lunes, 28 de abril de 2014

Juan Gustavo Cobo Borda y su biblioteca de 24.000 libros


El maestro Juan Gustavo Cobo Borda acompañado su bella hija Paloma, estudiante de Literatura. Foto: cortesía El Tiempo.com
Ricardo Rondón Ch.

La frase precisa que define su personalidad y su trasegar en los derroteros de la poesía y de la literatura, es la que acuñó su amigo, el también poeta, narrador y ensayista Álvaro Mutis: “Juan Gustavo Cobo Borda se interna por las regiones del corazón, del placer y del olvido. Allí es un maestro”.

Prolífico bardo, ensayista, crítico, comentarista, editor, librero, gestor cultural, diplomático, mecenas del semillero literario de varias generaciones, Cobo Borda se ha nutrido por años en la jungla de pulpa y anaqueles que comprende su enorme biblioteca de 24.000 libros -para la que tiene destinado exclusivamente un apartamento-, y  que él asegura haberse leído 23.980, sorprendente cifra que lo acredita como el lector más puntual y dedicado de Colombia.

Tal es su obsesión por la lectura, que de muchos de esos títulos ha escrito tres cuadernos, explicando en ellos su vocación de lector, el por qué de los subrayados a lápiz, el disfrute íntimo de leer y releer lo que más le gusta. Además de esa memoria espléndida para citar en su voz radiofónica versos de sus autores de antología, desde Rilke, Garcilaso, Lope de Vega, Miguel de Unamuno, García Lorca, Octavio Paz; pasando por Borges  -uno de sus preferidos-, José Asunción Silva, Aurelio Arturo, León de Greiff, Álvaro Mutis, Giovanni Quessep, Fernando Charry Lara,  Mario Rivero, María Mercedes Carranza, Raúl Gómez Jattin, Piedad Bonnett, Darío Jaramillo Agudelo, entre otros.

Dos de sus grandes debilidades: la buena mesa y la buena poesía. En la primera es un sibarita a manteles. En la segunda, está dicho, su apetito es inagotable. Alegre, estupendo conversador, visionario de la condición humana con todas sus proezas y frustraciones, Cobo Borda hace un paralelo entre la poesía y la violencia colombiana, “porque tanto la una como la otra son dos rostros nuestros que aún no asumimos del todo. Violencia y poesía, allí se origina nuestra imagen más significativa”.

De modo que cuando uno aborda al poeta bogotano, bien en su apartamento, en un café, o en la librería de sus afectos, la glotonería se despierta por partida doble: en la mesa, a la sazón de sus manjares preferidos y los mejores vinos, y en la mar insondable de sus libros, su envidiable biblioteca, refugio predilecto donde él pasa la mayor parte del tiempo.

La Pluma & La Herida lo entrevistó, a propósito de la Feria Internacional del Libro de Bogotá, con Perú como país invitado de honor, que hoy abre sus puertas.

Maestro, ¿en qué cartilla aprendió usted sus primeras letras?

“En la biblioteca de mi padre, Juan Fernando Cobo, prestigioso jurista español republicano que me inculcó desde muy niño el amor por la lectura. El aprendizaje empezó en esa bella enciclopedia, El Tesoro de la Juventud. Luego me picó el bichito de la literatura al descubrir el Romancero español, los poetas del Siglo de Oro, muchos libros de historia, biografías, etc.”.

¿Cuál fue esa novela que lo matriculó de por vida con la literatura?

“’El Quijote’, que curiosamente decoraba el mosaico de pedernal al ingreso del Liceo Cervantes donde cursé bachillerato. Esa fue como la entrada triunfal al extraordinario mundo de las letras. Después pasé a ‘Las confesiones’, de San Agustín; ‘Los ensayos’, de Montaigne; y de ahí en adelante, pare de contar. Pero esa fue mi etapa inicial como lector”.

Que se le convirtió en una obsesión irrefrenable…

”Quizás por esa incapacidad de comprender matemáticas, física, química, cálculo. De ahí que los padres agustinos decidieron emplearme en la biblioteca, que era donde habitualmente estaba, y donde desarrollé una precoz cleptomanía cuando usurpé ‘La estructura de la lírica moderna’, de Hugo Friedrich, de Seix Barral, con sello del Liceo Cervantes”.

¿Siguió robando libros?

“Me pasó algo horrible cuando era estudiante de la Universidad de los Andes y frecuentaba con esa manía la librería Buchholz del centro, y en una de esas me pilló el poeta y traductor Nicolás Suescún, quien terminó recomendándome con don Karl (Buchholz), su propietario, para trabajar con él.  Pues con el tiempo pasé de ser el ladrón de libros al gerente de la Buchholz”.

¿Cuál fue el primer libro que usted publicó?

“’Consejos para sobrevivir’, de 1974, que fue mi primer libro de poemas”.

¿Siempre ha subrayado con lápiz las lecturas de sus libros?

“Sí. Eso daña los libros, pero este ejercicio también suscita nuevos libros”.

¿Cómo sucedió con ‘Lecturas convergentes de triste actualidad’?

“Es el primero de tres ensayos recientes, donde propongo un paralelo entre García Márquez y Álvaro Mutis, su gran mentor, esencial en su descubrimiento del realismo mágico a través de los libros que Mutis le llevaba, como ‘Pedro Páramo’, de Juan Rulfo, y ese diálogo constante que ellos mantuvieron alrededor de la literatura, aquellas reflexiones sobre Bolívar que el creador de Maqroll El Gaviero quiso escribir bajo el título de ‘El último rostro’, pero del que terminó desistiendo, y que un año después Gabo finiquitó con ‘El general en su laberinto’. Pero también esos gustos compartidos con sus autores preferidos: Kafka, Faulkner, Neruda; el amor por los cafés bogotanos, el billar y la poesía”.

¿Qué novelas ha releído de García Márquez?

“He releído ‘El coronel no tiene quién le escriba’ y ‘Los funerales de la mama grande’. Yo conocí a García Márquez por insinuación de Mutis, y recuerdo que él cuando trabajaba en Barranquilla me hizo una suerte de examen de admisión al recitar versos para que yo le dijera a qué autores pertenecían. Acerté con Rubén Darío, con Garcilaso, con Lope de Vega, hasta que citó algo desconocido para mí, pero que era poesía pura. Se trataba de un fragmento de ‘El otoño del patriarca’ que él estaba escribiendo, pero que se sabía de memoria. Gabo fue un poeta enorme y eso está impreso en toda su prosa, en el ritmo, la atmósfera y la respiración, en ese ir y venir de sus relatos, que es el recuerdo de todos los ahogados: una memoria del pasado”.

¿Qué decir de ‘El amor en los tiempos del cólera’?

“Pues que su protagonista, Florentino Ariza, es el único guerrero en la obra de Gabo y en la historia de Colombia, que asumió esperar 51 años, 9 meses y 4 días para ganar la batalla del amor. Es el gran guerrero del amor, que a la larga es lo único que vence la ambición, el poder y la violencia”.

¿Cuál es su libro más reciente?

“Se llama ‘Breviario arbitrario de la literatura colombiana’, 40 breves ensayos de poesía y literatura, desde ‘El carnero’, de Rodríguez Freyle, hasta narradores de actualidad como Ricardo Silva Romero y Antonio García Ángel”.

¿Qué tiempo le dedica diariamente a la lectura?

“El tiempo justo de un jubilado al que no han liquidado bien su pensión: ante esa inconformidad, leo más y escribo más”.

Mario Vargas Llosa va a donar su biblioteca al Museo de Arequipa, la provincia peruana que lo vio nacer. ¿Usted ha pensado donar la suya?

“No, porque es patrimonio familiar, y de ella hace uso permanente mi hija Paloma, que estudia Literatura en la Universidad Javeriana”.

¿Qué piensa de las desalentadoras cifras que arrojan las estadísticas al respecto de que los colombianos escasamente leen?

“Esas no son más que erradas cifras de las estadísticas. Estoy convencido de que los colombianos cada vez escriben y leen más. Eso se puede ver en las convocatorias de los concursos literarios, en el interés por las librerías, en la feria del libro de Bogotá, con una estimulante presencia de gente, sobre todo jóvenes”.

¿Qué obras recomienda comprar, a propósito de Feria Internacional del Libro de Bogotá?

“Yo diría que a propósito de Mundial de fútbol, hay excelentes libros de Brasil para adquirir. Las novelas de grandes narradores como Rubem Fonseca y Clarice Lispector, y poetas como Drumond de Andrade y Joao Cabral de Melo Neto”.

¿De autores colombianos?

“La novela ‘Destierro’, de Fernando Cruz Kronfly, que tiene que ver con los inmigrantes sirio-libaneses que llegaron a Cali a principios del siglo pasado, y ‘Como los perros felices sin motivo’, una bella historia de amor de María Castilla, que sucede entre la torre Colpatria, el antiguo Teatro México y el monumento a La Rebeca”.

Lo invito a que aticemos el fogón de esa relación que siempre ha existido en su vida, entre literatura y buena mesa, en especial la poesía. ¿Le parece?

“Está bien. Le sigo el juego”.

¿Cómo se sazona un poema?

“Lentamente, puede durar toda la vida”.

¿Cree que un poema de más de diez minutos puede rayar en el aburrimiento?

“Nunca.Tenemos el caso de Rilke, cuyas ‘Elegías de Duino’ tuvieron que esperar varios años para concluirse”.

¿A qué sabe un poema maldito?

“Son algunos de los sabores más intensos y perturbadores cuando son auténticos, tales los casos de Rimbaud o de Barba Jacob”.

Cuando va a cocinar un poema, ¿de qué ingredientes se vale?

“Borges decía que la humillación y la derrota pueden ser ingredientes esenciales para ser transformados por la capacidad redentora del poema”.

La sal: ¿eso que llaman nostalgia?

“La sal también puede ser ironía, capacidad reflexiva sobre el poema mismo o necesidad de dar vida a toda esa rutina inerte que son nuestros días”.

¿Un poema demasiado dulce, indigesta?

“Sí, Óscar Wilde decía que lo peor son los buenos sentimientos cuando se pretende escribir poesía, pero la cursilería es parte tan decisiva de la vida colombiana, que a veces resulta casi imposible eludirla”.

¿En cuántos hervores se cocina un soneto?

“En 14 hervores. Ni uno más, ni uno menos”.

¿Con quién acostumbra probar sus poemas, una vez están hechos?

“Los saboreo con la musa, como me sucedió con la ‘Historia de la Poesía Colombiana’, que para mí ha sido un banquete, no por lo que yo diga en el libro, sino por los versos que elegí, admirado y conmovido”.

¿Recomienda un buen ‘scotch’ para paladear los versos de Belisario Betancur?

“Supongo que el ‘scotch’ se lo proporcionará nuestra querida Dalita”.

¿Sabía que la poesía robustece el espíritu, más no la carne?

“Viendo a Giovanni Quessep es evidente que la poesía no lo nutrió, pero recuerdo a Mario Rivero, que nunca quiso aceptar ninguna dieta”.

Debería inventarse la poesía ‘aeróbica’, ¿no le parece?

“Evidentemente, tantos malos poetas que proliferan hoy en día, nos hacen salir corriendo”.

Recomiéndenos un manojo de versos para antes de hacer el amor.

“’Galope súbito’, de Eduardo Carranza; ‘Amantes’, de Jorge Gaitán Durán, y por qué no ser inmodesto, ‘Furioso amor’, de Cobo Borda, o cualquiera de los que desee elegir de mis dos antologías: ‘Lengua erótica’ y ‘Cuerpo erótico’”.

¿Para qué más sirve la poesía?

“Para no trabajar, no trabajar, no trabajar, y saber lo que sabían los griegos: que el ocio es creativo”.

¿Se le ha quemado un verso en la puerta del horno?

“Varios, pero las heridas y quemaduras del amor y la poesía son las mejores medallas en esta guerra por una palabra que nos diga a todos, sin exclusiones ni rechazos”.

¿Cuál es el gran secreto para lograr la exquisitez poética?

“El saber callar a tiempo y la fidelidad insobornable de escuchar la recóndita música que nos es propia. A diferencia de los animales y la brutalidad muda de la violencia, hablar es lo que nos hace humanos”.

¿Cómo es su gula poética?

“Voraz y global: de la China a República Checa, de Rusia a Nicaragua, de Chile a Francia. En poesía no hay centro ni periferia”.

Borges, ¿el gran ‘chef’ de la nostalgia?

“No: el brujo mayor de la lucidez”.

¿Qué le gusta de la poesía femenina?

“Todo, de Safo a Alejandra Pitzarnik, esa voz nunca debemos soslayarla”.

¿Un poema para evitar el suicidio?

“La historia de la poesía está jalonada de suicidas, y esa es la pregunta con la que concluye mi referido libro: ¿Por qué un país que se llama ‘país de poetas’ permite que José Asunción Silva al iniciar el siglo y Raúl Gómez Jattin al concluirlo, crucen solos la puerta que lleva al otro lado”.

¿Cuál es el mejor pasante para disfrutar un poema?

“El silencio de la soledad y la complicidad de la buena compañía”.


Visite página web de J.G. Cobo Borda:

Conferencia de J.G. Cobo Borda sobre literatura colombiana:
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