Gabriel García Márquez dejó de existir a la edad de 87 años, en su casa de Ciudad de México |
Ricardo Rondón Ch.
“La vida es la cosa mejor que se ha inventado”, dice el arruinado militar de charreteras apolilladas que después de librar cruentas batallas invierte
el resto de su vida con su mujer en espera de una pensión que nunca llega.
La frase, de ‘El coronel no tiene quien le escriba’, quizás
es la más adecuada para sintetizar el
universo literario del Premio Nobel colombiano que acaba de traspasar laureado los umbrales de la eternidad: la vida, que ocupó provechosa
y con voracidad imperturbable en el oficio narrativo, desde su época de
adolescente, cuando se probó cuentista con ‘La tercera resignación’,
relato que fue publicado en el
suplemento literario de El Espectador, por mecenazgo del jefe de redacción de
ese entonces, José Salgar, y de ahí en adelante, un maratónico periplo por los
esquivos vericuetos de la narrativa, superando cualquier cantidad de
obstáculos, hasta consagrarse con el máximo galardón de las letras en
Estocolmo, en 1982.
“La vida es la cosa que mejor se ha inventado”, recitaba en su monólogo sonámbulo el coronel
de entreguerras, tratando de disimular el hambre y el tedio de tantas tardes de
espera, hasta quedar profundo en el sueño protocolario de la muerte, mientras
su mujer imaginaba el condumio emergente con el gallo del hijo asesinado por un
policía, único recurso para resolver la gurbia derivada de la estrechez
económica.
Vida e invento. Dos palabras que marcaron la personalidad
literaria de García Márquez como dos siamesas que se retroalimentan a fuerza de
convivir, de soportarse, incluso de resignarse. La vida como fuente inagotable
de historias extraordinarias inspiradas en la idiosincrasia y la mitología
caribe, en sus personajes, en sus soles caniculares y desiertos, en su
algarabía de carnavales, pero también en sus racimos decimonónicos de muertos,
esos difuntos que la pluma del autor revivió en sus imparables jornadas de
duermevela hasta provocar una explosión en cadena de sortilegios.
Ese fue García Márquez: un rapsoda de la vida y de la
finitud irremediable del hombre, con todas sus proezas, desengaños y
frustraciones; un transgresor de la realidad al servicio de la imaginación; y
por supuesto, el inventor más desparpajado y alucinado del amor. No creo que
haya otra obra más vigorosa, desconcertante y sensual en los avatares del
corazón que ‘El amor en los tiempos del cólera’, con toda la ironía, el humor y
esa sutil desvergüenza a la que nos acostumbró el Premio Nobel de Aracataca en
todas y cada una de sus obras.
Si ‘La cándida Eréndira y su abuela desalmada’ es el master
de sus relatos; si ‘Cien años de soledad’ es la enciclopedia universal de la
imaginación; ‘El amor en los tiempos del cólera’ vendría a ser el mejor manual
para asomarse a eso que el doctor Juvenal Urbino, uno de los protagonistas de la novela,
denominó como “la cosa más difícil del mundo”.
La paciente espera del amor, las ridiculeces y los estragos
del amor (incluidos el insomnio, la anemia y el estreñimiento), la crueldad de
sus infidelidades, el sopor moribundo del desamor, la resignación del acabóse,
y la muerte como su cura inexorable, están presentes en esta magna historia que
uno no se cansa de releer, de tomar apuntes, de memorizar y recitar, contagiado
por el halo mágico de sus protagonistas, en noches de luna llena y con vapores
de alguna bebida espirituosa.
“… Ella se quedaba en ayunas, entrando apenas en su túnel de
soledad, cuando él ya estaba abotonándose de nuevo, exhausto, como si hubiera
hecho el amor absoluto en la línea divisoria de la vida y la muerte, cuando en
realidad no había hecho sino lo mucho que el acto de amor tiene de hazaña
física. (…) Entonces regresaba a la casa avergonzado de su debilidad, con ganas
de morirse, maldiciéndose por su falta de valor para pedirle a Fermina Daza que
le bajara los pantalones y lo sentara de culo en un brasero”, narra Gabo en el
capítulo en que el doctor Juvenal Urbino le pone los cuernos a su mujer con la
señorita Bárbara Lynch, doctora en Teología.
‘El amor en los tiempos del cólera’ no es otro asunto que la
trama épica de un amor a tres bandas entre Juvenal Urbino, Fermina Daza y el
eterno enamorado de esta, Florentino Ariza, un desgarbado soñador que desde la
adolescencia se vestía como un viejo, y que tuvo la soberana paciencia de aguantar
cincuenta y un años, nueve meses y cuatro días para “reiterarle a Fermina el
juramento de fidelidad eterna y amor para siempre en su primera noche de viuda”.
Contar el grueso del amor, paladearlo a su antojo, desmenuzarlo en fantásticas minucias y volverlo a armar con el
magisterio y la rotundidad de una prosa
magnífica, sólo se logra con el don de los iluminados, ese obsequio que cada
centuria los dioses entregan a ciertos elegidos,
en este caso, el hijo de Gabriel Eligio García, telegrafista de Aracataca, y Luisa
Santiaga Márquez, un matrimonio humilde del caribe colombiano, territorio
inspirador de quien años después y en ardua y vertiginosa marcha de contador de
historias, se erigió como el patriarca del Realismo Mágico, el escritor más
leído en lengua española, el artista de la palabra que reinventó los orígenes
del Caribe con una suerte de biblia del trópico impregnada de humores de
ciénaga, pestes de olvido, cataclismos apocalípticos, Amarantas que se encerraban a matar alacranes en el baño mientras
comían tierra, bellísimas que ascendían al cielo envueltas en sábanas,
alquimistas que redimían la modorra generacional fabricando pescaditos de oro, enamorados que
se podrían de amor en los meandros de sus frustraciones, y dinastías de orates
y guerreros sin remedio que no tendrían una segunda oportunidad sobre la tierra.
No cabe en la imaginación cómo serían los últimos años de Gabriel
García Márquez, capoteando su martirizante enfermedad, las incomodidades y los
temores de la vejez, esa angustia que se debe percibir en las proximidades de
la muerte; pero más doloroso aún, el desbarajuste paulatino de su mente
prodigiosa, creadora de rutilantes universos y de un estilo incomparable que le
confirió los designios de la inmortalidad.
Una virtud capaz de rubricar en el arte narrativo párrafos de
preciosa filigrana como el que encabeza su novela máxima: “Muchos años después,
frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía habría de
recordar la tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.
Hoy, su casona de la calle Fuego, la número 144 del exclusivo
sector de Pedregal del Ángel, de Ciudad de México, que compartió con su familia
durante los últimos treinta años, está en silencio. Ha partido el agrimensor de Macondo, el gran
cronista y escritor, el guionista, ensayista y catedrático; el maestro que nos dejó
como lección que “la vida es la cosa mejor que se ha inventado”. Y que no da
lugar a pasar anónimo por ella. Que hay que vivir para contarla.
A Mercedes Barcha, su esposa y compañera en las buenas y en
las malas; a sus hijos Rodrigo y Gonzalo; a sus hermanos y parientes, a sus
amigos y allegados; a sus sellos editoriales, a sus traductores del mundo; a Carmen
Balcells, su agente literaria de toda la vida; a sus biógrafos y críticos, a la
Fundación del Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), sentidas condolencias por
la partida física del Nobel. Porque García Márquez no morirá jamás. Su obra, su
legado inconmensurable, perdurará por los siglos de los siglos, a través de
muchas generaciones, con la misma pasión y entrega que él dejó como impronta de
su inmenso y prolífico trasegar literario.
Gracias, maestro.
Biografía resumida de Gabriel García Márquez:
Audio del discurso de aceptación del Premio Nobel:
Texto del discurso del Premio Nobel:
Gabo habla del Caribe con Ernesto McCausland:
Gabo, una vida en retratos (retrospectiva agencia EFE):
Frases célebres de García Márquez:
Imágenes del último cumpleaños de Gabo:
Una parranda con Gabo:
https://www.youtube.com/watch?v=nQdZoysKl80
'Doce cuentos peregrinos' en formato PDF:
http://espanol.free-ebooks.net/ebook/12-Cuentos-Peregrinos/pdf/view
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Señor Ricardo ,que gran articulo digno de su trayectoria , que sorpresa tan agradable encontrarlo por este lado de la tecnología .
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