admirador y notario puntual de
las artes escénicas, recordará a Albert Finney como uno de los grandes
exponentes del teatro y el cine inglés de las décadas de los 70, 80 y 90, hasta
los albores del nuevo siglo , actor de estudio y laboratorio permanentes,
obsesionado por Shakespeare, y uno de los más versátiles intérpretes de su
vasta y demoledora obra, como la que de manera brillante encarna en la cinta de
Yates: el ruinoso soberano de Bretaña que se debate entre la ingratitud, la
soberbia, la vejez y la locura.
El de Finney es apenas uno de los tantos ejemplos que
durante décadas ha arrojado este oficio, que más es un apostolado, porque
muchos, como quien hemos citado, se lo toman como un verdadero credo, por
encima de las bagatelas de la fama y del estrellato, y hoy por hoy, de la
devastadora farandulización, el marketing a ultranza, cuando ya cualquier
modelo o soñador de fantasías recibe el grado expedito de actor en la fábrica
ligera de los realitys.
De ellos los hay por montones y se reproducen por enjambres.
En las manos robóticas de la cosmética televisiva y de los coachings de imagen,
esos vestuaristas programados de la postmodernidad, los supuestos actores,
actrices, dejan de ser carne y hueso para convertirse en productos, en figuras
de catálogo, tipo exportación, que manejan y venden al mejor postor las
multinacionales del entretenimiento, llámese canales televisivos de amplio
reconocimiento o agencias de artistas élite.
Ante ese imperio de la banalización y la superficialidad
creado por la industria del merchandise, el horizonte no puede ser más
desalentador para quienes se entregaron al oficio desde la academia y el
taller, los colectivos teatrales, el estudio y la investigación, el vivir y
trasegar por y para el arte, y en la mayoría de casos, tan notorios en Colombia
en épocas pretéritas y actuales, por amor al arte.
Albert Finey, actor inglés, inspiración para la creación de agremiaciones de actores a partir de su conmovedora película, 'La sombra del actor', un homenaje del cine al teatro. |
La metáfora de Albert Finney sigue tan vigente como cuando
la expuso en su parlamento de la adaptación para cine de ‘La sombra del actor’,
categórica, intemporal: “vivimos tiempos peligrosos: nuestra civilización está
bajo amenaza de las fuerzas del mal y, nosotros, humildes actores, hacemos lo
que podemos para luchar como soldados, en el lado bueno de la gran batalla”.
En escena, Finney recitaba su monólogo ante el espejo mustio
de su camerino, íngrimo y desamparado, como el último histrión sobre la faz de
la tierra, atribulado de temores, vencido por el escepticismo, menguado por el
deterioro de los años, estupefacto por la imagen fantasmal que le devolvía el
cristal empañado. Y, el vestidor, ahí, atizando la mirada impotente y pesarosa
entre bambalinas.
¡Vaya paradoja!, el actor en decadencia, debatiéndose entre
la mirada atónita de un grupo de espectadores atemorizados por las bombardas,
bajo un cielo cruzado por las ráfagas apocalípticas de la guerra, y la mirada
misericordiosa de su leal ayuda de escenario, una alegoría similar al del guardia que envejece
vigilando a un reo condenado a muerte, en
un tránsito de decrepitud y demencia.
Ese colapso del alma histriónica representado en la
memorable interpretación del artista británico, fue motivo emergente de inspiración para que los actores de la
posguerra aunaran esfuerzos en aras de crear su propio gremio, una institución
orientada a reclamar sus derechos ante el Estado, procurar por una ley de
garantías sociales y de sostenimiento, lo que equivale a un subsidio para
actores desempleados, ancianos, enfermos o caídos en desgracia, y reclamar a la
constitución un respaldo legal al estatus de la profesión.
Así surgieron las primeras agremiaciones de artistas
británicos –en un país con mayor índice de actores en el mundo-, iniciativa que
se fue propagando en el orbe, más allá del Atlántico, en la América de la
industrialización y los avances tecnológicos, y del nacimiento a todas luces de
la meca del cine, Hollywood, fábrica imparable de superproducciones y de inmortales
estrellas, pero también de la explotación en cadena por parte de acaudalados
empresarios, que no cesaban de llenar sus arcas en nombre del talento a un precio
irrisorio, horarios injustificados y sin prestaciones de ninguna índole.
El azote y la desprotección no afectaba exclusivamente a la
población actoral, sino que cobijaba a técnicos, realizadores, utileros, vestuaristas, y todo ese
engranaje vital que hay en un estudio y detrás de cámaras. La
inconformidad de los trabajadores no se hizo esperar y retomando el modelo
inglés y de los grandes sindicatos industriales de Europa Central, surgió el
SAG, que es la sigla del Screen Actors Guild, el gremio de actores más
fortalecido de los Estados Unidos, que cobija alrededor de doscientos mil
miembros de diferentes partes del mundo.
De amplia repercusión en otras latitudes como España, Francia,
Italia, y en Latinoamérica, México, Argentina y Brasil, las agremiaciones de
actores han dado fructíferos resultados, no sólo en el reconocimiento legal de
la industria y el gobierno, la protección y solución a las necesidades y derechos
ciudadanos, sino a la capacitación y representación como una profesión digna y
equiparable a cualquier otra dentro del concierto intelectual y productivo de una nación.
De izquierda a derecha: Julio Correal, Santiago Alarcón, Ernesto Benjumea y Víctor Mallarino, presentes en la junta directiva de ACA. Foto: La Pluma & La Herida |
En lo que atañe a Colombia, bien es sabido, la consecución
de estos derechos no ha sido la más afortunada, primero, por la desatención
estatal, la burocracia, la corrupción y demás vicios congénitos de nuestra
idiosincrasia, y segundo, porque los
escasos gremios que durante décadas se han fundado, sólo han permanecido
mientras dura la utopía y el entusiasmo del arranque.
Uno de las más batalladoras en estos derroteros ha ido la
actriz María Eugenia Penagos, quien después de varios años de lucha,
literalmente tiró la toalla ante la ingratitud del mismo gremio que ella con
esfuerzo y vocación se encargó de respaldar, y porque después de crear la Casa del
Artista, adscrita a su institución, el CICA (Círculo Colombiano de Artistas),
donde se daba alberge a actores de la tercera edad, la mayoría enfermos y en un
abandono total, quedó sola en su cometido y terminó pagando de su bolsillo el
mantenimiento de la morada y los servicios públicos. “Estoy reventada, no puedo
más. Todos me dieron la espalda”, me dijo Penagos entre sollozos, en una
entrevista que le hice no hace más de tres años.
Todo esto para conectar –y sabrán disculparme por extenderme
demasiado- con la aparición de un nuevo gremio de profesionales de la escena
que recién se acaba de estructurar bajo el nombre de Asociación Colombiana de
Actores (ACA), que en la asamblea de constitución, efectuada en el Teatro ‘Fanny
Mikey’, el pasado 20 de mayo, reunió a ¡600! integrantes, de 700 que hay a la
fecha (el 4 de junio de 2014), cuando fue presentada oficialmente a los medio
de comunicación, acto que tuvo lugar en el Club del Comercio de Bogotá. Una
cifra considerable.
Atento a las disertaciones y proyectos de la junta directiva
que la representa, integrada por actores de estudio y de amplia trayectoria
como Víctor Mallarino, Ernesto Benjumea, Santiago Alarcón y Julio Correal, uno hace
un punto y aparte en el rancio escepticismo que deja la experiencia de los
años, para retomar con frescura la expectativa de que esta vez algo sí puede
suceder, algo puede explotar en beneficio y logros del colectivo actoral.
Sí, porque además de la constitución legal, de los párrafos
institucionales y de todo ese protocolo jurídico y administrativo que conlleva
formar una agremiación, sorprende la masiva convocatoria. Que yo recuerde, no
se había presentado ni siquiera un número aproximado al que acudió optimista a
esta nueva confederación.
Confederación, si se me permite la licencia, para asociarlo
con la plataforma sindical, una palabra que en nuestro país ha provocado
distintas interpretaciones en la praxis ideológica, pero que si nos remitimos a
su raíz etimológica, del prefijo griego syn (con) y dikein (hacer justicia),
pues es la más adecuada, significativa y contundente para emprender, esta vez,
una lucha vigorosa, mancomunada, con todas las de la ley, sin entretelas
burocráticas ni mucho menos adhesiones políticas, ni más faltaba, con el
objetivo de reivindicar al actor como arte y parte del conglomerado social,
restituir su profesionalización, velar por sus derechos, hacer viable ante el Congreso
la ley que le corresponde -que tantas vueltas y debates ha dado en ese recinto
en los últimos años-, establecer vínculos coherentes con el establecimiento
mediático (cine, televisión, teatro, radio), su industrialización, productividad
y estabilidad; lograr un cupo participativo como entidad gremial ante la
Autoridad Nacional de Televisión, entre otras prerrogativas.
Me sedujo el planteamiento de exigir el aval académico mediante
certificado a los aspirantes al sindicato, previo seguimiento del pensum y el
historial del establecimiento formativo y, en caso de los actores empíricos,
una experiencia no menor de dos años en cualquiera de las plataformas
mencionadas.
Afortunada también la asesoría y el respaldo ofrecido por la
Confederación Unitaria de Trabajadores (CUT) a la ACA, en gestiones de jurisprudencia
sindical, inspiración para la redacción de estatutos, y la solidez y
experiencia de un gremio de trabajadores con reconocimiento internacional, en
la misma línea de la Confederación General de Trabajadores (CGT), con sede en
Ginebra.
Hay varios puntos interesantes, por ahora en la mesa de
trabajo, en el albor de un proyecto que ojalá cuaje y trascienda en favor de
estos trabajadores de la interpretación, que siempre han carecido de los privilegios
de un trabajador oficial: derecho a vacaciones, a prestaciones legales, a
primas y subsidios, a seguridad social, a mejoras en sus condiciones laborales y, lo más
importante, a una vejez digna, segura y llevadera.
Cuando los grados de actores los expiden al por mayor los
realitys, ACA propende por la profesionalización del actor a partir de la
capacitación, ojalá en instituciones patrocinadas por el Estado, cuando mucho
talentos en Colombia no están en capacidad económica de suplir dicha
orientación. No estaría de más que con el tiempo y las buenas nuevas en su desarrollo,
la Asociación Colombiana de Actores creara su propia escuela de formación.
Teniendo en cuenta las fallas históricas que por años han
frustrado alicientes en anteriores gremios, ACA pone de presente su convicción
y fortaleza para alcanzar sus metas. Una tarea compleja en la que todos sus
asociados deberán estar mentalizados las 24 horas del día para sacarla adelante.
Un nuevo fracaso, que Histrión no lo permita, sería
imperdonable.
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