Ricardo Rondón Ch.
“Año 48, número 14.456, 23 de noviembre de 2013”, reza el folio del cabezote de la última edición de El Espacio, que circuló el sábado anterior, después de 48 años de actividades ininterrumpidas.
Esto quiere decir que a partir de este lunes (25 de noviembre), don Pedro, el de la tienda de víveres y abarrotes ya no desplegará sobre el mostrador el crucigrama a cuatro páginas que tanto interés le despertaba y que él llenaba copioso con lápiz Mirado de guardar en la oreja, entre los intervalos que le quedaba después de despachar a su clientela.
Tampoco doña Gilma, la de la miscelánea del sector de Ainzuca, gozará del horóscopo y del tarot del profesor Andrómeda, que a diario consultaba. Ni Jorgito, su hijo mayor universitario, se reirá con los cuentos eróticos de Paco Apóstol y las peticiones emergentes, a veces descabelladas, que lectores anónimos, de todas las condiciones y pelambres le hacían a la doctora Maricarmen de Fatigar a través de su consultorio sexual.
Sí, a partir de este lunes, a Don Bernardo, el remontador de calzado del barrio Ricaurte, le harán falta las monas semidesnudas de la columna de Juan sin Miedo que él coleccionaba de años atrás, algunas de ellas que le sirvieron de decorado en las paredes de su nicho de zapatero remendón.
Argemiro, el señor de la carnicería de Tibabuyes, en Suba, echará de menos las entrevistas que aparecían en la sección de Mundo Loco, que él dejó de recaudar en un folder cuando empezó a aminorar el candil de uno de los periódicos más llamativos, comentados, polémicos y tantas veces vilipendiado en el quehacer periodístico nacional, que no alcanzó a completar 50 años.
El llamado de Julio Caquetá, el viejo voceador del parque Lourdes, en Chapinero, dejará de pronunciar el nombre del emblemático informativo que algunos detractores con sorna ácida alertaban a comprar rápido "antes de que se coagulara": '¡El Espacio, El Espacio, El Espacio...!'. Y, Santos Soacha, embellecedor de calzado de esa misma plaza, no lo participará más a sus habituales clientes como durante tantos años lo hizo mientras esparcía betún, cepillo y bayetilla.
Conocido como el “Diario del pueblo colombiano”, El Espacio hará historia en los anaqueles de las hemerotecas como uno de los firmes referentes del periodismo sensacionalista en formato tabloide, en épocas pretéritas, junto a El Bogotano y El Caleño, pioneros en este modelo de información masiva y de amplia convocatoria a nivel nacional.
Fundado el 21 de julio de 1965 por el escritor, periodista y empresario Jaime Ardila Casmitjana, El Espacio se vio obligado a cerrar sus puertas tras una debacle financiera que afectó a esta casa editorial durante los últimos años, como es de conocimiento público, por la crisis inminente de los impresos, no sólo en Colombia sino en el mundo entero, incluso para los informativos más poderosos y de mayor reconocimiento orbital, para poner sólo dos ejemplos: The New York Times y El País de España.
En un principio, El Espacio fue un diario político, de convicción liberal, consigna promovida por su director, el señor Ardila Casamitjana, fórmula que no ofreció resultados económicos, hasta que por iniciativa de Augusto Calderón y Alberto Uribe, tomó los derroteros de una información audaz, creativa e impactante, inspirados en los rotativos norteamericanos de gran tiraje de la década de los 50 y 60.
Con esa novedosa directriz, El Espacio, como tribuna mediática, logró en los años 70, 80 y 90 picos asombrosos de circulación, convirtiéndose en el periódico popular de más lecturabilidad, en franca competencia con El Tiempo, por hablar sólo de Bogotá.
Ingredientes precisos como la crónica roja, el mote a seis columnas, la fotografía a toda página, el chisme farandulero, la mona provocadora de la sección de Juan sin Miedo (creada por Yamid Amat) y el crucigrama de los hermanos Iván y Alcides Olarte Casallas, entre otros aditivos, El Espacio trascendió como el decano de la noticia judicial, que para ese entonces cobraba relatos de largo aliento, por entregas y con gráficas impactantes, al mejor estilo de José Joaquín Jiménez, el archifamoso 'Ximénez', reportero de policía de los años 40, en El Tiempo, que dejó su impronta de sabueso y su calidad literaria en escalofriantes relatos de los suicidas del Salto de Tequendama. 'Ximénez', justamente, es el nombre de la novela que en su homenaje publicó este año el joven periodista y escritor bogotano Andrés Ospina.
De esa crónicas memorables de El Espacio se cuentan: la del asesino del Charquito, el homicidio del sindicalista José Raquel Mercado -con la foto del occiso en primera página- (una de las noticias que catapultó la circulación del diario), la masacre de Pozzeto, a manos del siniestro veterano de guerra Campo Elías Delgado, la pavorosa ola criminal desencadenada por el violador y asesino Luis Alfredo Garavito, la toma de la Embajada de República Dominicana a manos del M19, la sangrienta ola del narcoterrorismo promovida por el cartel de Medellín, con varios candidatos presidenciales sacrificados, la tragedia de Armero, la catástrofe del Palacio de Justicia, los terremotos de Popayán y Armenia, entre tantos sucesos funestos y extraordinarios que abarrotaron las páginas del mencionado rotativo.
Época de prosperidad la de El Espacio, en los años 90, cuando alcanzó una venta promedio de 120 mil ejemplares diarios, con un tope, en 1992, con la noticia de la muerte del ídolo vallenato Rafael Orozco, que arrojó una cifra estrambótica de circulación, el 2 de junio de ese año: 472.653 ejemplares: récord imbatible en sus 48 años.
El declive de El Espacio comenzó hace una década. Varios factores contribuyeron a que se redujeran las ventas: faltó inversión, renovación, diversificación y cobertura en otras ciudades, como sí la aplicaron otros tabloides nacientes. Esto agregado al precio, $1.200, superior a los $600 y $700 de la competencia. Y, para rematar, la ausencia y liderazgo en los últimos tiempos de la cabeza mayor, su propietario, Pablo Ardila, único heredero de la fortuna que amasó su familia, gracias a la bonanza del periódico. Sin descontar, por supuesto, el avance de las tecnologías y herramientas digitales, internet, redes sociales, hoy entronizadas en la información.
El cierre de El Espacio se veía venir de dos años a la fecha, cuando la sede del periódico –que funcionó por mucho tiempo en un sector privilegiado de la capital, en la avenida Eldorado- fue trasladada fuera de Bogotá, en el kilómetro 1, vía Siberia. Ese fue el comienzo de un desbarajuste que desembocó en su cierre definitivo, el pasado sábado 23 de noviembre.
La circulación rebajó considerablemente. No se estaban timbrando más de diez mil ejemplares a nivel nacional, tres mil para Bogotá. La pauta era mínima (aunque en realidad la publicidad no fue su fuerte, cuando en épocas boyantes se vendía a punta de noticia). La agresiva competencia de los otros tabloides, el precio, como subrayamos anteriormente, pero por encima de todo, el abandono de su dueño, fue determinante para que se clausurara.
Es lamentable y claro, produce nostalgia, no sólo para quienes laboramos en esta empresa, en esta gran escuela de periodismo, sino para el colegaje en general. Que muera un periódico con tantos años de trayectoria, deja un enorme vacío a la competencia. Y esta, en asuntos de mercadeo, es fundamental.
Para la posteridad y consulta de las nuevas generaciones de comunicadores quedará su titulación ingeniosa, las crónicas judiciales, las entrevistas de Mundo Loco, los grandes reportajes, el crucigrama de los sábados, la columna de Juan sin Miedo, la mejor reportería gráfica, los cuentos eróticos de Paco Apóstol, el tarot del profesor Andrómeda, el consultorio sexual, la página de la salsa, entre otros atractivos que hicieron de El Espacio un espejo de la cruda realidad para su pueblo, pero también una alternativa de curiosidad y entretenimiento.
Como en el tema de Héctor Lavoe, lo despedimos al son de “un periódico de ayer”.
Qué orgullo y qué honor haber trabajado en el que para muchos era el 'cliché' del periodismo colombiano. Ver cómo trabajaba desde adentro la redacción, colgarme al cuello aquella cinta roja que con letras blancas le indicaba a los curiosos que observaban un levantamiento, que 'el papá de los tabloides' había llegado a cubrir la noticia, hacer parte de la realización de esa crónica de largo aliento, roja (o negra como ahora la quiere llamar algunos), ver cómo después de 'vender la noticia' llegaba ese brillo a los ojos del editor y de su pluma de tinta negra se creaba sobre el papel un titular memorable. Eso siempre será una experiencia exquisita, inolvidable, algo digno de contar a las futuras generaciones, una historia muy alejada de las que se narran en las academias de periodismo y que en algunas ocasiones faltas de protagonismo, hace que algunos colegas desagradecidos e ignorantes solo titulen como 'un pasquín despreciable'.
ResponderEliminarUn triste adiós, pero una alegría inmensa también señor Rondón de haberlo tenido como jefe, pero más aún como maestro, una especie de tutor...un beso, un abrazo y espero reencontrarnos una tarde de estas en cualquier cafetín del centro para seguir hablando del 'Diario de pueblo colombiano'. Natalia S.
El Espacio, debe seguir, aunque sea, repitiendo sus + rojas cronicas...Saludos, Richi soy fan, leo su blog...me entretengo y comento sus historias.
ResponderEliminar